Chet Baker, 1987[1]
Probablemente Chet Baker sea
para el jazz lo que Elvis Presley es para el rock and roll: un intérprete
blanco, bien parecido, surgido en los cincuenta, famoso, que toca la trompeta y
canta maravillosamente y estremece la escena musical con su destreza, su fraseo
y su envidiable capacidad de pasearse por distintos géneros jazzísticos; y, al
igual que Elvis, un adicto a las drogas que lo perderían para siempre. Se ha
dicho que una de sus influencias musicales era el también trompetista Miles
Davis, uno de los más grandes en la historia del jazz. Y, aunque Miles era su
contemporáneo y rival, sí: Chet era el Miles Davis blanco. Y, como tal, la
figura más destacada del llamado jazz de la costa oeste (West Coast Jazz) o, simplemente,
cool jazz, estilo relajado que había aparecido como una respuesta al
desenfrenado y revolucionario bebop. Davis,
por cierto, tuvo que ver en ambos, como quiera que tuvo una temprana etapa bop
y fue el iniciador del movimiento cool.
Desde luego, Chet no fue el
único músico blanco de jazz (o no afro-descendiente, si se quiere, dadas las
lejanas raíces africanas de esta música y su inmensa pléyade de músicos de
color) cuya vida estuvo signada por las drogas. Otros como el cornetista Bix
Beiderbecke y el bajista Jaco Pastorius, de dos épocas diametralmente
distintas, también lo estuvieron. Ambos, por cierto, murieron prematuramente:
Pastorius, de una manera tan salvaje y absurda como la que Baker tendría ocho
meses después, en 1988. O como la que tuviera un famoso contemporáneo suyo: James
Dean, el icónico actor estadounidense que murió tras accidentarse en su Porsche
Spyder 550, en 1955. La leyenda dice que fue un suicidio planeado.
Baker tocó y grabó en distintos
formatos de grupo, realizó giras por Estados Unidos, Europa y Japón, actuó en cuatro
películas y su vida misma era cinematográfica. Por algo Hollywood quiso hacer
de él una estrella, a lo que el propio trompetista se resistió accediendo solamente
a hacer una, Hell’s Horizon, en 1955.
En Italia, donde se estableció desde 1959, actuó en Urlatori alla sbarra, y en Inglaterra, donde se había mudado en
1962, en The stolen hours (1963), en
la que actuaba como él mismo. En 1960 su figura había servido de inspiración a
Hollywood para el filme All the fine
young cannibals, protagonizado por Robert Wagner bajo el nombre de Chad
Bixby, que parece una combinación de Charlie Parker, conocido también como
“Bird”, de gran influencia en la generación de Baker, y del suyo propio (Chet Baker). Su nombre de pila era Chesney
Henry Baker, Jr.
El magnífico documental Let’s get lost (Bruce Weber, 1988), algo
así como “Perdámonos”, muestra a Baker en su ya constante y definitiva
decadencia física, aunque todavía capaz de tocar la trompeta y cantar con
inaudita sensualidad. La heroína, el alcohol, la cocaína, el tabaco y otras
drogas que consumía habían hecho mella, lucía
demacrado y débil, pero resistía y conservaba su apego a la vida y su
sentido del humor, oscuro para entonces tras todas las experiencias truculentas
en que se había visto envuelto. Sin saberlo vivía sus últimos meses de vida.
Los momentos de euforia se alternaban con los de melancolía. Chet había vuelto a
California para rodar ese documental, a su hogar, si es que alguna vez de
adulto tuvo uno en una carrera tan nómada y disipada. Chet ríe, calla,
reflexiona, fuma sin descanso, evoca sus inicios, sus primeras apariciones profesionales
al lado de músicos rutilantes como Charlie Parker, Stan Getz y Gerry Mulligan,
sus primeras grabaciones, sus amores, sus triunfos, sus derrotas, sus colegas
amigos muertos en los últimos años (Bill Evans, Zoot Sims, Art Pepper...). Algunas
de sus mujeres -se casó tres veces- recuerdan cómo le conocieron, cómo se
enamoraron -¿perdidamente?- de ese trompetista deslumbrante que parecía un dios
griego, que tenía una extraña mezcla de ingenuidad, gentileza, sensualidad y
brutalidad. “Él era muy gentil, muy dulce, muy agradable. Creo que eso es lo
que era, algo místico. Algo como Doctor Jekyll y Mister Hyde”, dice Diane Vavra,
una de ellas, en el filme.
Richard Bock, su primer
productor, recuerda el primer encuentro con Chet en un club de jazz de Los
Ángeles, donde éste se conoció con Mulligan y formó aquel legendario cuarteto
que tuvo tan corta existencia (once meses) tras la propia salida de Chet, según
el productor; tras el arresto de Mulligan por drogas, según otros. Era el
verano de 1952. “Fue muy duro para Gerry aceptar que Chet no iba a ser más su
compañero, lo que terminó con uno de los mejores cuartetos de jazz”, dice Bock
en el documental y añade: “En ese momento creo que no había nadie mejor que
Chet en lo suyo. Me sonaba como si escuchara la historia del jazz. Estaba Louis
Armstrong, estaba Bix Beiderbecke y estaba Bunny Berigan, todos en uno. Tenía
la chispa de Bunny, la lírica de Bix Beiderbecke y era nuevo y fresco. Nunca
tocaba clichés”. Beiderbecke, a quien mencioné de paso, fue un admirable
cornetista, contemporáneo de Armstrong y primer gran artista blanco del jazz, que
murió a los 28 como consecuencia de una adicción al alcohol.
Nacido en Yale, Oklahoma, en
1929, Baker recibió sus primeras clases de música mientras cursaba su
bachillerato en Glendale, California, donde su familia residía desde 1940.
Había abandonado el colegio a los 16, motivo por el cual sus padres lo forzaron
a alistarse en el ejército. Ya tocaba la trompeta, instrumento que había
adoptado después de que su padre, que había sido músico, le regalara un trombón
cuando tenía once años. Sin embargo, el periodista español José Ángel González
sostiene que Chet dejó la high school
y se enroló en el ejército para huir de un padre alcohólico y violento.[2]
En cambio, su propia madre, Vera, cuenta en el documental que tras abandonar la
secundaria Chet “sabía que se metería en problemas. Así que lo fichamos en el
Ejército”. Al terminar su servicio militar empezó a tomar clases de teoría
musical y armonía en una escuela de Los Ángeles (El Camino College), que tenía
una banda en la cual terminó tocando; pero, curiosamente, dejó los estudios
para volver al ejército. Si bien su paso por la milicia le sirvió para tocar la
trompeta en bandas castrenses, no tenía vocación militar y logró obtener la
baja para dedicarse profesionalmente al jazz. “Una baja general bajo
condiciones honorables”, dice Chet, y menciona sus términos: “Inadaptable a la
vida militar”.[3]
Él mismo afirma que fingió tener problemas emocionales y de comportamiento para
recibir la baja. En cuanto a la trompeta que le obsequiara su padre a cambio
del trombón “rústico y grande” que no pudo tocar, dice: “Fue amor a primera
vista”.[4]
Foto:ecx.images-amazon
Luces
Su año consagratorio fue 1952:
tocó por un breve período nada menos que con Charlie Parker y Stan Getz, luego en
el cuarteto de Gerry Mulligan, como ya lo dije, hasta formar sus propias
agrupaciones desde 1953. El año siguiente empezó a cantar y en 1956 se lanzó,
al fin, su esperado álbum-debut como vocalista: Chet Baker sings, una selección de conocidas tonadas de jazz como My funny Valentine, But not for me o I get along
without you very well; el álbum se había empezado a grabar dos años atrás.
Fue impactante en el mundo del jazz como pudo serlo, por ese mismo tiempo, el
debut discográfico y escénico de Elvis Presley en el del rock and roll. Pero, a
diferencia de éste, Baker era un cantante íntimo dotado de un suave,
cadencioso, andrógino y estremecedor registro vocal, de excepción dentro del
jazz vocal masculino. “Su estilo era revolucionario”, dice el crítico Stuart
Mason, “tan claro y delicado como su trompeta, con un tono de vibrato-libre
brillante, no sonaba como ningún otro cantante de jazz anterior”.[5]
En las notas de presentación del álbum Gerald Heard había manifestado lo
difícil que era “decidir si Baker era un trompetista que cantaba o un cantante
que tocaba la trompeta”.[6]
Era, siento yo, una simbiosis entre su voz y su trompeta.
Fue ésta su época dorada y nunca
volvería a estar en mejores condiciones para grabar álbumes como el anterior o
los que le siguieron en los cincuenta, particularmente Chet Baker & Crew (en el que demostró que también podía tocar al
estilo bop), It could happen to you (otra joya del jazz vocal), Playboys (con Art Pepper), Grey December, Chet Baker in New York y Chet
(en el que fue secundado por distinguidos jazzistas como Bill Evans, Pepper
Adams, Paul Chambers y Philly Joe Jones).
Chet en Milán, Italia, en 1960
Foto:Internet Archive
En 1959 Baker, que ya había hecho giras por Europa, fijó su residencia temporal en Italia. Fue allí donde empezó, ¿o continuó?, su infierno personal. “Había una suerte de peligro que él transmitía”, opina el guionista Lawrence Trimble. “Como James Dean pero a un nivel más under. Era una especie de niño malo”.[7] Y continúa diciendo:
En ese tiempo no existía mucha cultura
under, y eso era lo que teníamos. Hollywood se fijó en su imagen y decidieron
hacer un film sobre sus años jóvenes y protagonizado por Chet. Pero a Chet lo
detuvieron y se fue a Europa, y cambiaron
y pusieron a Robert Wagner y a Natalie Wood, y lo llamaron All the fine Young cannibals. Muchos estaban obsesionados con Chet.
[...] La forma en que tocaba, su imagen, su nombre, se daba todo junto. A veces
ves los músicos de jazz, que son grandiosos, pero su imagen no tiene mucho que
ver con su forma de tocar. Con Chet era de una sola pieza.[8]
En Italia conoció a la que
sería su tercera esposa, Carol, inglesa. Charlaine, la primera, era
estadounidense. Halema, la segunda, paquistaní.
Sombras
Fotograma de Let's get lost. Fuente: dvdtalk.com
Mujer: ¿Encuentras aburrida la vida?
Chet: Bajo ciertas circunstancias puede
ser muy aburrida. La mayoría de las veces. Para mucha gente puede ser aburrida.
Muy aburrida. Tener hambre, frío…
Mujer: ¿Has sufrido eso?
Chet: Oh, sí… No hace mucho, ¿tú nunca? [9]
El productor Richard Bock
cuenta en Let’s get lost que Chet no
pasaba de fumar marihuana en sus primeros años, al menos durante el período en
que trabajaron juntos; digamos, hasta la grabación de Chet Baker sings, que Bock produjo. Según él fueron esos sus
mejores años y nunca volvió a estar en mejor forma. Las drogas duras como la
heroína y la cocaína vendrían después y Baker no tardó en volverse un adicto. Los
problemas con las autoridades nunca pasaron de una serie de breves aunque
reiterados arrestos, pero en Europa las cosas fueron distintas. En 1960 cayó en
Italia y fue condenado por un juez a quien se atribuye haber pronunciado la
frase que encabeza este artículo (“cara de ángel, corazón de demonio”) después
de proferir la sentencia.[10]
Chet pasó dieciséis meses en prisión. Tras quedar en libertad grabó el álbum Chet is back!, en 1962. No obstante, su
adicción a los opiáceos le siguió ocasionando problemas legales durante su
deambular por Europa: ese mismo año fue detenido en Alemania Occidental, de
donde sería expulsado a Suiza y de ahí a Francia. Acabó viviendo en Inglaterra, donde luego de su experiencia cinematográfica (Stolen hours) fue detenido en marzo
de 1963 y deportado a Francia. Vivió un tiempo en París, volvió a tocar en vivo
(en Francia y España) y al cabo de un año de su última deportación sufrió la
más severa de todas: cayó nuevamente en Alemania Occidental y esta vez las
autoridades lo deportaron a Estados Unidos. Pese a su controvertido periplo por
Europa Chet volvió a los escenarios hacia 1965, en su propio país, donde
permanecería hasta mediados de la década siguiente, antes de regresar al
continente donde había sido, de alguna manera, una persona non grata.
Chet en la película Urlatori alla sbarra (Lucio Fulci, 1960)
Foto: effettonotteonline.com
Fue por este tiempo que tuvo
lugar un oscuro y lamentable episodio que silenció su carrera durante varios
años, salvo ocasionales grabaciones y apariciones en escena. En 1966 -según
distintas fuentes; 1968, según Chet- sufrió una golpiza que dejó en muy mal
estado su dentadura, lo que le forzó a usar una prótesis y a cambiar la embocadura
de su trompeta para poder tocarla. De acuerdo con el crítico William Ruhlmann,
en el verano de 1966 Chet fue atacado violentamente en San Francisco debido a un
asunto relacionado con su consumo de estupefacientes.[11]
A su turno, José Ángel González asegura que “un traficante al que adeudaba
dinero le partió una botella en la cara en 1966. Baker tuvo que aprender a
tocar la trompeta de nuevo”.[12]
De hecho, le tomó tres años conseguirlo. Ruhlmann desmiente la versión dada por
el mismo Baker en el documental por considerarla exagerada en sus
circunstancias y equívoca en su fecha.[13]
Chet elude hablar de drogas y deudas y dice haber sido atacado al salir de un
hotel de San Francisco por un hombre que lo vigilaba desde el día anterior. Al
hombre se le unieron cinco más que lo aporrearon y le rompieron la boca.[14]
Una de sus amantes, la cantante de jazz Ruth Young, cuenta en el mismo
documental que la golpiza fue ordenada por algún personaje, cuya identidad no
menciona, como una venganza “por ser un manipulador, sabiendo que la mejor
forma de lastimarlo, al tocar la trompeta, era metiéndose con su boca”.[15]
¿Acaso alguna amante? ¿Alguien que detentaba una posición de poder? ¿Una
advertencia para él y todos los yonquis en una época en la que las autoridades los
tenían en la mira, a ambos lados del Atlántico? ¿O un ajuste de cuentas por una
deuda de drogas no saldada por un músico que había despilfarrado tanto en ellas
y solía andar corto de dinero? Dice Ruhlmann: “La golpiza no fue la causa del
declive en su carrera durante este período, sino el más evidente efecto de ese
declive”.[16]
Baker no volvió a tocar y a
grabar sino hasta fines de los sesenta, haciéndolo esporádicamente. Pese a su declive,
algo de la magia de años anteriores aun quedada. Consciente de esto y de ser un
heroinómano decidió parar su carrera durante los primeros años setenta,
consumiendo metadona para controlar su adicción. Y cuando decidió volver a
tocar tuvo que trabajar muy duro para lograrlo y recuperar una carrera que se
creía perdida y olvidada, mientras sus colegas Miles Davis, Bill Evans, Gerry
Mulligan o Dizzy Gillespie cosechaban triunfos por doquier. Fue justamente
Gillespie quien le consiguió un contrato para tocar en Nueva York en 1973. Ese
fue su retorno y, desde entonces, no paró de tocar hasta su muerte. Al
siguiente año tocó con Mulligan en un histórico concierto en el Carnegie Hall,
después de veinte años de no hacerlo juntos. Baker vivió aquellos años en Nueva
York y regresó a Europa a mitad de la década para continuar con su carrera, sus
giras, su nomadismo, su vida de yonqui irremediable, lejos de Carol, su tercera
esposa, y de sus hijos, viviendo siempre al límite, regresando a su país de
tanto en tanto para tocar o grabar y visitar a su familia.
Su viaje de droga
favorito era el “speedball”, una mezcla de heroína y cocaína.[17]
Nunca superó su adicción. No obstante, y si el propio Chet no miente, parece
ser que hasta fines de los setenta la mantuvo bajo control gracias a la
metadona.[18]
Lo que sí es seguro es que para la década siguiente ya había recaído
inexorablemente. Carol, que había conocido a Chet en Italia a fines de los
cincuenta, cree que Ruth Young tuvo mucho que ver en ello.[19]
Gerry Mulligan (izq.) y Chet Baker ensayan para su concierto
en el Carnegie Hall. Nueva York, noviembre de 1974
Foto: taringa.net/nash
En 1987 el fotógrafo y cineasta
Bruce Weber realizó el documental Let’s
get lost en el que reunió a Chet y toda su familia -salvo su hijo Chesney
Aftab, de su segunda esposa Halema-, a músicos y amigos. Fue sin proponérselo una
despedida y el mejor homenaje que pudo hacérsele en vida, aunque el trompetista
no alcanzó a ver el filme. Y una poética manera de mostrar la vulnerabilidad, a
veces fatal, del músico de jazz del siglo veinte, del artista contemporáneo y
del artista en general.
La
escena mortal
La madrugada del 13 de mayo de 1988,
Chet se encontraba en un hotel de Ámsterdam, solo. Sin que hasta ahora se sepa
bien por qué, cayó desde la ventana de su habitación ubicada en la tercera
planta del céntrico hotel Prins Hendrik. Su cuerpo sin vida fue encontrado con el cráneo destrozado tras golpearse con un bolardo de
la acera.[20]
Tenía 58 años. “En el cuarto del yonqui, los policías encontraron el equipaje
de los resignados a la soledad: unas monedas, un reloj de pulsera, un collar,
un encendedor y, porque cada penumbra contiene su propia luz, una trompeta en
su estuche”.[21]
Se cuenta que la noche de ese día todos los clubes de jazz de París guardaron
silencio por su memoria.[22]
Debido a su adicción crónica
Baker se vio a menudo compelido a firmar contratos de grabación perjudiciales
con tal de obtener dinero en efectivo. “Tocaba para pagar y no siempre le
alcanzaba. Exigía cobrar en efectivo a cambio de renunciar a los futuros
derechos de autor”,[23]
dice José Ángel González. Ruhlmann manifiesta que la “vida desorganizada y peripatética” que
el trompetista llevaba a causa de su drogomanía le impedía firmar contratos a
largo plazo con los sellos de grabación, lo que explica que su vasta discografía
sea “extremadamente desigual”.[24]
Epílogo
Let´s
get lost se estrenó en septiembre de 1988, por lo que terminó siendo
un réquiem por el trompetista blanco más grande del jazz que un año antes había
actuado en el documental y muerto cuando éste se terminaba de montar. Elogiado
por la crítica, recibió una nominación al premio Óscar como mejor documental de
ese año. En 1997 apareció una recopilación de diarios personales del músico titulada
As though I had wings: The lost memoir,
que su esposa Carol conservó y decidió publicar. La edición en español -Como si tuviera alas. Las memorias perdidas-
se publicó en 2000. Los apuntes llegan hasta el año 1963. “No llega a la
categoría de diario existencial, pero resulta por momentos conmovedor”,[25]
comenta José Ángel González.
Stephen McHattie como Chet Baker en The Deaths of Chet Baker
Foto: yazilisinema - blogger
La primera vez que supe de Chet
Baker fue en la navidad de 1996. Su nombre estaba en un CD y en una serie de
fascículos biográficos de jazz que distribuía Ediciones Folio, de España,
dentro de la colección The Jazz Masters –
100 años de swing, acompañada de sus respectivos CD. Recuerdo que la
primera foto que acompañaba la nota mostraba a Chet de traje y corbata tocando
la trompeta. Era en blanco y negro, de sus primeros años. La segunda era a color y en ella estaba
con sombrero de cowboy, tocando la trompeta, y era posterior a la paliza que
recibió en San Francisco. Me pregunté cómo es que yo, que me consideraba amante
del jazz, no sabía nada de Baker, de quien se decía que no solo era un
trompetista de ensueño sino un cantante inigualable. Lo de la pérdida fatal de
sus dientes se me quedó grabado. El año siguiente compré mi primer disco de
Baker: Nightbird. Eso era Chet: un
pájaro nocturno que una fría madrugada de Ámsterdam dejó de cantar para
siempre.
Placa conmemorativa por la muerte de Baker en la entrada del hotel
Prins Hendrik, en Ámsterdam, donde pasó sus últimas horas
Fotos:jtwinik.files - wordpress
[1] En
el documental Let’s get lost, de
Bruce Weber, estrenado en 1988.
[2]
José Ángel González, “Guapo como Barbie, triste como el jazz: La vida
desmesurada de Chet Baker”. En http://www.20minutos.es/noticia/509117/0/chet/baker/documental/.
[3] En
el citado documental.
[4] En
el citado documental.
[5]
Stuart Mason, traducción mía, en http://www.allmusic.com/album/chet-baker-sings-mw0000654109.
[6]
Gerald Heard, citado por Stuart Mason, traducción mía, en
http://www.allmusic.com/album/chet-baker-sings-mw0000654109.
[7] En
el citado documental.
[8] En
el citado documental.
[9] En
el citado documental.
[10]
Cfr. José Ángel González, op. cit.
[11]
William Ruhlmann, traducción mía, en http://www.allmusic.com/artist/chet-baker-mn0000094210/
biography.
[12]
José Ángel González, op. cit.
[13] Cfr. William Ruhlmann, en
http://www.allmusic.com/artist/chet-baker-mn0000094210/biography.
[14]
En el citado documental.
[15]
En el citado documental.
[16]
William Ruhlmann, traducción mía, op. cit.
[17] Chet Baker, en el citado
documental.
[18] Chet Baker, “Chet Baker interview
about drug and jazz 1980”, en https://www.youtube.com/watch?V= NzS-euLdCvc.
[19]
En el citado documental.
[20]
José Ángel González, op. cit.
[21]
Ibíd.
[22]
Leyenda al final del citado documental.
[23]
José Ángel González, op. cit.
[24]
William Ruhlmann, traducción mía, op. cit.
[25]
José A. González, op. cit.
Fue un honor, haber estado enfrente de esa placa. El sentimiento que siempre me provoca escuchar las canciones de Chet, son algo diferentes. gracias por tan gran post.
ResponderEliminarExcelente reseña de uno de los más grandes del jazz, su voz, como la de Holliday nos transporta por muchas sensaciones y vericuetos del espíritu
ResponderEliminar