En
agosto de 2011 las amenazas de muerte proferidas por una banda criminal contra
doce grupos teatrales de barrios populares de Bogotá prendieron nuevamente las
alarmas en el sector escénico colombiano, particularmente en el de la capital
que convocó a una gran marcha pacífica en repudio por el infame hecho y como
una muestra de solidaridad: el 30 de agosto de ese año numerosas organizaciones
teatrales de la capital colombiana realizaron una marcha multitudinaria bajo el
lema “Arte sí, amenazas no”. Este gesto y el apoyo de las autoridades locales
evitaron que los miembros de los grupos amenazados tuvieran que abandonar la
ciudad como lo exigían los autores del vil panfleto, que se identificaban como miembros de
las paramilitares Águilas Negras.
Episodios
como éste me recuerdan muchos casos de prácticas artísticas marcadas por
contextos sociales y políticos de represión y permanente intimidación. Sin
embargo, un narrador oral colombiano solía decir que es “mejor ser con miedo
que dejar de ser por miedo”;[i]
y el dramaturgo alemán Heiner Müller, que bien sabía de lo que hablaba (sufrió
el régimen censor y policial de la desaparecida República Democrática Alemana
en tiempos del Muro de Berlín y la Cortina de Hierro), hablaba del miedo como
una fuente maravillosa de creatividad: “El miedo es algo tremendamente pedagógico. Sin miedo
no habría progreso alguno, no habría cultura. Y ello sigue siendo así a pesar
de toda la inflación de miedo que ahora producen los mass-media. Ese miedo también genera creatividad. Es constructivo.
El miedo fuerza a hallar soluciones. Cuando uno reprime el miedo, inhibe la
resistencia contra lo que da miedo”.[ii]
En
cualquier caso muchos grupos teatrales, dramaturgos, escritores y otros
artistas colombianos y de muchas latitudes más han tenido que adoptar una
actitud consecuente -aprender a convivir con el miedo- frente a las situaciones
de temor fácticas o latentes que se viven en los conflictivos contextos de un
país y de un mundo contemporáneo tremendamente intimidantes. Yo sólo he querido
traer a colación unos pocos casos de artistas e intelectuales que no
claudicaron ante el terror.
Un malogrado dramaturgo colombiano
El
sábado 29 de septiembre de 1990 José Manuel Freidel no llegó al ensayo de El padre Casafús, de Tomás Carrasquilla,
obra que iba a estrenar en los próximos días con su grupo Exfanfarrria Teatro,
en Medellín. Al siguiente día una noticia de la prensa local daba cuenta del
asesinato con una bala de revólver de un hombre no identificado. Un hermano de
Freidel fue al anfiteatro con la esperanza de que aquel N.N. no fuera su propio
hermano. No fue así. La víctima era, en efecto, José Manuel Freidel: actor,
director y dramaturgo nacido en 1951 y asesinado en Medellín por un desconocido
el 28 de septiembre de aquel año, después de salir de un ensayo de la
mencionada obra, en un momento en que la ciudad era una de las más violentas
del mundo. Cuatro días antes José Manuel había cumplido 39 años.
José Manuel Freidel
Imagen: http://exfanfarriateatro.org/HTML/3_freidel.html
Como
suele suceder en un país amnésico como Colombia, la figura de Freidel es parte
de ese gigantesco olvido en que terminan los personajes asesinados por la
intolerancia luego de una conmoción nacional o local pasajera, pese a una
prolífica carrera teatral, en su caso, que lo llevó a escribir cerca de
cuarenta obras, a fundar una de las más importantes y persistentes agrupaciones
escénicas de Medellín y el país, Exfanfarria Teatro, a dirigir decenas de
montajes, además de crear, impulsar y dirigir otros grupos locales; es decir,
pese a una valiosa contribución a las prácticas artísticas locales y nacionales
y, con ello, a la sensibilidad de toda una sociedad. El solo hecho de que su
asesinato continúe en la impunidad después de veintitrés años es una muestra del
desdén estatal ante personajes y crímenes como el suyo.
“Cuando
todos hacíamos teatro de denuncia él, con una voz muy singular y propia,
introduce elementos poéticos tanto en el lenguaje como en el estilo de puesta
en escena. Sus obras (…) recrean situaciones dramáticas que se enmarcan en
momentos que son claves para la historia de Colombia. Ese es para mí uno de sus
grandes aportes, la ficción histórica, por decirlo de alguna manera, y un
teatro comprometido con darle voz al dolor de la realidad”,[iii]
dice la actriz Adela Donadío, que se inició en el teatro de la mano de Freidel.
Freidel
no sólo teatralizó la violencia histórica colombiana (fundamentalmente la
violencia partidista de comienzos y mediados del siglo veinte) sino la de su
propio tiempo y, por supuesto, la que afectaba a su ciudad: vivió, y finalmente
padeció en carne propia, la trágica década de los ochenta, acaso la más
violenta del siglo en Medellín, de seguro con la certidumbre de que a él
también le podría tocar y sin que ello lo inhibiera de seguir creando libre y
valientemente pasara lo que pasara y pesara a quien le pesara. Hoy ni siquiera se
conoce con certeza quién o quiénes propiciaron y ejecutaron su muerte. Sólo hay
conjeturas, pero no se descarta que la paranoia terrorista de aquellos años se
haya cobrado la vida de individuos como él si se atiende al hecho de que
agentes armados estatales y paraestatales veían en muchos artistas escénicos,
entre otros, a virtuales o reales adoctrinadores o propagandistas de la
izquierda armada.
El guionista que se enfrenta al
macartismo
En 1975 la Academia de Artes y
Ciencias Cinematográficas de Hollywood reconoció al guionista, novelista y director Dalton Trumbo (1905-1976), incluido por el Comité de Actividades Antiestadounidenses
en su fatídicamente célebre lista negra del cine, como legítimo ganador del
mejor guión original de 1956 por la película
El Bravo. Trumbo había sido implacablemente perseguido por el Comité,
presidido desde 1952 por el senador republicano Joseph McCarthy, cuyo apellido
dio lugar al término macartismo como
una manera de referirse a las persecuciones políticas gubernamentales sistemáticas
e ilegales que aducen traición a la patria, subversión y conspiración contra el
estado por parte de determinados ciudadanos puestos bajo vigilancia y
hostigamiento constante, negándoseles el principio de presunción de inocencia,
el derecho a un debido proceso y con todo ello afectando seriamente su
dignidad, su honra, su desarrollo personal, laboral y su libre expresión. De
ese modo un gobierno siembra el terror social y se asegura el pleno control de
los ciudadanos, permitiéndose toda suerte de excesos de poder a nombre de la
seguridad interna. Los de McCarthy llevaron, entre otras cosas, a estigmatizar
a cientos de trabajadores del cine (entre guionistas, directores, músicos,
técnicos y actores) y de otros sectores, muchos de los cuales perdieron su
trabajo, fueron vetados, acabaron en prisión o en el exilio; a algunos incluso
se les negó un pasaporte para impedirles trabajar en el extranjero. Muchas
reputaciones y vidas quedaron arruinadas.
Dalton Trumbo cuando fue encarcelado
Imagen: http://www.antiwarsongs.org/canzone.php?id=19233&lang=it
Enviado a prisión en 1950 tras
negarse desde un principio (1947) a responder las preguntas del comité, Trumbo
hacía parte de un célebre grupo de guionistas y directores conocido como Los Diez
de Hollywood, acusados de militancia comunista (era suficiente con ello para
ser acusado de deslealtad, subversión y traición a la patria) y que decidieron
unirse para defender sus derechos al amparo de la primera enmienda de la
Constitución estadounidense. No obstante, el director Edward Dmytryk, uno de
sus miembros, quedó en libertad tras confesar su militancia, arrepentirse de
haber pertenecido al partido comunista y delatar a 26 correligionarios. El
Comité exigía la delación a cambio del indulto: fueron muchos los delatores en
la industria cinematográfica, entre ellos directores de la talla de Walt Disney
y Elia Kazan. Eran los primeros años de la Guerra Fría, cuya primera baja fue
la libertad individual.
En prisión Trumbo no pudo
concluir el guión de El merodeador (The prowler, 1950), que fue completado
por otros y dirigido por Joseph Losey, otro ilustre perseguido que marchó a
Europa durante los fatales años del macartismo, filmó con seudónimos y se
radicó finalmente en Inglaterra, donde realizó sus más importantes películas
usando su nombre verdadero. Justamente su primera película importante en
Norteamérica había sido El muchacho de
los cabellos verdes (1948), metáfora del hombre estigmatizado y
discriminado, muy a tono con el comienzo de lo que se dio en llamar como “cacería
de brujas” del nefasto Comité de Actividades Antiestadounidenses, instituido en
1938 para luchar inicialmente contra la penetración del nazismo en el país,
devenido en la postguerra en un aparato que buscaba eliminar la penetración e
influencia comunista, cuyos métodos de intimidación, represión y manipulación
social no se diferenciaban mucho de los empleados en la Alemania nazi. Para la
muestra, cerca de 30.000 títulos fueron proscritos de bibliotecas y librerías,
incluso los que hablaban de Robin Hood, mítico héroe británico visto por el
Comité como un precursor del comunismo por aquello de que robaba a los ricos
para repartirlo entre los pobres. El dramaturgo Arthur Miller escribiría Las Brujas de Salem como una virulenta
metáfora de la moderna cacería de brujas liderada por McCarthy, representando
un caso de inquisición en una colonia norteamericana del siglo diecisiete. La
obra fue estrenada en 1953.
Tras cumplir una condena de once
meses Trumbo se exilió en México, escribiendo guiones para Hollywood con seudónimos.
Paradójicamente, los dos óscares que ganó como guionista los firmó con nombres
ficticios durante su exilio mexicano de cinco años. El primero -Vacaciones en Roma, firmado como Ian McLellan
Hunter- lo recogió su coguionista y el segundo, por El Bravo (1956), nadie: Trumbo fue su único autor y lo firmó como Robert Rich. Hollywood tardó mucho en reivindicar esos premios.
Trumbo tuvo que esperar diecinueve años para que la Academia lo reconociera oficialmente como ganador real por el guión de la segunda cinta. Y ya no vivió para ser reconocido
como coautor de la primera en 1983: murió siete años antes. A fines de los
cincuenta, cuando Trumbo residía nuevamente en su país y las persecuciones
macartistas habían cesado (el propio McCarthy había muerto en 1957), aun se dudaba si era oportuno dar a conocer su
nombre como guionista de alguna película importante, como fue el caso de Espartaco (1960), que dirigiera Stanley
Kubrick.
Póster del filme El Testaferro (The Front)
Imagen: http://taxi11.blogspot.com/2013/02/the-front-1976-dvdrip-vose.html
Un homenaje a esos corajudos
escritores de la pantalla es la película de 1976 The Front (en Latinoamérica, El Testaferro), protagonizada por Woody Allen, escrita por Walter Bernstein y dirigida por Martin Ritt (los dos últimos estuvieron en las listas negras macartistas). En ella
Allen interpreta a un cajero de restaurante en los años cincuenta que debido a
su amistad con un guionista perseguido por el Comité acepta figurar
personalmente como autor de sus guiones para un show de televisión, disfrutando de los privilegios ajenos que supone ser un guionista de éxito, hasta que el
Comité cae sobre sobre él y lo declara como otro comunista infiltrado en la industria del entretenimiento.
El documental Trumbo (2008), de Peter Askin, cuenta la
historia de este hombre talentoso, audaz y honesto que decidió enfrentarse a un
poder inquisitorial y paranoico sin arma distinta que su pluma, prefiriendo la
cárcel al sometimiento y la delación, que hizo parte de grupos de resistencia
civil, laboral y legal, apoyando causas justas, que desde la triste distancia
del exilio, la más dolorosa de todas, siguió creando, y que finalmente retornó a
su país para continuar con su labor hasta la muerte, aunque la industria
cinematográfica más grande del mundo no le devolviera en vida toda la dignidad
y el crédito que le correspondían. Para este año un estudio estadounidense anunció una película de ficción sobre su vida.
Trumbo en sus últimos años
Imagen: http://www.antiwarsongs.org/canzone.php?id=19233&lang=it
Lo paradójico de todo esto es
que mientras en Estados Unidos y otros países bajo su órbita se perseguía hasta
el delirio la penetración comunista, en países como la URSS, la China o Alemania
Oriental se hacía lo propio para impedir la penetración occidental. Una
película como La vida de los otros (Alemania,
2006), rodada muchos años después de la caída del infame muro berlinés, muestra
justamente lo doloroso que es para un artista -un dramaturgo y una actriz en este relato- vivir bajo un régimen. Es que la vida artística siempre ha sido una
fuente de libertad. Y la libertad asusta. A los defensores de las ideologías.
(Continuará)
Imagen:
http://www.entretantomagazine.com/2013/05/11/la-vida-de-los-otros-el-reciente-pasado-aleman-mostrado-como-nunca-antes/
[i] Edgar Ágreda, director del grupo Espantamiedos, de Pasto, Colombia.
[ii]
Heiner Müller, Germania: Muerte en Berlín y otros textos, ed. y trad.
Jorge Riechmann, Navarra,
Argitaletxe Hiru, 1996, p.
168.
[iii] Adela
Donadío, en Semana, “Mirada a la
Guerra de los Mil Días”, en http://www.semana.com/cultura/articulo/mirada-guerra-mil-dias/58049-3.
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