Original de la foto tomada por Alberto Korda.
“Estaba a 8 o 10 metros de la
tribuna donde hablaba Fidel y tenía una cámara de lente semi-telefoto, cuando
me percato que el Che se acerca a la baranda, donde estaban Jean Paul Sartre y
Simone de Beauvoir. El Che se había mantenido en un segundo plano. Se acerca a
mirar el río de gente. Lo tengo en el objetivo, tiro uno y luego otro negativo,
y en ese momento el Che se retira. Todo ocurrió en medio minuto”.[i]
Así recordaba el fotógrafo cubano Alberto Korda (1928-2001) los instantes
previos a su histórico registro fotográfico que la galería vienesa Westlicht
subastó el pasado 23 de noviembre junto a otro retrato original de Ernesto
“Che” Guevara tomado por el fotógrafo suizo René Burri. La foto de Korda, cuyo
nombre de pila era Alberto Díaz Gutiérrez, fue subastada por 7.200 euros (9.600
dólares) y es de lejos la más conocida, divulgada y reproducida de cuantas se
le tomaron en vida al guerrillero argentino-cubano. Digo en vida porque también
se le tomaron fotos estando ya muerto, es decir, tras su ejecución en Bolivia
en octubre de 1967. Digo poco: no sólo es la más conocida imagen del Che sino la
fotografía más reproducida de la historia, lo que la convierte en el retrato más
famoso del siglo veinte. La foto de Burri, por su parte, que muestra al Che
fumando un habano, fue vendida en 4.800 euros (6.450 dólares) y no corrió con la
misma suerte de la de Korda, que ha sido usada en todos los formatos y en los
más diversos e inverosímiles productos. Ni la imagen de Jesucristo habrá sido
tan reproducida y vendida. Ni la de los Beatles, que según John Lennon eran más
famosos que Cristo.
Alberto Korda posa junto a la famosa imagen. Foto: AP.
El
momento
Era el 5 de marzo de 1960
durante el sepelio de las víctimas del atentado al barco La Coubre anclado en La Habana, presumiblemente
orquestado por la CIA. Alberto Korda había sido fotógrafo de modas (se dice que
fue el creador de la fotografía de modas en Cuba) y para entonces era reportero
gráfico del periódico Revolución. Por
aquellos días, además, se encontraban de visita en Cuba el filósofo Jean Paul Sartre y su compañera, la también filósofa y escritora Simone de Beauvoir, con
la expectativa de presenciar el experimento comunista que se desarrollaba en una
isla del Caribe. El Che se reunió con ellos.
Medio minuto le bastó a Korda
crear uno de los mayores objetos de culto del siglo veinte, con el cual él
mismo pasaría a la historia. Durante siete años, sin embargo, la foto estuvo
archivada. Revolución no la publicó
en su momento como parte del registro del sepelio colectivo de 1960, en el
cual, por cierto, fue cuando Fidel Castro pronunció por primera vez la frase
“patria o muerte, venceremos”.
El
éxito
Fue el editor italiano Giangiacomo
Feltrinelli quien la hizo famosa mundialmente. Interesado en el diario que el
Che había escrito durante su malograda aventura guerrillera en Bolivia,
Feltrinelli visita Cuba, adquiere los derechos del diario para publicarlo en
Italia, va al estudio de Korda y recibe de sus manos dos copias de la foto con
el fin de ilustrar el libro. Korda la ha titulado El guerrillero heroico. En
efecto Feltrinelli la usa en la edición del libro; pero, además, imprime un
póster de un metro por setenta con la fotografía. La imagen se convertirá en un
ícono de la época y la traspasará: aparecerá en el mayo francés de 1968, en las
manifestaciones estudiantiles y obreras, en las movilizaciones populares de
ayer y de hoy, en todo tipo de impresos, en camisetas y en infinidad de
artículos de consumo. Se dice que sólo Feltrinelli terminó vendiendo un millón
de copias del póster en apenas seis meses, como si se tratara de una
superestrella del rock o el fútbol.
¿Gloria
o derrota?
Los 9.600 dólares pagados por
el original de esta mítica fotografía no son nada ante las multimillonarias
divisas que ha generado. Y no lo son, sobre todo, ante su impagable valor
histórico y cultural. Por supuesto Korda, militante comunista hasta su muerte,
no fue el principal beneficiario del inaudito éxito alcanzado por su
fotografía. La desmesurada reproductibilidad que ha tenido como imagen fue algo
que se le escapó completamente de las manos. De hecho, prefirió renunciar a sus
derechos porque quería ser fiel a los principios revolucionarios del hombre que
retrató y a los suyos propios. Sólo en una ocasión, cuando la imagen fue usada
en una marca de vodka, interpuso una demanda. “Apoyo los ideales por los que
murió Che Guevara, no me opongo a que reproduzcan su imagen quienes quieren
propagar su memoria y la causa de la justicia social en el mundo, pero sí estoy
en contra de la explotación de su imagen para la promoción de productos como el
alcohol”,[ii]
dijo. Meses antes de su muerte ganó la demanda. El dinero que obtuvo -50.000
dólares- lo donó al estado cubano para la compra de medicamentos para los niños.
Frente al ciclo imparable de
reproductibilidad de una imagen que ha dado para todo, hay quienes la ven como
parte del fracaso de un hombre que luchó por la revolución comunista en Cuba y
quiso extenderla allende sus fronteras, pagando con su vida por esos ideales.
La leyenda acaso empieza con la exhibición del cadáver del Che, que fue
fotografiado y filmado para ser presentado a la prensa y al mundo: el pelo y la
barba largas, los ojos abiertos, flaco, con el torso desnudo, descalzo, los
pantalones hasta las rodillas. No tardó en hacerse la conexión visual con
figuras de la pintura universal (La
lección de anatomía, de Rembrandt, El
Cristo muerto, de Mantegna) y de la imaginería cristiana. El Che se había
convertido en el mártir romántico y mesiánico de América Latina: el prototipo
del guerrillero que lucha por una causa que juzga transnacional, aunque termine
aplastado por el totalitarismo que combate. Uno de los libros sobre su vida se
titulará El Cristo Rojo, del periodista
francés Alain Ammar. Había nacido el Che como símbolo del rebelde moderno, como
héroe de millones de seres, en su mayoría jóvenes, a lo largo y ancho del
mundo. Pero, ese símbolo heroico, contestatario y contra-hegemónico que
identificaba a los inconformes y rebeldes del denominado Tercer Mundo cohabita
con otro que es el de un guerrero, político y revolucionario fracasado. Un antihéroe, dirán algunos; un falso héroe, dirán otros.
El escritor cubano Guillermo
Cabrera Infante, que apoyó la revolución en un comienzo y luego terminó
exiliándose en Londres, decía que el Che sufrió una doble derrota: primero con
su diezmada guerrilla boliviana (Guevara, entre otras cosas, no logró apoyo de
los campesinos o de las llamadas bases populares); segundo, ante su mayor
enemigo, el capitalismo que hizo de su imagen una lucrativa
mercancía. Eso lo haría un personaje histórico fracasado por partida doble. Pero
hay quienes encuentran en ese esnobismo alrededor de su imagen, más allá de sus
desaciertos políticos y sediciosos (también combatió en África en la guerrilla del
Congo), una significativa manera de difundir la imagen de un revolucionario
tercermundista, a pesar de que muchos de los que compran su efigie estampada en
algún producto no tengan la menor idea de quién fue ese hombre. A los valores
históricos de la imagen se aúnan los estéticos, culturales y ciertamente
económicos como artículo de consumo masivo. En otras palabras, a su valor
histórico se añade un valor de cambio que lo ha hecho uno de los íconos más
comerciales y populares de la historia.
Che Fríjol, 2000. Obra de Vik Muniz.
Habría que preguntarse qué
tiene esta imagen para ser tan atrayente, para que gente famosa y anónima la
porte, por ejemplo, como un tatuaje, como sucede también con otros íconos. ¿Qué
tiene, en fin, para tener tanta circulación en todo el mundo? Es decir, además
de los descontados atractivos físicos y fotogénicos del retratado y de las
calidades del fotógrafo. Se ha dicho y escrito tanto al respecto: que en ese
rostro y en esa mirada están la indignación ante el bárbaro hecho contra el
buque fondeado en La Habana; la indignación viva ante la injusticia social en
general; que Korda intuyó la grandeza de la foto para la posteridad; que ella
expresa, como ninguna otra, el altruismo del personaje; que es como la imagen
histriónica y carismática de un personaje mundial en su mejor momento; que conecta
rápida y entrañablemente con la gente; que su mirada es comparable a la de la
Mona Lisa de Leonardo; que invita a gente del arte a trabajar sobre ella (como el
brasileño Vik Muniz, que realizó una curiosa réplica del rostro utilizando un
potaje de frijoles enlatados y luego lo fotografió); que es la imagen
antológica del mártir revolucionario latinoamericano per se; que parece ser la
figura de un ídolo del deporte o el mundo del entretenimiento; que sintetiza el
radicalismo de las estéticas e ideologías engendradas en América Latina (muralismo mexicano, antropofagia brasileña, teoría
de la dependencia, cinema novo, boom literario, nueva canción, pedagogía y teatro del oprimido, teología de la liberación...). Y así. Ese
rostro legendario tiene tantas lecturas como reproducciones y usos ha tenido.
Por lo pronto, quisiera repetir
con el escritor cubano Iván de la Nuez que, efectivamente, “símbolo y síntesis,
aquél fue también un rostro proyectado sobre un puente. Al igual que el cuerpo
ardiendo de Giordano Bruno, que se plantó como una antorcha entre el medioevo y
el mundo del Renacimiento, la pieza fotográfica de Korda fue un producto
cultural a caballo entre la utopía moderna de una revolución mundial que no
pudo ser y la realidad posmoderna de esa revolución que, por imposible, no ha
quedado otro remedio que estetizarla”.[iii]
El
rostro del hambre
Siendo el arte uno de los
territorios que mejor logra resignificar una imagen, una palabra o un sonido
conocidos, el nuevo rostro del Che que representó Viz Muniz es un interesante
ejercicio de desmitificación de la imagen-fetiche del Che. Muniz realiza una
doble operación. Primero emplea un alimento industrial de consumo masivo como
son los frijoles enlatados para re-hacer los rasgos del Che a partir de la foto
de Korda: recurre, por tanto, a un producto de mercado como material preliminar
de trabajo, equiparando el acto de masificación del cual la propia imagen ha
sido objeto. La pregunta que cabe hacerse es por qué un alimento para tratar la
imagen. ¿Tiene que ver con el hambre que aun y dramáticamente sacude a nuestro
subcontinente? Y segundo, Muniz emplea el mismo soporte que usó Korda para
retratar a Guevara, la fotografía, sólo que esta vez ya no es un ser de carne y
hueso el retratado sino un extraño dibujo a base de un potaje de frijol. Titula
su fotografía Che Frijol. Este volver
a hacer el rostro del Che nos muestra menos al guerrillero heroico que a un
continente con hambre. O lo que escondía el rostro más reproducido del mundo y
que nadie hasta entonces había querido mostrar. ¿Un acto de contra-representación?
[i]
Alberto Díaz “Korda”, citado por Mireya Castañeda en “La más famosa foto del
Che”, en http://www.granma.cu/che/korda.html.
[ii]
Alberto Díaz “Korda”, citado en La Nación, “Subastan la foto mítica del Che
Guevara”, en http://www.lanacion.com.ar/1640994-subastan-la-mitica-foto-del-che-guevara.
[iii]
Iván de la Nuez, “Por una imagen que escuche”, en Trisha Ziff, comp., ¡Che! Revolución y mercado, Barcelona,
Instituto de Cultura del Ayuntamiento de Barcelona / Turner, 2007, p. 4.
[iv] Ibíd., p. 5.
[iv] Ibíd., p. 5.
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