Esas cosas de horror, música y alma
han cifrado mis días y mis sueños.
han cifrado mis días y mis sueños.
María Mercedes
Carranza
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Después de terminar su jornada del jueves
10 de julio de 2003 en la Casa de Poesía Silva, la poeta bogotana María
Mercedes Carranza (1945-2003) fue a su apartamento, llamó a Melibea, su única hija,
quedó con ella para desayunar al día siguiente, le escribió una carta de
despedida, se recostó, tomó un coctel de píldoras antidepresivas y whisky… y
esperó. Así decidió concluir su vida una de las poetas colombianas más importantes del
siglo veinte, no
sólo por su obra poética -que no será acaso la más innovadora entre aquellas- sino
además por su labor integral como humanista, que la llevó a dirigir la Casa de
Poesía Silva, a ser una de las mayores divulgadoras y gestoras de las prácticas poéticas en Colombia desde
un espacio dedicado exclusivamente a su promoción, a ser una destacada periodista cultural, a apoyar
activamente al asesinado dirigente liberal Luis Carlos Galán como candidato a
la presidencia de la república, a ser miembro de la Asamblea Nacional
Constituyente que le dio al país una nueva constitución en 1991, a levantar su
voz contra las infamias de este país, una de las cuales ella misma estaba
sufriendo al estar su hermano Ramiro secuestrado por las Farc. En fin.
Conocí
a María Mercedes Carranza hace muchos años en Pasto, cuando vino a un
conversatorio con un poeta ecuatoriano en el Centro Cultural Leopoldo López
Álvarez del Banco de la República. Lo que recuerdo era su rictus y actitud afable,
su constante sonrisa, su piel clara y su sencillez. Al menos
esas fueron mis impresiones. Nunca olvidé ese encuentro. Fue un viernes. Otro
viernes, el 11 de julio de 2003, leí con perplejidad el artículo de Daniel
Samper Pizano en el que comentaba su muerte acaecida la noche anterior, o a la
madrugada, qué más da, y decía, entre otras cosas, que “ejerció así una de las
pocas libertades que nos van quedando a los colombianos, que es la de escoger
morir antes de que tomen la decisión por uno”.[1]
Hija
del poeta piedracelista (del grupo
Piedra y Cielo) Eduardo Carranza, María Mercedes, que había estudiado filosofía
y letras en la Universidad de los Andes, se dedicó también al periodismo
escrito en separatas culturales de algunos diarios (El Siglo y El Pueblo) y fue
jefe de redacción, durante trece años, del semanario Nueva Frontera, fundado
por el ex presidente Lleras Restrepo, y crítica literaria en la revista Semana.
Su obra poética está recogida en los libros Vainas
y otros poemas (1972), Tengo miedo
(1983), Hola, soledad (1987), Maneras del desamor (1993) y El canto de las moscas (1998). Fue
antologista de obras que recogían un poco el devenir poético en el país y de
autores como el propio Silva o su padre, Eduardo Carranza. Asimismo escribió
una antología de jóvenes cuentistas colombianos.
La Casa de Poesía Silva, instituida en lo
que fuera la residencia de José Asunción Silva, uno de los poetas
imprescindibles del modernismo latinoamericano, fue inaugurada por el entonces presidente de Colombia Belisario Betancur en mayo de 1986, no solamente para honrar la memoria
del insigne poeta bogotano, sino también para promover y difundir el ejercicio
poético en el país, que es una manera de robustecer el legado de Silva y otras tantas figuras de la poesía colombiana. Desde entonces y hasta su muerte, María Mercedes Carranza fue su directora. Hace 117 años Silva se quitó la vida, justo en el
despacho contiguo a la oficina que ocupaba Carranza. “José Asunción Silva murió
agobiado por la vida. María Mercedes ha terminado por imitarlo agobiada por la
muerte”,[2]
escribió Samper Pizano. Sí, la muerte de la que ella misma hablaba como sino de
su nacimiento: “Soy hija de Benito Mussolini / y de alguna actriz de los años
40 / que cantaba la ‘Giovinezza’. / Hiroshima encendió el cielo / el día de mi
nacimiento y a mi cuna / llegaron, Hados implacables, / un hombre con muchas
páginas acariciadas / donde yacían versos de amor y de muerte”.[3]
María Mercedes Carranza estuvo casada con
el periodista y escritor Fernando Garavito, con quien tuvo a su hija Melibea, y
de quien se separó. Parecía tener claro que esa extraña fuerza llamada
enamoramiento suele acabar como tantas cosas cotidianas: “Cualquier tarde que
ya nunca olvidarás / el que desbarató tu casa y habitó tus cosas / saldrá por
la puerta sin decir adiós. / Deberás comenzar a hacer de nuevo la casa, / reacomodar
los muebles, limpiar las paredes, / cambiar las cerraduras, romper retratos, / barrerlo
todo y seguir viviendo”.[4]
Cuando hace un balance de lo que fue una pasión amorosa, sabe con amargura que
la línea que separa a Eros de Tánatos es muy delgada, como lo analizara
Bataille. En el poema Balance final,
dice:
Sobre la cama de sábanas destendidas
un segundo del tiempo que les fue dado
se encontraron más allá de la piel.
Por un instante el mundo fue exacto y
bondadoso
y la vida algo más que una historia
desolada.
Luego y antes y ahora y para siempre
todo fue un juego de espejos enemigos:
sólo hubo rechazos, cuerpos solitarios,
mal aliento, ilusiones no compartidas,
cartas banales, gestos rutinarios
y un paciente velar el cadáver de aquel
instante[5]
Ser hija de una prominente figura de la
poesía colombiana, haber tomado las armas poéticas para enfrentar el mundo y
una Colombia desangrada, estar al frente de una institución de prestigio como
la Casa de Poesía Silva, ser, en suma, una personalidad ineludible de las
letras y la cultura en el país, o bien no resultaba esclarecedor ni suficientemente alentador para Carranza o, por el
contrario, era un pesado fardo de atributos inútiles como
para escribir, desconsoladora e irónicamente en su poema El oficio de vivir, cosas que también parecen corresponder a una manera de sentir su condición femenina:
He aquí que llego a la vejez
y nadie ni nada
me ha podido decir
para qué sirvo.
Sume usted
oficios, vocaciones, misiones y
predestinaciones:
la cosa no es conmigo.
...
Ensayo profesiones
que van desde cocinera, madre y poeta
hasta contabilista de estrellas.
De repente quisiera ser cebolla
para olvidar obligaciones
o árbol, para cumplir con todas ellas.
...
Sirvo para oficios desuetos:
Espíritu Santo, dama de compañía, Estatua
de la Libertad, Archipreste de Hita.
No sirvo para nada.[6]
Sobre el suicidio de María Mercedes
Carranza se ha dicho que fue el desenlace de una serie de pesares que se
juntaron en su vida: el dolor de país (“este país nos está matando”, repetía),
el asesinato de su amigo Luis Carlos Galán, la muerte de dos grandes amigas…
Sin embargo, el detonante parece haber sido el secuestro de su hermano Ramiro en
septiembre de 2001. Ramiro Carranza era director de extranjería en el momento
de su plagio y, según se supo años después del fallecimiento de su hermana, murió
en cautiverio a comienzos de 2003.
Amor y muerte, con todas sus variantes,
son quizás los dos temas fundamentales de la poesía de todos los tiempos. Sintiéndose
atraída (o arrastrada) hacia la muerte por voluntad propia, la poeta Carranza
no evita su fascinación por Dylan Thomas, el poeta galés que decidió morirse
bebiendo, uno tras otro, quince vasos de whisky. Más allá de la admiración que
le depara su obra poética, este último acto de Thomas merece todo su respeto y
tiene para ella toda la fuerza poética como para ponerle punto final a una vida
y obra que eran una sola:
Se dice: "no quiero salvarme"
y sus palabras tienen la insolencia
del que decide que todo está perdido.
Como guiado por una certeza deslumbrante
camina sin eludir su abismo;
de nada le sirven ya los engaños
para sobrevivir una o dos mañana más
[...]
En la oscuridad apretada de su corazón
allí donde todo llega ya sin piel, voz,
ni fecha
decide jugar a ser su propio héroe:
nada tocará sus pasiones y sus sueños;
no envejecerá entre cuatro paredes
dócil a las prohibiciones y a los ritos.
Ni el poder ni el dinero ni la gloria
merecen un instante de la inocencia que
lo consume;
no cortará la cuerda que lleva atada al
cuello.
Le bastó la dosis exacta de alcohol
para morir como mueren los grandes:
por un sueño que sólo ellos se atreven a
soñar.[7]
Pero hay un poema, escrito por su padre,
que de seguro siempre habrá acompañado las angustias y soledades de María
Mercedes Carranza, y habrá sido uno de los que más amaba de su progenitor, y
que, probablemente, leyó en sus horas finales, pues se encontraba cerca de su
lecho. Es Epístola mortal, algunos de
cuyos versos dicen: “Todo cae, se esfuma, se despide / y yo mismo me estoy
diciendo adiós / y me vuelvo a mirar, me dejo solo, / abandonado en este
cementerio. /Allá mi corazón está enterrado / como una hazaña luminosa y pura”.[8]
[1]
Daniel Samper Pizano, La despedida de
María Mercedes Carranza, en http://www.casadepoesiasilva.com
/despedidasamper.htm.
[2]
Ibíd.
[3]
María Mercedes Carranza, Poema de los
hados, en http://www.casadepoesiasilva.com/poemasmmc.htm
[4]
María Mercedes Carranza, “Oda al amor”, Carmiña Navia Velasco, “María Mercedes Carranza, su lucidez
pesimista”, en Poligramas 22, junio,
2005, p. 17.
[5]
María Mercedes Carranza, ibíd., p. 15-16.
[6]
Ibíd., p. 14.
[7]María
Mercedes Carranza, Una rosa para Dylan Thomas,
en
http://www.casadepoesiasilva.com
/poemasmmc.htm.
[8]Eduardo
Carranza, Epístola mortal, en
http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/literatura/antopoe
/antopoe36.htm.
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