miércoles, 23 de enero de 2013

LO QUE SE MANTIENE, SE GANA Y SE PIERDE EN UNA VERSIÓN CINEMATOGRÁFICA


Por: JAIME FLÓREZ MEZA
 
“Es algo en lo que estoy pensando junto a Tomás Gutiérrez Alea, trabajar con él es uno de los sueños de mi vida. A mí me parece que sí, que el proyecto para cine se va a realizar y que será muy divertido”.[1] Con estas palabras el escritor cubano Senel Paz ya prefiguraba lo que sería la escritura del guión de su cuento El Lobo, el Bosque y el Hombre Nuevo, ganador del Premio Juan Rulfo en 1990. Cuatro años más tarde se estrenaría la aclamada versión cinematográfica, codirigida por Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío. Un nuevo triunfo para Paz. Y ciertamente para el cine cubano y latinoamericano. Sin embargo, lo que quisiera abordar, entre otras cosas, es qué tanto de los personajes del texto original –David y Diego- se conservó en el guión, más exactamente en la versión fílmica, pues es muy difícil establecer qué tanto queda de un guión en una película. Un guión tiene que someterse al filtro del director, de los productores, del editor, así es que nada garantiza que quede intacto. El otro aspecto que me gustaría analizar es el de la actuación en sí, la cual, siguiendo las pautas del director, nos comunica lo que son y qué hacen los personajes. Y cuán semejante o diferente es esa representación de estos en relación al relato original.
 
 Vladimir Cruz y Jorge Perugorría en Fresa y Chocolate
 
Cuando un escritor termina adaptando una de sus obras para el cine u otro medio (televisión, teatro), está reescribiendo su historia, y en esa medida re-crea sus personajes. En principio tiene la libertad de contarla otra vez como le plazca, de eliminar, aumentar o enfatizar otras cosas, como por ejemplo otros rasgos de los personajes, para continuar con el tema en cuestión. David, en El Lobo, el Bosque y el Hombre Nuevo, me resulta más homofóbico y agresivo que en la película. El David de Fresa y Chocolate es dulce y más contenido. Y más ingenuo también. Pero no todo el tiempo. Pienso que al tener la oportunidad de volver a escribir la historia, Paz quiso profundizar en la evolución de David, que en ambos relatos (el literario y el cinematográfico) es radical: su actitud frente al homosexualismo cambia, va de la intolerancia a la comprensión y aceptación de esa condición como opción de vida. El caso de Diego es distinto en este sentido. En el cuento no sufre mayor variación como personaje y además su vocabulario es más explícito, más directo en cuanto a su atracción por David. Aunque en ambos textos se muestra preocupado por mejorar el nivel intelectual del joven, en el filme quiere hacer algo más por él: iniciarlo sexualmente a través de su amiga Nancy, el personaje nuevo que Paz incorpora. Germán, el otro personaje homosexual de la historia, el escultor amigo de Diego, no tiene voz en el cuento. Paz se la da en la película. El personaje de Bruno, el amigo de David en el internado de la beca y en la Unión de Jóvenes Comunistas, tampoco tiene mucha figuración en el cuento. En la película se llama Miguel y es importante en la medida en que constantemente está impulsando a David a hacer su trabajo como informante secreto del régimen. Y recordándole que además de ser su obligación es su deber como revolucionarios.

Paz nos da mucha información sobre el rico trabajo intelectual de Diego en su cuento. En la película básicamente se lo muestra secundando a Germán en la preparación de una exposición que el Gobierno no quiere apoyar. Su exquisitez de gourmet, tan detallada en el cuento, queda en un segundo plano. El anunciado almuerzo “lezamiano”, descrito con lujo de detalles, es en la película más bien discreto. Paz tampoco da cuenta de toda la donación de libros y documentos que le hace a David al final del relato. Por otra parte la anécdota de la traumática representación teatral de Casa de muñecas, de Ibsen, en la que intervino David cuando aún estaba en el colegio, y que tanta relevancia tiene en el cuento, extrañamente no se muestra y solamente se comenta. En mi opinión es uno de los “lunares” de la adaptación si se tiene en cuenta que fue en ese evento que Diego conoció a David; que lo vio por primera vez. En la película no pasa de ser un pretexto para llevar al otro a su casa diciéndole que tiene unas fotos de esa representación. El préstamo y obsequio de obras literarias que le hace al joven, y que resulta clave en el original, no tiene el mismo énfasis.
En contraste, hay otros eventos que Paz decide enfatizar, desarrollar o cambiar en su guión, así como hay otros que mantienen un despliegue y tratamiento semejante; uno de ellos, a mi modo de ver, es el de la forzosa salida de Diego de la isla. La despedida de los dos personajes es sobria en el original, salvo por la cantidad de documentos y recomendaciones literarias que generosamente Diego le hace a su amigo; de resto no pasa de un té. En el texto cinematográfico los dos van al malecón, contemplan La Habana, conversan animada y evocadoramente. Y van al Coppelia, la heladería donde se conocieron y hablaron por primera vez, a repetir el ritual de aquél primer encuentro. En el cuento David va solo a la heladería, a probar un helado de fresa en homenaje a su amigo que ya se ha ido de Cuba. La película muestra una última escena en la que ambos se dan un afectuoso abrazo después de que Diego le ha confesado a David cuáles eran sus sentimientos e intenciones hacia él, lo que también hace en el relato; pero, sin que haya, como dije, ninguna muestra especial de afecto.

Si bien una de las dificultades del cine es cómo transmitir las abstracciones de los personajes, sus pensamientos, su interioridad, creo que en el relato de Paz, por dar sólo dos ejemplos de esos momentos complicados,  están: el del encuentro casual entre David y Diego en el Coppelia, en el cual por la cabeza del primero pasan muchas cosas, hay una lucha interior muy grande, enorme rabia, un fuerte rechazo hacia el otro que se describe de diversos modos; y la reminiscencia de la experiencia teatral de David en el colegio personificando a Torvaldo en Casa de muñecas, que tantas imágenes y emociones le traen a su memoria al recordarle Diego aquel episodio. Este tipo de problemas que se tienen que resolver dramatúrgica, visual y actoralmente tienen que ver con “la presunta dificultad del cine para reflejar la psicología de los personajes”[2] que, según Susana Pastor Cesteros, “procede de la imposibilidad de utilizar de modo constante un punto de vista subjetivo, o de expresar la corriente de conciencia (del modo en que lo hace el monólogo interior), la memoria, la imaginación, los estados oníricos…”.[3] ¿Cómo se resuelve esa situación en las escenas que nos ocupan en Fresa y chocolate? La larga descripción de las emociones adversas que experimenta David hacia Diego se reduce en el filme a unos cuantos y, hay que reconocerlo, precisos gestos de incomodidad y rechazo que el muchacho hace tras el súbito abordaje del cual es objeto.
 
En cuanto al otro momento y como lo esbocé, Paz eliminó la posibilidad de recrear imágenes relativas a la experiencia escénica que tuviera David en el colegio mediante el recurso de los flash-backs, que, para ser más preciso, considero que habría sido una ganancia para la escena y toda la película por la riqueza descriptiva de aquél momento en el relato y por la importancia del mismo en el contexto de la historia. Así es que unos recuerdos que se podían resolver en términos cinematográficos terminan siendo escasamente “hablados” en la película y de ese modo, en mi concepto, pierden su eficacia. Es más: creo que la película podía haber empezado por ahí, con unos flash-backs que marquen la primera aproximación que tuvieron los personajes, aunque David no sabía que entre el público estaba el que sería un controvertido y futuro amigo que cambiaría su vida.     

Estas dificultades psicológicas y abstractas que muestran los personajes, y que se manejan amplia y profundamente con variados recursos y técnicas en la literatura, tienen que resolverse en la pantalla a través de la dirección y, obviamente, de la actuación. Un diestro director de actores, y no sólo de imágenes, sabrá encontrar las soluciones más apropiadas. Pienso que el trabajo actoral en Fresa y chocolate, en general, es óptimo, resultado de un buen casting y de una lograda dirección actoral, que es lo que se espera de directores consagrados como Tabío y, especialmente, Gutiérrez Alea. Jorge Perugorría compone un intelectual gay -bastante amanerado como lo pide el cuento- con mucho acierto. Dada la dificultad de caracterizar este tipo de personajes -que requieren, entre otras cosas, un minucioso estudio de la gestualidad de un individuo para no caer en el cliché-, el trabajo de Perugorría tiene méritos. En realidad toda construcción de un personaje debe tener en cuenta que la personificación habrá de hacerse bajo tres aspectos: el psicológico, el físico (corporal) y el social. El Diego del cuento, sin embargo, tiene una mayor profundidad psicológica e intelectual que se extraña en la adaptación. Además, Paz decidió eliminar la confesión de Diego: “Bueno ya sé, te contaré cómo me hice maricón…”;[4] en la película se limita a anunciarla, pero finalmente ni siquiera se cuenta, y digo ni siquiera porque al parecer los distintos productores (estadounidenses, mexicanos, españoles, cubanos) no juzgaron apropiado visualizarla. Bueno, sobre todo los estadounidenses creo yo: Robert Redford y Miramax Films.

Vladimir Cruz como David tiene un desempeño bastante digno. Logra darle a su rol la no linealidad que plantea el propio cuento, la intensidad de los cambios que se van dando en su interior a medida que conoce la vida y el mundo de un ser radicalmente distinto de él; la transformación de su intolerancia y homofobia en la tolerancia y el especial afecto hacia lo otro que encarna Diego. El mundo de David, entonces, se ensancha y eso también lo muestra Cruz: el sentido de alcanzar, a través de Diego, cierta plenitud que es posible, entre otras cosas, gracias al efectivo plan que urde éste de juntar, así sea por una vez, a su amigo y a su amiga, es decir a David y a Nancy; plenitud que es difícil de transmitir actoralmente.
 
En su cuento Paz no describe físicamente a los personajes y si lo hace es para hablar de las prendas que llevan puestas y de los objetos que portan (lo cual es válido en la medida en que deja eso a la imaginación del lector, como hacen tantos escritores). De David no pasa de decir que tiene un cuerpo atlético: “mi vida ha consistido en eso, en la búsqueda del ideal del basquetbolista. Tú te le das un aire”,[5] le dice Diego al joven elogiando su esbeltez y ciertamente su belleza.
 
La creación de un tercer personaje importante, Nancy, puede deberse a requerimientos –hasta de los mismos productores- de darle a la historia otro rumbo, incluso para hacerla más vendible. Me explico: mientras en el original no se desarrolla el desengaño que sufre David a causa del rompimiento amoroso con Vivian, en la película es todo lo contrario y Vivian tiene cuerpo, presencia y voz; se muestra, además, cómo la situación trastorna al joven y cómo éste termina en brazos de Nancy resarciendo su dolor y enamorándose. Nancy es un personaje tragicómico, una mujer sola que ha intentado suicidarse más de una vez, y que además practica una religiosidad popular, es decir: otra antítesis de lo que es el ateo y cerebral David. La religiosidad fue durante mucho tiempo parte de una alteridad en el régimen cubano. En ese sentido puede constituir un aporte a una historia que, como el propio Paz lo decía, tiene como tema la intolerancia: “La intolerancia al distinto, al que está en minoría, al que es más débil”.[6]
 

 

 

 

 

                   

           

 



[1] Senel Paz, Fresa y chocolate. El lobo, el bosque y el hombre nuevo, Cine-literatura, s.f., 1ª. ed., p. 9.
[2] Susana Pastor Cesteros, “Consideraciones generales sobre las relaciones entre cine y literatura”, en Cine y literatura: La obra de Jesús Fernández Santos, Alicante, Universidad de Alicante, 1996, p. 58.
[3] Susana Pastor Cesteros, op. cit., p.  58.
[4] Senel Paz, op.cit., p. 17.
[5] Ibíd., p. 17.
[6] Senel Paz, op. cit., p. 6.

1 comentario:

  1. Muy interesante Jaime, como siempre muy bien documentado y con acertada apreciación.

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