“Silbó, tranquilamente,
una canción que he venido
a identificar después: el bolero Si te contaran,[i]
en
incómoda contraposición a It’s only Rock’n Roll,
que inundaba el cuarto. (…) Me sentí
desubicada y
sin ganas de un Norte que pisaba
por pura torpeza.
El amor de Adasa quedó en mi
corazón. Eché candela
rumbo al Sur salvaje, en donde se
escucha mi canción”.[ii]
Andrés Caicedo, fragmento de ¡Que viva la música!
Y ahora
que Europa se desnuda
para
tostar su carne al sol
y busca
en Harlem y en La Habana
jazz y
son,
lucirse
negro mientras aplaude el bulevar,
y frente a la envidia de los blancos
hablar en
negro de verdad.
Nicolás Guillén, Pequeña oda a un negro boxeador cubano
En ¡Que viva la música!, su única novela
publicada en vida y hoy ineludible en las letras colombianas, Andrés Caicedo
narra en primera persona, a través de un personaje femenino, el encuentro (¿o
desencuentro?) de dos culturas juveniles, dos generaciones y dos décadas (los
sesenta y los setenta) en la ciudad de Cali: la del rock, personificado en la
música de los Rolling Stones, y la de otro estilo que por aquellos años empezó
a ser conocido como salsa, esto es, la música afrocubana que orquestas como la
de Ricardo “Richie” Ray y todas las estrellas de la Fania All Stars
popularizaron tanto en los barrios latinos de Estados Unidos como en
Hispanoamérica en aquellos años, haciendo de ella una de las expresiones
musicales y sociales más vivificantes e identitarias de la cultura
iberoamericana.
Andrés Caicedo, del archivo fotográfico de Eduardo Carvajal. Exposición temporal, Museo Rayo (Roldanillo, Colombia). Foto: Jaime Flórez Meza
La joven María
del Carmen Huerta, alter ego del suicida escritor caleño, relata su frenético
deambular por una ciudad que, como sucediera con las grandes urbes
latinoamericanas, sufrió complejos procesos de modernización e
industrialización que afectaron a sus habitantes. Son en este caso los jóvenes
quienes expresan ese desconcierto y buscan un constante refugio en los amigos,
la música, la rumba, las sustancias psicotrópicas, el riesgo. Han perdido su
norte y no les importa en lo más mínimo, al contrario: de eso trata su aventura
diaria de vivir. La noche es fundamental: “Soy una fanática de la noche, soy
una nochera”.[iii]
Y el rock y la salsa son, en efecto, el eje de este relato, el telón de fondo
de un delirante, aunque fresco y lúdico, contexto autobiográfico, social y
urbano, que lleva a la protagonista a pasar de su acomodado entorno familiar y
social a otro de carácter popular en el cual descubre el mundo local de la
salsa que identificaba a las barriadas populares de Cali. Si bien desde este
punto de vista podría hablarse de una confrontación musical y sociocultural,
teniendo en cuenta, además, que los ritmos afrocubanos terminan encontrando un
lugar preferencial en el relato con cuarenta canciones sólo de Ricardo Ray
involucradas ante once de los Rolling Stones, sin contar las demás canciones
latinas referenciadas, tanto el rock como la salsa son en la novela dos formas
de expresar un inconformismo, una búsqueda de sentido e identidad, un deseo de
belleza atravesado por un sentimiento de frustración (como alguien definió el rock alguna vez).
La orquesta de Ricardo Ray en sus primeros años.
Sentados en el centro, Ricardo Ray y Bobby Cruz.
Lo cierto es que
una larga sección del relato se ocupa de narrar con sarcasmo, humor y pasión lo
que terminó siendo la consagración en Colombia de la mítica orquesta del virtuoso pianista Ricardo
Ray y su vocalista Bobby Cruz: un 26 de diciembre de hace 44 años en la Feria de Cali (habían
debutado en Colombia en el marco de la misma festividad un año atrás, en la
navidad de 1968). Dice Hernán Restrepo Duque: “Fue a partir del año siguiente
(1969) y en la misma feria caleña, cuando definitivamente se instalaron en la
admiración de los colombianos y sentaron una especie de veneración que todavía
no termina”.[iv]
Acaso la leyenda de Cali como capital mundial de la salsa empieza ahí. “Allí
fue cuando se hizo la justificación de esta ciudad -decía Rubén, amargo-.
Ricardo Ray inventó el mito”.[v]
Y aunque no existe consenso alrededor de porqué y quién usó primeramente el
vocablo salsa para denominar una música de origen afrocaribeño, muchos se lo
atribuyen a Ray y Cruz. Desde sus inicios la orquesta mezclaba sin prejuicios
ritmos como el guaguancó, la guaracha, el mambo, la pachanga y el jazz.
Preguntado en una entrevista en los sesenta sobre esta fusión que identificaba
el sonido de su orquesta y de otras de Nueva York, Richie Ray lo definió como
una mezcla de ingredientes semejante al ketchup
(salsa en inglés). Y desde entonces la palabra, según esta hipótesis, empezó a
difundirse para nombrar este popular estilo musical.
Se diría que el
rock and roll y la salsa son dos géneros diametralmente opuestos; sin embargo,
en los sesenta eran más frecuentes los guiños y préstamos entre ambos que sus
diferencias. Resultado de ese diálogo fue, por ejemplo, el boogaloo (o bugalú),
especie de rythm and blues y soul latino que artistas como Ricardo
Ray y muchos otros difundieron con éxito; o el rock latino de Carlos Santana,
con sus fusiones de ritmos afrocubanos y rockeros. Y hasta los Rolling Stones
emplearon percusiones caribeñas y un piano que suena a lo afrocuban en su canción Sympathy
for the Devil. Por otra parte, la deuda con el jazz es grande y ambos
estilos comparten raíces africanas. En suma, desde puntos de vista musicales y
culturales, son más las coincidencias que las divergencias.
Changó y el Olimpo yoruba cubano
En
esta tierra, mulata
de
africano y español
(Santa
Bárbara de un lado,
del
otro lado, Changó),
siempre
falta algún abuelo,
cuando
no sobra algún Don
y
hay títulos de Castilla
con
parientes en Bondó.
Nicolás Guillén, La canción del bongó[vi]
Durante la
primera etapa de su carrera (1964-1975) Ray y Cruz le dieron una figuración
importante en su música a la santería cubana, sistema de sincretismos entre deidades
y creencias del pueblo yoruba (de África occidental) y figuras del santoral
católico, como lo hacían también otros músicos y cantantes de raíces caribeñas.
De ahí toda una suerte de divulgación mitológica santera que se atribuía a Ray
y Cruz, finalmente rota cuando se convirtieron al evangelismo hacia mediados de los setenta.
Es bien sabido
que los pueblos africanos traídos a América como esclavos practicaban
clandestinamente sus cultos religiosos. El sincretismo fue una estrategia de sobrevivencia
tanto para ellos como para los pueblos nativos de América en la medida en que
se vieron forzados a buscar equivalencias en santos católicos para poder
continuar con sus adoraciones. Una expresión de este fenómeno fue la santería,
denominación despectiva con la cual los españoles calificaban tales prácticas
en el Caribe durante el período colonial. El nombre, con todo, prevaleció y hoy
es un culto libre y reconocido en Cuba, Puerto Rico, República Dominicana,
Venezuela y determinadas zonas de Estados Unidos, amén de prácticas
clandestinas en otros países, Colombia entre ellos.
Bobby Cruz y Ricardo Ray en los años sesenta
Imagen: http://www.herencialatina.com/RR_BC/Richy_Bobby_Juntos.JPG
Imagen: http://www.herencialatina.com/RR_BC/Richy_Bobby_Juntos.JPG
En una canción de
sus primeros años Ray y Cruz cantaban así a Changó, espíritu (orisha) de la justicia, la danza, la
música, el fuego, la fuerza viril, el trueno y el rayo, cuyo equivalente
católico es Santa Bárbara; y a Yemayá, deidad de la fertilidad, la maternidad,
los mares, la intelectualidad, la sapiencia y, al tiempo, de la volubilidad
temperamental, sincretizada en Cuba con la Virgen de Regla, y a quien se atribuye la crianza
del mismo Changó:
Yaré
Changó quiere bembé, yaré…
Dicen
que Changó ya quiere bembé
y
que se le haga alabanza
que diana e trono e
Se
le canta a Yemayá
para Ochún que suene el cuero
que
el bembé ya va a empezar[vii]
Se dice que
Changó igualmente representa la alegría, lo vital, la belleza masculina, la
pasión, la inteligencia y la riqueza y que sus padres habrían sido Obbatala,
padre de todos los hombres y mujeres, y Aggayú Solá, “el que cubre el desierto
con su voz”.
En ese trágico y
a la vez alegre y desbordante cántico afrocubano que es Lo atara la araché, con su yoruba que es como un grito de esclavo
entremezclado con un castellano urgente que Caicedo supo recoger en su novela,
escuchamos:
Oiga
mi socio, oiga mi cumbilá
le
voy a en cama-caló
alala-lelelelé
lolo-lolá
epílame
pa los ancoros
como
le giro este butín guaguancó
cuando
mi meje era indiquití
y
ya empezaba a rodar
fachitún
jamercoyando
y
no me pudo tirar pallá-pallá oye-ló
alalala-lololó-lololololo-lalalá
y
el niche que facha rumba
aunque
niñé bien su yila
cuando
varan a la pira
lo
atara la araché [viii]
Tal vez uno de
sus mayores tributos a Changó y Yemayá está en la canción Cabo E, exaltación de un sentimiento afro caribeño, yoruba, místico
y rumbero, uno de sus momentos estelares ya ausente hoy en sus presentaciones
debido al mencionado cambio espiritual:
(Cabo e, cabo e, cabo e
Kabiosile O…)
La
reina del guaguancó
y que ina me llama Ma' Changó
(a ina
ugagá)
Que
le llaman la reina del guaguancó
(a ina ugagá)
Pum catapum viva Changó
(a ina ugagá)
A ina kaí viva Changó
(a ina ugagá)
Líbranos de todo mal
(a ina ugagá)
E ina kaína nino Changó
(a ina ugagá)
Fachitún
jamerco y ño ñampió
(…)
La
diosa de Omelencó
(a ina
ugagá)
Que
le canto a Changó butín
guaguancó
(a ina
ugagá)
Catapum
catapum y viva Changó
(a ina
ugagá)
En Yo soy Babalú, canción del celebérrimo
dúo cubano de Celina y Reutilio, celebran a Babalú Ayé, orisha de la enfermedad
y las epidemias, asimilado a San Lázaro:
Yo
soy Babalú camino a Arará
y
con mi trabajo la tierra temblá…
Que
Babalú me dijo a mí:
Yo
soy quien te está cuidando
Que
Babalú me dijo a mí:
Yo
sé quién te está velando
y
sé quién te está tirando
pero
a ti no te entra ná
Yo
siempre te estoy cuidando
pa
que no te pase ná
(…)
Ay
que yo suelto mi perro
cojo
mi muleta, me pongo mi capa
y
camino pa’ llá y en cuanto yo llegue
Aggayú Solá
aparece en la canción Agallú San Miguel,
de autor anónimo, aunque este orisha tiene su equivalente en San Cristóbal.
Aggayú Solá representa tanto el volcán, el magma y el interior de la tierra
como las fuerzas y energías telúricas de la naturaleza y aquellas que ponen en
movimiento el universo. Se lo relaciona también con los desiertos (su nombre
significa literalmente “el que cubre el desierto con su voz”, como ya se dijo),
las tierras secas y los ríos caudalosos.
Agallú
Solá préstame tu espada
tu
espada bendita que quiero vencer
vencer
a mis enemigos
que
por envidia o deseo
ay
que ayúdame san Miguel,
ayúdame
san Mateo
(…)
El
chivo vere mio ni gua gua
a
cuara Cuba camá…
Soro
elegüe mi soro e o qué…
Dame
la Osha má coró…
(…)
Ayeleé e que ayino tá
sa mi fora muna kuá…
(…)
Ayagita com Ochún…
(…)
Mai,
mai, soroso ahé
Que
Agallú soroso…
Y
dale la osha má coró…
La
literatura y la música han hecho, pues, brillar de diversas maneras (estas son
apenas dos) ese Olimpo de divinidades y espíritus de piel oscura que han puesto
a bailar, vivir, gozar y celebrar a millones de seres en el mundo. “Tú
enrúmbate y después derrúmbate. Échale de todo a la olla que producirá la salsa
de tu confusión. Ahora me voy, dejando un reguero de tinta sobre este
manuscrito. Hay fuego en el 23” .[xiii]
[i] Famoso bolero de Félix Reyna interpretado por muchos artistas,
entre ellos Ricardo Ray y Boby Cruz en su primer álbum.
[ii] Andrés Caicedo, Que viva la
música, Bogotá, Plaza y Janés, 2ª. Ed., 1987, p. 85-105.
[iii] Ibíd., p. 25.
[iv] Hernán Restrepo Duque,
notas al disco Grandes éxitos de Ricardo
Ray y Bobby Cruz, Discos Fuentes, 1991.
[v] Andrés Caicedo, op. cit., p. 129.
[vi] Nicolás Guillén, Sóngoro
Cosongo y otros poemas, Madrid, Alianza Editorial, 1981, p. 14.
[vii] “Yaré Changó”,
composición de Ray y Cruz, álbum On the
loose (Se soltó), Tico, 1966.
[viii] “Lo atara la araché”,
composición de H. Gonzalez, álbum Jala
Jala y Boogaloo, Alegre Records, 1967.
[ix] Andrés Caicedo usa este verso como primer epígrafe en su novela.
[x] “Cabo E”, composición de
H. Gonzalez, en el álbum Jala Jala y
Boogaloo, Alegre Records, 1967.
[xi] “Yo soy Babalú”, composición
de Celina y Reutilio, álbum Los Durísimos,
Alegre Records, 1968.
[xii] “Agallú San Miguel”, anónimo,
en el mismo álbum.
[xiii] Andrés Caicedo, op. cit., p. 190.
Más elegante y completo no se puede.Bien,bien.
ResponderEliminarSí señor, bien dicho. Mi sancocho sí que quedó bien revuelto y ahora me explico por qué nadie canta una canción de Ricardo Ray y Bobby Cruz. Hasta pena me da que, ahora haciendo algunas averiguaciones para un trabajo, es que lo vengo a entender, Uf! 60 años después. Gracias.
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