martes, 14 de mayo de 2019

VIAJE POR LA EUROPA MEDITERRÁNEA (3): ESPAÑA (I)

Texto y fotos: Jaime Flórez Meza


Madrid. Plaza Mayor



Mil años hace y unas horas
que con manos trabajadoras
se amasa un pueblo de aluvión.

Con sangre murciana y de Almería
se edificó una exposición.


Ferroviarios, labradores,
dulces criadas de Aragón,
caricias de este corazón.
Y lágrimas oscuras
de los andaluces.



Joan Manuel Serrat, Por las paredes (mil años hace)
© Sociedad General De Autores De España (SGAE)


Volver a España después de veintitantos años era una asignatura pendiente, por lo que en mi caso el regreso fue más tarde que temprano. Los recuerdos del primer viaje eran difusos, pero fue otra vez Madrid el comienzo de un periplo español y europeo. Rastrear el origen de la ciudad no es tarea fácil, sin embargo el propio origen del nombre ya es fascinante: parece ser que en el siglo VII d. C. hubo un asentamiento visigodo llamado Matrice, es decir, matriz o arroyo. La ciudad ve la luz en el siglo IX por cuenta de los musulmanes, que por entonces ocupaban buena parte de Hispania (nombre dado por los romanos a la península ibérica), de hecho es fundada por el emir Mohamed I como Maŷriţ o Maǧrīţ. El nombre sería castellanizado como Magerit, luego quedaría en Magrit y, finalmente, Madrid. 

      Madrid. Barrio de Lavapiés

Los flujos de migración provenientes de todos los continentes cambiaron a Madrid, quizás fue ese el mayor cambio que noté, esto es, una ciudad mucho más multicultural, de lo cual da fe el barrio de Lavapiés, uno de los más multiculturales de Europa como quiera que está habitado por gentes que provienen de alrededor de noventa países. Es una barriada bohemia, de vida nocturna muy animada, teatros y el popular mercado de San Fernando, entre otros atractivos.

Madrid. Detalle de la fachada donde funcionaba la imprenta que en 1604 hizo la primera edición de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha

Una constante en todo mi viaje fueron los parques y los museos. Para mí ambas cosas son de lo más cercano al Paraíso, y en Madrid, por ejemplo, están los jardines del Palacio Real (convertidos en parque público con el establecimiento de la democracia en 1977) y El Retiro, que son absolutamente encantadores. En cuanto a museos, el Museo Nacional del Prado es uno de mis favoritos y he visto con beneplácito que se ha convertido en uno de los más importantes y visitados del mundo. No en vano tres de los artistas que son celebrados en él han llamado profundamente la atención de especialistas y profanos en los últimos siglos. Me refiero a El Bosco, Velásquez y Goya. Claro, cómo no podía dejar de ver, ahora sí con otra mirada El Jardín de las Delicias, que no es solo una grandiosa obra de arte sino una prueba y un testimonio de que el arte sí puede tener una conexión profunda con la ciencia y el pensamiento, como lo deja en claro Yuval Noah Harari en su último libro. Esa fue una de las lecciones del Renacimiento, reconciliar tres cosas y sujetos que van por caminos separados: el artista como científico y filósofo y viceversa. No muy lejos de ahí está Velásquez, quien aunque pintor cortesano estaba también adelantado a su época y con una sola de sus obras revolucionó la historia del arte: Las Meninas, que cambió la idea misma de representación al preguntarnos qué es lo que realmente se representa en una obra, como quiera que mereció un sesudo ensayo de Foucault en Las palabras y las cosas. A primera vista lo que se propuso el artista era algo trivial pero a la vez único e inédito hasta entonces: representarse a sí mismo pintando, para el caso, a la pareja real. ¿Cómo lo hizo, qué técnicas y recursos empleó para lograrlo? Velásquez nunca lo explicó, pero lo que sí es un hecho es que debía de tener un buen conocimiento y manejo de física, matemáticas y geometría para conseguir semejante composición en la que el propio artista ya no se incluye entre los personajes de su obra como un espectador (como hacían algunos artistas del Renacimiento italiano como Rafael y Botticelli). El artista aparece ahora creando la obra. Los debates aun no cesan. Como El Bosco, Velásquez habrá querido ponernos a pensar en la misma naturaleza del arte, de las cosas y de la vida como tal. Y lo sigue logrando hasta el día de hoy. ¿Qué podría decir de Goya? Aprendí a amar su obra desde que mi madre compró una reproducción de La Vendimia cuando yo era niño. Uno de los grandes maestros de la pintura de todos los tiempos, que supo recrear la vida de España en uno de los períodos más turbulentos de su historia. Que solo como los genios saben hacerlo pudo mirar y representar la naturaleza y la condición humanas desde lo local para ser el gran pintor universal que es.  
En 2019 el Prado cumplirá doscientos años de vida. Inaugurado el 19 de noviembre de 1819 como Real Museo de Pintura y Escultura, se calcula que la colección total del museo comprende hoy más de 35 000 objetos entre pinturas, esculturas, dibujos, fotografías, mapas y otros tantos. Su alabada pinacoteca, la más importante en pintura europea a nivel mundial, reúne 8045 obras, y en escultura abarca 9561. Otros grandes pintores reunidos en el Prado son Tiziano, Rafael, Veronese, El Greco, Rubens, van Dyck, Tintoretto, Murillo, Ribera y Zurbarán, entre otros.   

Museo del Prado. De la colección de esculturas 

Otra visita obligada es el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, que guarda entre sus tesoros el Guernica de Picasso, una de las grandes obras del siglo XX, aquella que el gran artista malagueño pintara en un amplio taller de París en 1937, por encargo del gobierno de la Segunda República española, para representar el horror de la guerra. Madrid es un lienzo infinito de historias por descubrir  y aventuras por vivir. Las mías son apenas una pincelada. 
 
Barcelona

Venía siguiendo la ruta del Mediterráneo desde Génova, pasando por Niza y Mónaco, para iniciar, ahora sí, mi inmersión por España. Era la forma de volver a hablar en el idioma que compartimos incluso con las comunidades autónomas españolas que tienen su propia lengua. Barcelona tiene un significado especial para mí. Como sucede a veces con las ciudades yo a ella la empecé a descubrir por la música, ese fue mi primer acercamiento. Las canciones de Joan Manuel Serrat me dibujaron un poco lo que podía ser la capital de Cataluña. Otros artistas también me ayudaron a imaginarme el “esprit” de Barcelona: Gaudí y Miró. Y antes de los tres, la vieja enciclopedia Salvat que aun reposa en la biblioteca de mi casa familiar. Los orígenes de la ciudad se remontan al siglo VI a. C. con un asentamiento griego en la región de Ampurias, pero será en el I a. C. cuando bajo domino romano se funde como Colonia Julia Augusta Paterna Faventia Barcino. Tras la caída del Imperio Romano la ciudad se convierte en el siglo V d. C en capital del Imperio Visigodo, que a su vez llega a dominar tanto lo que es la Hispania como la Galia. 

El Gran Teatro del Liceo, centro de la ópera en Barcelona y escenario de conciertos y espectáculos varios

Barcelona es lo que yo llamo una ciudad-museo, pues además de sus apreciados museos (la Casa Batlló, la Pedrera, el Picasso, el de la Erótica…), de inefables obras arquitectónicas como el Templo de la Sagrada Familia, es todo un museo urbano con obras de arte como el Barrio Gótico, las plazas, los palacios, los teatros, los parques, los escenarios deportivos, el mercat St. Josep de La Boquería, las ramblas, el puerto.
Detalle del Barrio Gótico

El port de Barcelona es para mí, entre otras cosas, dos canciones serratianas: Mediterráneo y Vagabundear. Entonces, era demasiado importante recorrerlo y sentir palabras como estas: “Yo, que en la piel tengo el sabor amargo del llanto eterno, que han vertido en ti cien pueblos  de Algeciras a Estambul para que pintes de azul sus largas noches de invierno”. Y hacerlas mías. La otra es mi canción, la que me impulsó a los veinte años a hacer lo que el propio Serrat cantaba en otra: “… cerré mi puerta una mañana y eché a andar [...] dejé los montes y me vine al mar [...] se hace más corto el camino aquél”. Y la que me sigue animando todavía a seguir un incorregible camino de nómada: “Harto ya de estar harto ya me cansé / de preguntarle al mundo por qué y por qué / La rosa de los vientos me ha de ayudar / Y desde ahora vais a verme vagabundear / Entre el cielo y el mar vagabundear/ Como un cometa de caña y de papel / me iré tras una nube pa serle fiel / a los montes, los ríos, el sol y el mar / A ellos que me enseñaron el verbo amar…”. Me parece curioso que Serrat, a quien he visto en vivo tres veces, no la incluya en su repertorio. En mi opinión es una de sus mejores canciones. Mediterráneo nunca puede faltar, además fue seleccionada como la mejor canción española en cincuenta años (1954 – 2004). Yo también comparto esa memoria sentimental de los españoles y sospecho que la voz de Serrat se seguirá oyendo a lo largo de esta nota como lo ha hecho desde su inicio.

Puerto de Barcelona

Valencia

La historia de España siempre ha estado atravesada por dinámicas multiculturales, como ya lo he señalado en el caso de Madrid –que, desde luego, no es el único en el país pero sí uno de los más representativos- y de eso que en Latinoamérica se dio en llamar interculturalidad, esto es, los procesos de convivencia, intercambio, fusión, simbiosis y sincretismo entre las prácticas culturales que los pueblos llevan consigo y confrontan, reconociendo las tensiones que estos encuentros conllevan, así como la alteridad y la otredad que, de un modo quizás inevitable, desencadenan conflictos sociales, políticos, religiosos e, incluso, militares y bélicos. En una de sus menos conocidas y más bellas canciones, Por las paredes (mil años hace), dice Serrat:

Mil años, que el hombre y la guerra
dieron lengua y nombre a la tierra
y al pueblo que rindió a sus pies,
la plata del olivo griego,
la llama persa del ciprés.
[...]
Íberos y romanos,
fenicios y godos,
moros y cristianos.

La Puerta o Torres de Serranos, del siglo XIV

Todo lo que es España como una construcción sociocultural y política es el resultado de esos choques y encuentros naturales y culturales, que portaban una diversidad de signos y símbolos que dieron lugar a ese crisol de provincias y comunidades autónomas que es hoy el país. Valencia es una muestra de la evolución de esta circunstancia. Su bellísimo centro histórico, y toda la ciudad como tal, da fe de esa interculturalidad que la hizo posible, compartiendo la misma lengua vernácula catalana, que en esta comunidad se conoce como el valenciano, toda vez que una cosa son las fronteras geográficas y otra las culturales. Y si hemos de hablar de una cultura o unas culturas catalanas, Valencia es parte de ella como también lo es de las castellanas.    

 Plaza de La Virgen

Uno de los procesos histórico-culturales más interesantes que viviera España fue el de la presencia musulmana durante casi ocho siglos, que en el caso de Valencia fue de cinco. Fundada por los romanos en el 138 a. C., a partir del 711 fue ocupada por los musulmanes hasta ser reconquistada por los cristianos en cabeza de Jaime I de Aragón en 1238. El Centro Arqueológico de la Almoina, ubicado en la plaza del mismo nombre, permite reconstruir la historia de la ciudad desde su fundación romana hasta el siglo XV a través de vestigios que muestran las fases urbanas, culturales y políticas por las que ha atravesado: la Valentia Edetanorum romana, la Valentia imperial, la Balansiya o ciudad islámica, la Valentia reconquistada, hasta llegar a la Valencia nuevamente cristiana de fines de la Edad Media.

Valencia. Estación de tren del Norte

Córdoba

Andalucía, o en árabe Al-Andalus (“tierra de vándalos”), era un mito para mí, desde que empecé a interesarme por las culturas árabes, particularmente por esos ocho siglos de presencia musulmana en la península ibérica, durante los cuales hubo un sorprendente florecimiento de las ciencias, la poesía, la arquitectura, la filosofía y las actividades económicas. Lo que se podría llamar el Renacimiento árabe. La mala enseñanza de la historia no me pudo aclarar las cosas, es más, creo que pasaba por alto la importancia e influencia islámica en las culturas hispanas. Otra vez, y como ya lo cité, fue Serrat quien sembró en mí la inquietud. Y luego Federico García Lorca, ese poeta y dramaturgo granadino extraordinario asesinado en los inicios de la guerra civil española. Y la historiadora Diana Uribe con su programa radiofónico La historia del mundo. Sin embargo, esos ocho siglos no fueron precisamente pacíficos ni tan gloriosos y dichosos como pudiera pensarse, pues los así llamados peyorativamente moros no solo combatieron contra los cristianos sino entre ellos mismos por el poder dentro de la península. Y las reconquistas cristianas en Hispania continuaron aun con el fracaso de las cruzadas en Tierra Santa. No deja de llamarme la atención cómo los triunfadores pretenden borrar las huellas de los cultos de los vencidos para imponer los suyos, como hicieron con templos paganos y mezquitas. Si al menos los hubieran dejado como eran y hubieran construido iglesias, capillas y monasterios en otras partes, más no sobre los formidables sitios sagrados de otros pueblos. Los templos religiosos, sean de uno u otro credo, me interesan como arte, si es que son dignos de apreciarse como tal. La mezquita de Córdoba es una grandiosa y monumental obra de arte. Pero que los cristianos cordobeses y medievales construyeran toda esa cantidad de capillas y la convirtieran en una mezquita-catedral me parece una afrenta, más que contra el Islam contra el arte. Y aún más contra la cultura y la naturaleza humanas. Al menos se cuidaron de no destruir  todos los alcázares, esos maravillosos palacios islámicos que no solo rendían culto a Alá sino a la naturaleza. El esplendor de los jardines reales las dinastías europeas lo heredaron de los musulmanes. Pero como tenían que darse su gloria a expensas de la creatividad de estos, el alcázar de Córdoba lo renombraron “de los reyes cristianos”. Gloria ajena impuesta por el vencedor.

Mezquita-catedral de Córdoba. Un detalle de lo que los cristianos no tocaron  
                              
Ciudad de origen antiguo, por ella pasaron fenicios, romanos, moros y judíos, siendo fundada por Roma como Colonia Patricia Corduba en el siglo I a. C. De la presencia romana se conservan, entre otras construcciones, el puente, uno de los símbolos de la ciudad, y las ruinas de un templo. Fue la cuna de Séneca, pensador, escritor y senador romano a quien se recuerda en una plaza, del médico y filósofo judío Maimónides, a quien se recuerda en otra, del filósofo y médico musulmán Averroes, del poeta Lucano y de Luis de Góngora, dramaturgo y poeta del Siglo de Oro español, entre otros grandes personajes. Se cuenta que llegó a ser una de las ciudades más grandes del mundo y un refinado centro cultural, urbanístico, político y económico (fue capital de un emirato independiente y de un califato). De la judería, nombre dado en la España medieval a las barriadas judías, queda el nombre y su actividad comercial. Los judíos conversos habrán mantenido la costumbre y los comerciantes de hoy probablemente provengan de aquellos. Como se sabe, de las grandes tres culturas que compartían la ciudad y el reino de Al-Andalus (dividido en una treintena después de la edad dorada de la ciudad), la cristiana que terminó imponiéndose y pisoteando a las otras al menos conservó ciertas cosas, y concretamente el legado arquitectónico que dio lugar a un estilo que se conoce como mudéjar, una simbiosis de arte andalusí y cristiano.

Detalle de uno de los edificios de la Plaza de la Corredera, la plaza mayor de Córdoba

Próxima entrega: Granada, Sevilla, Santiago de Compostela, Salamanca y Segovia.

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