domingo, 29 de diciembre de 2013

LITERATURA, SALSA Y CHANGÓ

Silbó, tranquilamente, una canción que he venido
a identificar después: el bolero Si te contaran,[i] en
incómoda contraposición a It’s only Rock’n Roll,
que inundaba el cuarto. (…) Me sentí desubicada y
sin ganas de un Norte que pisaba por pura torpeza.
El amor de Adasa quedó en mi corazón. Eché candela
rumbo al Sur salvaje, en donde se escucha mi canción.[ii]
Andrés Caicedo, fragmento de ¡Que viva la música!

Y ahora que Europa se desnuda
para tostar su carne al sol
y busca en Harlem y en La Habana
jazz y son,
lucirse negro mientras aplaude el bulevar,
y  frente a la envidia de los blancos
hablar en negro de verdad.
Nicolás Guillén, Pequeña oda a un negro boxeador cubano


En ¡Que viva la música!, su única novela publicada en vida y hoy ineludible en las letras colombianas, Andrés Caicedo narra en primera persona, a través de un personaje femenino, el encuentro (¿o desencuentro?) de dos culturas juveniles, dos generaciones y dos décadas (los sesenta y los setenta) en la ciudad de Cali: la del rock, personificado en la música de los Rolling Stones, y la de otro estilo que por aquellos años empezó a ser conocido como salsa, esto es, la música afrocubana que orquestas como la de Ricardo “Richie” Ray y todas las estrellas de la Fania All Stars popularizaron tanto en los barrios latinos de Estados Unidos como en Hispanoamérica en aquellos años, haciendo de ella una de las expresiones musicales y sociales más vivificantes e identitarias de la cultura iberoamericana.

Andrés Caicedo, del archivo fotográfico de Eduardo Carvajal. Exposición temporal, Museo Rayo (Roldanillo, Colombia). Foto: Jaime Flórez Meza

La joven María del Carmen Huerta, alter ego del suicida escritor caleño, relata su frenético deambular por una ciudad que, como sucediera con las grandes urbes latinoamericanas, sufrió complejos procesos de modernización e industrialización que afectaron a sus habitantes. Son en este caso los jóvenes quienes expresan ese desconcierto y buscan un constante refugio en los amigos, la música, la rumba, las sustancias psicotrópicas, el riesgo. Han perdido su norte y no les importa en lo más mínimo, al contrario: de eso trata su aventura diaria de vivir. La noche es fundamental: “Soy una fanática de la noche, soy una nochera”.[iii] Y el rock y la salsa son, en efecto, el eje de este relato, el telón de fondo de un delirante, aunque fresco y lúdico, contexto autobiográfico, social y urbano, que lleva a la protagonista a pasar de su acomodado entorno familiar y social a otro de carácter popular en el cual descubre el mundo local de la salsa que identificaba a las barriadas populares de Cali. Si bien desde este punto de vista podría hablarse de una confrontación musical y sociocultural, teniendo en cuenta, además, que los ritmos afrocubanos terminan encontrando un lugar preferencial en el relato con cuarenta canciones sólo de Ricardo Ray involucradas ante once de los Rolling Stones, sin contar las demás canciones latinas referenciadas, tanto el rock como la salsa son en la novela dos formas de expresar un inconformismo, una búsqueda de sentido e identidad, un deseo de belleza atravesado por un sentimiento de frustración (como alguien definió el rock alguna vez).

La orquesta de Ricardo Ray en sus primeros años. 
Sentados en el centro, Ricardo Ray y Bobby Cruz.

Lo cierto es que una larga sección del relato se ocupa de narrar con sarcasmo, humor y pasión lo que terminó siendo la consagración en Colombia de la mítica orquesta del virtuoso pianista Ricardo Ray y su vocalista Bobby Cruz: un 26 de diciembre de hace 44 años en la Feria de Cali (habían debutado en Colombia en el marco de la misma festividad un año atrás, en la navidad de 1968). Dice Hernán Restrepo Duque: “Fue a partir del año siguiente (1969) y en la misma feria caleña, cuando definitivamente se instalaron en la admiración de los colombianos y sentaron una especie de veneración que todavía no termina”.[iv] Acaso la leyenda de Cali como capital mundial de la salsa empieza ahí. “Allí fue cuando se hizo la justificación de esta ciudad -decía Rubén, amargo-. Ricardo Ray inventó el mito”.[v] Y aunque no existe consenso alrededor de porqué y quién usó primeramente el vocablo salsa para denominar una música de origen afrocaribeño, muchos se lo atribuyen a Ray y Cruz. Desde sus inicios la orquesta mezclaba sin prejuicios ritmos como el guaguancó, la guaracha, el mambo, la pachanga y el jazz. Preguntado en una entrevista en los sesenta sobre esta fusión que identificaba el sonido de su orquesta y de otras de Nueva York, Richie Ray lo definió como una mezcla de ingredientes semejante al ketchup (salsa en inglés). Y desde entonces la palabra, según esta hipótesis, empezó a difundirse para nombrar este popular estilo musical.

Se diría que el rock and roll y la salsa son dos géneros diametralmente opuestos; sin embargo, en los sesenta eran más frecuentes los guiños y préstamos entre ambos que sus diferencias. Resultado de ese diálogo fue, por ejemplo, el boogaloo (o bugalú), especie de rythm and blues y soul latino que artistas como Ricardo Ray y muchos otros difundieron con éxito; o el rock latino de Carlos Santana, con sus fusiones de ritmos afrocubanos y rockeros. Y hasta los Rolling Stones emplearon percusiones caribeñas y un piano que suena a lo afrocuban en su canción Sympathy for the Devil. Por otra parte, la deuda con el jazz es grande y ambos estilos comparten raíces africanas. En suma, desde puntos de vista musicales y culturales, son más las coincidencias que las divergencias.   

Changó y el Olimpo yoruba cubano

En esta tierra, mulata
de africano y español
(Santa Bárbara de un lado,
del otro lado, Changó),
siempre falta algún abuelo,
cuando no sobra algún Don
y hay títulos de Castilla
con parientes en Bondó.
Nicolás Guillén, La canción del bongó[vi]

Durante la primera etapa de su carrera (1964-1975) Ray y Cruz le dieron una figuración importante en su música a la santería cubana, sistema de sincretismos entre deidades y creencias del pueblo yoruba (de África occidental) y figuras del santoral católico, como lo hacían también otros músicos y cantantes de raíces caribeñas. De ahí toda una suerte de divulgación mitológica santera que se atribuía a Ray y Cruz, finalmente rota cuando se convirtieron al evangelismo hacia mediados de los setenta.

Es bien sabido que los pueblos africanos traídos a América como esclavos practicaban clandestinamente sus cultos religiosos. El sincretismo fue una estrategia de sobrevivencia tanto para ellos como para los pueblos nativos de América en la medida en que se vieron forzados a buscar equivalencias en santos católicos para poder continuar con sus adoraciones. Una expresión de este fenómeno fue la santería, denominación despectiva con la cual los españoles calificaban tales prácticas en el Caribe durante el período colonial. El nombre, con todo, prevaleció y hoy es un culto libre y reconocido en Cuba, Puerto Rico, República Dominicana, Venezuela y determinadas zonas de Estados Unidos, amén de prácticas clandestinas en otros países, Colombia entre ellos. 

Bobby Cruz y Ricardo Ray en los años sesenta
Imagen: http://www.herencialatina.com/RR_BC/Richy_Bobby_Juntos.JPG

En una canción de sus primeros años Ray y Cruz cantaban así a Changó, espíritu (orisha) de la justicia, la danza, la música, el fuego, la fuerza viril, el trueno y el rayo, cuyo equivalente católico es Santa Bárbara; y a Yemayá, deidad de la fertilidad, la maternidad, los mares, la intelectualidad, la sapiencia y, al tiempo, de la volubilidad temperamental, sincretizada en Cuba con la Virgen de Regla, y a quien se atribuye la crianza del mismo Changó:

Yaré Changó quiere bembé, yaré…
Dicen que Changó ya quiere bembé
y que se le haga alabanza
que diana e trono e
Se le canta a Yemayá
para Ochún que suene el cuero
que el bembé ya va a empezar[vii]

Se dice que Changó igualmente representa la alegría, lo vital, la belleza masculina, la pasión, la inteligencia y la riqueza y que sus padres habrían sido Obbatala, padre de todos los hombres y mujeres, y Aggayú Solá, “el que cubre el desierto con su voz”.

En ese trágico y a la vez alegre y desbordante cántico afrocubano que es Lo atara la araché, con su yoruba que es como un grito de esclavo entremezclado con un castellano urgente que Caicedo supo recoger en su novela, escuchamos:

Oiga mi socio, oiga mi cumbilá
le voy a en cama-caló
alala-lelelelé lolo-lolá
epílame pa los ancoros
como le giro este butín guaguancó
cuando mi meje era indiquití
y ya empezaba a rodar
fachitún jamercoyando
y no me pudo tirar pallá-pallá oye-ló
alalala-lololó-lololololo-lalalá
y el niche que facha rumba
aunque niñé bien su yila
cuando varan a la pira
lo atara la araché [viii]

Tal vez uno de sus mayores tributos a Changó y Yemayá está en la canción Cabo E, exaltación de un sentimiento afro caribeño, yoruba, místico y rumbero, uno de sus momentos estelares ya ausente hoy en sus presentaciones debido al mencionado cambio espiritual:

(Cabo e, cabo e, cabo e
Kabiosile O…)
La reina del guaguancó
y que ina me llama Ma' Changó
(a ina ugagá)
Que le llaman la reina del guaguancó
(a ina ugagá)
Pum catapum viva Changó
(a ina ugagá)
A ina kaí viva Changó
(a ina ugagá)
Líbranos de todo mal
(a ina ugagá)
E ina kaína nino Changó
(a ina ugagá)
Fachitún jamerco y ño ñampió
(…)
La diosa de Omelencó
Eh, mira qué rico y bajo Changó[ix]
(a ina ugagá)
Que le canto a Changó butín
guaguancó
(a ina ugagá)
Catapum catapum y viva Changó
(a ina ugagá)
Kabio que e mira Changó [x]

En Yo soy Babalú, canción del celebérrimo dúo cubano de Celina y Reutilio, celebran a Babalú Ayé, orisha de la enfermedad y las epidemias, asimilado a San Lázaro:  

Yo soy Babalú camino a Arará
y con mi trabajo la tierra temblá…
Que Babalú me dijo a mí:
Yo soy quien te está cuidando
Que Babalú me dijo a mí:
Yo sé quién te está velando
y sé quién te está tirando
pero a ti no te entra ná
Yo siempre te estoy cuidando
pa que no te pase ná
(…)
Ay que yo suelto mi perro
cojo mi muleta, me pongo mi capa
y camino pa’ llá y en cuanto yo llegue
todo se te irá, todo se te irá [xi]

Aggayú Solá aparece en la canción Agallú San Miguel, de autor anónimo, aunque este orisha tiene su equivalente en San Cristóbal. Aggayú Solá representa tanto el volcán, el magma y el interior de la tierra como las fuerzas y energías telúricas de la naturaleza y aquellas que ponen en movimiento el universo. Se lo relaciona también con los desiertos (su nombre significa literalmente “el que cubre el desierto con su voz”, como ya se dijo), las tierras secas y los ríos caudalosos.     

Agallú Solá préstame tu espada
tu espada bendita que quiero vencer
vencer a mis enemigos
que por envidia o deseo
ay que ayúdame san Miguel,
ayúdame san Mateo
(…)
El chivo vere mio ni gua gua
a cuara Cuba camá…
Soro elegüe mi soro e o qué…
Dame la Osha má coró…
(…)
Ayeleé e que ayino tá
sa mi fora muna kuá…
(…)
Ayagita com Ochún… 
(…)
Mai, mai, soroso ahé
Que Agallú soroso…
Y dale la osha má coró…
Ayagita con los pies… [xii]

La literatura y la música han hecho, pues, brillar de diversas maneras (estas son apenas dos) ese Olimpo de divinidades y espíritus de piel oscura que han puesto a bailar, vivir, gozar y celebrar a millones de seres en el mundo. “Tú enrúmbate y después derrúmbate. Échale de todo a la olla que producirá la salsa de tu confusión. Ahora me voy, dejando un reguero de tinta sobre este manuscrito. Hay fuego en el 23”.[xiii]



[i] Famoso bolero de Félix Reyna interpretado por muchos artistas, entre ellos Ricardo Ray y Boby Cruz en su primer álbum.
[ii] Andrés Caicedo, Que viva la música, Bogotá, Plaza y Janés, 2ª. Ed., 1987, p. 85-105.
[iii] Ibíd., p. 25.
[iv] Hernán Restrepo Duque, notas al disco Grandes éxitos de Ricardo Ray y Bobby Cruz, Discos Fuentes, 1991.
[v] Andrés Caicedo, op. cit., p. 129.
[vi] Nicolás Guillén, Sóngoro Cosongo y otros poemas, Madrid, Alianza Editorial, 1981, p. 14.
[vii] “Yaré Changó”, composición de Ray y Cruz, álbum On the loose (Se soltó), Tico, 1966.
[viii] “Lo atara la araché”, composición de H. Gonzalez, álbum Jala Jala y Boogaloo, Alegre Records, 1967.
[ix] Andrés Caicedo usa este verso como primer epígrafe en su novela.
[x] “Cabo E”, composición de H. Gonzalez, en el álbum Jala Jala y Boogaloo, Alegre Records, 1967.
[xi] “Yo soy Babalú”, composición de Celina y Reutilio, álbum Los Durísimos, Alegre Records, 1968.
[xii]Agallú San Miguel”, anónimo, en el mismo álbum.
[xiii] Andrés Caicedo, op. cit., p. 190.

domingo, 8 de diciembre de 2013

33 AÑOS SIN JOHN LENNON


Dirás que soy un soñador
Pero no soy el único
Espero que algún día te nos unas
Y el mundo será uno solo
John Lennon – Imagine


En noviembre pasado el mundo conmemoró los 50 años del asesinato del presidente Kennedy, ocasión que sirvió para revisar su gobierno, su legado y las circunstancias que rodearon su muerte. Al final seguimos sin saber a ciencia cierta si Lee Harvey Oswald fue el asesino, o el único asesino, y exactamente quiénes estuvieron detrás del magnicidio de ese 22 de noviembre de 1963. Setenta y siete días después de ocurrido éste arribaron a Nueva York, al aeropuerto que había sido rebautizado con el nombre del asesinado presidente, cuatro jóvenes ingleses conocidos como The Beatles, en su primera visita a los EE.UU. Eran los invitados estelares de un programa televisivo de música pop, El Show de Ed Sullivan, que suponía la consagración para cualquier cantante o banda. Los Beatles debutaron la noche del 9 de febrero de 1964 ante unos Estados Unidos que aun no se reponían por la muerte de Kennedy. Se estima que alrededor de ochenta millones de personas vieron aquella histórica presentación, la mayor audiencia registrada en televisión hasta entonces. Fue como la catarsis que los estadounidenses esperaban, el comienzo oficial de la Beatlemanía en Norteamérica y de la llamada invasión británica de bandas de rock and roll. No habría imaginado John Lennon aquella inolvidable noche neoyorkina que algún día terminaría viviendo en esa ciudad; y muriendo en ella también, de una manera similar a la de John F. Kennedy: cerca de su esposa y a balazos.

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Última foto tomada a Lennon en vida, justo al lado de su victimario 
 cuando le firmaba un autógrafo la noche de su asesinato. 
Foto: Paul Goresh. 

La fría noche del 8 de diciembre de 1980 Lennon, de 40 años, fue acribillado por un admirador suyo, Mark David Chapman, que horas antes le había solicitado que estampara su autógrafo sobre la carátula de su último disco, Double Fantasy, a la entrada del edificio Dakota, donde vivía con su esposa Yoko Ono y su pequeño hijo Sean. Once años atrás Lennon había dicho, refiriéndose a su controversial campaña internacional por la paz que realizaba con Ono, por la cual se dijo que la pareja se asemejaba más a un par de comediantes que a unos serios pacifistas, lo siguiente: “Laurel y Hardy, así nos ven a John y a Yoko. Y siendo eso, nuestras probabilidades son mejores, porque a toda la gente que la toman en serio, como Martin Luther King, Kennedy y Gandhi, le pegan un tiro”.[1] Lennon ciertamente se equivocó, porque a él también lo tomarían en serio. Desde que llegó a Nueva York en 1971, con intenciones de quedarse, las autoridades lo tuvieron en la mira. La administración Nixon, que buscaba reelegirse el año siguiente, siempre vio a Lennon como una persona non grata debido a su conocida y radical oposición a la guerra de Vietnam, que Nixon había recrudecido, y a la guerra en general, y a su apoyo a líderes sociales como Abbie Hoffmann, Jack Rubin, John Sinclair (cuya liberación fue presionada por Lennon en un concierto en el que participó junto a otros músicos) y Bobby Seale, fundador de las Panteras Negras. Nixon, al parecer, creía que Lennon podía influir en el voto de millones de jóvenes estadounidenses en su contra en las elecciones de 1972 (era la primera vez que jóvenes entre los 18 y 21 años podrían votar en los EE.UU). Así es que la batalla para deportarlo pronto se inició. Y el ex Beatle contraatacó con una batalla legal y mediática que duraría cinco años, mientras era constantemente espiado y sus llamadas interceptadas. Se sabe que el FBI tenía un largo expediente sobre su caso. 

Nixon fue reelegido finalmente, pero su gobierno pronto se vio ensombrecido por el escándalo Watergate. Y Lennon era visto como un personaje con capacidad de aumentar la desestabilización del gobierno. La renuncia de Nixon en 1974 disminuyó la presión sobre el polémico ex Beatle . Tras cuatro años infructuosos por lograr su deportación, el gobierno de Gerald Ford, sucesor de Nixon, permitió que Lennon recibiera la Green Card, la tarjeta de residencia permanente, en 1976.

Los años de Jimmy Carter en la Casa Blanca (1977-1980) fueron un periodo de tranquilidad para los Lennon. Pero, ante todo, John se había retirado de la industria discográfica y estaba completamente dedicado a su familia. Su hijo Sean había nacido en 1975 y no quería repetir con él la experiencia de su primer hijo, Julian, que tuvo con su primera esposa, la del hijo de un famoso padre ausente. En 1980 John y Yoko volvieron a los estudios de grabación para trabajar en un nuevo álbum después de cinco años. Entretanto, Mark David Chapman, de 25 años, ya había tomado la decisión de asesinar a Lennon. ¿Por qué un admirador de los Beatles quería asesinar precisamente a John Lennon? La versión oficial dice más o menos que Chapman era un fanático perturbado que quería ajusticiar a Lennon por haberse traicionado a sí mismo y al mundo con sus erráticas y contradictorias acciones y su vida de multimillonario. La leyenda dice que detrás del asesinato hubo una conspiración: ¿crimen político?; que era parte de una contraofensiva conservadora, la que llevó a Ronald Reagan al poder; que Lennon no se iba a quedar callado ante otro gobierno reaccionario (en noviembre de 1980 Carter perdió la reelección ante Reagan); que Chapman fue programado o adiestrado por un organismo de inteligencia para matar a Lennon. Lo cierto es que hasta ahora, por más que Chapman haya declarado haber actuado solo, que escuchaba una voz interior ordenándole el asesinato -y cosas de ese tipo-, que siga purgando una condena que podría ser perpetua, uno se pregunta si el caso Lennon, como el de los Kennedy (John y Bobby) y el de tantos otros, realmente está cerrado. Y si en caso de no estarlo, algún día sabremos la verdad.

Por ahora prefiero pensar que otro mundo todavía es posible, como ese que soñó Lennon en Imagine. Que, claro, empieza con uno mismo. Que Lennon sí tenía mucho, y afortunadamente, de Laurel y Hardy. Que su pacifismo era tan serio como el de los hermanos Marx, esos grandes cómicos del cine. Y tan cercano al de Gandhi, Luther King y Mandela, que acaba de morir. Porque la utopía no ha muerto. Y Lennon imaginó, en sus años de enfrentamiento con el establishment, un país que llamó Nuthopia: sin fronteras, sin pasaportes, sólo con gente. ¿Será tomado en serio este sueño algún día?    
                   




[1] John Lennon, citado por Héctor Sánchez, en http://www.efeeme.com/la-cara-oculta-del-rock-john-lennon-un-peligro-para-los-estados-unidos.