Fuente: chilango.com
En su autobiografía denominada Mi último suspiro, resultado de
conversaciones con su amigo Jean-Claude Carrière, el cineasta español Luis
Buñuel decía sobre su diaria espera de la muerte: “Al aproximarse mi último
suspiro, imagino con frecuencia una última broma. Hago llamar a aquellos de mis
viejos amigos que son ateos convencidos como yo. Entristecidos, se colocan
alrededor de mi lecho. Llega entonces un sacerdote al que yo he mandado llamar.
Con gran escándalo de mis amigos, me confieso, pido la absolución de todos mis
pecados y recibo la Extremaunción. Después de lo cual, me vuelvo de lado y
muero”.[1]Reiteradamente
considerado uno de los grandes maestros del cine, la ironía, el humor negro y
la ambigüedad parecen haberle acompañado siempre. Un breve repaso de su
filmografía da cuenta de sus obsesiones: la realidad surreal y onírica, la visión feroz de una burguesía decadente
(¿alguna vez no lo ha sido?), lo tragicómico de la condición humana, el
erotismo femenino, el peso de la Iglesia, de una hispanidad recalcitrantemente
católica. Su célebre “soy ateo, gracias a Dios”, da fe de ello.
Lo primero que vi de este hombre
nacido en Calanda, Aragón, en 1900 fue Los
olvidados (1950), aquella suerte de filme neorrealista mexicano que supuso
su consagración internacional en el Festival de Cannes con el Premio de
Dirección. Luego, una película que Buñuel había rodado veinte años después de
la anterior, Tristana, basada en la
novela de Pérez Galdós, con la espléndida Catherine Deneuve y uno de los
actores que más figuró en sus filmes de los últimos años, Fernando Rey. Después
seguirían, si mi memoria afectiva no me traiciona, Un perro andaluz (1928, su primera obra), Viridiana (1961, rodada en la España franquista), La vía láctea (1970), Ese oscuro objeto del deseo (1977, su
último suspiro cinematográfico), Bella de
día (1967, quizá mi favorita), El
ángel exterminador (1962), Ensayo de
un crimen (1955), Nazarín (1958,
basada en otra novela de Pérez Galdós), El
discreto encanto de la burguesía (1972, Oscar a mejor película de habla no inglesa),
Él (1955), El fantasma de la libertad (1974), La muerte en el jardín (que no me gustó para nada), La edad de oro (1930, que más bien me
decepcionó), Simón del desierto
(1965), Diario de una camarera
(1964). Creo que fue en ese orden, lo cual indica que no he visto todo su
período mexicano que abarca veinte años de su carrera. Deuda pendiente.
Personaje singular Buñuel, de
joven estuvo interesado en la entomología y las ciencias naturales aunque
finalmente se licenció en filosofía. Gran amigo de Dalí y García Lorca desde su
época en la Residencia de Estudiantes madrileña, la homosexualidad del segundo no
sólo le parecía increíble sino inexplicable e inaceptable, al punto de querer
batirse en duelo con alguien que le contó aquélla novedad. “Federico no tenía
nada de afeminado ni había en él la menor afectación. Tampoco le gustaban las
bromas ni las parodias al respecto”.[2]
Su afecto y admiración por él eran, no obstante, enormes: “De todos los seres
vivos que he conocido, Federico es el primero. No hablo de su teatro ni de su
poesía, hablo de él. La obra maestra era él. [...] Tenía pasión, alegría,
juventud. Era como una llama”.[3]
No se equivocaba Buñuel en ello, como tampoco en aconsejarle no abandonar
Madrid, asegurándole que allí estaría más seguro, tras iniciarse la cruenta guerra
civil española (1936-1939): García Lorca se equivocó trágicamente al marchar a
Granada, donde sería brutalmente asesinado por los fascistas en agosto de 1936.
Hombre de izquierda y pacifista,
Buñuel firmó un manifiesto colectivo internacional contra la bomba atómica, lo
que lo puso en la mira del gobierno estadounidense como sospechoso de comunismo
en los años posteriores a la guerra civil española. Era, por supuesto, un
republicano militante. Cuando marchó hacia Estados Unidos tras el aplastamiento
de la República por Franco, consiguiendo
un trabajo en el departamento de cine del Museo de Arte Moderno de Nueva York y
algunos pequeños proyectos cinematográficos en Hollywood -ninguno como director,
a lo cual ya parecía haberse resignado- su estancia se tambaleó por completo,
según él, a causa del libro autobiográfico de Dalí, a la sazón ya un muy elogiado
y afamado pintor: “En su libro La vida
secreta de Salvador Dalí, que apareció en aquellos momentos, habló de mí
como de un ateo. En cierto modo, esto era más grave que una acusación de
comunismo”.[4]
La vida, que finalmente organiza las cosas de otra manera, lo llevó a reiniciar
y mantener su carrera como director en México, donde finalmente se instalaría
definitivamente, siendo ciudadano mexicano desde 1949, aun cuando filmara
básicamente en Francia durante sus últimos doce años de actividad. Es conocida,
por otra parte, la especial acogida que México ofreció a republicanos
españoles.
Buñuel hubiera querido que uno de
sus filmes más incisivos, El ángel
exterminador, se rodara en París o Londres, que le parecían más apropiadas
para escenificar lo que en mi opinión es una demoledora farsa anti-burguesa. Pero,
como siempre, se ajustó al presupuesto disponible y la rodó en Ciudad de México.
También pretendía hacer de Simón del
desierto -basada en la vida de san Simeón, un anacoreta del siglo IV- una
obra más ambiciosa y no el modesto mediometraje en que quedó convertida. Con
todo, el filme recibió el premio especial del jurado en el Festival de Venecia.
Ensayo de un crimen. Fuente: mas-mexico.com.mx
Una de mis
favoritas es Ensayo de un crimen. La vida
criminal de Archibaldo de la Cruz. De la Cruz es un asesino frustrado que
tras haber presenciado de niño la muerte de su mucama por una bala perdida en
tiempos de la revolución mexicana, queda fascinado con el asesinato. Y otras
mujeres que se cruzan en su vida también acaban muriendo trágicamente por azar. Archibaldo se siente, pues, un criminal que mata sin matar. Y esto lo atormenta
tanto que quiere ejecutar un crimen de verdad, sin conseguirlo. Quemar una
réplica en maniquí de una chica que finalmente arruina sus planes es su crimen
simbólico. Pero, sintiéndose culpable hasta la médula de las otras muertes,
termina confesando sus crímenes no cometidos ante un inspector de policía que
intenta tranquilizarlo diciéndole que el deseo no mata. Recién cuando
reencuentra a la joven del maniquí y se va de paseo con ella parece convencerse
de que no ha sido ni es ningún asesino. Alex de la Iglesia, el cineasta
español, le rindió un pequeño homenaje en Crimen
ferpecto (2005), en la que un arribista vendedor de centro comercial planea
matar a su esposa forzosa revisando varias películas de asesinatos, entre ellas
la de Buñuel.
Catherine Deneuve (izq.) en Belle de Jour. Fuente: bolsamania.com
Decía que Belle de jour es probablemente mi favorita. La mujer joven, hermosa y casada que
tiene en apariencia toda su vida resuelta y lleva una vida muy confortable pero
aburrida, sin emoción, y de repente se encuentra viviendo una doble vida de
esposa y meretriz de un discreto burdel parisino, siempre me pareció exquisitamente
cínica, con sus juegos surreales que admiten distintas lecturas del relato.
Quizá la visión femenina de Buñuel
haya sido más bien misógina. La mujer suele aparecer como fetiche, ser fatal,
trágico, reprimido, oscuro, ambivalente, voluble... Pero es que los hombres
tampoco son representados en mejores circunstancias. Son débiles, vulnerables,
torpes, patéticos... Una visión irónica y mordaz del homo-humano.
El legado cinematográfico de
Buñuel es grande y puede apreciarse en directores disímiles como Allen, Almodóvar
y de la Iglesia, por citar algunos. “Una cosa lamento: no saber lo que va a
pasar. Abandonar el mundo en pleno movimiento, como en medio de un folletín”,[5]
decía Buñuel que murió el 29 de julio de 1983 en México D.F. a los 83 años. Que este
próximo aniversario sirva para volver a su filmografía desigual, surreal,
fascinante, cínica, cruelmente divertida o decepcionantemente entrañable. Caben
las paradojas.
[1] Luis
Buñuel, Mi último suspiro, Barcelona,
Plaza y Janés, 5ª. ed., 1994, p. 303.
[2] Ibíd.,
p. 72.
[3] Ibíd.,
p. 184.
[4] Ibíd.,
p. 213.
[5] Ibíd.,
p. 303.
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