viernes, 1 de noviembre de 2013

LOU REED, POETA MALDITO DEL ROCK

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El rock ha sobrevivido seis décadas. En sus comienzos, cuando no era más que música negra bailable tocada por negros y eventualmente por blancos, no se le auguró ninguna perdurabilidad. Fue ferozmente rechazado por una Norteamérica blanca, adulta, heterosexual, conservadora y puritana. "El rey” Elvis Presley, blanco sureño que se había atrevido a cantar y a moverse como negro en el escenario, pronto fue llamado a prestar servicio militar lejos de su país durante dos años, con lo cual el nuevo, rebelde y juvenil ritmo se quedaba sin su mayor ícono. Otros como Jerry Lee Lewis (conocido como “el asesino” por su forma de tocar el piano, cantar y hacer sus shows) y el genial Chuck Berry, el primer gran guitarrista y compositor de rock and roll, se vieron envueltos en líos judiciales que los alejaron de los escenarios y las grabaciones (Berry fue a prisión en 1959), y para acabar de completar el jovencísimo y prometedor Buddy Holly murió en un accidente aéreo. El rock and roll parecía acabado. Pero en los sesenta surgiría una brillante generación de rockeros a ambos lados del Atlántico que le dieron lo que necesitaba para revitalizarse y ser mucho más que música de baile. Bob Dylan lo llenó de poesía, letras elaboradas y un carácter político. Los Beatles le dieron otras armonías y sonoridades. Los Rolling Stones definieron su identidad con un primitivismo, una fuerza y una energía dionisiacas. Jimi Hendrix le dio un virtuosismo y una capacidad de improvisación cercanas al jazz. Pink Floyd, un sonido progresivo, conceptual y artístico (el art rock). Pero fue un neoyorkino el primero que le dio, si cabe decirlo, honestidad al abordar abiertamente en su obra temas como la sexualidad, la muerte y las drogas: Lou Reed, que murió el pasado 27 de octubre a los 71 años. 

Reed -cuyo nombre de pila era Lewis Allen Reed- fue uno de los fundadores, en 1964, de una banda neoyorkina que llamaría la atención de Andy Warhol, que sería su mánager por un tiempo, y que adoptaría el nombre de The Velvet Underground. En 1966 grabaron su primer álbum, titulado The Velvet Underground and Nico, nombre que por aquel entonces tenía la banda debido a la incorporación, por imposición de Warhol, de la modelo alemana Nico (figura de la célebre Factory warholiniana) como vocalista junto a Reed. Ninguna disquera quería editar un álbum que hablara con crudeza (y no en un lenguaje figurado) de drogas y sexo. Hablar de amor y paz era más seguro y rentable, pero Warhol logró que una disquera corriera el riesgo y lanzara el álbum en 1967, año de la psicodelia y el verano hippie del amor. Además del descarnado contenido de sus letras el disco era vanguardista (innovadores arreglos y experimentación sonora, ruidos, distorsiones, otros modos de tocar) y esto tardaría en ser reconocido. Warhol diseñó la carátula y figuró como productor, aunque en realidad no produjo ninguna de las once canciones. Con el poder que ya tenía dentro de la banda, Reed despidió tanto a Warhol como a Nico. El álbum fue un fracaso en ventas y las estaciones de radio se resistían a difundirlo por la temática de sus canciones. Hoy es considerado uno de los mejores álbumes de todos los tiempos. La corta carrera de Reed con los Velvet dejó otros álbumes memorables como White light/White heat (1968), The Velvet Underground (1969) y Loaded (1970). Sin embargo Reed había propiciado la salida de la banda de uno de sus pilares, John Cale, que era un músico de conservatorio. Según parece fue una cuestión de ego y liderazgo: Reed quería ser el motor de la banda.

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Reed (tercero de izq. a der.) en los días de The Velvet Underground 

Reed abandonó The Velvet Underground en 1970. En su carrera como solista siguió explorando el lado oscuro de la naturaleza humana y, por otro lado, el mundo sonoro. Tras grabar importantes trabajos como el provocador Transformer (1972, producido por David Bowie en un estilo glam rock), con letras incisivas que hablaban, entre otras cosas, de prostitución y drogas, pese a lo cual se convirtió en su mayor éxito, volvió a la carga con un álbum demoledor que irritó a muchos, incluso a la crítica establecida, por su turbulento contenido: Berlín (1973), obra conceptual y algo cercana al rock sinfónico que volvía sobre el tema de las adicciones a las drogas duras y narraba un suicidio. Exasperó luego con un álbum netamente experimental: Metal music machine (1975), hora y media de ruidos, efectos e instrumentos distorsionados, sin letras ni voces. Una suerte de instalación sonora en un momento de álgida experimentación en el arte contemporáneo; un antecedente del rock industrial de décadas posteriores; un trabajo marginal e intocable que era como una patada al estómago de la misma industria musical, más allá del desquite que Reed quería tomarse de su disquera, RCA, que estaba a punto de abandonar.

Reed fue un músico y compositor prolífico que además del cuidado que le confería a sus letras siempre se mantuvo interesado por los estilos y los géneros, tanto musicales como literarios y escénicos. Además de rock and roll imbricó en su obra otros registros como el pop, el jazz, el funk, la música clásica o la new age; y en sus letras supo tomar elementos de poesía, novela y teatro. Quería contar historias que fastidiaran a muchos y pusieran a pensar a otros. De su delirante y alucinógena etapa se destaca también su álbum The bells (1979). Se cuenta que a comienzos de los ochenta Reed logró superar su dependencia del alcohol y las drogas. En esa nueva etapa grabó trabajos de gran calidad como The Blue Mask (1982), New York (1989, uno de sus más logrados álbumes) y Songs for Drella (1990, sobre la vida de Andy Warhol, que hizo junto a su ex socio de Velvet John Cale). Su experimentación y vanguardismo retornó en obras como Hudson River wind meditations (2007, álbum instrumental de relajación, cuando ya era un practicante del Tai Chi), The creation of the universe (2008) y Lulú (2011, grabada con Metallica, la banda de trash metal), su último álbum, inspirado en una truculenta obra teatral.

En su ciudad natal
Reed en un concierto en Nueva York en 2007

Así, pues, Lou Reed deja al mundo una vasta obra que cubre cinco décadas de música, crisis y cambios a todo nivel, en su propia vida y en la de la humanidad. Él había sido uno de los sobrevivientes de una generación que lo probó y vivió todo. Queda una obra musical que recorre los caminos de Eros y Tánatos al estilo de un poeta y cronista insobornable del rock y de la vida. La resonancia mundial que ha tenido su deceso demuestra, por otra parte, la vitalidad del rock pese a que muchos de sus forjadores murieron prematuramente (Hendrix, Joplin, Morrison, Presley, Lennon…). Larga vida al rock. Y muchas gracias Lou. 

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