Texto y
fotos: Jaime Flórez Meza
Mil años hace y unas horas
que con manos trabajadoras
se amasa un pueblo de aluvión.
que con manos trabajadoras
se amasa un pueblo de aluvión.
Con sangre murciana y de Almería
se edificó una exposición.
se edificó una exposición.
Ferroviarios, labradores,
dulces criadas de Aragón,
caricias de este corazón.
Y lágrimas oscuras
de los andaluces.
Y lágrimas oscuras
de los andaluces.
Joan Manuel Serrat, Por las
paredes (mil años hace)
© Sociedad General De Autores De
España (SGAE)
Volver a España después de
veintitantos años era una asignatura pendiente, por lo que en mi caso el regreso
fue más tarde que temprano. Los recuerdos del primer viaje eran difusos, pero
fue otra vez Madrid el comienzo de un periplo español y europeo. Rastrear el
origen de la ciudad no es tarea fácil, sin embargo el propio origen del nombre ya
es fascinante: parece ser que en el siglo VII d. C. hubo un asentamiento
visigodo llamado Matrice, es decir,
matriz o arroyo. La ciudad ve la luz en el siglo IX por cuenta de los
musulmanes, que por entonces ocupaban buena parte de Hispania (nombre dado por
los romanos a la península ibérica), de hecho es fundada por el emir Mohamed I
como Maŷriţ o Maǧrīţ. El nombre sería
castellanizado como Magerit, luego
quedaría en Magrit y, finalmente,
Madrid.
Los flujos de migración
provenientes de todos los continentes cambiaron a Madrid, quizás fue ese el
mayor cambio que noté, esto es, una ciudad mucho más multicultural, de lo cual
da fe el barrio de Lavapiés, uno de los más multiculturales de Europa como
quiera que está habitado por gentes que provienen de alrededor de noventa
países. Es una barriada bohemia, de vida nocturna muy animada, teatros y el popular
mercado de San Fernando, entre otros atractivos.
Una constante en todo mi viaje
fueron los parques y los museos. Para mí ambas cosas son de lo más cercano al
Paraíso, y en Madrid, por ejemplo, están los jardines del Palacio Real
(convertidos en parque público con el establecimiento de la democracia en 1977)
y El Retiro, que son absolutamente encantadores. En cuanto a museos, el Museo
Nacional del Prado es uno de mis favoritos y he visto con beneplácito que se ha
convertido en uno de los más importantes y visitados del mundo. No en vano tres
de los artistas que son celebrados en él han llamado profundamente la atención
de especialistas y profanos en los últimos siglos. Me refiero a El Bosco,
Velásquez y Goya. Claro, cómo no podía dejar de ver, ahora sí con otra mirada El Jardín de las Delicias, que no es
solo una grandiosa obra de arte sino una prueba y un testimonio de que el arte
sí puede tener una conexión profunda con la ciencia y el pensamiento, como lo
deja en claro Yuval Noah Harari en su último libro. Esa fue una de las
lecciones del Renacimiento, reconciliar tres cosas y sujetos que van por
caminos separados: el artista como científico y filósofo y viceversa. No muy
lejos de ahí está Velásquez, quien aunque pintor cortesano estaba también
adelantado a su época y con una sola de sus obras revolucionó la historia del
arte: Las Meninas, que cambió la idea
misma de representación al preguntarnos qué es lo que realmente se representa
en una obra, como quiera que mereció un sesudo ensayo de Foucault en Las palabras y las cosas. A primera
vista lo que se propuso el artista era algo trivial pero a la vez único e
inédito hasta entonces: representarse a sí mismo pintando, para el caso, a la
pareja real. ¿Cómo lo hizo, qué técnicas y recursos empleó para lograrlo?
Velásquez nunca lo explicó, pero lo que sí es un hecho es que debía de tener un
buen conocimiento y manejo de física, matemáticas y geometría para conseguir
semejante composición en la que el propio artista ya no se incluye entre los
personajes de su obra como un espectador (como hacían algunos artistas del
Renacimiento italiano como Rafael y Botticelli). El artista aparece ahora
creando la obra. Los debates aun no cesan. Como El Bosco, Velásquez habrá
querido ponernos a pensar en la misma naturaleza del arte, de las cosas y de la
vida como tal. Y lo sigue logrando hasta el día de hoy. ¿Qué podría decir de
Goya? Aprendí a amar su obra desde que mi madre compró una reproducción de La
Vendimia cuando yo era niño. Uno de los grandes maestros de la pintura de todos
los tiempos, que supo recrear la vida de España en uno de los períodos más
turbulentos de su historia. Que solo como los genios saben hacerlo pudo mirar y
representar la naturaleza y la condición humanas desde lo local para ser el
gran pintor universal que es.
En 2019 el Prado cumplirá
doscientos años de vida. Inaugurado el 19 de noviembre de 1819 como Real Museo
de Pintura y Escultura, se calcula que la colección total del museo comprende hoy
más de 35 000 objetos entre pinturas, esculturas, dibujos, fotografías, mapas y
otros tantos. Su alabada pinacoteca, la más importante en pintura europea a
nivel mundial, reúne 8045 obras, y en escultura abarca 9561. Otros grandes
pintores reunidos en el Prado son Tiziano, Rafael, Veronese, El Greco, Rubens,
van Dyck, Tintoretto, Murillo, Ribera y Zurbarán, entre otros.
Otra visita obligada es el
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, que guarda entre sus tesoros el Guernica de Picasso, una de las grandes obras
del siglo XX, aquella que el gran artista malagueño pintara en un amplio taller
de París en 1937, por encargo del gobierno de la Segunda República española, para
representar el horror de la guerra. Madrid es un lienzo infinito de historias
por descubrir y aventuras por vivir. Las
mías son apenas una pincelada.
Barcelona
Venía siguiendo la ruta del
Mediterráneo desde Génova, pasando por Niza y Mónaco, para iniciar, ahora sí,
mi inmersión por España. Era la forma de volver a hablar en el idioma que compartimos
incluso con las comunidades autónomas españolas que tienen su propia lengua. Barcelona
tiene un significado especial para mí. Como sucede a veces con las ciudades yo
a ella la empecé a descubrir por la música, ese fue mi primer acercamiento. Las
canciones de Joan Manuel Serrat me dibujaron un poco lo que podía ser la
capital de Cataluña. Otros artistas también me ayudaron a imaginarme el
“esprit” de Barcelona: Gaudí y Miró. Y antes de los tres, la vieja enciclopedia
Salvat que aun reposa en la biblioteca de mi casa familiar. Los orígenes de la
ciudad se remontan al siglo VI a. C. con un asentamiento griego en la región de
Ampurias, pero será en el I a. C. cuando bajo domino romano se funde como
Colonia Julia Augusta Paterna Faventia Barcino. Tras la caída del Imperio
Romano la ciudad se convierte en el siglo V d. C en capital del Imperio
Visigodo, que a su vez llega a dominar tanto lo que es la Hispania como la
Galia.
Barcelona es lo que yo llamo
una ciudad-museo, pues además de sus apreciados museos (la Casa Batlló, la
Pedrera, el Picasso, el de la Erótica…), de inefables obras arquitectónicas
como el Templo de la Sagrada Familia, es todo un museo urbano con obras de arte
como el Barrio Gótico, las plazas, los palacios, los teatros, los parques, los
escenarios deportivos, el mercat St.
Josep de La Boquería, las ramblas, el puerto.
El port de Barcelona es para mí, entre otras cosas, dos canciones
serratianas: Mediterráneo y Vagabundear. Entonces, era demasiado
importante recorrerlo y sentir palabras como estas: “Yo, que en la piel tengo
el sabor amargo del llanto eterno, que han vertido en ti cien pueblos de Algeciras a Estambul para que pintes de
azul sus largas noches de invierno”. Y hacerlas mías. La otra es mi canción, la que me impulsó a los
veinte años a hacer lo que el propio Serrat cantaba en otra: “… cerré mi puerta
una mañana y eché a andar [...] dejé los montes y me vine al mar [...] se hace
más corto el camino aquél”. Y la que me sigue animando todavía a seguir un
incorregible camino de nómada: “Harto ya de estar harto ya me cansé / de
preguntarle al mundo por qué y por qué / La rosa de los vientos me ha de ayudar
/ Y desde ahora vais a verme vagabundear / Entre el cielo y el mar vagabundear/
Como un cometa de caña y de papel / me iré tras una nube pa serle fiel / a los
montes, los ríos, el sol y el mar / A ellos que me enseñaron el verbo amar…”.
Me parece curioso que Serrat, a quien he visto en vivo tres veces, no la
incluya en su repertorio. En mi opinión es una de sus mejores canciones. Mediterráneo nunca puede faltar, además
fue seleccionada como la mejor canción española en cincuenta años (1954 –
2004). Yo también comparto esa memoria sentimental de los españoles y sospecho
que la voz de Serrat se seguirá oyendo a lo largo de esta nota como lo ha hecho
desde su inicio.
Valencia
La historia de España siempre
ha estado atravesada por dinámicas multiculturales, como ya lo he señalado en
el caso de Madrid –que, desde luego, no es el único en el país pero sí uno de
los más representativos- y de eso que en Latinoamérica se dio en llamar
interculturalidad, esto es, los procesos de convivencia, intercambio, fusión,
simbiosis y sincretismo entre las prácticas culturales que los pueblos llevan
consigo y confrontan, reconociendo las tensiones que estos encuentros
conllevan, así como la alteridad y la otredad que, de un modo quizás
inevitable, desencadenan conflictos sociales, políticos, religiosos e, incluso,
militares y bélicos. En una de sus menos conocidas y más bellas canciones, Por las paredes (mil años hace), dice
Serrat:
Mil años, que el hombre y la guerra
dieron lengua y nombre a la tierra
y al pueblo que rindió a sus pies,
la plata del olivo griego,
la llama persa del ciprés.
[...]
dieron lengua y nombre a la tierra
y al pueblo que rindió a sus pies,
la plata del olivo griego,
la llama persa del ciprés.
[...]
Íberos y romanos,
fenicios y godos,
moros y cristianos.
fenicios y godos,
moros y cristianos.
Todo lo que es España como una
construcción sociocultural y política es el resultado de esos choques y
encuentros naturales y culturales, que portaban una diversidad de signos y
símbolos que dieron lugar a ese crisol de provincias y comunidades autónomas
que es hoy el país. Valencia es una muestra de la evolución de esta
circunstancia. Su bellísimo centro histórico, y toda la ciudad como tal, da fe
de esa interculturalidad que la hizo posible, compartiendo la misma lengua
vernácula catalana, que en esta comunidad se conoce como el valenciano, toda
vez que una cosa son las fronteras geográficas y otra las culturales. Y si
hemos de hablar de una cultura o unas culturas catalanas, Valencia es parte de
ella como también lo es de las castellanas.
Uno de los procesos
histórico-culturales más interesantes que viviera España fue el de la presencia
musulmana durante casi ocho siglos, que en el caso de Valencia fue de cinco. Fundada
por los romanos en el 138 a. C., a partir del 711 fue ocupada por los
musulmanes hasta ser reconquistada por los cristianos en cabeza de Jaime I de
Aragón en 1238. El Centro Arqueológico de la Almoina, ubicado en la plaza del
mismo nombre, permite reconstruir la historia de la ciudad desde su fundación
romana hasta el siglo XV a través de vestigios que muestran las fases urbanas,
culturales y políticas por las que ha atravesado: la Valentia Edetanorum
romana, la Valentia imperial, la Balansiya o ciudad islámica, la Valentia
reconquistada, hasta llegar a la Valencia nuevamente cristiana de fines de la
Edad Media.
Córdoba
Andalucía, o en árabe Al-Andalus
(“tierra de vándalos”), era un mito para mí, desde que empecé a interesarme por
las culturas árabes, particularmente por esos ocho siglos de presencia
musulmana en la península ibérica, durante los cuales hubo un sorprendente
florecimiento de las ciencias, la poesía, la arquitectura, la filosofía y las
actividades económicas. Lo que se podría llamar el Renacimiento árabe. La mala
enseñanza de la historia no me pudo aclarar las cosas, es más, creo que pasaba
por alto la importancia e influencia islámica en las culturas hispanas. Otra
vez, y como ya lo cité, fue Serrat quien sembró en mí la inquietud. Y luego Federico
García Lorca, ese poeta y dramaturgo granadino extraordinario asesinado en los
inicios de la guerra civil española. Y la historiadora Diana Uribe con su
programa radiofónico La historia del
mundo. Sin embargo, esos ocho siglos no fueron precisamente pacíficos ni
tan gloriosos y dichosos como pudiera pensarse, pues los así llamados
peyorativamente moros no solo combatieron contra los cristianos sino entre
ellos mismos por el poder dentro de la península. Y las reconquistas cristianas
en Hispania continuaron aun con el fracaso de las cruzadas en Tierra Santa. No
deja de llamarme la atención cómo los triunfadores pretenden borrar las huellas
de los cultos de los vencidos para imponer los suyos, como hicieron con templos
paganos y mezquitas. Si al menos los hubieran dejado como eran y hubieran construido
iglesias, capillas y monasterios en otras partes, más no sobre los formidables
sitios sagrados de otros pueblos. Los templos religiosos, sean de uno u otro
credo, me interesan como arte, si es que son dignos de apreciarse como tal. La
mezquita de Córdoba es una grandiosa y monumental obra de arte. Pero que los
cristianos cordobeses y medievales construyeran toda esa cantidad de capillas y
la convirtieran en una mezquita-catedral me parece una afrenta, más que contra
el Islam contra el arte. Y aún más contra la cultura y la naturaleza humanas.
Al menos se cuidaron de no destruir todos
los alcázares, esos maravillosos palacios islámicos que no solo rendían culto a
Alá sino a la naturaleza. El esplendor de los jardines reales las dinastías europeas
lo heredaron de los musulmanes. Pero como tenían que darse su gloria a expensas
de la creatividad de estos, el alcázar de Córdoba lo renombraron “de los reyes
cristianos”. Gloria ajena impuesta por el vencedor.
Ciudad de origen antiguo, por
ella pasaron fenicios, romanos, moros y judíos, siendo fundada por Roma como
Colonia Patricia Corduba en el siglo I a. C. De la presencia romana se conservan,
entre otras construcciones, el puente, uno de los símbolos de la ciudad, y las
ruinas de un templo. Fue la cuna de Séneca, pensador, escritor y senador romano
a quien se recuerda en una plaza, del médico y filósofo judío Maimónides, a
quien se recuerda en otra, del filósofo y médico musulmán Averroes, del poeta
Lucano y de Luis de Góngora, dramaturgo y poeta del Siglo de Oro español, entre
otros grandes personajes. Se cuenta que llegó a ser una de las ciudades más
grandes del mundo y un refinado centro cultural, urbanístico, político y
económico (fue capital de un emirato independiente y de un califato). De la
judería, nombre dado en la España medieval a las barriadas judías, queda el
nombre y su actividad comercial. Los judíos conversos habrán mantenido la
costumbre y los comerciantes de hoy probablemente provengan de aquellos. Como
se sabe, de las grandes tres culturas que compartían la ciudad y el reino de Al-Andalus
(dividido en una treintena después de la edad dorada de la ciudad), la
cristiana que terminó imponiéndose y pisoteando a las otras al menos conservó ciertas
cosas, y concretamente el legado arquitectónico que dio lugar a un estilo que
se conoce como mudéjar, una simbiosis de arte andalusí y cristiano.
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