Por JAIME FLÓREZ MEZA
Hay escritores, libros, músicas,
películas o amigos que cambian nuestras vidas para siempre, o que podrían
potencialmente hacerlo. Yo nunca olvidaré un momento entrañable de mi pubertad
cuando escuché por primera vez a los Beatles y su álbum Sargento Pepper, que fue mi puerta de acceso a la contracultura. O
cuando vi El Diálogo del rebusque de La Candelaria y sentí una profunda revelación
del mundo del teatro. O después de ver Busco
mi destino (Easy Rider), la memorable
película que hicieran Dennis Hopper, Peter Fonda y Jack Nicholson, que me reveló
un poco mi destino nómada, o de escuchar a Duke Ellington y sentirme subyugado
por la música que acaso más me ha impactado: el jazz. Los escritores, desde
luego, ocupan un lugar especial. De Rulfo a Hesse, de Sábato a Saramago, de
Cortázar a Joyce, de Cervantes a Eco, de Wilde a Miller, de Caicedo (Andrés) a
Vargas Llosa, de Vallejo (Fernando) a Kerouac… los estremecimientos han sido
distintos pero enormemente vitales. O de Las
flores del mal, de Baudelaire, que me sacudió como ningún otro poeta lo había hecho hasta entonces, hasta Huidobro, que empecé a leer por obligación
y terminé leyendo por placer y pasión de vida, que es como se deben hacer las cosas.
Hace cinco años, en una
biblioteca pública de Medellín, descubrí al filósofo francés Michel Onfray, y
debo decir que desde entonces mi vida no ha sido la misma. La filosofía -tan
menospreciada por unos como inaccesible para tantos por culpa de un amplio
sector académico que se empeña en volverla un objeto hermético destinado a un
selecto grupo capaz de descifrarla, comprenderla y enseñarla- ha sido otro de
mis intereses vitales, y escribo esta
palabra con toda la convicción que entraña todo lo vital para la naturaleza, a
la cual estamos indisolublemente unidos. Onfray me convenció, o terminó de
hacerlo, de que la filosofía tiene que ser algo útil y práctico, vivible y
experimentable en el día a día. Había buscado filósofos que me mostraran ese
sentido de la indagación filosófica. Nietzsche siempre había estado ahí, pero
las malas ediciones que conservo de algunas de sus obras, empezando por el
papel y las portadas, no me resultaban atractivas, por lo tanto la culpa no era
del filósofo alemán sino… mía. Tampoco me había atrevido a leerlo (hace falta
una buena dosis de valentía para leer a Nietzsche) hasta que Onfray me enseñó a
hacerlo. Con él he ido descubriendo, libro a libro, lo que es una vida
filosófica: cómo la vida de un pensador se funde con su obra de tal manera que
hay una continuidad y coherencia entre lo que se vive, se piensa y se escribe y
entre lo que se piensa, se escribe y se vive. Buena parte de los pensadores
materialistas de distintas vertientes y épocas son una muestra de este
vitalismo filosófico que asume lo real en todos los sentidos y evita las
elucubraciones metafísicas e idealistas que distraen de la urgente tarea de
vivir y gozar cada día en este mundo como ha sido dado.
Foto:http://www.morbleu.com/wp-content/uploads/2010/04/onfray.jpg
Onfray (Argentan, 1959) ha
escrito y publicado una cincuentena de libros, de los cuales aproximadamente la
mitad han sido traducidos al castellano. Habida cuenta de la marginación a la
que fueron confinados los pensadores hedonistas, materialistas y libertarios de
todos los tiempos para satisfacer los fines de dominación de las corrientes
idealistas, que desde el platonismo hasta el capitalismo y su versión global
conocida como liberalismo -de todo orden, en contraposición a la liberación y emancipación del individuo,
a las que teme enormemente-, este filósofo de las periferias filosóficas
acometió la empresa solitaria de reivindicarlos, denominándola Contrahistoria de la Filosofía.
Compuesta por varios volúmenes, por sus páginas desfilan las vidas de sabios rebeldes
que enarbolaron el cuerpo, la razón corporal, el placer y la libertad en medio
de sociedades que desde la antigüedad han estado obsesionadas por el poder, el
control, el disciplinamiento social y corporal, el trabajo, la familia, la
patria y la fuerza de las armas. Una humanidad individualista que sofoca las individualidades –que no es lo mismo-
para disciplinar y marcar los cuerpos sumisos que habrán de producir la riqueza
de otros mientas reproducen su propia descendencia en los hogares que la
sociedad manda a formar. Así, Onfray ha escrito sobre cínicos, hedonistas y
epicúreos de la antigüedad, sobre cristianos hedonistas que lograron conciliar
su visión metafísica con su praxis vitalista y epicúrea -como harán seguramente
muchos en la actualidad-, sobre librepensadores del siglo XVII
que él llama libertinos barrocos -en ese siglo empezó a florecer lo que se
conoce como barroco-, sobre olvidados sabios materialistas de la Ilustración eclipsados por
Voltaire, Rousseau y los enciclopedistas franceses, o sobre los radicales
existencialistas del XIX.
No obstante, para profundizar en
las ideas materiales y reales de estos pensadores que razonaban y vivían a
contracorriente de lo que ordenaba su tiempo, Onfray ha escrito paralelamente obras
específicas sobre varios de ellos, como Cinismos.
Retrato de los filósofos llamados perros, que indaga en esa singular
escuela de pensamiento griego precursora de la desobediencia civil, el
anarquismo y la individualidad, que no es lo mismo, insisto, que el individualismo liberal, esto es, el predominio del egotismo, la alienación y el
racionalismo instrumental tan caros al liberalismo dominante en el mundo
contemporáneo. La individualidad tiene que ver más con la aceptación del mundo
como nos ha sido dado y no con mundos subyacentes e idealistas; es una invitación
a vivir la vida tal cual es y no como debería ser, a asumir vigorosamente el
sentido mortal, pasajero, trágico y, aunque parezca contradictorio, placentero
de la existencia. La inocencia del
devenir es otra carga de dinamita que, en este caso, reflexiona sobre las
taras del cine -según Onfray, el solipsismo, el elitismo, el intelectualismo,
el revisionismo estético y el pillaje comercial- para exponer luego los
fundamentos de un guión cinematográfico sobre la vida filosófica de Nietzsche
que evite caer en aquéllas; el autor presenta así, en la última parte del libro,
su guión que, por cierto, aun no ha sido llevado al cine y en contraste fue
convertido en comic unitario por el dibujante francés Maximilien Le Roy en
2012. Freud. El crepúsculo de un ídolo,
es, en cambio, un desmontaje del psicoanálisis y su figura más relevante, el
controvertido pensador austríaco que nunca se asumió como lo que en verdad era:
un filósofo y no un científico. Esta obra provocó, como era de esperarse, odios
y polémicas, empezando por la Francia de Onfray: virulentos comentarios,
ataques personales, reacción en cadena de la corporación psicoanalítica, así
como antes la corporación filosófica lo desacreditara por no difundir, y en
cambio demoler, una sabiduría oficial, institucional y cómplice del poder.
Su Tratado de ateología es, como el subtítulo lo sugiere, una física
de la metafísica monoteísta que termina por plantear la necesidad de una ética
postcristiana en un mundo marcado por el nihilismo, de un lado, y el desprecio
de la existencia material, del inocente devenir, del cuerpo, en beneficio de un
mundo idealista, mítico y eterno -reconfortante sin duda para aliviar lo
brutal, efímero y angustiante de la condición humana-, pero extremadamente
manipulador y negador del individuo, la razón corporal, los placeres y la
finitud de la vida, encandilado por la culpa, el castigo, la ley del más fuerte,
la represión a todo nivel y la inmortalidad. La Política del rebelde es una exégesis y celebración del anarquismo
como otra forma de superar los aparatos ideológicos (la familia, la escuela, la
religión, el trabajo, el Estado). “En Francia y en Colombia se cuentan
probablemente por centenares las personas que obran en silencio para hacer
resistencia al mundo tal como va. Estas acciones no parecen heroicas porque no
encarnan el heroísmo estruendoso de antes”,[1]
dice Onfray.
Pero es La fuerza de existir, su manifiesto hedonista, una de sus obras más
reveladoras e incisivas, en mi opinión. Desde la biografía personal que parte
de su atroz y forzoso ingreso en un internado salesiano a los diez años,
decidido y obligado por su madre, Onfray plantea lo que es su proyecto de vida
filosófica hedonista, realizable en todos los individuos y no sólo en un puñado
de escogidos. En consecuencia propone un método alternativo, una ética, una
estética, una erótica y una política que ofrecen herramientas para vivir en el
mundo como ha sido dado, de un modo existencial, inmanente y real, y no como lo
predican las verdades trascendentes, metafísicas, irreales y absolutas
impuestas por toda suerte de totalitarismos (patriarcado, metafísica,
monoteísmo, nacionalismo, liberalismo, misoginia, belicismo…). ¿Suficiente para liberarse de la
historiografía filosófica dominante, la moral, el culto al trabajo, al dinero,
el poder y el sexo reproductivo? ¿Es muy pretencioso o utópico el proyecto
hedonista? Pues no. Es humano, real, natural y corporal, por lo tanto
realizable. Pascal decía que el corazón tiene razones que la misma razón
desconoce. Yo digo que el cuerpo las tiene. ¿Glorificación del cuerpo? Prefiero
celebración, que el cuerpo no será odiado ni condenado sino celebrado, como
dijera Eduardo Galeano. Al fin y al cabo sólo contamos con nuestro cuerpo para
vivir cada día. En otras palabras: aceptación y celebración de nuestra
naturaleza humana. Buscar los placeres y evitar los displaceres o, sencillamente,
hacer a los demás lo que uno quisiera para sí mismo, una forma de decir y hacer
en positivo lo que pregonaba la máxima cristiana en negativo: No hagas a otros
lo que no quieres que te hagan a ti.
El hedonismo ha sido
frecuentemente malentendido como libertinaje, depravación, inmoralidad,
irresponsabilidad, perversión, vulgaridad. Asimismo se confunde cinismo
filosófico con cinismo vulgar (Onfray marca la diferencia en su libro Cinismos…), del mismo modo que puede
haber un anarquismo vulgar que quiere pasar por revolucionario y lo que hace es
triturar las individualidades, destruir la vida y generar más odio (el
terrorismo es quizás su peor aberración). No, el hedonismo supone una ética del
placer, la libertad, el anarquismo, la individualidad y, claro, del cuerpo, en
función de ser uno mismo su propio amo, un individuo autónomo, soberano y
libertario. No casarse puede ser el primer acto de anarquismo individual. Ello
no niega ni impide, desde luego, la relación de pareja, la convivencia amorosa;
al contrario, la celebra, la libera y expande. Hedonismo no significa
misantropía. Tener descendencia es una opción, no un deber. ¿Qué mejor deber
que gozar y hacer gozar? ¿No es acaso un gesto de responsabilidad la no
procreación voluntaria en un mundo superpoblado, con recursos naturales en
disminución, con una distribución exageradamente desigual de la riqueza?
Celebrar la individualidad no
significa aislamiento y egoísmo. El hedonista no es reacio a la comunidad, sí a
la homogeneización. Cree en la formación de comunidades, efímeras o duraderas,
como una reunión de individualidades que construyen su soberanía y su
felicidad. El exilio voluntario, cuando ya no se cree en la Nación, el
nacionalismo y la familia tradicional es otro acto anarquista y hedonista.
Hacer del mundo el hogar, la realización individual de la utopía de una
ciudadanía universal, sin esperar a que la decreten los gobiernos, es un gesto
profundamente hedonista. Por eso una ética hedonista siempre está acompañada de
una estética de sí, de una constante construcción de uno mismo día a día mientras
dure la vida. Consciente entonces del papel que tiene que desarrollar la
educación en la construcción de ciudadanos plácidos y soberanos, Onfray
abandona el magisterio después de veinte años y funda la Universidad Popular de
Caen en 2002, recuperando en el siglo XXI el sentido de la enseñanza
alternativa que practicaban cínicos y epicúreos hace más de veinte siglos.
Diógenes de Sínope enseñaba con sus acciones y palabras en el espacio público,
no en la Academia y el Liceo, Epicuro lo hacía en el patio de su casa, de ahí
que su comunidad fuera conocida como El Jardín. Onfray y un pequeño grupo de
profesores que comparten con él una educación desde una perspectiva hedonista lo
hacen en un teatro de Caen, en la Baja Normandía francesa, gratuitamente, desarrollando
los distintos cursos sin seguir programas oficiales. Los módulos están
dirigidos a todo público: empleados, obreros, estudiantes, profesionales,
jubilados… No hay exámenes, no se entregan diplomas, no hay jerarquías. Se
comparte libre, reflexiva y críticamente el conocimiento. Ha dado pie a la
formación de seis universidades populares en otras ciudades de Francia y
Bélgica.
Sí, hay escritores, artistas o amistades
que nos cambian la vida, que cambiaron la mía, aunque probablemente nunca
pretendieran hacerlo, salvo consigo mismos. De eso se trata, de inspirar a
otros, no de cambiarlos. Pienso seguir escribiendo sobre Onfray; por ahora
quiero cerrar haciendo un paralelismo entre las palabras iniciales de dos
prefacios: el de Vicente Huidobro en su poema Altazor y el de Onfray en su autorretrato de La fuerza de existir.
Nací a los treinta y tres años, el día de la
muerte de Cristo; nací en el Equinoccio, bajo las hortensias y los aeroplanos
del calor.
Tenía yo un profundo mirar de pichón,
de túnel y de automóvil sentimental. Lanzaba suspiros de acróbata.
Mi padre era ciego y sus manos eran más
admirables que la noche.
Amo la noche, sombrero de todos los
días.
La noche, la noche del día, del día al
día siguiente.
Mi madre hablaba como la aurora y como
los dirigibles que van a caer. Tenía cabellos color de bandera y ojos llenos de
navíos lejanos.
(Huidobro) [2]
Fallecí a la edad de diez años, una bella tarde de otoño, bajo una luz
que daba ganas de vivir eternamente. Hermoso septiembre, nubes de ensueño,
luminosidades de las mañanas del mundo, dulzura del aire, perfumes de hojas y
sol amarillo pálido. Septiembre de 1969-noviembre de 2005. Vuelco por fin sobre
el papel aquel momento de mi vida, después de una treintena de libros que han
sido el pretexto para no tener que escribir las páginas siguientes. Texto
dejado para más tarde, demasiado dolor al volver a esos cuatro años de orfanato
con los padres salesianos, entre los diez y los catorce..., antes de tres años
de internado, en otra parte. Siete en total. A los diecisiete, me hice a la
mar, muerto viviente, y partí a la aventura que me condujo, aquel día, a la
hoja de papel donde voy a revelar una parte de las claves de mi ser… (Onfray) [3]
[1]
Michel Onfray en Asbel López, Onfray,
rebelde con éxito, en http://m.eltiempo.com/lecturas-dominicales/onfray-rebelde-con-exito-/9063977.
[2]
Vicente Huidobro, Altazor, en http://www.hylandmadrid.com/libros/00-libros_altazor.php.
[3]
Michel Onfray, La fuerza de existir.
Manifiesto hedonista, Barcelona, Anagrama, 2007, p. 5.
Excelente artículo, despieta mi interés por conocer más de este autor y su obra. Gracias Jaime por acercarme a este espacio de esta manera.
ResponderEliminarMuy interesante artículo amigo, me gusta la idea de que ciertos libros, músicas, películas o personas pueden cambiarte la vida o, por lo menos, la perspectiva desde la que la vives. A mí me pasó con el Don Quijote de Cervantes, El espíritu de la colmena de Erice... Por ahora me quedé con ganas de leer a Onfray.
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