sábado, 9 de mayo de 2015

CHET BAKER: “CARA DE ÁNGEL, CORAZÓN DE DEMONIO”

 “En estos 57 años debo haber vivido varias vidas”
Chet Baker, 1987[1]

   
 Fotos: artmodel / LaCarne Magazine             

Probablemente Chet Baker sea para el jazz lo que Elvis Presley es para el rock and roll: un intérprete blanco, bien parecido, surgido en los cincuenta, famoso, que toca la trompeta y canta maravillosamente y estremece la escena musical con su destreza, su fraseo y su envidiable capacidad de pasearse por distintos géneros jazzísticos; y, al igual que Elvis, un adicto a las drogas que lo perderían para siempre. Se ha dicho que una de sus influencias musicales era el también trompetista Miles Davis, uno de los más grandes en la historia del jazz. Y, aunque Miles era su contemporáneo y rival, sí: Chet era el Miles Davis blanco. Y, como tal, la figura más destacada del llamado jazz de la costa oeste (West Coast Jazz) o, simplemente, cool jazz, estilo relajado que había aparecido como una respuesta al desenfrenado y revolucionario bebop. Davis, por cierto, tuvo que ver en ambos, como quiera que tuvo una temprana etapa bop y fue el iniciador del movimiento cool.

Desde luego, Chet no fue el único músico blanco de jazz (o no afro-descendiente, si se quiere, dadas las lejanas raíces africanas de esta música y su inmensa pléyade de músicos de color) cuya vida estuvo signada por las drogas. Otros como el cornetista Bix Beiderbecke y el bajista Jaco Pastorius, de dos épocas diametralmente distintas, también lo estuvieron. Ambos, por cierto, murieron prematuramente: Pastorius, de una manera tan salvaje y absurda como la que Baker tendría ocho meses después, en 1988. O como la que tuviera un famoso contemporáneo suyo: James Dean, el icónico actor estadounidense que murió tras accidentarse en su Porsche Spyder 550, en 1955. La leyenda dice que fue un suicidio planeado.
    
Baker tocó y grabó en distintos formatos de grupo, realizó giras por Estados Unidos, Europa y Japón, actuó en cuatro películas y su vida misma era cinematográfica. Por algo Hollywood quiso hacer de él una estrella, a lo que el propio trompetista se resistió accediendo solamente a hacer una, Hell’s Horizon, en 1955. En Italia, donde se estableció desde 1959, actuó en Urlatori alla sbarra, y en Inglaterra, donde se había mudado en 1962, en The stolen hours (1963), en la que actuaba como él mismo. En 1960 su figura había servido de inspiración a Hollywood para el filme All the fine young cannibals, protagonizado por Robert Wagner bajo el nombre de Chad Bixby, que parece una combinación de Charlie Parker, conocido también como “Bird”, de gran influencia en la generación de Baker, y del suyo propio (Chet Baker). Su nombre de pila era Chesney Henry Baker, Jr.

El magnífico documental Let’s get lost (Bruce Weber, 1988), algo así como “Perdámonos”, muestra a Baker en su ya constante y definitiva decadencia física, aunque todavía capaz de tocar la trompeta y cantar con inaudita sensualidad. La heroína, el alcohol, la cocaína, el tabaco y otras drogas que consumía habían hecho mella, lucía  demacrado y débil, pero resistía y conservaba su apego a la vida y su sentido del humor, oscuro para entonces tras todas las experiencias truculentas en que se había visto envuelto. Sin saberlo vivía sus últimos meses de vida. Los momentos de euforia se alternaban con los de melancolía. Chet había vuelto a California para rodar ese documental, a su hogar, si es que alguna vez de adulto tuvo uno en una carrera tan nómada y disipada. Chet ríe, calla, reflexiona, fuma sin descanso, evoca sus inicios, sus primeras apariciones profesionales al lado de músicos rutilantes como Charlie Parker, Stan Getz y Gerry Mulligan, sus primeras grabaciones, sus amores, sus triunfos, sus derrotas, sus colegas amigos muertos en los últimos años (Bill Evans, Zoot Sims, Art Pepper...). Algunas de sus mujeres -se casó tres veces- recuerdan cómo le conocieron, cómo se enamoraron -¿perdidamente?- de ese trompetista deslumbrante que parecía un dios griego, que tenía una extraña mezcla de ingenuidad, gentileza, sensualidad y brutalidad. “Él era muy gentil, muy dulce, muy agradable. Creo que eso es lo que era, algo místico. Algo como Doctor Jekyll y Mister Hyde”, dice Diane Vavra, una de ellas, en el filme.

Foto: TIUmag

Richard Bock, su primer productor, recuerda el primer encuentro con Chet en un club de jazz de Los Ángeles, donde éste se conoció con Mulligan y formó aquel legendario cuarteto que tuvo tan corta existencia (once meses) tras la propia salida de Chet, según el productor; tras el arresto de Mulligan por drogas, según otros. Era el verano de 1952. “Fue muy duro para Gerry aceptar que Chet no iba a ser más su compañero, lo que terminó con uno de los mejores cuartetos de jazz”, dice Bock en el documental y añade: “En ese momento creo que no había nadie mejor que Chet en lo suyo. Me sonaba como si escuchara la historia del jazz. Estaba Louis Armstrong, estaba Bix Beiderbecke y estaba Bunny Berigan, todos en uno. Tenía la chispa de Bunny, la lírica de Bix Beiderbecke y era nuevo y fresco. Nunca tocaba clichés”. Beiderbecke, a quien mencioné de paso, fue un admirable cornetista, contemporáneo de Armstrong y primer gran artista blanco del jazz, que murió a los 28 como consecuencia de una adicción al alcohol.

Nacido en Yale, Oklahoma, en 1929, Baker recibió sus primeras clases de música mientras cursaba su bachillerato en Glendale, California, donde su familia residía desde 1940. Había abandonado el colegio a los 16, motivo por el cual sus padres lo forzaron a alistarse en el ejército. Ya tocaba la trompeta, instrumento que había adoptado después de que su padre, que había sido músico, le regalara un trombón cuando tenía once años. Sin embargo, el periodista español José Ángel González sostiene que Chet dejó la high school y se enroló en el ejército para huir de un padre alcohólico y violento.[2] En cambio, su propia madre, Vera, cuenta en el documental que tras abandonar la secundaria Chet “sabía que se metería en problemas. Así que lo fichamos en el Ejército”. Al terminar su servicio militar empezó a tomar clases de teoría musical y armonía en una escuela de Los Ángeles (El Camino College), que tenía una banda en la cual terminó tocando; pero, curiosamente, dejó los estudios para volver al ejército. Si bien su paso por la milicia le sirvió para tocar la trompeta en bandas castrenses, no tenía vocación militar y logró obtener la baja para dedicarse profesionalmente al jazz. “Una baja general bajo condiciones honorables”, dice Chet, y menciona sus términos: “Inadaptable a la vida militar”.[3] Él mismo afirma que fingió tener problemas emocionales y de comportamiento para recibir la baja. En cuanto a la trompeta que le obsequiara su padre a cambio del trombón “rústico y grande” que no pudo tocar, dice: “Fue amor a primera vista”.[4]  

Foto:ecx.images-amazon

Luces

Su año consagratorio fue 1952: tocó por un breve período nada menos que con Charlie Parker y Stan Getz, luego en el cuarteto de Gerry Mulligan, como ya lo dije, hasta formar sus propias agrupaciones desde 1953. El año siguiente empezó a cantar y en 1956 se lanzó, al fin, su esperado álbum-debut como vocalista: Chet Baker sings, una selección de conocidas tonadas de jazz como My funny Valentine, But not for me o I get along without you very well; el álbum se había empezado a grabar dos años atrás. Fue impactante en el mundo del jazz como pudo serlo, por ese mismo tiempo, el debut discográfico y escénico de Elvis Presley en el del rock and roll. Pero, a diferencia de éste, Baker era un cantante íntimo dotado de un suave, cadencioso, andrógino y estremecedor registro vocal, de excepción dentro del jazz vocal masculino. “Su estilo era revolucionario”, dice el crítico Stuart Mason, “tan claro y delicado como su trompeta, con un tono de vibrato-libre brillante, no sonaba como ningún otro cantante de jazz anterior”.[5] En las notas de presentación del álbum Gerald Heard había manifestado lo difícil que era “decidir si Baker era un trompetista que cantaba o un cantante que tocaba la trompeta”.[6] Era, siento yo, una simbiosis entre su voz y su trompeta.   
    
Fue ésta su época dorada y nunca volvería a estar en mejores condiciones para grabar álbumes como el anterior o los que le siguieron en los cincuenta, particularmente Chet Baker & Crew (en el que demostró que también podía tocar al estilo bop), It could happen to you (otra joya del jazz vocal), Playboys (con Art Pepper), Grey December, Chet Baker in New York y Chet (en el que fue secundado por distinguidos jazzistas como Bill Evans, Pepper Adams, Paul Chambers y Philly Joe Jones).

Chet en Milán, Italia, en 1960
Foto:Internet Archive

En 1959 Baker, que ya había hecho giras por Europa, fijó su residencia temporal en Italia. Fue allí donde empezó, ¿o continuó?, su infierno personal. “Había una suerte de peligro que él transmitía”, opina el guionista Lawrence Trimble. “Como James Dean pero a un nivel más under. Era una especie de niño malo”.[7]  Y continúa diciendo:

En ese tiempo no existía mucha cultura under, y eso era lo que teníamos. Hollywood se fijó en su imagen y decidieron hacer un film sobre sus años jóvenes y protagonizado por Chet. Pero a Chet lo detuvieron y se fue a Europa,  y cambiaron y pusieron a Robert Wagner y a Natalie Wood, y lo llamaron All the fine Young cannibals. Muchos estaban obsesionados con Chet. [...] La forma en que tocaba, su imagen, su nombre, se daba todo junto. A veces ves los músicos de jazz, que son grandiosos, pero su imagen no tiene mucho que ver con su forma de tocar. Con Chet era de una sola pieza.[8]  

En Italia conoció a la que sería su tercera esposa, Carol, inglesa. Charlaine, la primera, era estadounidense. Halema, la segunda, paquistaní.  

Sombras

                                                        Fotograma de Let's get lost. Fuente: dvdtalk.com
 

Mujer: ¿Encuentras aburrida la vida?
Chet: Bajo ciertas circunstancias puede ser muy aburrida. La mayoría de las veces. Para mucha gente puede ser aburrida. Muy aburrida. Tener hambre, frío…
Mujer: ¿Has sufrido eso?
Chet: Oh, sí… No hace mucho, ¿tú nunca? [9]
 

El productor Richard Bock cuenta en Let’s get lost que Chet no pasaba de fumar marihuana en sus primeros años, al menos durante el período en que trabajaron juntos; digamos, hasta la grabación de Chet Baker sings, que Bock produjo. Según él fueron esos sus mejores años y nunca volvió a estar en mejor forma. Las drogas duras como la heroína y la cocaína vendrían después y Baker no tardó en volverse un adicto. Los problemas con las autoridades nunca pasaron de una serie de breves aunque reiterados arrestos, pero en Europa las cosas fueron distintas. En 1960 cayó en Italia y fue condenado por un juez a quien se atribuye haber pronunciado la frase que encabeza este artículo (“cara de ángel, corazón de demonio”) después de proferir la sentencia.[10] Chet pasó dieciséis meses en prisión. Tras quedar en libertad grabó el álbum Chet is back!, en 1962. No obstante, su adicción a los opiáceos le siguió ocasionando problemas legales durante su deambular por Europa: ese mismo año fue detenido en Alemania Occidental, de donde sería expulsado a Suiza y de ahí a Francia. Acabó viviendo en Inglaterra, donde luego de su experiencia cinematográfica (Stolen hours) fue detenido en marzo de 1963 y deportado a Francia. Vivió un tiempo en París, volvió a tocar en vivo (en Francia y España) y al cabo de un año de su última deportación sufrió la más severa de todas: cayó nuevamente en Alemania Occidental y esta vez las autoridades lo deportaron a Estados Unidos. Pese a su controvertido periplo por Europa Chet volvió a los escenarios hacia 1965, en su propio país, donde permanecería hasta mediados de la década siguiente, antes de regresar al continente donde había sido, de alguna manera, una persona non grata.

Chet en la película Urlatori alla sbarra (Lucio Fulci, 1960)
Foto: effettonotteonline.com
 
Fue por este tiempo que tuvo lugar un oscuro y lamentable episodio que silenció su carrera durante varios años, salvo ocasionales grabaciones y apariciones en escena. En 1966 -según distintas fuentes; 1968, según Chet­­- sufrió una golpiza que dejó en muy mal estado su dentadura, lo que le forzó a usar una prótesis y a cambiar la embocadura de su trompeta para poder tocarla. De acuerdo con el crítico William Ruhlmann, en el verano de 1966 Chet fue atacado violentamente en San Francisco debido a un asunto relacionado con su consumo de estupefacientes.[11] A su turno, José Ángel González asegura que “un traficante al que adeudaba dinero le partió una botella en la cara en 1966. Baker tuvo que aprender a tocar la trompeta de nuevo”.[12] De hecho, le tomó tres años conseguirlo. Ruhlmann desmiente la versión dada por el mismo Baker en el documental por considerarla exagerada en sus circunstancias y equívoca en su fecha.[13] Chet elude hablar de drogas y deudas y dice haber sido atacado al salir de un hotel de San Francisco por un hombre que lo vigilaba desde el día anterior. Al hombre se le unieron cinco más que lo aporrearon y le rompieron la boca.[14] Una de sus amantes, la cantante de jazz Ruth Young, cuenta en el mismo documental que la golpiza fue ordenada por algún personaje, cuya identidad no menciona, como una venganza “por ser un manipulador, sabiendo que la mejor forma de lastimarlo, al tocar la trompeta, era metiéndose con su boca”.[15] ¿Acaso alguna amante? ¿Alguien que detentaba una posición de poder? ¿Una advertencia para él y todos los yonquis en una época en la que las autoridades los tenían en la mira, a ambos lados del Atlántico? ¿O un ajuste de cuentas por una deuda de drogas no saldada por un músico que había despilfarrado tanto en ellas y solía andar corto de dinero? Dice Ruhlmann: “La golpiza no fue la causa del declive en su carrera durante este período, sino el más evidente efecto de ese declive”.[16]

Baker no volvió a tocar y a grabar sino hasta fines de los sesenta, haciéndolo esporádicamente. Pese a su declive, algo de la magia de años anteriores aun quedada. Consciente de esto y de ser un heroinómano decidió parar su carrera durante los primeros años setenta, consumiendo metadona para controlar su adicción. Y cuando decidió volver a tocar tuvo que trabajar muy duro para lograrlo y recuperar una carrera que se creía perdida y olvidada, mientras sus colegas Miles Davis, Bill Evans, Gerry Mulligan o Dizzy Gillespie cosechaban triunfos por doquier. Fue justamente Gillespie quien le consiguió un contrato para tocar en Nueva York en 1973. Ese fue su retorno y, desde entonces, no paró de tocar hasta su muerte. Al siguiente año tocó con Mulligan en un histórico concierto en el Carnegie Hall, después de veinte años de no hacerlo juntos. Baker vivió aquellos años en Nueva York y regresó a Europa a mitad de la década para continuar con su carrera, sus giras, su nomadismo, su vida de yonqui irremediable, lejos de Carol, su tercera esposa, y de sus hijos, viviendo siempre al límite, regresando a su país de tanto en tanto para tocar o grabar y visitar a su familia. 
 
Su viaje de droga favorito era el “speedball”, una mezcla de heroína y cocaína.[17] Nunca superó su adicción. No obstante, y si el propio Chet no miente, parece ser que hasta fines de los setenta la mantuvo bajo control gracias a la metadona.[18] Lo que sí es seguro es que para la década siguiente ya había recaído inexorablemente. Carol, que había conocido a Chet en Italia a fines de los cincuenta, cree que Ruth Young tuvo mucho que ver en ello.[19] 


Gerry Mulligan (izq.) y Chet Baker ensayan para su concierto 
en el Carnegie Hall. Nueva York, noviembre de 1974
Foto: taringa.net/nash

En 1987 el fotógrafo y cineasta Bruce Weber realizó el documental Let’s get lost en el que reunió a Chet y toda su familia -salvo su hijo Chesney Aftab, de su segunda esposa Halema-, a músicos y amigos. Fue sin proponérselo una despedida y el mejor homenaje que pudo hacérsele en vida, aunque el trompetista no alcanzó a ver el filme. Y una poética manera de mostrar la vulnerabilidad, a veces fatal, del músico de jazz del siglo veinte, del artista contemporáneo y del artista en general.

La escena mortal

La madrugada del 13 de mayo de 1988, Chet se encontraba en un hotel de Ámsterdam, solo. Sin que hasta ahora se sepa bien por qué, cayó desde la ventana de su habitación ubicada en la tercera planta del céntrico hotel Prins Hendrik. Su cuerpo sin vida fue encontrado con el cráneo destrozado tras golpearse con un bolardo de la acera.[20] Tenía 58 años. “En el cuarto del yonqui, los policías encontraron el equipaje de los resignados a la soledad: unas monedas, un reloj de pulsera, un collar, un encendedor y, porque cada penumbra contiene su propia luz, una trompeta en su estuche”.[21] Se cuenta que la noche de ese día todos los clubes de jazz de París guardaron silencio por su memoria.[22]

Debido a su adicción crónica Baker se vio a menudo compelido a firmar contratos de grabación perjudiciales con tal de obtener dinero en efectivo. “Tocaba para pagar y no siempre le alcanzaba. Exigía cobrar en efectivo a cambio de renunciar a los futuros derechos de autor”,[23] dice José Ángel González. Ruhlmann manifiesta  que la “vida desorganizada y peripatética” que el trompetista llevaba a causa de su drogomanía le impedía firmar contratos a largo plazo con los sellos de grabación, lo que explica que su vasta discografía sea “extremadamente desigual”.[24]


Epílogo

Let´s get lost se estrenó en septiembre de 1988, por lo que terminó siendo un réquiem por el trompetista blanco más grande del jazz que un año antes había actuado en el documental y muerto cuando éste se terminaba de montar. Elogiado por la crítica, recibió una nominación al premio Óscar como mejor documental de ese año. En 1997 apareció una recopilación de diarios personales del músico titulada As though I had wings: The lost memoir, que su esposa Carol conservó y decidió publicar. La edición en español -Como si tuviera alas. Las memorias perdidas- se publicó en 2000. Los apuntes llegan hasta el año 1963. “No llega a la categoría de diario existencial, pero resulta por momentos conmovedor”,[25] comenta José Ángel González.

Stephen McHattie como Chet Baker en The Deaths of Chet Baker
Foto: yazilisinema - blogger


En 2009 el cineasta canadiense Robert Budreau estrenó el corto de ficción The deaths of Chet Baker, escrito por él, en el que narra cómo pudieron haber sido las últimas horas del músico en la soledad de su habitación antes de caer a la acera. Budreau muestra tres posibles desenlaces: un accidente, un crimen (Baker es empujado por uno de sus proveedores de droga), un suicidio. Se ha dicho, por cierto, que la policía de Ámsterdam no encontró restos de heroína en su sangre. Sea como fuere, interesado de manera especial en la vida y música de Baker, Budreau dirigió recientemente el largometraje Born to be blue, que se estrenará este año. Ethan Hawke personifica al trompetista.

La primera vez que supe de Chet Baker fue en la navidad de 1996. Su nombre estaba en un CD y en una serie de fascículos biográficos de jazz que distribuía Ediciones Folio, de España, dentro de la colección The Jazz Masters – 100 años de swing, acompañada de sus respectivos CD. Recuerdo que la primera foto que acompañaba la nota mostraba a Chet de traje y corbata tocando la trompeta. Era en blanco y negro, de sus primeros años. La segunda era a color y en ella estaba con sombrero de cowboy, tocando la trompeta, y era posterior a la paliza que recibió en San Francisco. Me pregunté cómo es que yo, que me consideraba amante del jazz, no sabía nada de Baker, de quien se decía que no solo era un trompetista de ensueño sino un cantante inigualable. Lo de la pérdida fatal de sus dientes se me quedó grabado. El año siguiente compré mi primer disco de Baker: Nightbird. Eso era Chet: un pájaro nocturno que una fría madrugada de Ámsterdam dejó de cantar para siempre.      
 
Chet Prins Hendrik Hotel
Placa conmemorativa por la muerte de Baker en la entrada del hotel 
Prins Hendrik, en Ámsterdam, donde pasó sus últimas horas
Fotos:jtwinik.files - wordpress
     



[1] En el documental Let’s get lost, de Bruce Weber, estrenado en 1988.
[2] José Ángel González, “Guapo como Barbie, triste como el jazz: La vida desmesurada de Chet Baker”. En http://www.20minutos.es/noticia/509117/0/chet/baker/documental/.
[3] En el citado documental.
[4] En el citado documental.
[5] Stuart Mason, traducción mía, en http://www.allmusic.com/album/chet-baker-sings-mw0000654109.
[6] Gerald Heard, citado por Stuart Mason, traducción mía, en http://www.allmusic.com/album/chet-baker-sings-mw0000654109.
[7] En el citado documental.
[8] En el citado documental.
[9] En el citado documental.
[10] Cfr. José Ángel González, op. cit.
[11] William Ruhlmann, traducción mía, en http://www.allmusic.com/artist/chet-baker-mn0000094210/ biography.
[12] José Ángel González, op. cit.
[13] Cfr. William Ruhlmann, en http://www.allmusic.com/artist/chet-baker-mn0000094210/biography.
[14] En el citado documental.
[15] En el citado documental.
[16] William Ruhlmann, traducción mía, op. cit.
[17] Chet Baker, en el citado documental.
[18] Chet Baker, “Chet Baker interview about drug and jazz 1980”, en https://www.youtube.com/watch?V= NzS-euLdCvc.
[19] En el citado documental.
[20] José Ángel González, op. cit.
[21] Ibíd.
[22] Leyenda al final del citado documental.
[23] José Ángel González, op. cit.
[24] William Ruhlmann, traducción mía, op. cit.
[25] José A. González, op. cit.

2 comentarios:

  1. Fue un honor, haber estado enfrente de esa placa. El sentimiento que siempre me provoca escuchar las canciones de Chet, son algo diferentes. gracias por tan gran post.

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  2. Excelente reseña de uno de los más grandes del jazz, su voz, como la de Holliday nos transporta por muchas sensaciones y vericuetos del espíritu

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