Como escribí en mi artículo anterior,
la obra de Nicolás Gómez Dávila (1913-1994) está en mora de recibir el
reconocimiento que merece en Colombia, a pesar del interés in crescendo que ahora suscita, de los estudiosos de su pensamiento
en el país, de las magníficas ediciones de sus obras que ha hecho Villegas
Editores (que lo son en todos los casos), de que en países con tradiciones
filosóficas tan importantes como Alemania e Italia su trabajo se lea con tanta
fascinación como para reivindicarlo no sólo como un escritor de enorme valía
sino como un auténtico filósofo. Algunos más, tanto aquí como en Europa,
afirman que es el más grande aforista y escoliasta del siglo veinte y uno de
los más importantes de todos los tiempos. Que su pensamiento, en fin, seguirá
estudiándose y divulgándose no sólo en las próximas décadas sino en los siglos
venideros. Pero, más allá de todo esto, creo que lo fascinante de Gómez Dávila
es que desde su actitud reaccionaria no intenta persuadir ni convencer sino
invitar a dudar por un momento, a pensar, a desconfiar un poco o mucho de lo
social, cultural y políticamente aceptado -concretamente de la modernidad y
cuatro de sus hijos: la democracia, el liberalismo, el capitalismo y la
izquierda-, a ver las cosas de otra manera por un instante y ver qué pasa. Si
Gómez Dávila hubiese pretendido otra cosa se habría dedicado, por ejemplo, a la
política. Y se cuenta que además nunca quiso aceptar ningún cargo público. Era
conservador, católico tradicional, un defensor del catolicismo anterior al
Concilio Vaticano II, de las lenguas muertas como el latín y el griego antiguo,
del feudalismo, de la aristocracia, un romántico que no creía en revoluciones
(ni políticas, ni industriales, ni tecnológicas, ni sociales) como tampoco en
el Estado Social de Derecho, que consideraba irreversible y abrumadoramente
creciente la decadencia de Occidente a partir de la revolución industrial,
absolutamente fatal para la humanidad según él en tanto empezó a destruir la
naturaleza homo humana y la civilización; un moralista, claro está. Pero todo
lo que acabo de decir es poco y sin duda no le hace justicia a la magnitud y
dimensión de su pensamiento.
Nicolás Gómez Dávila D.R. En: http://www.rfi.fr/actues/articles/086/article_3473.asp |
¿Qué era para el pensador
bogotano el mundo moderno? Lo menos que uno podría pensar es que lo veía como
un conjunto de esquizofrenias que estaban acabando con el mundo natural del
cual somos parte. Aunque Gómez Dávila pudiera considerar aberrante la marcada
separación que la cultura hacía de lo humano y lo natural, sus reflexiones y
ataques se dirigían a las culturas modernas que parió la revolución industrial,
las esquizofrenias con pretensiones globales. Por ello le repugnaba cualquier
tipo de colectivización que se impulsara desde la izquierda o la derecha porque
veía en ellas la disolución del individuo, por un lado, y la degradación
natural, social y política de las clases en beneficio de un dominio estatal o
privado claramente laico y despiadadamente perverso, por otro. El liberalismo
le parecía desbocado, permisivo, vulgar, propagador de la más vil noción de
libertad. El capitalismo, absolutamente complaciente con la codicia y la
competencia a todo nivel y a cualquier precio, y por eso mismo incapaz de
ponerle límites a la más vergonzosa acumulación de objetos, bienes y servidumbres
y a la paulatina aniquilación de la naturaleza. El comunismo, otra forma
desnaturalizante de uniformar y enajenar a los individuos y a las clases
sociales, otro repartidor de miseria por la vía del igualitarismo y el
progresismo, dos enfermedades (por decir lo menos) de la democracia, ese invento
griego ensayado a gran escala en el XIX, globalizado y completamente envilecido
en el XX. Los medios de comunicación modernos, la peor manera de banalizar,
controlar y vulgarizar la vida de las personas. En fin. Gómez Dávila
seguramente no veía televisión, no iba al cine ni al teatro, no hacía nada que
le quitara tiempo para leer y escribir, tenía una biblioteca que envidiaría
cualquier universidad del mundo (adquirida después de su muerte por la
Biblioteca Luis Ángel Arango), salía muy poco de su casa. Se cuenta que, si
acaso, lo hacía dos veces por semana para ir al centro de Bogotá y pasarle
revista a un almacén de telas del que era propietario o asistir a una junta
bancaria, según recuerda su amigo Mario Laserna.
No comparto todas sus ideas
pero sí muchas de ellas. En otras me quedo con la duda. Lo interesante es
coincidir en muchas cosas con alguien que piensa y escribe desde un horizonte
ideológico y vital opuesto al de uno. Las valoraciones que he encontrado de su
obra son muy variadas: un filósofo, un pensador comparable con Nietzsche, por
ejemplo; un moralista equiparable a La Rochefoucauld o Baltasar Gracián; un
admirable ensayista; un literato que descolló en el género del aforismo; un intelectual
que escribía libros de opiniones. Por ahí leí que a alguien le parecía un autor
de frases de coctel y a un periodista cultural le oí decir que lo consideraba
“el primer twitero”, habida cuenta de que los escolios de don Nicolás circulan
ahora por redes sociales virtuales. Justamente por todo lo que pueden suscitar
sus ideas, quisiera compartir con ustedes esta pequeña selección de aforismos
que me he permitido hacer de su último libro publicado en vida, Sucesivos escolios a un texto implícito,
que acaso pudiera ser una síntesis de su pensamiento. Una pequeñísima muestra
de un pensamiento extenso que resulta placentero asediar, como en una agradable y confrontante tertulia.
- La ciencia enriquece la
inteligencia; la literatura enriquece la personalidad entera.
- Comunicación o expresión no
son fines, sino medios, de la obra de arte.
- La historia de estas naciones
es poco interesante: historia de segunda mano. Nada original se ha visto aquí;
nada tampoco tuvo aquí su mayor brillo.
- La verosimilitud es la
tentación en que más fácilmente cae el historiador aficionado.
- El escritor que no se empeña
en convencernos nos hace perder menos tiempo, y a veces nos convence.
- No vale la pena escribir lo
que no comienza pareciéndole falso al lector.
- El que no duda del valor de
su causa no necesita que su causa gane. El valor de su causa es su triunfo.
- Sólo lo inesperado satisface
plenamente.
- La ley es el método más fácil
de ejercer la tiranía.
- La conciencia individual es
la piedra de escándalo del idealismo metafísico.
- La existencia de la obra de
arte demuestra que el mundo tiene significado. Aun cuando no diga cuál.
- Nada le es tan funesto al
arte como el entusiasmo del público.
- La fealdad del actual paisaje
urbano acusa más al alma moderna que al urbanismo contemporáneo.
- Del que se dice que “pertenece
a su tiempo” sólo se está diciendo que coincide con el mayor número de tontos
en ese momento.
- La atomización de la sociedad
deriva de la organización moderna del trabajo: donde nadie sabe exactamente
para quién trabaja, ni quién trabaja para él.
- La permanente posibilidad de
iniciar series causales es lo que llamamos persona.
- A pesar de su retórica
rebelde el artista contemporáneo se reconcilió con el siglo. El arte moderno se
vende porque el artista se vendió.
- Una mayor capacidad de matar
es el criterio de “progreso” entre dos pueblos o dos épocas.
- El reaccionario no es un
pensador excéntrico, sino un pensador insobornable.
- La raíz del pensamiento
reaccionario no es la desconfianza en la razón, sino la desconfianza en la
voluntad.
- Frente a las diversas
“culturas” hay dos actitudes simétricamente erróneas: no admitir sino un solo
patrón cultural: conceder a todos los patrones idéntico rango. Ni el
imperialismo petulante del historiador europeo de ayer; ni el relativismo
vergonzante del actual.
- El mundo es menos creación de
la técnica que de la codicia.
- No calumniar al poder, pero
desconfiar de él profundamente, es lo característico del reaccionario.
- La obra de arte no es
previsible. Tiene que realizarse para demostrar su posibilidad.
- Se empezó llamando
democráticas las instituciones liberales, y se concluyó llamando liberales las
servidumbres democráticas.
- La vida es un combate
cotidiano contra la estupidez propia.
- Tratar las cosas con realismo implica cierta bajeza de alma.
- Ideario del hombre moderno:
comprar el mayor número de objetos; hacer el mayor número de viajes; copular el
mayor número de veces.
- Cuidémonos de llamar “aceptar
la vida” aceptar sin resistencia lo que degrada.
- La mentalidad moderna es hija
del orgullo humano inflado por la propaganda comercial.
- La civilización es episodio
que nace con la revolución neolítica y muere con la revolución industrial.
- La vocación auténtica se
vuelve indiferente a su fracaso o a su éxito.
- El espectáculo de un fracaso
es tal vez menos melancólico que el de un triunfo.
- No todos los vencidos son
decentes, pero todos los decentes resultan vencidos.
- La vida escribe sus mejores
textos en apéndices y márgenes.
- Un tacto inteligente puede hacer
culminar en perfección del gusto la austeridad que la pobreza impone.
- Sólo es transparente el
diálogo entre dos solitarios.
- Ante el marxismo hay dos
actitudes igualmente erróneas: desdeñar lo que enseña, creer lo que promete.
- Lo verdaderamente original no
es planta salvaje, sino astuto injerto.
- La sociedad moderna no
aventaja las sociedades pretéritas sino en dos cosas: la vulgaridad y la
técnica.
- Hay lectores que los libros
adoptan y lectores que rechazan.
- La historia del “progreso” es
el relato de cómo la humanidad se complica inútilmente la vida.
- La sociedad moderna trabaja
afanosamente para poner la vulgaridad al alcance de todos.
- El moderno cree vivir en un
pluralismo de opiniones, cuando lo que hoy impera es una unanimidad asfixiante.
- El gesto, más que el verbo,
es el verdadero transmisor de las tradiciones.
- El hedonista inteligente se
complace ante todo en la felicidad de los que ama.
- Una educación sin humanidades
prepara sólo para los oficios serviles.
- Lo técnicamente perfecto es
siempre mezquino.
(El siguiente me parece una
verdadera gema)
- La “Naturaleza” fue
descubrimiento pre-romántico que el romanticismo propagó, y que la tecnología
está matando en nuestros días.
- El problema de la creciente
inflación económica sería soluble, si la mentalidad moderna no opusiera una
resistencia invencible a cualquier intento de restringir la codicia humana.
- Toda mitología es en cierta
manera cierta, mientras que toda filosofía es en cierta manera falsa.
- Escribir es muchas veces
ineludible; publicar es casi siempre impúdico.
- Madurar es comprender que no
comprendimos lo que habíamos creído comprender.
- El tan decantado “dominio del
hombre sobre la naturaleza” resultó ser meramente una inmensa capacidad
homicida.
- La tecnificación moderna de
la agricultura destruyó la sociedad agraria. Transformó una manera de vivir en
un simple método de medrar.
- La urbe moderna no es una
ciudad, es una enfermedad.
- Pretender que sabe más de lo
que sabe es lo que hace insoportable con frecuencia al discurso religioso.
- Las verdades no son
relativas. Lo relativo son las opiniones sobre la verdad.
- El individualismo hoy es la
única defensa que nos queda contra el colectivismo engendrado por el
individualismo de ayer.
- Ser reaccionario es haber
comprendido que no se puede demostrar, ni convencer, sino invitar.
Bibliografía:
Sucesivos escolios a un texto implícito, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, serie “La Granada
Entreabierta”, vol. 60, 1992.
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