No
suelo escribir de mí en este espacio. Lo hago en esta ocasión para celebrar y
compartir la publicación de mi libro La representación del sujeto andino ecuatoriano en el grupo de teatro
La Espada de Madera, bajo el auspicio íntegro de la Casa de la Cultura
Ecuatoriana Benjamín Carrión, que decidió incluirlo en su colección Tramoya de
Dramaturgia y que el 28 de julio de 2015 presenté en el Núcleo Loja de esta
institución. Es, por tanto, de ese sujeto que denomino andino ecuatoriano, que encuentro
presente en el trabajo del grupo quiteño La Espada de Madera, que hablo en esta
suerte de ensayo, resultado de una investigación que desarrollé en 2012 en Quito
con el apoyo del Fondo de Investigaciones de la Universidad Andina Simón
Bolívar, sede Ecuador.
Lo
andino o, mejor aún, las culturas andinas, siempre han sido una inquietud vital
para buena parte de los países suramericanos, lo que ha llevado a los gobiernos
a poner en práctica una serie de iniciativas a nivel político, económico y
cultural, así no resulte suficientemente claro para sus habitantes qué es lo
andino o qué implica ser andino. Así, por ejemplo, tenemos la Comunidad Andina
de Naciones, anteriormente denominada Pacto Andino; el Parlamento Andino; y
también los encuentros anuales de culturas andinas que se realizaban en Pasto,
Colombia, la ciudad donde nací, que reunían a numerosas delegaciones de la subregión
andina y de otros países del continente americano. Lo andino, para decirlo en
otras palabras, es una fuerza intercultural que va más allá de lo geográfico y
territorial, de esa vasta y encantadora cordillera de los andes que atraviesa
países, historias, lenguas y culturas y determina la vida de los pueblos.
Lo
andino no podía dejar de incidir en el arte. Es más, es quizás a través del
arte donde mejor se vive y comprende. Por eso tenemos la danza, las fiestas,
los carnavales, la música, la literatura y el teatro que recogen esa amalgama
de expresiones de las culturas andinas. Ecuador es uno de los países que reúne
ese legado; baste pensar en los carnavales de Guaranda y Ambato, en la fiesta
del Inti Raymi que tiene lugar en varias provincias de la región sierra para celebrar
el solsticio de invierno, en los Diablos de Alangasí, que mezclan lo profano y
lo religioso durante la tradicional semana santa de ese poblado cercano a la
ciudad de Quito. Así mismo, en las novelas de Jorge Icaza, en la pintura de
Guayasamín, en la presencia ecuatoriana de Max Berrú en el grupo chileno
Inti-Illimani. Y, por supuesto, en el desgarrador pasillo, ponderado como la
música nacional del país.
El
teatro en Ecuador ha sabido aglutinar ese sentimiento, ese espíritu, esa
festividad, esa estética y esa identidad andina. Desde obras como Boletín y elegía de las mitas, en los
setenta, hasta El silbato del ciego, última
obra de La Espada de Madera, en 2014, una parte importante de las prácticas
teatrales ha estado en permanente búsqueda de ese sujeto andino ecuatoriano que
adopta tantos rostros. Justamente esa curiosidad e interés por lo andino, de lo
cual soy arte y parte como quiera que nací en una ciudad andina, fue lo que me llevó
a escribir este libro. Porque junto a lo andino estaba lo mestizo y lo barroco,
dos elementos que configuran también la complejidad de nuestras culturas y nos
cuentan, de algún modo, lo que somos.
El
grupo La Espada de Madera es hijo de la ilustre y barroca ciudad de Quito que,
no en vano, ha sido considerada como la capital del barroco en Latinoamérica.
Sin embargo, el barroco quiteño no se limita a su emblemático centro histórico.
El barroco, como lo pensó el filósofo ecuatoriano Bolívar Echeverría, es mucho más
que un estilo arquitectónico y pictórico que ha legado tantos tesoros, y mucho
más que una época comprendida entre el XVII y mediados del XVIII. El barroco es
una forma de ser, sentir y estar en el mundo mediante la experiencia festiva,
lúdica y estética. El barroco es, por lo tanto, algo que los andinos llevamos
dentro y que nos permite vivir, no sobrevivir, sino enfrentar un mundo marcado
por el ethos realista, como lo
definió Echeverría para nombrar el modo de vida capitalista predominante, que
ha hecho del valor de cambio un valor absoluto para la vida humana. En cuanto a
ese tercer elemento, lo mestizo, es otra construcción social no exenta de
polémica, acaso aun más que los otros dos debido a los usos sociales, políticos
e históricos que se le han dado, en algunos casos para separar, discriminar y
distinguir lo que se considera socialmente impuro. El uso que aquí interesa,
sin embargo, es el que muestra tanto las contradicciones y conflictos como las
fortalezas de la mesticidad y, en cualquier caso, la validez de considerar a
las culturas andinas como mestizas en la medida en que ya no se puede hablar
hoy de culturas puras por cuanto todo está atravesado por la modernidad.
Patricio Estrella y Pepe Alvear en Los pájaros de la memoria
Foto: Ricardo Centeno
Los
fundadores de La Espada de Madera, Patricio Estrella y Pepe Alvear, asumieron
desde un principio, años antes de que Echeverría publicara sus discutidas tesis
sobre el barroco, que su camino como hombres de teatro iba a ser una larga e inagotable
búsqueda de esos tres elementos (lo andino, lo barroco y lo mestizo) de los
cuales no podían y no querían alejarse. Y así, obra tras obra a lo largo de 25
años, emprendieron ese viaje hacia ese sujeto andino ecuatoriano que los
determinaba como seres, viviendo procesos conflictivos, cambiantes,
itinerantes. Esos procesos han permitido parir obras admirables como El Dictador, Arlequín servidor de dos
patrones, El Brujo y el Diablo, Ana la pelota humana, Cristobita el de la
Porra, El Quijote, El mundo es un pañuelo o El silbato del ciego; acudir a la literatura (nacional y universal)
como fuente de creación; emplear diversas técnicas teatrales (teatro de
actores, títeres, teatro de sombras, narración oral); y viajar por Ecuador y el
mundo con sus espectáculos.
Siendo
tan vasto el trabajo del grupo, decidí centrar mi mirada en cuatro obras, sin
que ello significara que fueran las más representativas en su trayectoria: Sólo cenizas hallarás, basada en el
premiado cuento del escritor ecuatoriano Raúl Pérez Torres, Al pie de la campana, Los pájaros de la memoria y Los retablos del diablo suelto, estas
tres últimas con dramaturgia de Patricio Estrella quien, además, ha
dirigido todos los montajes del grupo. Estas obras son cuatro acercamientos a
ese mundo andino desde distintos puntos de vista. Pero, como ya lo dije, la
presencia del sujeto andino ecuatoriano recorre todas las obras pues hasta en adaptaciones
de la literatura universal como El
Quijote o El lazarillo de Tormes -que
sirvió de base para El silbato del ciego-
es perceptible ese espíritu.
Pepe Alvear y Ana Mariza Escobar en Los retablos del diablo suelto
Foto: Ricardo Centeno
Por
último, aunque provisionalmente, el trabajo de La Espada de Madera no se puede
aislar de una nueva generación teatral ecuatoriana que irrumpe a fines de los
ochenta y se consolida en los noventa, siguiendo el camino abierto por el
Teatro Malayerba, el más internacional de los grupos escénicos ecuatorianos. La
Espada de Madera ha sido, pues, parte activa de ese movimiento que sigue dando
sus frutos y atrayendo la atención nacional e internacional sobre la práctica
escénica en este país. Por ello, siempre ha estado en diálogo con el trabajo de
otras distinguidas agrupaciones como La Rana Sabia, Malayerba, Contraelviento
Teatro, Los Perros Callejeros o Teatro del Cronopio, lo que ha marcado un
significativo desarrollo de las artes escénicas en el Ecuador.
Gracias
al valioso apoyo de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión ha sido
posible que este libro vea la luz en 2015. El escritor Raúl Pérez Torres, presidente
nacional de esta institución, respaldó mi proyecto desde un comienzo. Lo demás
fue cuestión de tiempo y paciencia. Fue fundamental la colaboración del propio
Patricio Estrella y su equipo: desde que nos conocimos en Quito me abrió las puertas de su
grupo y su amistad y me puso en contacto con otras personas que han desempeñado un papel importante en la vida de La Espada de Madera. Eso me permitió, por ejemplo, ser testigo de la
construcción en 2012 de la sede propia del grupo en Zámbiza,
parroquia (zona rural) perteneciente a la ciudad de Quito. Ese
pintoresco recinto fue bautizado por el grupo como El Teatro del Pueblo, nombre
que le hace justicia a un lugar que respira calidez humana, artística y
natural.
El Teatro del Pueblo, Zámbiza, Quito
Foto: Jaime Flórez Meza
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