Texto y fotos: Jaime Flórez Meza
Roma. Termas de Caracalla
Siempre he sentido una fascinación por Italia. De niño
me gustaban las películas “de romanos”; de joven descubrí el neorrealismo
italiano y a los grandes directores como Fellini, Antonioni, Passolini,
Visconti o De Sica, y desde entonces he amado el cine italiano; su literatura
me parece maravillosa, sus pensadores extraordinarios, la teatral y
revolucionaria Comedia del Arte, adorable. Pero basta con el Renacimiento
grecolatino, que solo podía haberse dado con todo ese ímpetu en Italia. Si ha
habido un pueblo, una cultura que haya continuado y desarrollado como ningún
otro, en mi opinión, los inventos e ideales griegos ha sido Italia. Hasta su
historia me parece más interesante. No sé si sea más por cuestiones de
selección natural que de procesos históricos, o una mezcla de ambas cosas, pero
la evolución natural y cultural de Italia, o sus estructuras, parecen haber
resistido la prueba del tiempo y seguir desempeñando un papel protagónico,
ahora en la Unión Europea y en esta era de la globalización.
Lo cierto es que he estado mucho más familiarizado
con Italia que con Grecia, Francia o Alemania, por ejemplo. Siempre he pensado
y dicho que Italia me parece una buena síntesis de lo que es Europa, por cuanto
supo recoger y sintetizar magistralmente el legado de grandes culturas, y será
por eso que pese a la profunda crisis del sistema liberal el país se mantiene
en pie como el Panteón y el Coliseo romano. Durante la postguerra se hablaba
del milagro alemán o del japonés, pero no del nuevo resurgimiento italiano y de
cómo el país sobrevivió a todas las guerras. Sea como fuere, Italia sigue
siendo uno de mis países predilectos, el que yo consideraría país-museo por
excelencia, el que siempre alberga tesoros por descubrir, redescubrir y
disfrutar. Alguna vez leí un librito de pensamientos sobre viajes y viajeros,
en el cual uno decía que viajar, contrario a lo que se piensa, es una desgracia
porque después de visitar Italia ya nada nos gusta o estamos condenados a pasar
por el tamiz de Italia todo lo nuevo que conozcamos. Son numerosos los libros
de viajes italianos de grandes autores. Goethe publicó Viaje a Italia treinta años después de su experiencia de vida en
este país durante dos años, que lo marcó para siempre. En fin, también es
posible que tenga una visión idealista de Italia, la del viajante seducido por
su belleza y cultura. Lo que sí es seguro es que sería necesaria toda una vida
para conocerla.
Nápoles y Pompeya
El mar Tírreno, que pertenece al Mediterráneo, en
Nápoles
Ha sido mi segunda vez en Italia. En la primera,
hace muchos años, me adentré por ella desde el norte, por Venecia. Esta vez fue
desde el sur, por Nápoles, y todo fue otra cosa porque tiene una magia
diferente. El Mediterráneo crea una atmósfera particular que define a sus
gentes. Mi recorrido por el mágico Mediterráneo empezó en Grecia con El Pireo,
Glyfada y Vouliagmeni, ciudades marinas cercanas a Atenas, y como justo venía
desde ahí siguiéndolo, y luego lo recuperaría en Génova, Niza, Mónaco y
Barcelona, era como en la canción de Serrat: “Llevo tu luz y tu olor por
dondequiera que vaya”. Pero es que además de ese regalo para los ojos y el
cuerpo, Nápoles superó mis expectativas. A ella se le construyó un imaginario
de ciudad del crimen organizado, como a Medellín, y ese prejuicio me inmovilizó
la primera vez y tuve que conformarme con la visita a la incomparable Pompeya
(¡vaya conformidad!). Esta vez no quería perdérmela y realmente me encontré con
una ciudad que bien merece la pena caminarse y disfrutarse sin prevenciones,
tomando las precauciones mínimas que hay que tomar en todas partes. Una ciudad
que hace honor a su pasado glorioso y trágico, como quiera que ha estado a
merced de terremotos y erupciones del Vesubio, además de la cosa nostra. Fue un verdadero placer
caminar por sus calles y contemplar esos muros que han sido testigos de glorias
y tragedias.
Nápoles. Plaza del Plebiscito
Pompeya es fascinante. Caminándola se entiende y
percibe su grandeza urbana, artística, cultural y erótica antes de y durante su
pasado romano; y la tragedia tras el terremoto del 62 d.n.e. (de nuestra era) y
la posterior erupción del Vesubio en el 79 d.n.e., expresada en el vasto
conjunto de cuerpos de humanos y animales calcinados que se conserva. Mi primer
acercamiento a Pompeya se lo debo a Pink Floyd, que realizó la película Pink Floyd: Live at Pompeii (1971), un
concierto fantástico y sin público en el anfiteatro pompeyano, editado con
imágenes asombrosas de ruinas, estatuas y frescos y del amenazante Vesubio.
Este año, en el túnel del mismo anfiteatro, se realizó una magnífica exposición
con fotos, videos y textos sobre lo que fue aquella experiencia, que de alguna
manera aludía al esplendor, al misterio y a la tragedia de una ciudad a través
de piezas del álbum Meddle de la
banda británica. Una de las cosas interesantes de Pompeya, o de lo que quedó de
ella, son las huellas de su paganismo. Dicen que tras el terremoto del 62 la
ciudad fue parcialmente reconstruida, pero la erupción del Vesubio la sepultó, y
con ella su historia. No se intentó construir una nueva ciudad de Pompeya en
otro lugar de la península.
Calle pompeyana con el Vesubio al fondo
Pompeya. Detalle de la Villa de los Misterios
Roma, la siempre eterna
Es probable que Roma fuera la primera ciudad
interconectada de la historia, pero no cibernéticamente sino mediante la más
larga red de caminos que se había construido hasta entonces, por lo cual
aquello de que todos los caminos conducen a Roma no era solo un decir. Menos
mal que el cristianismo no borró las huellas del paganismo, aunque lo
intentara. Lo cierto es que con Roma me sucedió como con otras ciudades que
ansiaba conocer, es decir, que mi primer acercamiento importante no fue
precisamente a través de la historia universal que recibí en el colegio sino
gracias al cine: Fellini. Y tal vez la película que mejor logró representar el
“espíritu” de Roma fue La dolce vita,
o más bien devolverle su carácter
pagano y mundano. Pese a su densidad y hastío es el filme con el que Fellini
rinde homenaje a la ciudad y el que más abiertamente le mostró al mundo, hasta
entonces, sus calles, plazas y monumentos: cómo no recordar el baño de Anita
Ekberg en la mismísima Fontana di Trevi… Y su vida burguesa y superficial seguida
y vivida por un periodista. Claro, años después realizaría el documental Roma, y tampoco es la Roma profunda del
neorrealismo italiano, pero en su momento y en el mío particular Fellini me
ayudó a construir el mapa vital y cinematográfico de la ciudad, enriquecido con
otras de sus obras como El jeque blanco
y Las noches de Cabiria. Así tenía la
Roma elitista junto a la popular y la marginal.
Roma. Vista parcial del Foro romano con el Palatino
al fondo
Por supuesto, nunca cambiaría por nada la Roma
vivida, y puedo asegurar que es una de las ciudades más gratificantes que he
conocido. Si bien el modelo que los romanos tomaron para construir sus ciudades
y particularmente su capital fue el de Grecia, ellos lo elevaron a tal punto que se convirtió en el de los
imperios posteriores, pues desde los bizantinos en la Edad Media hasta los estadounidenses
en su ciudad capital quisieron adoptarlo. Es posible que el emblema de Roma sea
el Coliseo, que en mi opinión es el monumento romano más conocido en el mundo.
Ahora bien, todo lo que ocurría en su interior, sus espectáculos salvajes en
que morían gladiadores, esclavos y animales, me parece que es uno de los peores
signos de la decadencia del Imperio. Ese era un pensamiento inevitable mientras
lo recorría y, ahora que lo pienso, que sea el Coliseo el monumento más
conocido no habla bien de nuestra especie, porque era por tanto un lugar en el
que se glorificaba la muerte y no la vida. He de decir, pues, que mi monumento
favorito es las Termas de Caracalla, los baños públicos de la ciudad que
mandara construir el emperador Caracalla en el siglo III d.n.e. Un culto al
agua, a la naturaleza, a la vida. Tengo también devoción por el Foro romano y
el Palatino, de manera especial por éste último, por algo que ya he señalado otras
veces: la conjunción perfecta entre naturaleza y cultura, entre fuentes de
agua, parques y jardines y construcciones arquitectónicas. Que no es un rasgo
exclusivo de los romanos pero tengo que resaltarlo, por eso adoro las fuentes
de la ciudad, que son las más bellas que haya visto.
Plaza Navona. La Fuente de Neptuno
Sentía curiosidad por conocer la plaza conocida
como Campo dei Fiore, el lugar donde la Inquisición romana hizo arder en la
hoguera al gran filósofo, astrónomo y poeta napolitano Giordano Bruno en 1600,
más por ver cómo se había representado uno de los hechos más trágicos en la
historia del pensamiento. Como puede notarse, es un monumento sobrio.
Preferiría, ciertamente, un monumento a la vitalidad de Bruno, a sus ideas
visionarias, que uno que recuerde su trágico final. Sería más significativo un
árbol o una esfera que una lúgubre estatua. Pero los Estados no piensan igual.
Campo dei Fiore. Monumento a Giordano Bruno
Como Roma es una ciudad que además de capital
imperial pasó a ser capital de la cristiandad, toda vez que fue ahí donde el
cristianismo se inventó, dando lugar en la época contemporánea a otro Estado
dentro de sus límites -El Vaticano-, zanjando así cualquier disputa entre el
poder teocrático y el poder seglar, es ineludible visitar la Ciudad del
Vaticano, aparte de que esta vez me alojé en su territorio. Lo que me atrae de
los templos y obras religiosas es su arte. La Basílica y plaza de san Pedro es
uno de los más impresionantes conjuntos arquitectónicos que he conocido. Y si
uno repara en las figuras que trabajaron en su diseño y construcción (Bramante,
Rafael, Miguel Ángel, Bernini…), el resultado tenía que ser, para mí, una
celebración del genio artístico y una muestra grandilocuente de la evolución de
la arquitectura. Lo otro -el culto a un dios, el sitio de la tumba de san
Pedro- me parece la excusa. Creo que para esos artistas la religión era el
medio para llevar a cabo grandes proyectos. Que fueran creyentes me parece
secundario. Lo mismo podría decir de los frescos de Rafael y Miguel Ángel en
las capillas vaticanas, ahora museos. Justamente los recintos religiosos me
parecen más interesantes como museos que como lugares de culto. Y habrá quienes
digan que Botticelli, Miguel Ángel, Rafael o Leonardo instrumentalizaron el
arte y lo pusieron, en muchas de sus obras, al servicio de una ideología. Puede
ser. Pero ante la grandeza de sus obras yo prefiero pensar que esa ideología
fue, a fin de cuentas, el medio para realizarlas y que tanto creyentes como no
creyentes pueden hoy contemplarlas con similar deleite y pasión. La otra cosa
que quería comentar a propósito de los museos vaticanos es que el pequeño
Estado pretende ponerlos a la altura de los museos universales como el Louvre,
el Británico o el Metropolitan de Nueva York, exhibiendo obras de otros
continentes, entre ellas piezas arqueológicas de Egipto, Latinoamérica y Colombia,
por ejemplo, y de arte contemporáneo (Gauguin, Chagall, Kandinsky, Klee, Dalí y
Botero, entre otros). En todo caso a diferencia del Louvre, donde lo que la
mayoría de visitantes más ansían ver es una pequeña pintura de Leonardo, en los
Vaticanos se trata de una mega obra como los frescos de la Capilla Sixtina que
pintara Miguel Ángel, sobre todo uno de ellos, La creación de Adán. Uno de los más prodigiosos artistas de todos
los tiempos, como quiera que fue un escultor, arquitecto y pintor realmente
extraordinario. Y un gran rival de Leonardo. Sin embargo, una de las obras que
más admiro de Miguel Ángel es la escultura de su Moisés que se encuentra
curiosamente en un pequeño y sencillo templo, San Pietro in vincoli. Pienso que
aun en sus obras bíblicas Miguel Ángel supo insuflarlas de un paganismo que
pone lo humano nuevamente en el centro. Para mí el Renacimiento fusionó lo
cristiano con lo pagano, lo clásico con lo moderno, lo divino con lo humano,
los mitos grecolatinos y los cristianos, reconciliando, si se quiere, la
cultura grecolatina con la cristiana.
Una de las obras de arte contemporáneo de la colección
vaticana permanente es la escultura que se muestra a continuación. Es de
esperar que esta modernización de los museos se extienda algún día no tan
lejano a otras prácticas como el celibato, que considero debería ser opcional,
y al sacerdocio, que se debería permitir también a las mujeres.
Museos Vaticanos. Esfera dentro de una esfera (1990), obra de Arnaldo Pomodoro
El milagro florentino
David. Miguel Ángel. Galería de la Academia
|
El Crepúsculo y La Aurora. Tumba de Lorenzo de Medici.
Sacristía Nueva de San Lorenzo
Tal vez plenitud sea la palabra que mejor describa
mis sentimientos hacia y dentro de Florencia: una ciudad que me hace sentir
pleno como ser humano. Por eso digo que Florencia es una ciudad milagrosa, en el
sentido del poder, hacer y ser de la naturaleza y el intelecto humanos.
Pisa y Padua
Los siguientes destinos fueron estas dos ciudades,
sobre las que he de decir que mis expectativas fueron superadas. En efecto, fui
a Pisa esperando solo admirar su famosa torre inclinada y me encontré con una
ciudad que es mucho más que eso, que en conjunto es muy bella. La elección de
Padua obedecía a que no iba a pernoctar en Venecia, que conocí en mi primera
visita, y quería una ciudad que me pudiera conectar luego con Verona. Si se
trata de buscar tranquilidad, Padua es apacible y sin la congestión turística
de las anteriores, de una belleza particular y con tesoros arquitectónicos,
religiosos, arqueológicos, naturales y culturales que merecen la pena visitarse
como la plaza Prato della Valle (la más grande de Italia), la Capilla de los
Scrovegni, la Plaza de las hierbas, la Basílica de San Antonio, la Universidad
de Padua (una de las más viejas de Europa y la segunda de Italia) y los canales
de la ciudad, entre otros. Acaso por su cercanía con Venecia (40 kilómetros)
Padua ha quedado eclipsada por ésta.
El río Arno a su paso por Pisa
Verona
Escenario de la famosa obra de Shakespeare es, por
supuesto, mucho más que la sentimental y trágica leyenda que El Bardo
inmortalizara. Si bien la visita a la casa de Julieta y hacerse la foto con la estatua
es lo más llamativo, lo que la mayoría de turistas más anhela hacer por cuanto
se trata de la pareja de amantes más célebre del teatro y la cultura de todos
los tiempos, Verona, que es de una
belleza indescriptible, ofrece placeres aún mayores para los sentidos. Estaba
tentado a decir que su belleza se confunde con su naturaleza. Cuenta con un
imponente anfiteatro romano, la muralla medieval de rigor, un río y un puente
encantadores, una plaza que se asemeja un poco al Taj Majal, es decir, hace viajar
en el tiempo. Da más de lo que se espera de ella. Lo de sus zonas verdes me
parece digno de subrayar, propio de una ciudad ecológica, y no es un rasgo
exclusivo sino de muchas ciudades italianas. Es un bálsamo, un lugar en el que
el cuerpo y la mente se sienten tan a gusto que no se quieren marchar.
Tal vez Shakespeare lo dijo mejor que nadie: “Fuera
de estas murallas no hay más mundo, solo tormento, purgatorio, infierno”.
Turín
Como si lo anterior fuera poco, Turín. Una ciudad
de parques, puentes, palacios, jardines, calles y plazas excepcionalmente
bellos. Se entiende que haya sido capital de Italia durante el proceso de
unificación. No había dicho hasta ahora que la figura de Giuseppe Garibaldi me acompañaba
desde Nápoles, pues por doquiera que iba encontraba alguna estatua o plaza con
su nombre. Al fin y al cabo se trata de un héroe militar de la unificación
italiana, como Víctor Manuel II, aunque al parecer un desafortunado político; un
consumado aventurero y guerrero que luchó tanto en Europa como en América.
Turín fue clave, pues, en ese proceso de unificación, y eso se percibe en su
monumentalidad y grandiosidad. No obstante lo que más se me quedó grabado
fueron sus parques.
Turín. Río Po, puente Vittorio Emanuele
Génova
Con esta ciudad y puerto me ocurre algo curioso: su
belleza me parece extraña, algo indefinible. Pareciera que mi cuerpo no se pudo
acomodar a ella. Claro, en una primera y rápida visita es difícil, pero hay
ciudades que de entrada te atrapan. No fue éste el caso. O sería que después de
recibir tanto de Italia, y como esta vez venía de Eslovenia, la impresión y
sensación no fue la que yo esperaba. Es que mi periplo por Italia lo había
dejado en Turín y desde ahí di una vuelta larga por Europa para luego retornar
a Italia por Génova y seguir a Niza, la ciudad natal de Garibaldi que en su
tiempo era parte de la península. También influyó el cansancio. De todas formas
volver a sentir el Mediterráneo fue vivificante. En cuanto a la figura de
Colón, es irrelevante, salvo por la casa donde nació que se conserva y un discreto
monumento en Plaza Príncipe.
La Porta Soprana
Sin embargo, revisando mis fotos, la arquitectura de la ciudad es espléndida, desde la medieval a la decimonónica. No la recordaba tan hermosa. Mi viaje por Italia empezó por un puerto sobre el Mediterráneo y terminó por otro sobre el mismo mar que siempre me recuerda la canción de Serrat: “Y te acercas y te vas después de besar mi aldea, jugando con la marea te vas pensando en volver, eres como una mujer perfumadita de brea, que se añora y que se quiere, que se conoce y se teme”. Eso para mí es Italia.
Fachadas genovesas frente al
puerto
Quería compartir estas imágenes,
estos recuerdos y evocaciones de un país que amo, que ha dejado huellas imperecederas
en mí; que muestra lo mejor de nuestra especie y nuestros grandes y pequeños
conflictos humanos. Que me sigue haciendo soñar y pensar que quizás Goethe
tenía razón.
Detalle del palacio de Andrea Doria y del puerto de Génova
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