sábado, 25 de mayo de 2019

VIAJE POR LA EUROPA MEDITERRÁNEA (4): ESPAÑA (II)

Alcázar de Segovia

Texto y Fotos: JAIME FLÓREZ MEZA

Y el musulmán lo perdió todo,
la casa, el sueño y la heredad
en nombre de la cristiandad.


Joan Manuel Serrat, Por las paredes (mil años hace), fragmento
© Sociedad General de Autores de España (SGAE)

     Patio de los Leones en los Palacios Nazaríes, la obra más conocida del excepcional conjunto arquitectónico y natural que es La Alhambra

Granada

Granada fue la última provincia andalusí, la que fuera gobernada por la dinastía Nazarí hasta aquel infausto 2 de enero de 1492 en que los reyes católicos tomaron la ciudad poniéndole fin al renacimiento árabe en la península. Cuentan que cuando entraron en la Alhambra (en árabe “castillo rojo”, aunque otros sostienen que su etimología hace referencia a Abu Al-Ahmar, su fundador, conocido como “el rojo”) quedaron tan encantados con ella que, menos mal, no la destruyeron ni construyeron sobre ella templos u otras cosas que la socavaran. De todas maneras la ciudadela no se libró de que en uno de sus predios levantaran una iglesia y que su mezquita fuera convertida en capilla, ni que el desquiciado emperador Carlos V (I de España) mandara construir un palacio para su ego, como si no le bastara con todo lo que los Nazaríes habían edificado durante sus doscientos cincuenta años de permanencia en Granada. Posiblemente se trate de la obra cumbre del arte andalusí. Alguna vez vi un dibujo de la Alhambra hecho por Federico García Lorca, que la amaba, en un libro que no sé dónde habrá ido a parar. A partir de entonces empecé a imaginarla. Pasaron muchos años para que al fin pudiera conocerla. Era uno de los objetivos de todo el viaje, así que ya se imaginará mi emoción antes, durante y después de visitarla. Es uno de los más bellos lugares que haya conocido jamás: un refinadísimo conjunto de jardines, palacios, caminos, bosquecillos y murallas que da cuenta del elevado nivel de conjunción del arte con la naturaleza. No podían haber elegido mejor lugar los Nazaríes para levantarla que aquellas preciosas colinas. Claro, era también cuestión de estrategia militar y política en una ciudad que en cualquier momento los cristianos podían tomar. El guía granadino decía que a pesar de la subyugante belleza de la Alhambra no es hoy ni la sombra de lo que fue en los siglos XIV y XV, toda vez que en los siglos siguientes fue saqueada, incendiada y se convirtió en guarida de gitanos, delincuentes y prostitutas durante dos siglos, hasta que al fin en el XIX viajeros, poetas y pintores románticos empezaron a recuperarla en sus obras; pero fue un diplomático y escritor estadounidense, Washington Irving, quien acaso hizo más por ella y la rescató para la posteridad en su obra Cuentos de la Alhambra, y luchó por su reivindicación ante el reino de España.

La Alhambra. Sala de Abencerrajes

El otro lugar esencial de Granada es el Albaicín, el barrio árabe, cuyo significado no es del todo claro: algunos dicen que deriva de Baeza, un reducto musulmán en la península cada vez más sitiada por los cristianos; otros, que su significado sería “arrabal de los halconeros”. El barrio se levanta a orillas del río Darro, al este de la ciudad, y es como una pendiente de preciosas callecitas, casas y cármenes a ambos lados del río que luego se pierde. Según el Diccionario Enciclopédico Espasa, un carmen es “una quinta con huerto o jardín”; en todo caso se trata de una típica vivienda granadina de fachada blanca, con jardín y huerto interiores, algunas de tal sofisticación que cuestan una fortuna. En la parte baja del Albaicín hay bares, restaurantes,  palacios, teatros, comercios e iglesias de la época ya cristiana. Desde cualquier punto se divisan la Alhambra y el Generalife. El ambiente es maravilloso, es un conjunto urbano que mantiene ese espíritu andalusí de convivencia con la naturaleza. Sin embargo, así como hay una devoción por la belleza arquitectónica, urbanística y natural que embellecieron los andalusíes, está ese otro culto a una supuesta cristiandad heroica y salvadora que simbolizan los reyes católicos Isabel y Fernando, con el infaltable monumento y plaza que representa la sumisión de Colón y el poderío de aquellos; y, lo que es aún más sagrado para los granadinos, la Capilla Real, el segundo monumento granadino más visitado después de la Alhambra, famosa por las tumbas manieristas de aquella pareja que rompiera trágicamente la historia de España y del futuro Nuevo Mundo, y por todo el conjunto que es un homenaje, al menos así me lo parece, al oscurantismo español, todo lo contrario de lo que representa la Alhambra luminosa. Uno de los mayores contrastes culturales y naturales que recuerdo haber visto.

La Alhambra vista desde el Albaicín, el tradicional barrio árabe

Decir que Granada es una ciudad bonita, y su gente aún más, no me basta. Siempre repito que a las ciudades las hacen sus gentes, y los andaluces me parecen simpáticos y seductores. Es que con todo el cruce de culturas que tienen y su abrasador verano, creo que no podría ser de otro modo. Capaces de una sensibilidad asombrosa que produjo criaturas como Federico García Lorca, Manuel de Falla, Velásquez, Murillo, Paco de Lucía, Antonio Machado… Y ya que menciono otra vez a García Lorca, es de lamentar que haya confiado que su Granada natal, que se declaró nacionalista al estallar la guerra civil en 1936, le fuese a proteger de los fascistas y haya hecho caso omiso de sus amigos que lo aconsejaron quedarse en Madrid; como también que los republicanos se atrincheraran, justamente, en el Albaicín, lo que los puso a merced de Franco que tomó la Alhambra y desde ahí liquidó la resistencia. Y ya no me quedó tiempo de visitar la casa natal de García Lorca en el pueblo granadino de Fuente Vaqueros, convertida en museo desde 1986.

La orgullosa Sevilla

En paz descansen esplendores
de amor cortés y trovadores.
Dueños del camino del mar,
no había pez que se atreviese
a transitarlo sin llevar
las cuatro barras en el lomo.
Joan Manuel Serrat, Por las paredes (mil años hace), fragmento

Plaza de España

Aquí empiezan las cuatro S (Sevilla, Santiago de Compostela, Salamanca y Segovia). Ahora que lo pienso los sevillanos son exagerados, o muy regionalistas, lo que es hasta comprensible por el papel protagónico que ha jugado su ciudad en la historia y la cultura de España, sobre todo a partir del todavía mal llamado descubrimiento del Nuevo Mundo, que solo lo era para los europeos. Es que con la conquista inmisericorde (¿es que acaso alguna conquista no lo es?) del nuevo continente, la ambiciosa Sevilla se transformó en uno de los principales puertos del mundo y con ello en el centro económico de España, toda vez que por ahí entraban las riquezas del saqueo de las colonias americanas que forjaron el Imperio español. Y no sigo más porque esa es una historia conocida. Porque en realidad lo que quería decir es que, por más visitada que sea Sevilla con todos sus atractivos y más espectacular que sea su Plaza de España (que pretende celebrar todas las culturas y provincias españolas), no creo que alguna vez haya sido el segundo monumento más visitado del mundo (como me lo dijo un sevillano), pues ni siquiera ha de ser el más visitado de España. Según he podido indagar el primer lugar lo ocupa el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia en Barcelona, cuya terminación se espera para 2026, y el segundo la Alhambra. Claro, eso no le resta belleza ni importancia, ni mucho menos turismo, a la capital de Andalucía, que es uno de los principales destinos del país, de hecho es el tercero después de Barcelona y Madrid. Otro por ahí decía que es la ciudad más bella del mundo.

El río Guadalquivir. Al fondo el barrio de Triana

La Sevilla que vi, recorrí y palpé, en cambio, me parece que fue el modelo para la edificación de ciudades como La Habana, Cartagena de Indias y muchas otras del Nuevo Mundo. Creo que era una de las ciudades que más se quería reproducir en las colonias españolas. El centro histórico de la ciudad, cuyo casco antiguo es el más grande de España y el tercero de Europa, es realmente impresionante, con el Guadalquivir que lo separa del tradicional barrio de Triana y que ya promete el mar. Sevilla es, ciertamente, muy bohemia, cuna del flamenco, de grandes pintores, músicos y escritores; pero otra cosa es que el flamenco lo hayan comercializado para el supuesto disfrute de los turistas en restaurantes en los que se intenta dar vida en un tablao a esa música y danza que yo también amo. Afortunadamente me lo advirtieron en Granada. El flamenco es para oír y ver, sin hacer nada más, en un teatro. Tiene que ser un recital para que se pueda apreciar su arte y no un espectáculo de restaurante-bar. Claro, en Sevilla también hay teatros para el goce auténtico del flamenco, pero fue en Granada donde entendí y logré percibir su espíritu, que me hablaba de gitanos perseguidos y estigmatizados, de musulmanes vencidos, burlados y expulsados de su al-Andalus, de las tragedias lorquianas; en fin, de un profundo dolor y un intenso placer andalusí.

Detalle del Real Alcázar de Sevilla

Como Sevilla fue reconquistada por los cristianos antes que Córdoba y Granada, el peso del catolicismo es apabullante. La catedral sevillana es la catedral gótica más grande del mundo. Fue construida en el lugar donde estaba la mezquita de la ciudad, de la cual solo se conservó la torre o alminar que se conoce como La Giralda. Por doquier hay templos, pero mucho mudéjar y monumentos de estilo andalusí con sus variantes (almohade, almorávide, etcétera). El más sobresaliente, en mi opinión, es el enorme alcázar, el más bello que he visto. Los museos también tienen mucho encanto, como el de bellas artes, el etnográfico y de artes populares y el arqueológico, que fueron los tres que visité. En estos dos últimos me dejaron entrar gratis, no sé si por condescendencia por aquello de la colonización americana, pero en cualquier caso lo agradezco. A pesar del “sabor amargo del llanto eterno” del que hablaba Serrat, Sevilla se camina como si no hubiera un mañana. Y de hecho yo no me pude ir cuando pensaba hacerlo sino cuando la ciudad me lo permitió, además los incontables patios sevillanos con su fuente o su aljibe arabesco son una maravilla y no se puede partir de la ciudad sin verlos.

Patio sevillano

Santiago de Compostela

Mil años hace que el sol pasa
reconociendo en cada casa
el hijo que acaba de nacer,
que el monte dibuja perfiles
suaves, de pecho de mujer,
que las flores nacen discretas
y las bestias y la luz también.
Mil años para nuestro bien.
En cada valle una gente
y cada cala esconde
vientos diferentes.

Joan Manuel Serrat, Por las paredes (mil años hace), fragmento

Otoño en Compostela. Parque de la Alameda

Aquí estamos ya en el noroccidente de España, en Galicia. Otra cultura, otra lengua vernácula, el gallego. Yo venía de Portugal, más exactamente de Oporto. Todo parece indicar que el nombre de Compostela puede derivar del latín Campus stellae, “campo de estrellas”, o de Composite tella, “tierras hermosas”. Desde mi llegada no pude resistirme a visitar la famosa plaza de la Catedral de Santiago, cuyo conjunto arquitectónico está supremamente bien conservado. La visita a la catedral resulta obligada y su preciado y sublime centro histórico se recorre fácilmente. Santiago de Compostela se funda como tal a partir de la leyenda del apóstol Santiago, cuyos despojos habrían llegado, según una de las versiones, hasta las costas de Galicia en el siglo IX después de una travesía por el Mediterráneo, remontando las costas de Portugal hasta llegar al enclave gallego dominado entonces por el rey de Asturias. La leyenda no solo dio lugar a la ciudad cristiana sino que, usada con fines políticos y religiosos (dos caras de una misma moneda), convirtió a Compostela en un destino místico de peregrinación desde hace más de mil años: el camino pedestre de Santiago, que para los esotéricos es uno de los caminos iniciáticos y para los turistas de aventura una experiencia que merece la pena vivirse.
   
Mil años hace que el sol pasa
pariendo esa curiosa raza
que con su llanto hace un panal.
Y de su sangre y su derrota,
día de fiesta nacional.
Que con la fe del peregrino
jamás dejó de caminar,
de trabajar y de pensar.
Empecinado,
busca lo sublime
en lo cotidiano
.

Joan Manuel Serrat, Por las paredes (mil años hace), fragmento

Plaza y Catedral de Santiago. Algunos peregrinos rezan o meditan tras la meta cumplida

Por cierto, Ramón María del Valle-Inclán, ese gran dramaturgo, poeta y escritor español, murió en esta ciudad y la estatua esperpéntica que lo celebra (como si de uno de sus esperpentos teatrales se tratara) no deja de ser llamativa y me recuerda las de Modigliani. Nótese la manquedad del brazo izquierdo, que le fuera amputado como consecuencia de un duelo cuando contaba con 32 años.

Estatua que representa a Ramón María del Valle-Inclán

Salamanca
                              
De un ambiente muy agradable, de gente amigable y cordial, eminentemente universitaria como quiera que cuenta con una de las universidades más viejas del mundo, con sus ochocientos años de historia. Ciudad de leyendas y mitos, como el de La Cueva de Salamanca que muchos recrearon, entre ellos Cervantes en su divertidísimo entremés. En fin, es una ciudad que se recorre con inmenso deleite, como si no importara nada más. Acá ya no estamos ante la solemnidad de Santiago y lo de los peregrinos y el famoso y transnacional camino. No, acá la religiosidad es más erasmista si se quiere. Que sea la rana un ícono de la ciudad es un rasgo profano y picaresco, aunque hoy en día masificado en souvenirs para turistas, presente en representaciones que van desde el antiguo Egipto a las catedrales góticas y la pintura de Hieronymus Bosch (El Bosco), concretamente Los siete pecados capitales y El jardín de las delicias, que la asocian con la lujuria y la muerte. La rana se encuentra en el laberíntico pórtico de la universidad y su visualización es tan popular que ya en su momento decía don Miguel de Unamuno: “No es lo malo que vean la rana, sino que no vean más que la rana”.

                 Magistral cita de Cervantes a un costado de la Plaza Mayor, que describe el espíritu salmantino

Salamanca es una ciudad literaria, una ciudad-libro además de ciudad-museo, protagonista de grandes relatos, aunque esta circunstancia no la vuelva excepcional. Además de todos los escritores que estudiaron en su universidad, es la ciudad del Lazarillo de Tormes, nombre del río que la atraviesa (el Tormes) y sobre cuyos pantanos se encuentra un puente romano. La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades es la obra cumbre de la picaresca española, prohibida por la Inquisición debido a su contenido crítico, pesimista y moralizante con los vicios del poder eclesial y la sociedad de su tiempo.

Vista parcial del casco viejo de Salamanca

Descansa en paz, ancestral grey
vendida por tu propio rey.
De mártires y traidores
enlutaron tus campos
los inquisidores.
Y la dictadura...
Joan Manuel Serrat, Por las paredes (mil años hace), fragmento

Aunque es una ciudad por la que pasaron diversas culturas dejando su impronta, yo diría que Salamanca tiene una personalidad barroca, como Sevilla. Las tres experiencias barrocas de las que hablaba el filósofo ecuatoriano-mexicano Bolívar Echeverría están muy presentes en ella: la estética, la lúdica y la festiva. Es que se trata de una ciudad de una tranquilidad, belleza, creatividad, ambiente y bohemia en la que da mucho gusto estar. Y se entiende que haya inspirado a numerosos creadores a través del tiempo. Sobre el origen de su nombre se sabe que en la antigüedad los iberos y vacceos la llamaron Helmántica, a partir del cual vendrían otras variaciones como Salmantica hasta llegar, finalmente, a Salamanca.  Por otra parte, a ella le debemos la publicación, justamente en 1492, de la primera gramática del castellano, escrita por el sevillano Antonio de Nebrija.   

Segovia

El bimilenario acueducto romano de Segovia

Solo una cosa puede lamentarse de Segovia: no permanecer más horas o días en ella. Y era el último destino antes de volver a Madrid. Y la recorrí como si en ello me fuera la vida. El famoso acueducto romano me embelesó con sus 28,10 metros de altura máxima, sus 958 metros de arquería en su recorrido por la ciudad, sus 166 arcos, sus más de dos mil años de historia: fue terminado en el 74 a. C. En total son 15 kilómetros desde su origen en la Sierra de Guadarrama. Claro, hay acueductos más largos que construyeron los romanos a lo largo y ancho de su vastísimo imperio. Segovia, en síntesis, es una obra maestra del ingenio humano y natural con su acueducto, su judería, su alcázar, su muralla, su gente, su naturaleza.

Detalle del centro histórico de Segovia

Y como este recuento viajero ha tenido su banda sonora, voy a citar nuevamente a Serrat como conclusión de estas divagaciones. Porque lo que he intentado decir lo dice él magistralmente en Por las paredes (mil años hace), digna de un Antonio Machado, en mi opinión:

Patria pequeña y fronteriza,
mil leches hay en tus cenizas,
pero un soplo de libertad
revuelve el monte, el campesino,
el marinero y la ciudad.
Que la ignorancia no te niegue,
que no trafique el mercader
con lo que un pueblo quiere ser.



martes, 14 de mayo de 2019

VIAJE POR LA EUROPA MEDITERRÁNEA (3): ESPAÑA (I)

Texto y fotos: Jaime Flórez Meza


Madrid. Plaza Mayor



Mil años hace y unas horas
que con manos trabajadoras
se amasa un pueblo de aluvión.

Con sangre murciana y de Almería
se edificó una exposición.


Ferroviarios, labradores,
dulces criadas de Aragón,
caricias de este corazón.
Y lágrimas oscuras
de los andaluces.



Joan Manuel Serrat, Por las paredes (mil años hace)
© Sociedad General De Autores De España (SGAE)


Volver a España después de veintitantos años era una asignatura pendiente, por lo que en mi caso el regreso fue más tarde que temprano. Los recuerdos del primer viaje eran difusos, pero fue otra vez Madrid el comienzo de un periplo español y europeo. Rastrear el origen de la ciudad no es tarea fácil, sin embargo el propio origen del nombre ya es fascinante: parece ser que en el siglo VII d. C. hubo un asentamiento visigodo llamado Matrice, es decir, matriz o arroyo. La ciudad ve la luz en el siglo IX por cuenta de los musulmanes, que por entonces ocupaban buena parte de Hispania (nombre dado por los romanos a la península ibérica), de hecho es fundada por el emir Mohamed I como Maŷriţ o Maǧrīţ. El nombre sería castellanizado como Magerit, luego quedaría en Magrit y, finalmente, Madrid. 

      Madrid. Barrio de Lavapiés

Los flujos de migración provenientes de todos los continentes cambiaron a Madrid, quizás fue ese el mayor cambio que noté, esto es, una ciudad mucho más multicultural, de lo cual da fe el barrio de Lavapiés, uno de los más multiculturales de Europa como quiera que está habitado por gentes que provienen de alrededor de noventa países. Es una barriada bohemia, de vida nocturna muy animada, teatros y el popular mercado de San Fernando, entre otros atractivos.

Madrid. Detalle de la fachada donde funcionaba la imprenta que en 1604 hizo la primera edición de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha

Una constante en todo mi viaje fueron los parques y los museos. Para mí ambas cosas son de lo más cercano al Paraíso, y en Madrid, por ejemplo, están los jardines del Palacio Real (convertidos en parque público con el establecimiento de la democracia en 1977) y El Retiro, que son absolutamente encantadores. En cuanto a museos, el Museo Nacional del Prado es uno de mis favoritos y he visto con beneplácito que se ha convertido en uno de los más importantes y visitados del mundo. No en vano tres de los artistas que son celebrados en él han llamado profundamente la atención de especialistas y profanos en los últimos siglos. Me refiero a El Bosco, Velásquez y Goya. Claro, cómo no podía dejar de ver, ahora sí con otra mirada El Jardín de las Delicias, que no es solo una grandiosa obra de arte sino una prueba y un testimonio de que el arte sí puede tener una conexión profunda con la ciencia y el pensamiento, como lo deja en claro Yuval Noah Harari en su último libro. Esa fue una de las lecciones del Renacimiento, reconciliar tres cosas y sujetos que van por caminos separados: el artista como científico y filósofo y viceversa. No muy lejos de ahí está Velásquez, quien aunque pintor cortesano estaba también adelantado a su época y con una sola de sus obras revolucionó la historia del arte: Las Meninas, que cambió la idea misma de representación al preguntarnos qué es lo que realmente se representa en una obra, como quiera que mereció un sesudo ensayo de Foucault en Las palabras y las cosas. A primera vista lo que se propuso el artista era algo trivial pero a la vez único e inédito hasta entonces: representarse a sí mismo pintando, para el caso, a la pareja real. ¿Cómo lo hizo, qué técnicas y recursos empleó para lograrlo? Velásquez nunca lo explicó, pero lo que sí es un hecho es que debía de tener un buen conocimiento y manejo de física, matemáticas y geometría para conseguir semejante composición en la que el propio artista ya no se incluye entre los personajes de su obra como un espectador (como hacían algunos artistas del Renacimiento italiano como Rafael y Botticelli). El artista aparece ahora creando la obra. Los debates aun no cesan. Como El Bosco, Velásquez habrá querido ponernos a pensar en la misma naturaleza del arte, de las cosas y de la vida como tal. Y lo sigue logrando hasta el día de hoy. ¿Qué podría decir de Goya? Aprendí a amar su obra desde que mi madre compró una reproducción de La Vendimia cuando yo era niño. Uno de los grandes maestros de la pintura de todos los tiempos, que supo recrear la vida de España en uno de los períodos más turbulentos de su historia. Que solo como los genios saben hacerlo pudo mirar y representar la naturaleza y la condición humanas desde lo local para ser el gran pintor universal que es.  
En 2019 el Prado cumplirá doscientos años de vida. Inaugurado el 19 de noviembre de 1819 como Real Museo de Pintura y Escultura, se calcula que la colección total del museo comprende hoy más de 35 000 objetos entre pinturas, esculturas, dibujos, fotografías, mapas y otros tantos. Su alabada pinacoteca, la más importante en pintura europea a nivel mundial, reúne 8045 obras, y en escultura abarca 9561. Otros grandes pintores reunidos en el Prado son Tiziano, Rafael, Veronese, El Greco, Rubens, van Dyck, Tintoretto, Murillo, Ribera y Zurbarán, entre otros.   

Museo del Prado. De la colección de esculturas 

Otra visita obligada es el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, que guarda entre sus tesoros el Guernica de Picasso, una de las grandes obras del siglo XX, aquella que el gran artista malagueño pintara en un amplio taller de París en 1937, por encargo del gobierno de la Segunda República española, para representar el horror de la guerra. Madrid es un lienzo infinito de historias por descubrir  y aventuras por vivir. Las mías son apenas una pincelada. 
 
Barcelona

Venía siguiendo la ruta del Mediterráneo desde Génova, pasando por Niza y Mónaco, para iniciar, ahora sí, mi inmersión por España. Era la forma de volver a hablar en el idioma que compartimos incluso con las comunidades autónomas españolas que tienen su propia lengua. Barcelona tiene un significado especial para mí. Como sucede a veces con las ciudades yo a ella la empecé a descubrir por la música, ese fue mi primer acercamiento. Las canciones de Joan Manuel Serrat me dibujaron un poco lo que podía ser la capital de Cataluña. Otros artistas también me ayudaron a imaginarme el “esprit” de Barcelona: Gaudí y Miró. Y antes de los tres, la vieja enciclopedia Salvat que aun reposa en la biblioteca de mi casa familiar. Los orígenes de la ciudad se remontan al siglo VI a. C. con un asentamiento griego en la región de Ampurias, pero será en el I a. C. cuando bajo domino romano se funde como Colonia Julia Augusta Paterna Faventia Barcino. Tras la caída del Imperio Romano la ciudad se convierte en el siglo V d. C en capital del Imperio Visigodo, que a su vez llega a dominar tanto lo que es la Hispania como la Galia. 

El Gran Teatro del Liceo, centro de la ópera en Barcelona y escenario de conciertos y espectáculos varios

Barcelona es lo que yo llamo una ciudad-museo, pues además de sus apreciados museos (la Casa Batlló, la Pedrera, el Picasso, el de la Erótica…), de inefables obras arquitectónicas como el Templo de la Sagrada Familia, es todo un museo urbano con obras de arte como el Barrio Gótico, las plazas, los palacios, los teatros, los parques, los escenarios deportivos, el mercat St. Josep de La Boquería, las ramblas, el puerto.
Detalle del Barrio Gótico

El port de Barcelona es para mí, entre otras cosas, dos canciones serratianas: Mediterráneo y Vagabundear. Entonces, era demasiado importante recorrerlo y sentir palabras como estas: “Yo, que en la piel tengo el sabor amargo del llanto eterno, que han vertido en ti cien pueblos  de Algeciras a Estambul para que pintes de azul sus largas noches de invierno”. Y hacerlas mías. La otra es mi canción, la que me impulsó a los veinte años a hacer lo que el propio Serrat cantaba en otra: “… cerré mi puerta una mañana y eché a andar [...] dejé los montes y me vine al mar [...] se hace más corto el camino aquél”. Y la que me sigue animando todavía a seguir un incorregible camino de nómada: “Harto ya de estar harto ya me cansé / de preguntarle al mundo por qué y por qué / La rosa de los vientos me ha de ayudar / Y desde ahora vais a verme vagabundear / Entre el cielo y el mar vagabundear/ Como un cometa de caña y de papel / me iré tras una nube pa serle fiel / a los montes, los ríos, el sol y el mar / A ellos que me enseñaron el verbo amar…”. Me parece curioso que Serrat, a quien he visto en vivo tres veces, no la incluya en su repertorio. En mi opinión es una de sus mejores canciones. Mediterráneo nunca puede faltar, además fue seleccionada como la mejor canción española en cincuenta años (1954 – 2004). Yo también comparto esa memoria sentimental de los españoles y sospecho que la voz de Serrat se seguirá oyendo a lo largo de esta nota como lo ha hecho desde su inicio.

Puerto de Barcelona

Valencia

La historia de España siempre ha estado atravesada por dinámicas multiculturales, como ya lo he señalado en el caso de Madrid –que, desde luego, no es el único en el país pero sí uno de los más representativos- y de eso que en Latinoamérica se dio en llamar interculturalidad, esto es, los procesos de convivencia, intercambio, fusión, simbiosis y sincretismo entre las prácticas culturales que los pueblos llevan consigo y confrontan, reconociendo las tensiones que estos encuentros conllevan, así como la alteridad y la otredad que, de un modo quizás inevitable, desencadenan conflictos sociales, políticos, religiosos e, incluso, militares y bélicos. En una de sus menos conocidas y más bellas canciones, Por las paredes (mil años hace), dice Serrat:

Mil años, que el hombre y la guerra
dieron lengua y nombre a la tierra
y al pueblo que rindió a sus pies,
la plata del olivo griego,
la llama persa del ciprés.
[...]
Íberos y romanos,
fenicios y godos,
moros y cristianos.

La Puerta o Torres de Serranos, del siglo XIV

Todo lo que es España como una construcción sociocultural y política es el resultado de esos choques y encuentros naturales y culturales, que portaban una diversidad de signos y símbolos que dieron lugar a ese crisol de provincias y comunidades autónomas que es hoy el país. Valencia es una muestra de la evolución de esta circunstancia. Su bellísimo centro histórico, y toda la ciudad como tal, da fe de esa interculturalidad que la hizo posible, compartiendo la misma lengua vernácula catalana, que en esta comunidad se conoce como el valenciano, toda vez que una cosa son las fronteras geográficas y otra las culturales. Y si hemos de hablar de una cultura o unas culturas catalanas, Valencia es parte de ella como también lo es de las castellanas.    

 Plaza de La Virgen

Uno de los procesos histórico-culturales más interesantes que viviera España fue el de la presencia musulmana durante casi ocho siglos, que en el caso de Valencia fue de cinco. Fundada por los romanos en el 138 a. C., a partir del 711 fue ocupada por los musulmanes hasta ser reconquistada por los cristianos en cabeza de Jaime I de Aragón en 1238. El Centro Arqueológico de la Almoina, ubicado en la plaza del mismo nombre, permite reconstruir la historia de la ciudad desde su fundación romana hasta el siglo XV a través de vestigios que muestran las fases urbanas, culturales y políticas por las que ha atravesado: la Valentia Edetanorum romana, la Valentia imperial, la Balansiya o ciudad islámica, la Valentia reconquistada, hasta llegar a la Valencia nuevamente cristiana de fines de la Edad Media.

Valencia. Estación de tren del Norte

Córdoba

Andalucía, o en árabe Al-Andalus (“tierra de vándalos”), era un mito para mí, desde que empecé a interesarme por las culturas árabes, particularmente por esos ocho siglos de presencia musulmana en la península ibérica, durante los cuales hubo un sorprendente florecimiento de las ciencias, la poesía, la arquitectura, la filosofía y las actividades económicas. Lo que se podría llamar el Renacimiento árabe. La mala enseñanza de la historia no me pudo aclarar las cosas, es más, creo que pasaba por alto la importancia e influencia islámica en las culturas hispanas. Otra vez, y como ya lo cité, fue Serrat quien sembró en mí la inquietud. Y luego Federico García Lorca, ese poeta y dramaturgo granadino extraordinario asesinado en los inicios de la guerra civil española. Y la historiadora Diana Uribe con su programa radiofónico La historia del mundo. Sin embargo, esos ocho siglos no fueron precisamente pacíficos ni tan gloriosos y dichosos como pudiera pensarse, pues los así llamados peyorativamente moros no solo combatieron contra los cristianos sino entre ellos mismos por el poder dentro de la península. Y las reconquistas cristianas en Hispania continuaron aun con el fracaso de las cruzadas en Tierra Santa. No deja de llamarme la atención cómo los triunfadores pretenden borrar las huellas de los cultos de los vencidos para imponer los suyos, como hicieron con templos paganos y mezquitas. Si al menos los hubieran dejado como eran y hubieran construido iglesias, capillas y monasterios en otras partes, más no sobre los formidables sitios sagrados de otros pueblos. Los templos religiosos, sean de uno u otro credo, me interesan como arte, si es que son dignos de apreciarse como tal. La mezquita de Córdoba es una grandiosa y monumental obra de arte. Pero que los cristianos cordobeses y medievales construyeran toda esa cantidad de capillas y la convirtieran en una mezquita-catedral me parece una afrenta, más que contra el Islam contra el arte. Y aún más contra la cultura y la naturaleza humanas. Al menos se cuidaron de no destruir  todos los alcázares, esos maravillosos palacios islámicos que no solo rendían culto a Alá sino a la naturaleza. El esplendor de los jardines reales las dinastías europeas lo heredaron de los musulmanes. Pero como tenían que darse su gloria a expensas de la creatividad de estos, el alcázar de Córdoba lo renombraron “de los reyes cristianos”. Gloria ajena impuesta por el vencedor.

Mezquita-catedral de Córdoba. Un detalle de lo que los cristianos no tocaron  
                              
Ciudad de origen antiguo, por ella pasaron fenicios, romanos, moros y judíos, siendo fundada por Roma como Colonia Patricia Corduba en el siglo I a. C. De la presencia romana se conservan, entre otras construcciones, el puente, uno de los símbolos de la ciudad, y las ruinas de un templo. Fue la cuna de Séneca, pensador, escritor y senador romano a quien se recuerda en una plaza, del médico y filósofo judío Maimónides, a quien se recuerda en otra, del filósofo y médico musulmán Averroes, del poeta Lucano y de Luis de Góngora, dramaturgo y poeta del Siglo de Oro español, entre otros grandes personajes. Se cuenta que llegó a ser una de las ciudades más grandes del mundo y un refinado centro cultural, urbanístico, político y económico (fue capital de un emirato independiente y de un califato). De la judería, nombre dado en la España medieval a las barriadas judías, queda el nombre y su actividad comercial. Los judíos conversos habrán mantenido la costumbre y los comerciantes de hoy probablemente provengan de aquellos. Como se sabe, de las grandes tres culturas que compartían la ciudad y el reino de Al-Andalus (dividido en una treintena después de la edad dorada de la ciudad), la cristiana que terminó imponiéndose y pisoteando a las otras al menos conservó ciertas cosas, y concretamente el legado arquitectónico que dio lugar a un estilo que se conoce como mudéjar, una simbiosis de arte andalusí y cristiano.

Detalle de uno de los edificios de la Plaza de la Corredera, la plaza mayor de Córdoba

Próxima entrega: Granada, Sevilla, Santiago de Compostela, Salamanca y Segovia.