Dos
historias. La primera tuvo lugar hace veintiséis años en Colombia cuando un
festival de teatro entró en polémica con la Iglesia católica, lo que llevó a
fanáticos religiosos a atentar contra aquél. La segunda hace veinticinco
años cuando un escritor indo-británico empezó a vivir un infierno de muchos años
por la publicación de una obra suya que autoridades islámicas chiíes consideraron
blasfema.
El acto de fe que contrarió a una fe
Aeropuerto
Eldorado de Bogotá, marzo de 1988. Un grupo de personas que visten sotanas
blancas descienden de un avión. Uno de ellos, ataviado como sumo pontífice,
besa el suelo. La gente está confundida, no sabe si se trata del mismísimo Papa
que ha regresado a Colombia (dos años antes ha estado en visita oficial por el
país). Pasajeros, visitantes y algunos periodistas comentan que a lo mejor se
trata de una comisión eclesial que acaba de llegar, tal vez enviada por el
propio Vaticano, pues aquél a quien veían como Papa, visto ya de cerca, no lo
es. La confusión continúa, pero se cree que aquellas personas que todo el
tiempo han gesticulado como dignatarios de la Iglesia sí lo son de todas
maneras. Cuando la noticia aparece en los principales diarios y noticieros
televisivos, la duda se aclara: la comisión eclesial es en realidad un grupo de
actores brasileños que integran la compañía teatral Ornitorrinco que ha venido
a participar en la primera edición del Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá
(FITB), fundado y organizado por la conocida actriz y empresaria teatral
argentina Fanny Mikey[1] y su
director adjunto Ramiro Osorio.
La obra
que había traído la compañía brasileña era Teledeum,
del dramaturgo catalán Albert Boadella, una irreverente y polémica sátira del
mundo de los medios masivos de comunicación y de las iglesias cristianas. La
reacción de la Iglesia católica local no se hizo esperar: de por sí molesta por
la realización de un festival de teatro durante la semana santa, no sólo
censuró la obra y al grupo, entre otras cosas por el “teatro invisible” de éste
en Eldorado -que juzgó ofensivo-, sino que invitó al público bogotano a boicotear
el festival -que calificó de ateo- no asistiendo a ninguna función del evento.
La jerarquía católica, en cabeza del arzobispo de Bogotá, incluso llegó a decir
que los espectadores que vieran la obra Teledeum
quedarían automáticamente excomulgados. La censura desató un debate
artístico-filosófico-místico entre defensores del arte y de la libertad de
expresión y detractores de un arte que juzgaban pernicioso y ateo en un país de
fuerte tradición católica y conservadora.
Un año atrás el montaje del Teatro Ornitorrinco había sido
censurado por la división de censura y diversiones de la Policía Federal en Sao
Paulo, donde tiene su sede el grupo, situación que llevó al presidente brasileño de entonces, José Sarney, a
interceder ante el Ministerio de Justicia para que se levantara la prohibición.
Desde que Albert Boadella estrenara la obra en España en 1984 con Els Joglars
-la importante compañía teatral catalana que dirigió-, la obra fue objeto de
arduas polémicas.
Escena del montaje original de Teledeum estrenado por Els Joglars
Imagen: http://www.biografiasyvidas.com/biografia/b/boadella.htm
El que
resultó favorecido en este enfrentamiento -paradójicamente promovido por los
medios masivos, sobre todo por la televisión, que eran satirizados en la
controversial obra- fue el propio festival que contó con una afluencia de
espectadores mayor de la que se esperaba, pese a la bomba que presuntamente un
grupo de extrema derecha hizo explotar en el baño de uno de los teatros durante
una representación. Nadie se atribuyó el atentado. Fue el cuarto día del evento
en la sede del Teatro Nacional, que Fanny Mikey había fundado en 1978, en una
función de la obra argentina Yepeto, protagonizada
por el veterano actor Ulises Dumont y dirigida por Ómar Grasso: hubo daños en
las instalaciones (vestíbulo, taquillas, camerinos, depósitos, ventanas) pero
ninguna víctima mortal ni heridos; la función fue suspendida y reprogramada
para el día siguiente -con lleno total- en la misma sala que por fortuna no
sufrió averías. Fue necesario que los organizadores pidieran protección a las
autoridades para el resto de funciones teatrales programadas. El público
respaldó aún más al festival con su presencia. Todos los grupos nacionales e
internacionales invitados decidieron continuar participando hasta el final del
certamen. Se temía que para la clausura en la Plaza de Bolívar el sábado con la
representación del espectáculo Demonis,
de la compañía catalana Els Comediants, pudiera ejecutarse otro atentado. Desde
antes de iniciarse el festival y durante el mismo Mikey y Osorio habían
recibido amenazas anónimas. “Tomamos con las autoridades las precauciones y la
función se realizó. La sociedad le ganó al terrorismo, se enfrentó al miedo”,[2] recuerda
Osorio. Más de sesenta mil personas presenciaron aquel montaje alucinante que
se escenificó sobre el ruinoso Palacio de Justicia, destruido en los cruentos
hechos de noviembre de 1985 cuando un comando guerrillero del M-19 lo tomó por
asalto y el Ejército lo repelió en uno de los más sangrientos y controvertidos
enfrentamientos que haya vivido el país, que aun no logra pasar esa lamentable
página de su historia. Y el espectáculo que presentaba el festival en ese
escenario real fue como una manera de exorcizar los demonios del terror que se
habían apoderado de la ciudad y del país. Así fuera por una noche y durante
aquella semana teatral histórica.
El
comienzo del FITB fue, pues, realmente dramático, con censura eclesiástica, polémica
incluida y atentado terrorista. Pero el objetivo de su directora de realizar el
evento teatral más grande del país (58 grupos de 21 países) se había cumplido
bajo el lema “Un acto de fe en Colombia”. Desde entonces el festival se realiza
cada dos años durante el período de semana santa, culminando el sábado con un
gran espectáculo en la Plaza de Bolívar.
El caso Salman Rushdie
Rushdie muestra un ejemplar de Los versos satánicos
Imagen:
https://redaccion.lamula.pe/media/uploads/3a4fac98-8e0d-4d49-b99e-f9667ef3d3c9.jpg
Recientemente
se cumplieron veinticinco años de la fatwa o fatua (edicto religioso islámico) que
el ayatola Ruhollah Jomeini, máxima autoridad iraní de entonces, dictó el 14 de febrero de
1989 contra la vida del escritor anglo-indio Salman Rushdie meses después de la
publicación, en septiembre de 1988, de su novela Los versos satánicos. La condena mortal no era solamente para el
escritor sino para todos aquellos que la editaran y publicaran. Jomeini instaba
a las comunidades musulmanas del mundo a cumplir con la sentencia que juzgaba
la novela como blasfema contra el Islam, el profeta Mahoma y el Corán. Y se
ofreció una recompensa de un millón de dólares por el asesinato del escritor. Cuando
Jomeini hizo pública la fatua, una periodista de la BBC llamó a Rushdie a
contárselo y éste se vio forzado a solicitar la protección del gobierno y a
vivir oculto durante muchos años. Su novela había sido prohibida por el Islam en
varios países, incluyendo su país de origen, la India. La publicación de la obra
ocasionó graves hechos de violencia: en la capital pakistaní protestas contra un
centro cultural estadounidense y la sede de American Express por la publicación
del libro en EE.UU terminaron con cinco muertos y decenas de heridos entre un
grupo de iracundos fanáticos musulmanes, dos días antes de que la fatua fuera
promulgada; en Bombay, India, una protesta de diez mil musulmanes contra el
escritor concluyó con veinte muertos; dos líderes musulmanes moderados fueron
asesinados a causa de las opiniones igualmente moderadas que expresaron sobre
Rushdie en 1989; Hitoshi Iragashi, traductor japonés de la novela, fue
asesinado en Tokio en 1991. Otros sobrevivieron: Ettore Capriolo, traductor
italiano, fue golpeado y apuñalado en Milán; y William Nygaard, editor noruego
de Rushdie, fue baleado en Oslo en 1993.
Una locura.
Bajo
protección de la Policía Especial Británica Rushdie hubo de vivir en la mayor clandestinidad
durante nueve años, cambiando continuamente de casa, además de haber trocado su
identidad bajo el pseudónimo de Joseph Anton, que eligió por los nombres de sus
dos escritores predilectos (Joseph Conrad y Anton Chéjov) mientras el precio
por su vida iba en aumento y llegaba a los 2.800.000 dólares. “Después de ser
colocado al cuidado de los servicios de seguridad británicos Rushdie vivió la
paradójica situación de ser un ciudadano que le debía la vida a un gobierno
que, simultáneamente, incrementaba las medidas antimigratorias por miedo a ser
invadido por extranjeros”,[3] dice
Efraín Trava. Y aunque en 1998 el gobierno iraní manifestó el cese de la
persecución mortal a raíz de la recomposición de las relaciones oficiales con el
Reino Unido, Rushdie manejó un bajo perfil hasta años posteriores a sabiendas
de que una fatua tiene un carácter permanente y sólo puede ser revocada por el
líder espiritual que la emitió: Jomeini murió en junio de 1989. De hecho en 2012
se vio obligado a cancelar su participación en un festival literario en Jaipur,
India, tras ser informado por los servicios de inteligencia de este país de que
dos sicarios habían sido pagados para asesinarlo. Y a finales del mismo año el ayatola
iraní Hassan Sanei aumentó en 500.000 dólares la recompensa anteriormente
ofrecida por su muerte. Desde diciembre de 2013 el escritor volvió a
encerrarse, esta vez en Nueva York donde fijó su residencia, pero más por la
escritura de su nuevo libro que por la aparente reactivación de su condena.
Imagen:
http://entremontonesdelibros.blogspot.com/2011/12/libros-polemicos-i-los-versos-satanicos.html
¿Por
qué una novela como Los versos satánicos,
la cuarta de Rushdie, encendió a tal punto la ira de fundamentalistas islámicos?
No es fácil decirlo pese a los ríos de tinta que se han escrito al respecto. El
título de la obra ya parecía ser una provocación a los radicales musulmanes por
cuanto los así llamados versos satánicos habrían hecho parte del Corán en algún
momento, según sostienen ciertos sectores de la tradición islámica: transfigurado
en el arcángel Gabriel el diablo se los habría revelado a Mahoma incluyendo en
ellos tres deidades femeninas paganas; sin embargo, siempre según esta
tradición, el arcángel negó el hecho y el Profeta se retractó públicamente de
haber incluido estos versos y los eliminó. Lo que hizo Rushdie, entonces, fue
retomar esta leyenda y construir a partir de ella una novela que muchos redujeron
a una afrenta al Islam. Se cuenta que el Vaticano y el arzobispo de Canterbury se
sumaron a la polémica calificando la novela de ultrajante. Pero, más allá de
los símbolos, personajes y pasajes coránicos reinventados por Rushdie en su
novela para cuestionar, resignificar y metaforizar un sistema de vida y de mundo -en particular
el colonialismo y la migración- y de todos los que han caído por repudiarla o
divulgarla, hay una pregunta que a lo mejor se pasa por alto (¿o se hace de
otras formas?) y es la que justamente recoge Efraín Trava en un lúcido ensayo;
pregunta que todos deberíamos hacernos a propósito de esta polémica y de este temor que
no cesan en un mundo compulsivamente fanático y fundamentalista (el fundamentalismo
lo es tanto en el plano religioso como en el político, el económico y hasta en
el deportivo): “¿Qué clase de idea eres tú? En otras palabras, ¿en qué ideas,
en qué experiencias y en qué relaciones basas la definición sobre ti mismo,
sobre tu identidad?”[4]
Salman
Rushdie nació en Bombay en 1947 y desde adolescente vivió en Inglaterra,
nacionalizándose británico. En 1981 ganó
el premio Booker, el de mayor prestigio de las letras inglesas, por su novela Hijos de la medianoche. Ha publicado
doce novelas (entre ellas dos para
niños) y cuatro libros de ensayos, entre los cuales están La sonrisa del jaguar (1987), sobre su viaje a la Nicaragua
sandinista, y Joseph Anton, lanzado en
2012, sobre su larga y penosa vida clandestina. Rushdie estuvo en una ocasión
en Colombia, en 2009, como invitado central del Hay Festival, el más importante festival literario del país que se realiza anualmente en Cartagena.
Las
quemas de libros, los Índices de libros
prohibidos, las condenas a escritores parecían cosa del pasado. Obras como la
de Rushdie mostraron que no era así. Y una de las paradojas de esta historia es
que en la Inglaterra que lo protegió de la ira musulmana estuvo prohibida
durante décadas una novela como El amante
de Lady Chatterley por considerársela inmoral.
En
cualquier caso el arte será siempre una forma de contrarrestar los miedos.
[1] Fanny
Mikey llegó a ser una de las mayores promotoras del teatro en Colombia y el
mundo. Murió en Cali, Colombia, en 2009. Al año siguiente el FITB se realizó
bajo la conducción de Ana Marta Rodríguez de Pizarro, su directora desde entonces. En
abril de 2014 celebrará su décimo quinta edición.
[2] Ramiro
Osorio, citado por Amaranta Osorio Cepeda, Festival
Iberoamericano de Teatro de Bogotá – Impacto y supervivencia, en http://www.mastergestioncultural.org/files/File/TESINAS/T10-0235%20Osorio,%20Amaranta%20Festival%20Iberoamericano%20de%20Teatro%20de%20Bogot.pdf.
[3] Efraín
Trava, “Los versos satánicos. Algunas púas intertextuales”, en Revista
Replicante, http://revistareplicante.com/los-versos-satanicos/.
[4]
Ibíd.
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