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El rock ha sobrevivido seis
décadas. En sus comienzos, cuando no era más que música negra bailable tocada
por negros y eventualmente por blancos, no se le auguró ninguna perdurabilidad.
Fue ferozmente rechazado por una Norteamérica blanca, adulta, heterosexual,
conservadora y puritana. "El rey” Elvis Presley, blanco sureño que se había
atrevido a cantar y a moverse como negro en el escenario, pronto fue llamado a
prestar servicio militar lejos de su país durante dos años, con lo cual el
nuevo, rebelde y juvenil ritmo se quedaba sin su mayor ícono. Otros como Jerry
Lee Lewis (conocido como “el asesino” por su forma de tocar el piano, cantar y
hacer sus shows) y el genial Chuck Berry, el primer gran guitarrista y
compositor de rock and roll, se vieron envueltos en líos judiciales que los
alejaron de los escenarios y las grabaciones (Berry fue a prisión en 1959), y
para acabar de completar el jovencísimo y prometedor Buddy Holly murió en un accidente
aéreo. El rock and roll parecía acabado. Pero en los sesenta surgiría una
brillante generación de rockeros a ambos lados del Atlántico que le dieron lo
que necesitaba para revitalizarse y ser mucho más que música de baile. Bob
Dylan lo llenó de poesía, letras elaboradas y un carácter político. Los Beatles
le dieron otras armonías y sonoridades. Los Rolling Stones definieron su identidad
con un primitivismo, una fuerza y una energía dionisiacas. Jimi Hendrix le dio un
virtuosismo y una capacidad de improvisación cercanas al jazz. Pink Floyd, un
sonido progresivo, conceptual y artístico (el art rock). Pero fue un neoyorkino el primero que le dio, si cabe
decirlo, honestidad al abordar abiertamente en su obra temas como la sexualidad,
la muerte y las drogas: Lou Reed, que murió el pasado 27 de octubre a los 71
años.
Reed -cuyo
nombre de pila era Lewis Allen Reed- fue uno de los fundadores,
en 1964, de una banda neoyorkina que llamaría la atención de Andy Warhol, que
sería su mánager por un tiempo, y que adoptaría el nombre de The Velvet Underground.
En 1966 grabaron su primer álbum, titulado The
Velvet Underground and Nico, nombre que por aquel entonces tenía la banda
debido a la incorporación, por imposición de Warhol, de la modelo alemana Nico (figura
de la célebre Factory warholiniana) como vocalista junto a Reed. Ninguna
disquera quería editar un álbum que hablara con crudeza (y no en un lenguaje
figurado) de drogas y sexo. Hablar de amor y paz era más seguro y rentable, pero
Warhol logró que una disquera corriera el riesgo y lanzara el álbum en 1967, año
de la psicodelia y el verano hippie del amor. Además del descarnado contenido
de sus letras el disco era vanguardista (innovadores arreglos y experimentación
sonora, ruidos, distorsiones, otros modos de tocar) y esto tardaría en ser
reconocido. Warhol diseñó la carátula y figuró como productor, aunque en
realidad no produjo ninguna de las once canciones. Con el poder que ya tenía
dentro de la banda, Reed despidió tanto a Warhol como a Nico. El álbum fue un
fracaso en ventas y las estaciones de radio se resistían a difundirlo por la
temática de sus canciones. Hoy es considerado uno de los mejores álbumes de
todos los tiempos. La corta carrera de Reed con los Velvet dejó otros álbumes memorables
como White light/White heat (1968), The Velvet Underground (1969) y Loaded (1970). Sin embargo Reed había propiciado
la salida de la banda de uno de sus pilares, John Cale, que era un músico de
conservatorio. Según parece fue una cuestión de ego y liderazgo: Reed quería
ser el motor de la banda.
Reed (tercero de izq. a der.) en los días de The Velvet Underground
Imagen: http://www.planetaindie.com/musica-indie/the-velvet-underground-%E2%80%9Cup-tight%E2%80%9D-el-libro
Reed abandonó The Velvet Underground en 1970.
En su carrera como solista siguió explorando el lado oscuro de la naturaleza
humana y, por otro lado, el mundo sonoro. Tras grabar importantes trabajos como
el provocador Transformer (1972, producido
por David Bowie en un estilo glam rock), con letras incisivas que hablaban,
entre otras cosas, de prostitución y drogas, pese a lo cual se convirtió en su
mayor éxito, volvió a la carga con un álbum demoledor que irritó a muchos,
incluso a la crítica establecida, por su turbulento contenido: Berlín (1973), obra conceptual y algo
cercana al rock sinfónico que volvía sobre el tema de las adicciones a las
drogas duras y narraba un suicidio. Exasperó luego con un álbum netamente experimental:
Metal music machine (1975), hora y
media de ruidos, efectos e instrumentos distorsionados, sin letras ni voces. Una
suerte de instalación sonora en un momento de álgida experimentación en el arte
contemporáneo; un antecedente del rock industrial de décadas posteriores; un
trabajo marginal e intocable que era como una patada al estómago de la misma industria
musical, más allá del desquite que Reed quería tomarse de su disquera, RCA, que
estaba a punto de abandonar.
Reed fue un músico y compositor
prolífico que además del cuidado que le confería a sus letras siempre se
mantuvo interesado por los estilos y los géneros, tanto musicales como
literarios y escénicos. Además de rock and roll imbricó en su obra otros registros
como el pop, el jazz, el funk, la música clásica o la new age; y en sus letras supo
tomar elementos de poesía, novela y teatro. Quería contar historias que
fastidiaran a muchos y pusieran a pensar a otros. De su delirante y alucinógena
etapa se destaca también su álbum The bells
(1979). Se cuenta que a comienzos de los ochenta Reed logró superar su
dependencia del alcohol y las drogas. En esa nueva etapa grabó trabajos de gran
calidad como The Blue Mask (1982), New York (1989, uno de sus más logrados
álbumes) y Songs for Drella (1990, sobre
la vida de Andy Warhol, que hizo junto a su ex socio de Velvet John Cale). Su experimentación y vanguardismo retornó en
obras como Hudson River wind meditations
(2007, álbum instrumental de relajación, cuando ya era un practicante del Tai
Chi), The creation of the universe
(2008) y Lulú (2011, grabada con Metallica,
la banda de trash metal), su último álbum, inspirado en una truculenta obra teatral.
Reed en un concierto en Nueva York en 2007
Así, pues, Lou Reed deja al
mundo una vasta obra que cubre cinco décadas de música, crisis y cambios a todo
nivel, en su propia vida y en la de la humanidad. Él había sido uno de los
sobrevivientes de una generación que lo probó y vivió todo. Queda una obra musical que
recorre los caminos de Eros y Tánatos al estilo de un poeta y cronista insobornable
del rock y de la vida. La resonancia mundial que ha tenido su deceso demuestra,
por otra parte, la vitalidad del rock pese a que muchos de sus forjadores
murieron prematuramente (Hendrix, Joplin, Morrison, Presley, Lennon…). Larga
vida al rock. Y muchas gracias Lou.
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