lunes, 27 de enero de 2014

ARTE BAJO EL TERROR (II): EL CASO OESTERHELD

“Lástima que los hombres sólo dan valor a lo raro… No aprecian lo que abunda… Para ellos vale más un pedazo de oro, sin trabajar, que una hoja de árbol o una pluma de pájaro…”

Héctor Germán Oesterheld, El Eternauta, 1959[1]

Hombres de hierro que no escuchan la voz
Hombres de hierro que no escuchan el grito
Hombres de hierro que no escuchan el dolor
Gente que avanza se puede matar
Pero los pensamientos quedarán

León Gieco, Hombres de hierro, 1973[2]   


Héctor Germán Oesterheld
Imagen: http://www.ellitoral.com/um/fotos/79252_04.jpg


Veinte años antes de ser secuestrado, en abril de 1977, por órdenes de la dictadura militar argentina, el escritor y guionista de historietas Héctor Germán Oesterheld (1919-¿1978?) había fundado con su hermano la editorial Frontera desde la cual daría a conocer su más célebre comic, El Eternauta, en septiembre de 1957. En él Oesterheld narra una invasión extraterrestre en la misma ciudad de Buenos Aires, ejecutada por unos horribles seres que obedecen las órdenes de otros que nunca se muestran, los “Ellos”. La invasión se inicia con una insólita tormenta de nieve que acaba con la vida de buena parte de sus habitantes. Oesterheld reeditó su famosa historieta dos veces más a lo largo de su vida. La última fue en 1976 cuando su país entraba en el período más oscuro de su historia: en marzo un golpe de estado militar implantó la que sería una de las más atroces dictaduras del continente. A partir de entonces Oesterheld empieza a vivir la pesadilla que había prefigurado desde 1957: adherido a la organización guerrillera Montoneros, al igual que sus cuatro hijas, pasa a ser su jefe de prensa y entra en la clandestinidad, desde donde termina el guión de El Eternauta. Segunda parte, dictándole los textos por teléfono a su dibujante Solano López.

En la navidad de 1977 el historietista fue visto con vida en un centro de detención clandestino por un testigo secuestrado que sobrevivió para contarlo, Eduardo Arias. Por ser Nochebuena los guardias les permitieron a los secuestrados quitarse las capuchas, fumar un cigarrillo y hablar entre ellos durante cinco minutos. El aspecto de Oesterheld, de 58 años, era absolutamente penoso. A Arias, si es que lo leyó alguna vez, le pudo haber recordado a aquel extraterrestre capturado y agonizante de uno de los capítulos de la historieta, cuyo semblante se torna humano y canta un conmovedor estribillo de despedida en su lengua. Se presume que al año siguiente Oesterheld fue asesinado. El mismo destino tuvieron sus cuatro hijas y sus yernos. Este contexto de horror parecía ser una exteriorización real de su famoso relato gráfico.


Viñetas de El Eternauta
Imagen: http://roberthood.net/blog/wp-content/uploads/2009/11/el-eternauta-p148.jpg

Durante los meses de clandestinidad Oesterheld vivía en hoteles, bares e incluso plazas. Sus hijas Beatriz y Diana (embarazada de seis meses al momento de su secuestro) fueron asesinadas por miembros del régimen en 1976, y su nieto Fernando, hijo de Diana y de apenas un año, llevado a una casa cuna y registrado como N.N. hasta el 10 de agosto de ese año en que fue recuperado por sus abuelos paternos. El siguiente en caer fue el propio Oesterheld: el 27 de abril de 1977 fue secuestrado en la ciudad de La Plata. Su yerno Raúl Araldi, esposo de Diana, fue asesinado en agosto de 1977 por miembros de la policía. Siguió Marina, la menor (18 años), embarazada de ocho meses, en noviembre de ese año. Y por último Estela, la mayor (24 años): el día que despachaba una carta en la que le comunicaba a su madre la desaparición de Marina, ella y su esposo Raúl Mórtola fueron asesinados a quemarropa. Su hijo Martín, de tres años, fue llevado al centro de detención donde se encontraba su abuelo para que éste les dijera a sus carceleros dónde podían entregar al niño. Fueron las únicas horas que Oesterheld pasó con un miembro de su familia durante su cautiverio. El mismo día, 14 de diciembre de 1977, el niño fue entregado a Elsa Sánchez, la esposa del historietista. Veinte años después el propio Martín, para entonces diseñador gráfico, declararía: “Cuando un taxista me dice: ‘Acá estaríamos mejor con mano dura’, no lo puedo creer. Porque además de la vida y la memoria, el país perdió la cultura: con los desaparecidos se fue una generación de gente pensante. Y ese hueco se siente. Se necesita educación para que la gente despierte y piense”.[3]

Elsa Sánchez perdió a su marido, sus hijas y sus dos yernos; sólo el cadáver de una de ellas, Beatriz, le fue devuelto. Su nieto Fernando se crió con sus abuelos paternos. Algunos informes sostienen que Diana y Marina dieron a luz en cautiverio y que sus bebés fueron robados; otros afirman que los dos bebés nunca nacieron. Siete miembros de la familia Oesterheld asesinados por orden de la dictadura, la misma que organizó el mundial de fútbol de 1978, que celebró el triunfo de su selección, mientras mantenía su Proceso de Reorganización Nacional bajo el imperio del terror; la misma que desató una guerra suicida contra Inglaterra por las islas Malvinas. Ese proceso de reorganización nacional costó la desaparición de 30.000 personas, sin contar los muertos de la guerra.

Tanto El Eternauta –la obra maestra de Héctor Germán Oesterheld– como la definición de los militares de las víctimas, el neologismo argentino del “desaparecido”, dan cuenta de un “proceso” que sigue sucediendo, un horror del que no es posible despertar. Mientras que en este clásico de la historieta argentina el protagonista Juan Salvo (el Eternauta) viaja en el tiempo intentando infructuosamente encontrar a su esposa e hija, los familiares de los desaparecidos buscaron durante décadas a sus seres queridos que en una siniestra maniobra de los militares argentinos fueron “expulsados” a otra dimensión: la de la “desaparición”. Basta aquí recordar las tenebrosas y tan citadas palabras de Videla (el dictador de turno): “Los desaparecidos no están ni vivos ni muertos. Están... desaparecidos”.[4]
En aquellos años de terrorismo de estado las opciones que tenían los argentinos frente al mismo eran pocas: el silencio, la protesta pacífica (como la de las Madres de la Plaza de Mayo que clamaban por sus hijos desaparecidos), el exilio, la rebelión... Oesterheld y sus hijas optaron por la última, la militancia clandestina en la organización Montoneros.

Imagen: 
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En la segunda parte del relato, la que Oesterheld escribiera en la clandestinidad, Juan Salvo es el líder de una rebelión armada contra los invasores que cada vez actúa con más saña, aun a costa del sacrificio de sus propios combatientes, sin inmutarse ante el dolor. Era lo que pasaba con Montoneros, organización que terminaría desarticulada política y militarmente. Desde un comienzo la historieta tuvo un fondo político: situándose la invasión en un país periférico, la Argentina, los países del Norte le dan su apoyo con armas y bombas nucleares; luego, en la segunda reedición -la de 1969 que pone fin a la primera parte de la saga-, el Norte traiciona al Sur vendiéndolo a los jefes invisibles de la invasión, los “Ellos”, para salvarse de ésta. Oesterheld escribe en un momento particularmente intenso de la Guerra Fría. Una posible lectura política es que si en un comienzo el enemigo era el imperialismo soviético (el de Stalin y Kruschev), el imperialismo estadounidense va a dejar al Cono Sur en manos de sus militares y sus dictaduras (Operación Cóndor) a su triste suerte: “En El Eternauta se encuentra toda una construcción jerárquica de dominación: los cascarudos, los gurbos, los hombres-robot son controlados por los Manos quienes a su vez son lugartenientes oprimidos por los Ellos, verdaderos amos del tablero de la vida y la muerte”.[5]  
  
Aunque no todos concuerdan en reconocer el comic o historieta como una forma de literatura, se le ha llamado literatura de la imagen, literatura dibujada o literatura gráfica. Otros consideran que el comic es un arte en sí mismo. Sin embargo, muchos lo ven aun como un género menor.

Héctor Germán Oesterheld Puyol, de ascendencia alemana y española, fue un innovador de la historieta en Argentina. Con El Eternauta mostró que así como en la realidad la atención mundial podía estar en la periferia, con sus hechos, países y personajes, una historieta sudamericana bien podía ubicarse en su propio territorio reflejando un poco el momento histórico, la geopolítica actual y lo que se veía venir en años posteriores dentro de la dinámica de esa guerra fría que libraban las dos mayores potencias del planeta.

No sólo las esquinas y monumentos de la ciudad de Buenos Aires -fácilmente reconocibles por los lectores argentinos- están explícitamente incorporados en la historia: también el momento histórico-político se deja entrever en los detalles: se divisan, por ejemplo, grafitis políticos (“Vote Frondizi”) que reflejan el aquí y ahora del lector. Esto constituyó una revolución en la narrativa argentina: los extraterrestres no sólo invadían New York o Londres sino que ahora aterrizaban en Buenos Aires lo que rompía [...] un cierto gesto colonialista que aseguraba que la aventura siempre estaba en el centro y nunca en “nuestra periferia”.[6]
Imagen: http://www.ellitoral.com/um/fotos/3107_01.jpg

Además de esta y otras importantes historietas de ficción como Sargento Kirk, El Indio Suárez, Ernie Pike, Rolo el marciano adoptivo, Mort Cinder, Sherlock Time y La Guerra de los Antartes, que lo convirtieron en el más importante historietista argentino de su generación, Oesterheld escribió relatos infantiles (fue así como inició su carrera literaria) y recibió el encargo de escribir dos biografías en formato de historieta: una sobre el Che Guevara y la otra sobre Eva Perón. La del Che -dibujada por Alberto Breccia, uno de los más grandes e influyentes historietistas de todos los tiempos, y su hijo Enrique- se publicó en 1968 pero el gobierno militar de entonces ordenó retirarla de circulación y secuestró los originales. La de Evita no se llegó a publicar en vida del escritor sino póstumamente en 2002. Se cree que la biografía de Guevara  (que había molestado mucho a los militares), la militancia en Montoneros y la segunda parte de El Eternauta fueron los motivos principales que llevaron a la dictadura a desaparecerlo.

No obstante, Oesterheld nunca empuñó un arma, su trabajo estaba en el área de prensa de la organización subversiva que, de todos modos, lo utilizaba en ocasiones para enviar mensajes cifrados a través de la historieta en cuestión. Su viuda considera, por obvias razones, que el ingreso de Oesterheld y sus hijas en Montoneros fue un error fatal. El escritor decidió seguirlas hasta las últimas consecuencias en aquella aventura suicida que logró transponer en su historieta maestra. Él mismo pasó a personificar una conmovedora historia de resistencia que vivía día a día. De hecho, ya desde El Eternauta I había decidido incluirse a sí mismo en la historia como testigo y narrador de la aparición de su personaje. Y siguió figurando en la segunda parte, manifestando incluso dudas por los cambios que sufría su héroe, por las decisiones que tomaba. Su obra era también un ejercicio de auto-ficción. ¿Pero hasta qué punto Oesterheld estaba convencido de la temeraria opción que había asumido después de mostrarse un tanto escéptico frente a la mutación extrema de Juan Salvo, su alter ego? Nunca lo sabremos. “Me invade una rara mezcla. Piedad y rechazo”,[7] escribió en una de las viñetas. Lo dolorosamente cierto es que acabó por encarnar, en el mundo real, su propia desaparición. Es la historia de Oesterheld otro de esos casos en los que vida y obra van de la mano hasta un trágico final, sin doblegarse nunca ante el miedo institucionalizado.


   
  
      





[1] Citado por Liliana Ruth Feierstein en “El Proceso”: de Kafka a Oesterheld, pdf., p. 198.
[2]  Canción de León Gieco, cantautor perteneciente a una brillante generación de músicos de folk y rock argentinos, como Luis Alberto Spinetta, Charly García, Litto Nebbia y Juan Carlos Baglietto, entre otros. Gieco hubo de exiliarse durante la dictadura (1976-1983). De ese período es su más conocida canción, Sólo le pido a Dios.
[3] Testimonio recogido en http://www.desaparecidos.org/arg/victimas/o/oesterheld/hector.html “Nadie pudo matar al eternauta”.
[4] Liliana Ruth Feierstein, op. cit., p. 178.
[5] Ibíd., p. 197.
[6] Ibíd., p. 195.
[7] Citado por Liliana Ruth Feierstein, op. cit., p. 200.

sábado, 18 de enero de 2014

ARTE BAJO EL TERROR (I): TEATRO, CINE Y MACARTISMO

En agosto de 2011 las amenazas de muerte proferidas por una banda criminal contra doce grupos teatrales de barrios populares de Bogotá prendieron nuevamente las alarmas en el sector escénico colombiano, particularmente en el de la capital que convocó a una gran marcha pacífica en repudio por el infame hecho y como una muestra de solidaridad: el 30 de agosto de ese año numerosas organizaciones teatrales de la capital colombiana realizaron una marcha multitudinaria bajo el lema “Arte sí, amenazas no”. Este gesto y el apoyo de las autoridades locales evitaron que los miembros de los grupos amenazados tuvieran que abandonar la ciudad como lo exigían los autores del vil panfleto, que se identificaban como miembros de las paramilitares Águilas Negras.

Episodios como éste me recuerdan muchos casos de prácticas artísticas marcadas por contextos sociales y políticos de represión y permanente intimidación. Sin embargo, un narrador oral colombiano solía decir que es “mejor ser con miedo que dejar de ser por miedo”;[i] y el dramaturgo alemán Heiner Müller, que bien sabía de lo que hablaba (sufrió el régimen censor y policial de la desaparecida República Democrática Alemana en tiempos del Muro de Berlín y la Cortina de Hierro), hablaba del miedo como una fuente maravillosa de creatividad: “El miedo es algo tremendamente pedagógico. Sin miedo no habría progreso alguno, no habría cultura. Y ello sigue siendo así a pesar de toda la inflación de miedo que ahora producen los mass-media. Ese miedo también genera creatividad. Es constructivo. El miedo fuerza a hallar soluciones. Cuando uno reprime el miedo, inhibe la resistencia contra lo que da miedo”.[ii]

En cualquier caso muchos grupos teatrales, dramaturgos, escritores y otros artistas colombianos y de muchas latitudes más han tenido que adoptar una actitud consecuente -aprender a convivir con el miedo- frente a las situaciones de temor fácticas o latentes que se viven en los conflictivos contextos de un país y de un mundo contemporáneo tremendamente intimidantes. Yo sólo he querido traer a colación unos pocos casos de artistas e intelectuales que no claudicaron ante el terror.

Un malogrado dramaturgo colombiano

El sábado 29 de septiembre de 1990 José Manuel Freidel no llegó al ensayo de El padre Casafús, de Tomás Carrasquilla, obra que iba a estrenar en los próximos días con su grupo Exfanfarrria Teatro, en Medellín. Al siguiente día una noticia de la prensa local daba cuenta del asesinato con una bala de revólver de un hombre no identificado. Un hermano de Freidel fue al anfiteatro con la esperanza de que aquel N.N. no fuera su propio hermano. No fue así. La víctima era, en efecto, José Manuel Freidel: actor, director y dramaturgo nacido en 1951 y asesinado en Medellín por un desconocido el 28 de septiembre de aquel año, después de salir de un ensayo de la mencionada obra, en un momento en que la ciudad era una de las más violentas del mundo. Cuatro días antes José Manuel había cumplido 39 años.

freidel
José Manuel Freidel
Imagen: http://exfanfarriateatro.org/HTML/3_freidel.html

Como suele suceder en un país amnésico como Colombia, la figura de Freidel es parte de ese gigantesco olvido en que terminan los personajes asesinados por la intolerancia luego de una conmoción nacional o local pasajera, pese a una prolífica carrera teatral, en su caso, que lo llevó a escribir cerca de cuarenta obras, a fundar una de las más importantes y persistentes agrupaciones escénicas de Medellín y el país, Exfanfarria Teatro, a dirigir decenas de montajes, además de crear, impulsar y dirigir otros grupos locales; es decir, pese a una valiosa contribución a las prácticas artísticas locales y nacionales y, con ello, a la sensibilidad de toda una sociedad. El solo hecho de que su asesinato continúe en la impunidad después de veintitrés años es una muestra del desdén estatal ante personajes y crímenes como el suyo. 

“Cuando todos hacíamos teatro de denuncia él, con una voz muy singular y propia, introduce elementos poéticos tanto en el lenguaje como en el estilo de puesta en escena. Sus obras (…) recrean situaciones dramáticas que se enmarcan en momentos que son claves para la historia de Colombia. Ese es para mí uno de sus grandes aportes, la ficción histórica, por decirlo de alguna manera, y un teatro comprometido con darle voz al dolor de la realidad”,[iii] dice la actriz Adela Donadío, que se inició en el teatro de la mano de Freidel.

Freidel no sólo teatralizó la violencia histórica colombiana (fundamentalmente la violencia partidista de comienzos y mediados del siglo veinte) sino la de su propio tiempo y, por supuesto, la que afectaba a su ciudad: vivió, y finalmente padeció en carne propia, la trágica década de los ochenta, acaso la más violenta del siglo en Medellín, de seguro con la certidumbre de que a él también le podría tocar y sin que ello lo inhibiera de seguir creando libre y valientemente pasara lo que pasara y pesara a quien le pesara. Hoy ni siquiera se conoce con certeza quién o quiénes propiciaron y ejecutaron su muerte. Sólo hay conjeturas, pero no se descarta que la paranoia terrorista de aquellos años se haya cobrado la vida de individuos como él si se atiende al hecho de que agentes armados estatales y paraestatales veían en muchos artistas escénicos, entre otros, a virtuales o reales adoctrinadores o propagandistas de la izquierda armada.

El guionista que se enfrenta al macartismo

En 1975 la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood reconoció al guionista, novelista y director Dalton Trumbo (1905-1976), incluido por el Comité de Actividades Antiestadounidenses en su fatídicamente célebre lista negra del cine, como legítimo ganador del mejor guión original de 1956 por la película El Bravo. Trumbo había sido implacablemente perseguido por el Comité, presidido desde 1952 por el senador republicano Joseph McCarthy, cuyo apellido dio lugar al término macartismo como una manera de referirse a las persecuciones políticas gubernamentales sistemáticas e ilegales que aducen traición a la patria, subversión y conspiración contra el estado por parte de determinados ciudadanos puestos bajo vigilancia y hostigamiento constante, negándoseles el principio de presunción de inocencia, el derecho a un debido proceso y con todo ello afectando seriamente su dignidad, su honra, su desarrollo personal, laboral y su libre expresión. De ese modo un gobierno siembra el terror social y se asegura el pleno control de los ciudadanos, permitiéndose toda suerte de excesos de poder a nombre de la seguridad interna. Los de McCarthy llevaron, entre otras cosas, a estigmatizar a cientos de trabajadores del cine (entre guionistas, directores, músicos, técnicos y actores) y de otros sectores, muchos de los cuales perdieron su trabajo, fueron vetados, acabaron en prisión o en el exilio; a algunos incluso se les negó un pasaporte para impedirles trabajar en el extranjero. Muchas reputaciones y vidas quedaron arruinadas. 

Lo snapshot di Dalton Trumbo in carcere. Dalton Trumbo's jail snapshot.. 1950.
Dalton Trumbo cuando fue encarcelado
Imagen: http://www.antiwarsongs.org/canzone.php?id=19233&lang=it

Enviado a prisión en 1950 tras negarse desde un principio (1947) a responder las preguntas del comité, Trumbo hacía parte de un célebre grupo de guionistas y directores conocido como Los Diez de Hollywood, acusados de militancia comunista (era suficiente con ello para ser acusado de deslealtad, subversión y traición a la patria) y que decidieron unirse para defender sus derechos al amparo de la primera enmienda de la Constitución estadounidense. No obstante, el director Edward Dmytryk, uno de sus miembros, quedó en libertad tras confesar su militancia, arrepentirse de haber pertenecido al partido comunista y delatar a 26 correligionarios. El Comité exigía la delación a cambio del indulto: fueron muchos los delatores en la industria cinematográfica, entre ellos directores de la talla de Walt Disney y Elia Kazan. Eran los primeros años de la Guerra Fría, cuya primera baja fue la libertad individual.  

En prisión Trumbo no pudo concluir el guión de El merodeador (The prowler, 1950), que fue completado por otros y dirigido por Joseph Losey, otro ilustre perseguido que marchó a Europa durante los fatales años del macartismo, filmó con seudónimos y se radicó finalmente en Inglaterra, donde realizó sus más importantes películas usando su nombre verdadero. Justamente su primera película importante en Norteamérica había sido El muchacho de los cabellos verdes (1948), metáfora del hombre estigmatizado y discriminado, muy a tono con el comienzo de lo que se dio en llamar como “cacería de brujas” del nefasto Comité de Actividades Antiestadounidenses, instituido en 1938 para luchar inicialmente contra la penetración del nazismo en el país, devenido en la postguerra en un aparato que buscaba eliminar la penetración e influencia comunista, cuyos métodos de intimidación, represión y manipulación social no se diferenciaban mucho de los empleados en la Alemania nazi. Para la muestra, cerca de 30.000 títulos fueron proscritos de bibliotecas y librerías, incluso los que hablaban de Robin Hood, mítico héroe británico visto por el Comité como un precursor del comunismo por aquello de que robaba a los ricos para repartirlo entre los pobres. El dramaturgo Arthur Miller escribiría Las Brujas de Salem como una virulenta metáfora de la moderna cacería de brujas liderada por McCarthy, representando un caso de inquisición en una colonia norteamericana del siglo diecisiete. La obra fue estrenada en 1953. 
  
Tras cumplir una condena de once meses Trumbo se exilió en México, escribiendo guiones para Hollywood con seudónimos. Paradójicamente, los dos óscares que ganó como guionista los firmó con nombres ficticios durante su exilio mexicano de cinco años. El primero -Vacaciones en Roma, firmado como Ian McLellan Hunter- lo recogió su coguionista y el segundo, por El Bravo (1956), nadie: Trumbo fue su único autor y lo firmó como Robert Rich. Hollywood tardó mucho en reivindicar esos premios. Trumbo tuvo que esperar diecinueve años para que la Academia lo reconociera oficialmente como ganador real por el guión de la segunda cinta. Y ya no vivió para ser reconocido como coautor de la primera en 1983: murió siete años antes. A fines de los cincuenta, cuando Trumbo residía nuevamente en su país y las persecuciones macartistas habían cesado (el propio McCarthy había muerto en 1957), aun se dudaba si era oportuno dar a conocer su nombre como guionista de alguna película importante, como fue el caso de Espartaco (1960), que dirigiera Stanley Kubrick. 

Póster del filme El Testaferro (The Front)
Imagen: http://taxi11.blogspot.com/2013/02/the-front-1976-dvdrip-vose.html

Un homenaje a esos corajudos escritores de la pantalla es la película de 1976 The Front (en Latinoamérica, El Testaferro), protagonizada por Woody Allen, escrita por Walter Bernstein y dirigida por Martin Ritt (los dos últimos estuvieron en las listas negras macartistas). En ella Allen interpreta a un cajero de restaurante en los años cincuenta que debido a su amistad con un guionista perseguido por el Comité acepta figurar personalmente como autor de sus guiones para un show de televisión, disfrutando de los privilegios ajenos que supone ser un guionista de éxito, hasta que el Comité cae sobre sobre él y lo declara como otro comunista infiltrado en la industria del entretenimiento.

El documental Trumbo (2008), de Peter Askin, cuenta la historia de este hombre talentoso, audaz y honesto que decidió enfrentarse a un poder inquisitorial y paranoico sin arma distinta que su pluma, prefiriendo la cárcel al sometimiento y la delación, que hizo parte de grupos de resistencia civil, laboral y legal, apoyando causas justas, que desde la triste distancia del exilio, la más dolorosa de todas, siguió creando, y que finalmente retornó a su país para continuar con su labor hasta la muerte, aunque la industria cinematográfica más grande del mundo no le devolviera en vida toda la dignidad y el crédito que le correspondían. Para este año un estudio estadounidense anunció una película de ficción sobre su vida.  

Dalton Trumbo mentre scrive nella sua vasca da bagno. Dalton Trumbo writing in his bathtub.
Trumbo en sus últimos años
Imagen: http://www.antiwarsongs.org/canzone.php?id=19233&lang=it


Lo paradójico de todo esto es que mientras en Estados Unidos y otros países bajo su órbita se perseguía hasta el delirio la penetración comunista, en países como la URSS, la China o Alemania Oriental se hacía lo propio para impedir la penetración occidental. Una película como La vida de los otros (Alemania, 2006), rodada muchos años después de la caída del infame muro berlinés, muestra justamente lo doloroso que es para un artista -un dramaturgo y una actriz en este relato- vivir bajo un régimen. Es que la vida artística siempre ha sido una fuente de libertad. Y la libertad asusta.  A los defensores de las ideologías. 

(Continuará)

la_vida_de_los_otros    
Imagen: 
http://www.entretantomagazine.com/2013/05/11/la-vida-de-los-otros-el-reciente-pasado-aleman-mostrado-como-nunca-antes/

     



[i] Edgar Ágreda, director del grupo Espantamiedos, de Pasto, Colombia.
[ii] Heiner Müller, Germania: Muerte en Berlín y otros textos, ed. y trad. Jorge Riechmann, Navarra,
Argitaletxe Hiru, 1996, p. 168.
[iii] Adela Donadío, en Semana, “Mirada a la Guerra de los Mil Días”, en http://www.semana.com/cultura/articulo/mirada-guerra-mil-dias/58049-3.