Trataré de definir la
poesía como toda acción del espíritu completamente gratuita y desinteresada de
presupuestos éticos, sociales, políticos o racionales que se formulan los
hombres como programas de felicidad y de justicia.
Este ejercicio del espíritu
creador originado en las potencias sensibles, lo limito al campo de una
subjetividad pura, inútil, al acto solitario del Ser.
El
ejercicio poético carece de función social o moralizadora. Es un acto que se
agota en sí mismo. Que al producirse pierde su sentido, su trascendencia. La
poesía es el acto más inútil del espíritu creador. Jean Paul Sartre la definió
como la elección del fracaso.[1]
Gonzalo Arango, Primer
Manifiesto Nadaísta, p. 4 y 5
Fuente: http://www.elprofetagonzaloarango.com/documentos.html
Un día de mediados de 1958
Gonzalo Arango irrumpió en el Tribunal Superior de Medellín, en la oficina de su
amigo Alberto Aguirre, por entonces presidente de la Sala Laboral. Llevaba
consigo el manuscrito del Primer
Manifiesto Nadaísta para dárselo a conocer. Andaba recolectando dinero para
su publicación. Aguirre narra así el reencuentro con Gonzalo después del
“exilio” de éste en la ciudad de Cali, tras su malograda aventura política en
Medellín como militante y funcionario del régimen del depuesto General Rojas
Pinilla:
…
traía una luz extraña en la mirada: como un poseso. Era insólita la decisión
del combatiente, injerta en este tallo de ternura. Más que el Manifiesto en sí
mismo, lo que conmovía era el empeño, el afán de lucha que mostraba Gonzalo, su
decisión de derribar el orden establecido. [...] Era este impulso el que me
conmovía. Su clamor contra la podredumbre de la vida nacional. Y ese impulso
mesiánico que envolvía todo su ser, sin que por ello hubiese perdido aquella
luz de ternura que anidaba al fondo de sus ojos.[2]
Desde entonces y a lo largo de
trece años Gonzalo se dedicó al proyecto de su vida, a su difusión en Colombia
y otros países, así muchos digan que era más una autopromoción personal y
grupal, una campaña publicitaria al servicio de la burguesía o un grupo de
jóvenes exhibicionistas y mediáticos sin talento literario y artístico alguno.
Aunque nunca salió de Colombia (el viaje más largo que hizo fue a las islas
colombianas de San Andrés y Providencia), Gonzalo y sus discípulos nadaístas
mantuvieron una correspondencia literaria con grupos similares de América
Latina, introdujeron en el país a autores vanguardistas internacionales y
fueron, en definitiva, el caldo de cultivo de nuevas formas de hacer poesía,
arte y periodismo. La obra de arte, esa que tanto se les cuestiona por su
ausencia, inconsistencia o mediocridad, eran ellos mismos. “El mejor método de
persuasión es el escándalo”,[3]
dijo una vez Gonzalo. “El espíritu hay que imponerlo con los mismos métodos con
que se impone una pomada. Aspiramos a que nuestra inmortalidad nos la den por
anticipado”.[4]
Y ciertamente Gonzalo hizo todo lo que se le antojó para obtenerla. Pero
vayamos por partes.
A
partir de 1961 el tercer núcleo del nadaísmo fue Bogotá. En Medellín quedaban
Eduardo Escobar, Darío Lemos (que pasaría buena parte del resto de su vida en
cárceles y sanatorios), Amílcar Osorio, Jaime Espinel y Alberto Escobar Ángel,
entre otros. En Cali, estaban a la cabeza del grupo Jaime Jaramillo Escobar
(que usaba el seudónimo X-504), J. Mario Arbeláez y Elmo Valencia. Y fue
“el profeta”, como se hacía llamar Gonzalo, quien estableció el nuevo cuartel
del nadaísmo en la capital del país. Como había hecho en Medellín después de la
publicación del Primer Manifiesto,
Gonzalo quería tomarse la ciudad, esto es, invadir con su prosa y su presencia
algunos de los espacios sacrosantos de la literatura -y en los años
posteriores, del periodismo escrito- en Colombia. Empezó con el célebre café El
Automático, donde se reunía lo más granado de la intelectualidad y la bohemia
capitalina. Allí realizó otro de sus actos performáticos -que tampoco, como los
anteriores, tenía pretensiones de performance, aunque ahora sí podrían ser
vistos como si lo hubiesen sido-: escribió una conferencia en papel toilette,
como había hecho en otras ocasiones, y la noche del evento se encerró en el
baño, como si éste fuera su camerino, contemplando a los asistentes a través de
una abertura en la parte inferior de la puerta mientras era anunciada su
presencia; inmediatamente después un hombre abrió la puerta para que Gonzalo
hiciera su entrada desde el baño portando en una de sus manos el rollo de papel
toilette. El gesto no podía ser más elocuente, paródico y burlesco pues el
escritor en ciernes, que a la sazón tenía 30 años, se mofaba de ese modo de
toda una tradición literaria y cultural, como ya lo había hecho en Medellín.
Luego leyó su conferencia escrita en aquel inusual soporte. Este acto, filmado
para los noticieros de la época y reseñado con curiosidad -y no se excluye que
con cierto estupor- por los medios, seguramente fue el motivo para que a
Gonzalo se le impidiera dar otra conferencia, esta vez en una sala de la
Biblioteca Nacional; no obstante, terminó dándola en las escaleras del recinto.
En torno a estas conferencias y
actitudes, Juan Gustavo Cobo Borda anota lo siguiente:
Un
cronista de la época [...] advirtió en ellas la recurrencia de los temas
sexuales y religiosos.
Esto, unido al lenguaje procaz, las brillantes paradojas y el rechazo de
cualquier actividad burguesa productiva, despertaron la curiosidad primero e
inmediatamente después la difusión de sus ideas a nivel no sólo nacional sino
también internacional. En periódicos colombianos o en revistas extrajeras, como
O'Cruzeiro y Venezuela Gráfica, se habló al referirse a ellos del influjo, en
tierras colombianas, del existencialismo sartreano, los "beatniks" de
San Francisco o los "angry young men" ingleses.[5]
Portada del Manifiesto Nadaísta al Homo Sapiens
Fuente:
http://www.elprofetagonzaloarango.com/documentos.html#Manifiesto Nadaísta al Homo Sapiens
Así, pues, la imagen de
escándalo y curiosidad que en el país despertaban los nadaístas, y en
particular su “profeta”, no sólo llamó la atención de los más importantes
medios impresos nacionales sino que les permitió ser reproducidos por ellos,
tanto en declaraciones, entrevistas y manifiestos como en espacios de opinión
que les serían concedidos. Ese fue el caso de Gonzalo, que a partir de 1963 se
volcaría en el periodismo escrito para ganar su sustento, lo que lo llevó a
colaborar con prestigiosos diarios como La
Nueva Prensa, El País, El Heraldo, El Tiempo, y en revistas como Cromos, Contrapunto y Arco. Esta última, de acuerdo con Alberto Aguirre, era “una revista
de intelectuales católicos”.[6]
No deja de ser paradójico que, pese a las justificadas necesidades de auto
sostenimiento, Gonzalo terminara escribiendo para una serie de medios que representaban
una parte importante del Establecimiento nacional contra el cual había
levantado su voz. Sobre esta asimilación del nadaísmo por la prensa -y la
burguesía- colombiana, Alberto Aguirre sentencia:
Pasado
el prurito del escándalo, el burgués se traga al bufón sin sacudirlo. [...] Y
al final le otorga beneficios. Eso fue lo que ocurrió con Gonzalo y su breve
gente de tropa: eran preferidos en las fiestas de la burguesía criolla, tanto
en Medellín como en Cali y en Bogotá. Y se volvió un movimiento de relaciones
públicas, para promoverse a sí mismos. Se volvieron reyes del oportunismo. Así,
y a pesar de los escándalos –o gracias a ellos-, Gonzalo empezó a colaborar
[...] en los más pulcros órganos del Establecimiento. Éste, como el pulpo, lo
absorbió.[7]
Sin embargo, con aquella “breve
gente de tropa” que Aguirre reiteradamente desdeña, Colombia pudo acceder
ampliamente y sin ataduras a otras prácticas sociales y culturales que de otro
modo habrían retardado su penetración en el país. Y eso lo lograron los
nadaístas con sus propios órganos de expresión, empezando, claro, con su propio
cuerpo como medio de acción social crítica, polémica y rebelde, junto con el
libelo que acompañaba sus actos o divulgaba en las calles sus ideas
contestatarias. Y siguiendo luego con medios impresos que ellos mismos crearon
para difundir ese ideario, como también propuestas de vanguardia nacionales e
internacionales y obras poéticas o narrativas de autores como el beat Allen Ginsberg, el Marqués de Sade,
Lautréamont, Fernando Arrabal, Vicente Huidobro, Ernesto Cardenal o la Antología de la poesía surrealista, de
Aldo Pellegrini, entre otros.[8]
Esos órganos impresos fueron los suplementos Esquirla, del diario El
Crisol, de Cali, y el del diario El
Expreso; las revistas El Ojo Pop,
La Viga en el Ojo y, capítulo aparte,
Nadaísmo 70, la histórica y
emblemática revista del grupo cuya aparición se pospuso durante doce años.
Pero en 1963 Gonzalo no sólo ya
había iniciado su inmersión en la prensa colombiana sino que la había aceptado
con agrado a través de una polémica tarjeta pública que en la navidad de 1962
le había dirigido a Gonzalo González, conocido como GOG, director del Magazín Dominical del diario El Espectador, quien había publicado
muchos textos suyos. En ella renegaba un poco de lo que había sido el ímpetu
incendiario del nadaísmo y prometía dedicarse a la escritura creativa y ya no a
la acción literaria y social que ahora le parecía un desgaste de energía. Los
miembros del grupo se sintieron traicionados y prepararon otra acción pública,
esta vez en contra de su propio jefe: reunidos en Cali, quemaron una efigie de
Gonzalo en el puente Ortiz e incineraron sus textos. Jaime Jaramillo Escobar,
además, escribió la Tarjeta de luto para
Gonzalo Arango, en la que lamentaba el cambio de rumbo del “padre fundador”,
mantenía en alto la actitud contracultural y desafiante del grupo y celebraba
el parricidio. “Se había librado de su progenitor. Podían emprender su obra
personal”,[9]
dice Cobo Borda.
Portada del libro Trece poetas nadaístas (1963)
Ediciones Triángulo, Medellín
Fuente: https://libreriaerrata.com/index.shtml?apc=e-xx-1-&x=1255
Para Alberto Aguirre el
nadaísmo se reducía solamente a Gonzalo, quien “ya no tenía otro propósito que
buscar nombradía. Inclusive, la sección de escándalos se había diluido y ya no
asustaban ni a una mosca. Pero había logrado una gran publicidad y su nombre
era acogido en los medios de prensa. Había adquirido la condición de fetiche,
algo que propicia la sociedad burguesa. Ésta no puede vivir sin mitos a los que
adorar y reverenciar”.[10]
Aguirre extrañaba al poeta y al amigo de los años pre-nadaístas y de la
efervescencia contracultural de los primeros años; también se sentía
traicionado y defraudado por el amigo que sentía perdido y al que veía
claudicando ante sus ideales. Un Gonzalo Arango cada vez más lejano del que había
escrito, por ejemplo, Carta a Neal Cassady, ícono de la Generación Beat, uno de
cuyos apartes dice:
¿Sabes por qué somos las únicas personas felices
en Colombia? Porque no creemos en nada, ni siquiera en nosotros. Creemos que el
artista no tiene lugar en la sociedad, es un desplazado. Y si uno es un
desplazado, ¿por qué la sociedad tiene que meterse con uno? Para nosotros no se
hizo la moral, ni la ley, ni los derechos humanos. Para nosotros existe nuestra
libertad irresponsable como una bella pasión inútil que nos sirve para no creer
en lo que todo el mundo cree. Por eso también estamos solos en esta prisión
custodiada por moralistas y maniqueos.[11]
El
nadaísmo era deudor de la Generación Beat, ese grupo de anarquistas poetas y
escritores estadounidenses que probablemente sea el punto de partida de la
llamada contracultura, y que tanta influencia tendría en jóvenes literatos de
todo el mundo y en cantautores como el ahora premio Nobel Bob Dylan. De hecho, Neal
Cassady, el destinatario virtual de la aludida carta, fue un amigo esencial de
los beats y personaje de algunas de
sus obras que se convertiría en uno de los arquetipos del antihéroe
estadounidense (en realidad, todos los beats
lo eran). Cassady, que moriría de sobredosis de fármacos en 1968, pasó dos
años en prisión por compartir marihuana con un policía antidrogas encubierto.
El suceso fue un buen pretexto que encontró Gonzalo para celebrar su conexión
con la Beat Generation en esa carta imaginaria a su personaje insignia, miembro
atípico del grupo que fue más una de sus fuentes de creación literaria que
autor en sí mismo. “Colega en el vicio y en el genio: Nosotros también somos
beat, pero nos llamamos nadaístas”,[12] empieza
diciendo Gonzalo en la Carta. Fueron
los nadaístas los que iniciaron en Colombia lo que podría llamarse el capítulo beat de su literatura (y que otros
autores, como Andrés Caicedo, también recorrerían y continuarían, dejando
algunas obras para la posteridad como la novela Que viva la música, de Caicedo). Y esa circunstancia los conectaría
con otros beats latinoamericanos con
quienes mantenían un intercambio, como los mufados (Argentina), los tzántzicos
(Ecuador), los de “El Techo de la Ballena” (Venezuela) y los de la revista El Corno Emplumado (México).[13]
Fernando González, Morelia Angulo y Gonzalo Arango (1958)
Fotografía ©: Guillermo Angulo
Fuente; http://www.otraparte.org/imagen/ua-fernando-15.html
Otras
influencias importantes en el nadaísmo eran el surrealismo, el existencialismo
y la obra del escritor colombiano Fernando González, amigo y guía vital de los
nadaístas, aunque sus propios resultados en literatura fueran tan disímiles: resulta
difícil encontrar un poema, una novela,
un cuento o un ensayo escrito por algún nadaísta que se considerara como
referente de la literatura en Colombia, salvo el caso de la obra poética de
Jaime Jaramillo Escobar, de
quien existe cierto consenso en calificarlo como el mejor de todos los poetas
que surgieron del grupo; y la de Mario Rivero, que sería la otra excepción. Carlos
Gaviria Díaz, ese ilustre académico, magistrado, intelectual y político de
izquierda ya fallecido, consideraba que, además de Jaramillo Escobar, otro
destacado poeta nadaísta había sido Amílcar Osorio (que usaba el seudónimo de
Amílcar U), y en el campo de la narrativa Humberto Navarro y el mismo Osorio;
ya en conjunto, sin embargo, un balance de la literatura nadaísta dejaba, para
él, no mucho que rescatar, y su conclusión era que la importancia del nadaísmo
tenía que medirse más en lo social que en lo literario.[14] “Con
las actitudes de los nadaístas, con lo que escribían en su momento, con lo que
hacían, esta sociedad se conmovió un poco. Y me parece que esa conmoción le
hacía falta”,[15]
manifestaba Gaviria Díaz. En ese particular, Alberto Aguirre consideraba que
del nadaísmo quedaban pocas cosas:
Algunos textos de Gonzalo, que son lacerantes,
muy duros. La novela de Humberto
Navarro, “El amor en grupo”, muy bella, de ciudad, de muchachos
despistados, publicada por Carlos
Lohlé de Buenos Aires. Es la novela del
nadaísmo. Pero es poco conocida. Este país es así. Los cuentos de Jaime
Espinel, algo de la primera poesía de Eduardito Escobar, y también algo de
Jaime Jaramillo Escobar. Pero, en realidad, es magra la producción literaria
del nadaísmo que, como movimiento cultural, se agotó. En síntesis, el nadaísmo
sobrevive por Gonzalo.[16] [La negrilla es mía]
El
legado del “profeta”, sin embargo, habría que rastrearse no precisamente en su
labor como escritor y poeta sino en esos oficios efímeros y poco reconocidos de
la poesía en acción, el manifiesto, el panfleto y la carta, como también en su
trabajo como periodista y editor (en este caso al frente de la mencionada
revista Nadaísmo 70). Cobo Borda dice
que los nadaístas eran “poetas geniales de un solo poema, adolescentes
histriónicos asolando ciudades rutinarias: se trataba, en apariencia, de un
país hondamente provinciano dispuesto a escandalizarse por cualquier cosa. Un
país que buscaba, mediante la amnesia del Frente Nacional, borrar el horror que
había dejado detrás. Pero era precisamente en dicho horror donde el nadaísmo
hallaba sus raíces y encontraba su razón de ser”.[17]
Gonzalo Arango fue ingenioso a la hora de promocionarse a sí mismo y a su movimiento, como lo muestra este sobre postal.
Fuente: http://www.elprofetagonzaloarango.com/gonzalo_escritos.html
Fuente: http://www.elprofetagonzaloarango.com/gonzalo_escritos.html
Y
ello hizo que el nadaísmo, además de ser un fermento de la modernidad en las
prácticas artísticas colombianas, visibilizara, como pocos lo hacían por
aquellos años de controvertida “transición” democrática, ese reciente pasado de
horror vivido por el país y anunciara, de algún modo, el futuro horror de las
décadas siguientes. Fueron numerosos los textos donde los nadaístas denunciaron
la violencia política. Acerca de uno de esos monstruos que la sociedad
colombiana suele procrear, en este caso el bandido liberal conocido con el
alias de “Desquite”, Gonzalo escribió Elegía
a “Desquite”, después de la muerte de uno de los más temidos bandoleros de
la violencia liberal-conservadora. En ella dice, entre otras cosas:
Siempre me pareció trágico el destino de ciertos
hombres que equivocaron su camino, que perdieron la posibilidad de dirigir la
Historia, o su propio Destino.
“Desquite” era uno de esos: era uno de los
colombianos que más valía: 160 mil pesos. Otros no se venden tan caro, se
entregan por un voto. “Desquite” no se vendió. Lo que valía lo pagaron después
de muerto, al delator. Esa fiera no cabía en ninguna jaula.[18]
Si bien esos escritos de
contenido social y político resultaron importantes en su momento como una forma
de llamar la atención sobre la naturaleza violenta del homo humano (también
escribiría acerca de Charles Manson, el célebre jefe de una pandilla criminal,
a quien consideraba un “asesino mesiánico”), también es cierto que la prosa de
Gonzalo, pese a sus válidas motivaciones, sufrió un desgaste que devino en
sensacionalismo, como anota Cobo Borda:
Esto,
que en un primer momento era una reivindicación de la marginalidad, terminó por
convertirse en una apología del sensacionalismo. La lucha emprendida
justificaba utilizar cualquier elemento, sin distinguir mucho su especificidad.
Al final, tal batiburrillo no sólo acentuaba la incoherencia, lo cual, dentro de
sus propósitos, parecía razonable. Lo malo es que también debilitaba su prosa:
era el mismo esquema aplicado a cualquier circunstancia. Raptos idénticos y
exabruptos similares.[19]
Gonzalo Arango en las columnas del Capitolio Nacional de Bogotá (1963).
Foto: Nereo López, para un reportaje de Iáder Giraldo publicado en El Espectador
Foto: Nereo López, para un reportaje de Iáder Giraldo publicado en El Espectador
después del acto parricida del grupo nadaísta de Cali, que quemó su efigie.
Fuente: http://www.gonzaloarango.com/imagen/gonzalo-arango-41.html
Fue una de las muchas paradojas
que rodearon su vida. Lo cierto es que durante los agitados años sesenta y
mientras los jóvenes, los intelectuales y artistas de vanguardia del mundo
celebraban, por ejemplo, el contestatario y demoledor mayo francés del 68,
Gonzalo tenía unas aproximaciones con el Establecimiento que serían inexplicables
si no fuera por esos presuntos afanes de celebridad y publicidad que Alberto
Aguirre, Coba Borda y otros advierten en tales actitudes. En aquel año de
históricas revueltas Gonzalo se reunió con Carlos Lleras Restrepo, tercer presidente
del Frente Nacional, acuerdo gobiernista del que se supone era crítico y contra
el cual se había desplegado el grupo nadaísta en el país. Gonzalo elogió a
Lleras Restrepo y lo llamó “poeta de la acción”. El año siguiente, 1969,
adhirió a la precandidatura del conservador Belisario Betancur. Mientras tanto,
sus alusiones y acercamientos al cristianismo, después de haber sido ateo por
años, se hacían cada vez más abundantes. Esos hechos, desde luego, desconcertaron
al grupo nadaísta y sus seguidores.
Ante su accidentada vida -privada,
literaria y pública-, en todos los sentidos de la palabra, incluido el del
final de su vida, cabe preguntarse qué tan consciente era Gonzalo Arango de ese
fracaso como escritor que muchos, entre ellos su amigo Alberto Aguirre, le
atribuyen. En una entrevista para Lucy Nieto de Samper, en julio de 1965, respondía
lo siguiente:
¿Se siente un gran
escritor?
No,
en absoluto, me siento limitado, infinitamente insignificante. Cuando pienso en
lo poco que valgo, me da mucha lástima.
Pero, ¿está orgulloso de
sus libros?
No,
todos los que he publicado me parecen basura, ni siquiera siento remordimiento
por ellos, a lo sumo mucho desprecio.[20]
(Próximo y
último capítulo: la revista Nadaísmo 70
y el final del “profeta”)
[1] Gonzalo Arango, “Primer Manifiesto
Nadaísta”, El Profeta Gonzalo Arango, en http://www.elprofetagonzaloarango.com /Primer.html (Consultado por última vez: 27/11/2016).
[2] Alberto Aguirre, en Gonzalo Arango, Cartas a Aguirre (1953 – 1965), edición
y prólogo de Alberto Aguirre, Medellín, Fondo Editorial Universidad Eafit,
2006, p. 28.
[3] Lucy Nieto de Samper, en Gonzalo Arango,
Reportajes, vol. 1, Medellín,
Editorial Universidad de Antioquia, 1993, p. 13.
[4] Ibíd. p. 13.
[5] Juan Gustavo Cobo Borda, “El nadaísmo”, Historia portátil de la poesía colombiana:
1880-1995, en http://www.banrepcultural.org/node/23932 (Consultado por
última vez: 01/12/2016).
[6]
Alberto Aguirre, en Gonzalo Arango, op. cit., p. 37.
[7] Ibíd. p. 36-37.
[8] Juan Gustavo Cobo Borda, op. cit.
[9] Ibíd.
[10] Alberto Aguirre, en Gonzalo Arango, op. cit., p. 46.
[11] Gonzalo Arango, Carta a Neal Cassady, en http://www.gonzaloarango.com/ideas/ cassady.html.
[12] Ibíd.
[13] Juan Gustavo Cobo Borda, op. cit.
[14] Carlos Gaviria Díaz, en el programa televisivo Karakter Aguirre, Capítulo 4, “Alberto
Aguirre, Gonzalo Arango y el Nadaísmo”, Universidad de Medellín, en
https://www.youtube.com/watch?v=A4jD_ OnNm KM (Consultado por última vez: 27/11/2016).
[15] Carlos Gaviria Díaz, en el mismo
programa.
[16] Alberto Aguirre, Gonzalo Arango, en http://www.gonzaloarango.com/vida/aguirre-alberto-1.html.
[17] Juan Gustavo Cobo Borda, op. cit.
[18] Gonzalo Arango, Elegía a “Desquite”, en http://www.gonzaloarango.com/ideas/desquite.html.
[19] Juan Gustavo Cobo Borda, op. cit.
[20] Lucy Nieto de Samper, en Gonzalo Arango, op.
cit., p. 16.
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