viernes, 7 de agosto de 2015

LA ESPADA DE MADERA Y SU REPRESENTACIÓN DEL SUJETO ANDINO ECUATORIANO

No suelo escribir de mí en este espacio. Lo hago en esta ocasión para celebrar y compartir la publicación de mi libro La representación del sujeto andino ecuatoriano en el grupo de teatro La Espada de Madera, bajo el auspicio íntegro de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, que decidió incluirlo en su colección Tramoya de Dramaturgia y que el 28 de julio de 2015 presenté en el Núcleo Loja de esta institución. Es, por tanto, de ese sujeto que denomino andino ecuatoriano, que encuentro presente en el trabajo del grupo quiteño La Espada de Madera, que hablo en esta suerte de ensayo, resultado de una investigación que desarrollé en 2012 en Quito con el apoyo del Fondo de Investigaciones de la Universidad Andina Simón Bolívar, sede Ecuador.




Lo andino o, mejor aún, las culturas andinas, siempre han sido una inquietud vital para buena parte de los países suramericanos, lo que ha llevado a los gobiernos a poner en práctica una serie de iniciativas a nivel político, económico y cultural, así no resulte suficientemente claro para sus habitantes qué es lo andino o qué implica ser andino. Así, por ejemplo, tenemos la Comunidad Andina de Naciones, anteriormente denominada Pacto Andino; el Parlamento Andino; y también los encuentros anuales de culturas andinas que se realizaban en Pasto, Colombia, la ciudad donde nací, que reunían a numerosas delegaciones de la subregión andina y de otros países del continente americano. Lo andino, para decirlo en otras palabras, es una fuerza intercultural que va más allá de lo geográfico y territorial, de esa vasta y encantadora cordillera de los andes que atraviesa países, historias, lenguas y culturas y determina la vida de los pueblos.

Lo andino no podía dejar de incidir en el arte. Es más, es quizás a través del arte donde mejor se vive y comprende. Por eso tenemos la danza, las fiestas, los carnavales, la música, la literatura y el teatro que recogen esa amalgama de expresiones de las culturas andinas. Ecuador es uno de los países que reúne ese legado; baste pensar en los carnavales de Guaranda y Ambato, en la fiesta del Inti Raymi que tiene lugar en varias provincias de la región sierra para celebrar el solsticio de invierno, en los Diablos de Alangasí, que mezclan lo profano y lo religioso durante la tradicional semana santa de ese poblado cercano a la ciudad de Quito. Así mismo, en las novelas de Jorge Icaza, en la pintura de Guayasamín, en la presencia ecuatoriana de Max Berrú en el grupo chileno Inti-Illimani. Y, por supuesto, en el desgarrador pasillo, ponderado como la música nacional del país.

El teatro en Ecuador ha sabido aglutinar ese sentimiento, ese espíritu, esa festividad, esa estética y esa identidad andina. Desde obras como Boletín y elegía de las mitas, en los setenta, hasta El silbato del ciego, última obra de La Espada de Madera, en 2014, una parte importante de las prácticas teatrales ha estado en permanente búsqueda de ese sujeto andino ecuatoriano que adopta tantos rostros. Justamente esa curiosidad e interés por lo andino, de lo cual soy arte y parte como quiera que nací en una ciudad andina, fue lo que me llevó a escribir este libro. Porque junto a lo andino estaba lo mestizo y lo barroco, dos elementos que configuran también la complejidad de nuestras culturas y nos cuentan, de algún modo, lo que somos.

El grupo La Espada de Madera es hijo de la ilustre y barroca ciudad de Quito que, no en vano, ha sido considerada como la capital del barroco en Latinoamérica. Sin embargo, el barroco quiteño no se limita a su emblemático centro histórico. El barroco, como lo pensó el filósofo ecuatoriano Bolívar Echeverría, es mucho más que un estilo arquitectónico y pictórico que ha legado tantos tesoros, y mucho más que una época comprendida entre el XVII y mediados del XVIII. El barroco es una forma de ser, sentir y estar en el mundo mediante la experiencia festiva, lúdica y estética. El barroco es, por lo tanto, algo que los andinos llevamos dentro y que nos permite vivir, no sobrevivir, sino enfrentar un mundo marcado por el ethos realista, como lo definió Echeverría para nombrar el modo de vida capitalista predominante, que ha hecho del valor de cambio un valor absoluto para la vida humana. En cuanto a ese tercer elemento, lo mestizo, es otra construcción social no exenta de polémica, acaso aun más que los otros dos debido a los usos sociales, políticos e históricos que se le han dado, en algunos casos para separar, discriminar y distinguir lo que se considera socialmente impuro. El uso que aquí interesa, sin embargo, es el que muestra tanto las contradicciones y conflictos como las fortalezas de la mesticidad y, en cualquier caso, la validez de considerar a las culturas andinas como mestizas en la medida en que ya no se puede hablar hoy de culturas puras por cuanto todo está atravesado por la modernidad.   

Patricio Estrella y Pepe Alvear en Los pájaros de la memoria
Foto: Ricardo Centeno 

Los fundadores de La Espada de Madera, Patricio Estrella y Pepe Alvear, asumieron desde un principio, años antes de que Echeverría publicara sus discutidas tesis sobre el barroco, que su camino como hombres de teatro iba a ser una larga e inagotable búsqueda de esos tres elementos (lo andino, lo barroco y lo mestizo) de los cuales no podían y no querían alejarse. Y así, obra tras obra a lo largo de 25 años, emprendieron ese viaje hacia ese sujeto andino ecuatoriano que los determinaba como seres, viviendo procesos conflictivos, cambiantes, itinerantes. Esos procesos han permitido parir obras admirables como El Dictador, Arlequín servidor de dos patrones, El Brujo y el Diablo, Ana la pelota humana, Cristobita el de la Porra, El Quijote, El mundo es un pañuelo o El silbato del ciego; acudir a la literatura (nacional y universal) como fuente de creación; emplear diversas técnicas teatrales (teatro de actores, títeres, teatro de sombras, narración oral); y viajar por Ecuador y el mundo con sus espectáculos.

Siendo tan vasto el trabajo del grupo, decidí centrar mi mirada en cuatro obras, sin que ello significara que fueran las más representativas en su trayectoria: Sólo cenizas hallarás, basada en el premiado cuento del escritor ecuatoriano Raúl Pérez Torres, Al pie de la campana, Los pájaros de la memoria y Los retablos del diablo suelto, estas tres últimas con dramaturgia de Patricio Estrella quien, además, ha dirigido todos los montajes del grupo. Estas obras son cuatro acercamientos a ese mundo andino desde distintos puntos de vista. Pero, como ya lo dije, la presencia del sujeto andino ecuatoriano recorre todas las obras pues hasta en adaptaciones de la literatura universal como El Quijote o El lazarillo de Tormes -que sirvió de base para El silbato del ciego- es perceptible ese espíritu.

Pepe Alvear y Ana Mariza Escobar en Los retablos del diablo suelto
Foto: Ricardo Centeno

Por último, aunque provisionalmente, el trabajo de La Espada de Madera no se puede aislar de una nueva generación teatral ecuatoriana que irrumpe a fines de los ochenta y se consolida en los noventa, siguiendo el camino abierto por el Teatro Malayerba, el más internacional de los grupos escénicos ecuatorianos. La Espada de Madera ha sido, pues, parte activa de ese movimiento que sigue dando sus frutos y atrayendo la atención nacional e internacional sobre la práctica escénica en este país. Por ello, siempre ha estado en diálogo con el trabajo de otras distinguidas agrupaciones como La Rana Sabia, Malayerba, Contraelviento Teatro, Los Perros Callejeros o Teatro del Cronopio, lo que ha marcado un significativo desarrollo de las artes escénicas en el Ecuador.

Gracias al valioso apoyo de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión ha sido posible que este libro vea la luz en 2015. El escritor Raúl Pérez Torres, presidente nacional de esta institución, respaldó mi proyecto desde un comienzo. Lo demás fue cuestión de tiempo y paciencia. Fue fundamental la colaboración del propio Patricio Estrella y su equipo: desde que nos conocimos en Quito me abrió las puertas de su grupo y su amistad y me puso en contacto con otras personas que han desempeñado un papel importante en la vida de La Espada de Madera. Eso me permitió, por ejemplo, ser testigo de la construcción en 2012 de la sede propia del grupo en Zámbiza, parroquia (zona rural) perteneciente a la ciudad de Quito. Ese pintoresco recinto fue bautizado por el grupo como El Teatro del Pueblo, nombre que le hace justicia a un lugar que respira calidez humana, artística y natural. 

El Teatro del Pueblo, Zámbiza, Quito
Foto: Jaime Flórez Meza  

sábado, 9 de mayo de 2015

CHET BAKER: “CARA DE ÁNGEL, CORAZÓN DE DEMONIO”

 “En estos 57 años debo haber vivido varias vidas”
Chet Baker, 1987[1]

   
 Fotos: artmodel / LaCarne Magazine             

Probablemente Chet Baker sea para el jazz lo que Elvis Presley es para el rock and roll: un intérprete blanco, bien parecido, surgido en los cincuenta, famoso, que toca la trompeta y canta maravillosamente y estremece la escena musical con su destreza, su fraseo y su envidiable capacidad de pasearse por distintos géneros jazzísticos; y, al igual que Elvis, un adicto a las drogas que lo perderían para siempre. Se ha dicho que una de sus influencias musicales era el también trompetista Miles Davis, uno de los más grandes en la historia del jazz. Y, aunque Miles era su contemporáneo y rival, sí: Chet era el Miles Davis blanco. Y, como tal, la figura más destacada del llamado jazz de la costa oeste (West Coast Jazz) o, simplemente, cool jazz, estilo relajado que había aparecido como una respuesta al desenfrenado y revolucionario bebop. Davis, por cierto, tuvo que ver en ambos, como quiera que tuvo una temprana etapa bop y fue el iniciador del movimiento cool.

Desde luego, Chet no fue el único músico blanco de jazz (o no afro-descendiente, si se quiere, dadas las lejanas raíces africanas de esta música y su inmensa pléyade de músicos de color) cuya vida estuvo signada por las drogas. Otros como el cornetista Bix Beiderbecke y el bajista Jaco Pastorius, de dos épocas diametralmente distintas, también lo estuvieron. Ambos, por cierto, murieron prematuramente: Pastorius, de una manera tan salvaje y absurda como la que Baker tendría ocho meses después, en 1988. O como la que tuviera un famoso contemporáneo suyo: James Dean, el icónico actor estadounidense que murió tras accidentarse en su Porsche Spyder 550, en 1955. La leyenda dice que fue un suicidio planeado.
    
Baker tocó y grabó en distintos formatos de grupo, realizó giras por Estados Unidos, Europa y Japón, actuó en cuatro películas y su vida misma era cinematográfica. Por algo Hollywood quiso hacer de él una estrella, a lo que el propio trompetista se resistió accediendo solamente a hacer una, Hell’s Horizon, en 1955. En Italia, donde se estableció desde 1959, actuó en Urlatori alla sbarra, y en Inglaterra, donde se había mudado en 1962, en The stolen hours (1963), en la que actuaba como él mismo. En 1960 su figura había servido de inspiración a Hollywood para el filme All the fine young cannibals, protagonizado por Robert Wagner bajo el nombre de Chad Bixby, que parece una combinación de Charlie Parker, conocido también como “Bird”, de gran influencia en la generación de Baker, y del suyo propio (Chet Baker). Su nombre de pila era Chesney Henry Baker, Jr.

El magnífico documental Let’s get lost (Bruce Weber, 1988), algo así como “Perdámonos”, muestra a Baker en su ya constante y definitiva decadencia física, aunque todavía capaz de tocar la trompeta y cantar con inaudita sensualidad. La heroína, el alcohol, la cocaína, el tabaco y otras drogas que consumía habían hecho mella, lucía  demacrado y débil, pero resistía y conservaba su apego a la vida y su sentido del humor, oscuro para entonces tras todas las experiencias truculentas en que se había visto envuelto. Sin saberlo vivía sus últimos meses de vida. Los momentos de euforia se alternaban con los de melancolía. Chet había vuelto a California para rodar ese documental, a su hogar, si es que alguna vez de adulto tuvo uno en una carrera tan nómada y disipada. Chet ríe, calla, reflexiona, fuma sin descanso, evoca sus inicios, sus primeras apariciones profesionales al lado de músicos rutilantes como Charlie Parker, Stan Getz y Gerry Mulligan, sus primeras grabaciones, sus amores, sus triunfos, sus derrotas, sus colegas amigos muertos en los últimos años (Bill Evans, Zoot Sims, Art Pepper...). Algunas de sus mujeres -se casó tres veces- recuerdan cómo le conocieron, cómo se enamoraron -¿perdidamente?- de ese trompetista deslumbrante que parecía un dios griego, que tenía una extraña mezcla de ingenuidad, gentileza, sensualidad y brutalidad. “Él era muy gentil, muy dulce, muy agradable. Creo que eso es lo que era, algo místico. Algo como Doctor Jekyll y Mister Hyde”, dice Diane Vavra, una de ellas, en el filme.

Foto: TIUmag

Richard Bock, su primer productor, recuerda el primer encuentro con Chet en un club de jazz de Los Ángeles, donde éste se conoció con Mulligan y formó aquel legendario cuarteto que tuvo tan corta existencia (once meses) tras la propia salida de Chet, según el productor; tras el arresto de Mulligan por drogas, según otros. Era el verano de 1952. “Fue muy duro para Gerry aceptar que Chet no iba a ser más su compañero, lo que terminó con uno de los mejores cuartetos de jazz”, dice Bock en el documental y añade: “En ese momento creo que no había nadie mejor que Chet en lo suyo. Me sonaba como si escuchara la historia del jazz. Estaba Louis Armstrong, estaba Bix Beiderbecke y estaba Bunny Berigan, todos en uno. Tenía la chispa de Bunny, la lírica de Bix Beiderbecke y era nuevo y fresco. Nunca tocaba clichés”. Beiderbecke, a quien mencioné de paso, fue un admirable cornetista, contemporáneo de Armstrong y primer gran artista blanco del jazz, que murió a los 28 como consecuencia de una adicción al alcohol.

Nacido en Yale, Oklahoma, en 1929, Baker recibió sus primeras clases de música mientras cursaba su bachillerato en Glendale, California, donde su familia residía desde 1940. Había abandonado el colegio a los 16, motivo por el cual sus padres lo forzaron a alistarse en el ejército. Ya tocaba la trompeta, instrumento que había adoptado después de que su padre, que había sido músico, le regalara un trombón cuando tenía once años. Sin embargo, el periodista español José Ángel González sostiene que Chet dejó la high school y se enroló en el ejército para huir de un padre alcohólico y violento.[2] En cambio, su propia madre, Vera, cuenta en el documental que tras abandonar la secundaria Chet “sabía que se metería en problemas. Así que lo fichamos en el Ejército”. Al terminar su servicio militar empezó a tomar clases de teoría musical y armonía en una escuela de Los Ángeles (El Camino College), que tenía una banda en la cual terminó tocando; pero, curiosamente, dejó los estudios para volver al ejército. Si bien su paso por la milicia le sirvió para tocar la trompeta en bandas castrenses, no tenía vocación militar y logró obtener la baja para dedicarse profesionalmente al jazz. “Una baja general bajo condiciones honorables”, dice Chet, y menciona sus términos: “Inadaptable a la vida militar”.[3] Él mismo afirma que fingió tener problemas emocionales y de comportamiento para recibir la baja. En cuanto a la trompeta que le obsequiara su padre a cambio del trombón “rústico y grande” que no pudo tocar, dice: “Fue amor a primera vista”.[4]  

Foto:ecx.images-amazon

Luces

Su año consagratorio fue 1952: tocó por un breve período nada menos que con Charlie Parker y Stan Getz, luego en el cuarteto de Gerry Mulligan, como ya lo dije, hasta formar sus propias agrupaciones desde 1953. El año siguiente empezó a cantar y en 1956 se lanzó, al fin, su esperado álbum-debut como vocalista: Chet Baker sings, una selección de conocidas tonadas de jazz como My funny Valentine, But not for me o I get along without you very well; el álbum se había empezado a grabar dos años atrás. Fue impactante en el mundo del jazz como pudo serlo, por ese mismo tiempo, el debut discográfico y escénico de Elvis Presley en el del rock and roll. Pero, a diferencia de éste, Baker era un cantante íntimo dotado de un suave, cadencioso, andrógino y estremecedor registro vocal, de excepción dentro del jazz vocal masculino. “Su estilo era revolucionario”, dice el crítico Stuart Mason, “tan claro y delicado como su trompeta, con un tono de vibrato-libre brillante, no sonaba como ningún otro cantante de jazz anterior”.[5] En las notas de presentación del álbum Gerald Heard había manifestado lo difícil que era “decidir si Baker era un trompetista que cantaba o un cantante que tocaba la trompeta”.[6] Era, siento yo, una simbiosis entre su voz y su trompeta.   
    
Fue ésta su época dorada y nunca volvería a estar en mejores condiciones para grabar álbumes como el anterior o los que le siguieron en los cincuenta, particularmente Chet Baker & Crew (en el que demostró que también podía tocar al estilo bop), It could happen to you (otra joya del jazz vocal), Playboys (con Art Pepper), Grey December, Chet Baker in New York y Chet (en el que fue secundado por distinguidos jazzistas como Bill Evans, Pepper Adams, Paul Chambers y Philly Joe Jones).

Chet en Milán, Italia, en 1960
Foto:Internet Archive

En 1959 Baker, que ya había hecho giras por Europa, fijó su residencia temporal en Italia. Fue allí donde empezó, ¿o continuó?, su infierno personal. “Había una suerte de peligro que él transmitía”, opina el guionista Lawrence Trimble. “Como James Dean pero a un nivel más under. Era una especie de niño malo”.[7]  Y continúa diciendo:

En ese tiempo no existía mucha cultura under, y eso era lo que teníamos. Hollywood se fijó en su imagen y decidieron hacer un film sobre sus años jóvenes y protagonizado por Chet. Pero a Chet lo detuvieron y se fue a Europa,  y cambiaron y pusieron a Robert Wagner y a Natalie Wood, y lo llamaron All the fine Young cannibals. Muchos estaban obsesionados con Chet. [...] La forma en que tocaba, su imagen, su nombre, se daba todo junto. A veces ves los músicos de jazz, que son grandiosos, pero su imagen no tiene mucho que ver con su forma de tocar. Con Chet era de una sola pieza.[8]  

En Italia conoció a la que sería su tercera esposa, Carol, inglesa. Charlaine, la primera, era estadounidense. Halema, la segunda, paquistaní.  

Sombras

                                                        Fotograma de Let's get lost. Fuente: dvdtalk.com
 

Mujer: ¿Encuentras aburrida la vida?
Chet: Bajo ciertas circunstancias puede ser muy aburrida. La mayoría de las veces. Para mucha gente puede ser aburrida. Muy aburrida. Tener hambre, frío…
Mujer: ¿Has sufrido eso?
Chet: Oh, sí… No hace mucho, ¿tú nunca? [9]
 

El productor Richard Bock cuenta en Let’s get lost que Chet no pasaba de fumar marihuana en sus primeros años, al menos durante el período en que trabajaron juntos; digamos, hasta la grabación de Chet Baker sings, que Bock produjo. Según él fueron esos sus mejores años y nunca volvió a estar en mejor forma. Las drogas duras como la heroína y la cocaína vendrían después y Baker no tardó en volverse un adicto. Los problemas con las autoridades nunca pasaron de una serie de breves aunque reiterados arrestos, pero en Europa las cosas fueron distintas. En 1960 cayó en Italia y fue condenado por un juez a quien se atribuye haber pronunciado la frase que encabeza este artículo (“cara de ángel, corazón de demonio”) después de proferir la sentencia.[10] Chet pasó dieciséis meses en prisión. Tras quedar en libertad grabó el álbum Chet is back!, en 1962. No obstante, su adicción a los opiáceos le siguió ocasionando problemas legales durante su deambular por Europa: ese mismo año fue detenido en Alemania Occidental, de donde sería expulsado a Suiza y de ahí a Francia. Acabó viviendo en Inglaterra, donde luego de su experiencia cinematográfica (Stolen hours) fue detenido en marzo de 1963 y deportado a Francia. Vivió un tiempo en París, volvió a tocar en vivo (en Francia y España) y al cabo de un año de su última deportación sufrió la más severa de todas: cayó nuevamente en Alemania Occidental y esta vez las autoridades lo deportaron a Estados Unidos. Pese a su controvertido periplo por Europa Chet volvió a los escenarios hacia 1965, en su propio país, donde permanecería hasta mediados de la década siguiente, antes de regresar al continente donde había sido, de alguna manera, una persona non grata.

Chet en la película Urlatori alla sbarra (Lucio Fulci, 1960)
Foto: effettonotteonline.com
 
Fue por este tiempo que tuvo lugar un oscuro y lamentable episodio que silenció su carrera durante varios años, salvo ocasionales grabaciones y apariciones en escena. En 1966 -según distintas fuentes; 1968, según Chet­­- sufrió una golpiza que dejó en muy mal estado su dentadura, lo que le forzó a usar una prótesis y a cambiar la embocadura de su trompeta para poder tocarla. De acuerdo con el crítico William Ruhlmann, en el verano de 1966 Chet fue atacado violentamente en San Francisco debido a un asunto relacionado con su consumo de estupefacientes.[11] A su turno, José Ángel González asegura que “un traficante al que adeudaba dinero le partió una botella en la cara en 1966. Baker tuvo que aprender a tocar la trompeta de nuevo”.[12] De hecho, le tomó tres años conseguirlo. Ruhlmann desmiente la versión dada por el mismo Baker en el documental por considerarla exagerada en sus circunstancias y equívoca en su fecha.[13] Chet elude hablar de drogas y deudas y dice haber sido atacado al salir de un hotel de San Francisco por un hombre que lo vigilaba desde el día anterior. Al hombre se le unieron cinco más que lo aporrearon y le rompieron la boca.[14] Una de sus amantes, la cantante de jazz Ruth Young, cuenta en el mismo documental que la golpiza fue ordenada por algún personaje, cuya identidad no menciona, como una venganza “por ser un manipulador, sabiendo que la mejor forma de lastimarlo, al tocar la trompeta, era metiéndose con su boca”.[15] ¿Acaso alguna amante? ¿Alguien que detentaba una posición de poder? ¿Una advertencia para él y todos los yonquis en una época en la que las autoridades los tenían en la mira, a ambos lados del Atlántico? ¿O un ajuste de cuentas por una deuda de drogas no saldada por un músico que había despilfarrado tanto en ellas y solía andar corto de dinero? Dice Ruhlmann: “La golpiza no fue la causa del declive en su carrera durante este período, sino el más evidente efecto de ese declive”.[16]

Baker no volvió a tocar y a grabar sino hasta fines de los sesenta, haciéndolo esporádicamente. Pese a su declive, algo de la magia de años anteriores aun quedada. Consciente de esto y de ser un heroinómano decidió parar su carrera durante los primeros años setenta, consumiendo metadona para controlar su adicción. Y cuando decidió volver a tocar tuvo que trabajar muy duro para lograrlo y recuperar una carrera que se creía perdida y olvidada, mientras sus colegas Miles Davis, Bill Evans, Gerry Mulligan o Dizzy Gillespie cosechaban triunfos por doquier. Fue justamente Gillespie quien le consiguió un contrato para tocar en Nueva York en 1973. Ese fue su retorno y, desde entonces, no paró de tocar hasta su muerte. Al siguiente año tocó con Mulligan en un histórico concierto en el Carnegie Hall, después de veinte años de no hacerlo juntos. Baker vivió aquellos años en Nueva York y regresó a Europa a mitad de la década para continuar con su carrera, sus giras, su nomadismo, su vida de yonqui irremediable, lejos de Carol, su tercera esposa, y de sus hijos, viviendo siempre al límite, regresando a su país de tanto en tanto para tocar o grabar y visitar a su familia. 
 
Su viaje de droga favorito era el “speedball”, una mezcla de heroína y cocaína.[17] Nunca superó su adicción. No obstante, y si el propio Chet no miente, parece ser que hasta fines de los setenta la mantuvo bajo control gracias a la metadona.[18] Lo que sí es seguro es que para la década siguiente ya había recaído inexorablemente. Carol, que había conocido a Chet en Italia a fines de los cincuenta, cree que Ruth Young tuvo mucho que ver en ello.[19] 


Gerry Mulligan (izq.) y Chet Baker ensayan para su concierto 
en el Carnegie Hall. Nueva York, noviembre de 1974
Foto: taringa.net/nash

En 1987 el fotógrafo y cineasta Bruce Weber realizó el documental Let’s get lost en el que reunió a Chet y toda su familia -salvo su hijo Chesney Aftab, de su segunda esposa Halema-, a músicos y amigos. Fue sin proponérselo una despedida y el mejor homenaje que pudo hacérsele en vida, aunque el trompetista no alcanzó a ver el filme. Y una poética manera de mostrar la vulnerabilidad, a veces fatal, del músico de jazz del siglo veinte, del artista contemporáneo y del artista en general.

La escena mortal

La madrugada del 13 de mayo de 1988, Chet se encontraba en un hotel de Ámsterdam, solo. Sin que hasta ahora se sepa bien por qué, cayó desde la ventana de su habitación ubicada en la tercera planta del céntrico hotel Prins Hendrik. Su cuerpo sin vida fue encontrado con el cráneo destrozado tras golpearse con un bolardo de la acera.[20] Tenía 58 años. “En el cuarto del yonqui, los policías encontraron el equipaje de los resignados a la soledad: unas monedas, un reloj de pulsera, un collar, un encendedor y, porque cada penumbra contiene su propia luz, una trompeta en su estuche”.[21] Se cuenta que la noche de ese día todos los clubes de jazz de París guardaron silencio por su memoria.[22]

Debido a su adicción crónica Baker se vio a menudo compelido a firmar contratos de grabación perjudiciales con tal de obtener dinero en efectivo. “Tocaba para pagar y no siempre le alcanzaba. Exigía cobrar en efectivo a cambio de renunciar a los futuros derechos de autor”,[23] dice José Ángel González. Ruhlmann manifiesta  que la “vida desorganizada y peripatética” que el trompetista llevaba a causa de su drogomanía le impedía firmar contratos a largo plazo con los sellos de grabación, lo que explica que su vasta discografía sea “extremadamente desigual”.[24]


Epílogo

Let´s get lost se estrenó en septiembre de 1988, por lo que terminó siendo un réquiem por el trompetista blanco más grande del jazz que un año antes había actuado en el documental y muerto cuando éste se terminaba de montar. Elogiado por la crítica, recibió una nominación al premio Óscar como mejor documental de ese año. En 1997 apareció una recopilación de diarios personales del músico titulada As though I had wings: The lost memoir, que su esposa Carol conservó y decidió publicar. La edición en español -Como si tuviera alas. Las memorias perdidas- se publicó en 2000. Los apuntes llegan hasta el año 1963. “No llega a la categoría de diario existencial, pero resulta por momentos conmovedor”,[25] comenta José Ángel González.

Stephen McHattie como Chet Baker en The Deaths of Chet Baker
Foto: yazilisinema - blogger


En 2009 el cineasta canadiense Robert Budreau estrenó el corto de ficción The deaths of Chet Baker, escrito por él, en el que narra cómo pudieron haber sido las últimas horas del músico en la soledad de su habitación antes de caer a la acera. Budreau muestra tres posibles desenlaces: un accidente, un crimen (Baker es empujado por uno de sus proveedores de droga), un suicidio. Se ha dicho, por cierto, que la policía de Ámsterdam no encontró restos de heroína en su sangre. Sea como fuere, interesado de manera especial en la vida y música de Baker, Budreau dirigió recientemente el largometraje Born to be blue, que se estrenará este año. Ethan Hawke personifica al trompetista.

La primera vez que supe de Chet Baker fue en la navidad de 1996. Su nombre estaba en un CD y en una serie de fascículos biográficos de jazz que distribuía Ediciones Folio, de España, dentro de la colección The Jazz Masters – 100 años de swing, acompañada de sus respectivos CD. Recuerdo que la primera foto que acompañaba la nota mostraba a Chet de traje y corbata tocando la trompeta. Era en blanco y negro, de sus primeros años. La segunda era a color y en ella estaba con sombrero de cowboy, tocando la trompeta, y era posterior a la paliza que recibió en San Francisco. Me pregunté cómo es que yo, que me consideraba amante del jazz, no sabía nada de Baker, de quien se decía que no solo era un trompetista de ensueño sino un cantante inigualable. Lo de la pérdida fatal de sus dientes se me quedó grabado. El año siguiente compré mi primer disco de Baker: Nightbird. Eso era Chet: un pájaro nocturno que una fría madrugada de Ámsterdam dejó de cantar para siempre.      
 
Chet Prins Hendrik Hotel
Placa conmemorativa por la muerte de Baker en la entrada del hotel 
Prins Hendrik, en Ámsterdam, donde pasó sus últimas horas
Fotos:jtwinik.files - wordpress
     



[1] En el documental Let’s get lost, de Bruce Weber, estrenado en 1988.
[2] José Ángel González, “Guapo como Barbie, triste como el jazz: La vida desmesurada de Chet Baker”. En http://www.20minutos.es/noticia/509117/0/chet/baker/documental/.
[3] En el citado documental.
[4] En el citado documental.
[5] Stuart Mason, traducción mía, en http://www.allmusic.com/album/chet-baker-sings-mw0000654109.
[6] Gerald Heard, citado por Stuart Mason, traducción mía, en http://www.allmusic.com/album/chet-baker-sings-mw0000654109.
[7] En el citado documental.
[8] En el citado documental.
[9] En el citado documental.
[10] Cfr. José Ángel González, op. cit.
[11] William Ruhlmann, traducción mía, en http://www.allmusic.com/artist/chet-baker-mn0000094210/ biography.
[12] José Ángel González, op. cit.
[13] Cfr. William Ruhlmann, en http://www.allmusic.com/artist/chet-baker-mn0000094210/biography.
[14] En el citado documental.
[15] En el citado documental.
[16] William Ruhlmann, traducción mía, op. cit.
[17] Chet Baker, en el citado documental.
[18] Chet Baker, “Chet Baker interview about drug and jazz 1980”, en https://www.youtube.com/watch?V= NzS-euLdCvc.
[19] En el citado documental.
[20] José Ángel González, op. cit.
[21] Ibíd.
[22] Leyenda al final del citado documental.
[23] José Ángel González, op. cit.
[24] William Ruhlmann, traducción mía, op. cit.
[25] José A. González, op. cit.

domingo, 7 de diciembre de 2014

ARTE BAJO EL TERROR (VIII): DORIS SALCEDO Y SU POÉTICA DEL HORROR MODERNO

“Yo no creo que la reproducción de una imagen impida la violencia. Yo creo que el arte no tiene esa capacidad. El arte no salva. Y yo no creo que exista redención estética, por desgracia. [...] Yo creo que en arte no se puede hablar de impacto. Y muchísimo menos de un impacto social; para nada de un impacto político; y un reducido, muy débil impacto en lo estético. [...] Lo que el arte sí puede hacer es crear esa relación afectiva que pueda transmitir, en alguna medida, la experiencia de la víctima. Es como si la vida destrozada de la víctima, que se truncó en el momento del asesinato, en alguna medida se pudiera continuar en la experiencia del espectador. El momento en que el espectador le da a la obra un momento de contemplación silenciosa”.  

Doris Salcedo 
(en entrevista con Rocío Londoño para Razón Pública, serie “Arte, memoria y violencia”, marzo de 2013)


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Doris Salcedo
http://www.art21.org/artists/doris-salcedo/videos

El holocausto del Palacio de Justicia en Colombia ha sido durante veintinueve años tema de investigaciones (judiciales, periodísticas, históricas, sociológicas…), debates y representaciones. Como ya lo he comentado en artículos anteriores, este suceso tuvo efectos demoledores en los imaginarios sociales, políticos y éticos del país, pero también en determinadas prácticas estéticas. Una artista colombiana que acababa de regresar de Nueva York luego de realizar un máster en escultura, se encontraba a sólo dos cuadras del Palacio en el instante en que éste fue tomado por guerrilleros del M-19. Era Doris Salcedo (Bogotá, 1958) y ese 6 de noviembre hacia el final de la mañana, cuando se inició la operación que los guerrilleros habían llamado “Antonio Nariño por los derechos del hombre”, estaba en la Biblioteca Luis Ángel Arango. Diecisiete años después, en 2002, la escultora intervino el lugar mediante una instalación: hizo descolgar de los muros del nuevo palacio doscientas ochenta sillas, gradualmente, durante 53 horas, tiempo real de duración del hecho, desde las 11:35 a.m. del 6 de noviembre, hora en la que fuera asesinada la primera persona. Los familiares de las víctimas y los transeúntes que conocían del suceso volvieron a recordarlo en el sitio específico durante los días de su conmemoración; y pudieron evocar en aquellas sillas vacías que caían, la ausencia definitiva de cada uno de esos seres.


Noviembre 6 y 7. Instalación
2002
http://nodisparenalartista.wordpress.com/2012/09/08/doris-salcedo/#jp-carousel-485

A través de su obra Doris Salcedo ha podido hablar de muchos horrores, empezando por el de su propio país. Su interés por las víctimas del conflicto colombiano ha tenido resonancias internacionales, entre otras cosas porque al transponerlo en su obra habla de emociones y hechos universales: la ausencia, la fragilidad, la indefensión, el dolor, la exclusión, la barbarie. Desde su mirada local ha podido exteriorizar, siempre con impotencia como ella misma reconoce, no sólo las fracturas de un país sino las del gran proyecto por antonomasia de la humanidad en los últimos doscientos años: la modernidad. Eso la llevó a intervenir la Tate Modern de Londres, uno de los centros de arte contemporáneo más importantes del mundo. Allí, sobre el vasto suelo de uno de sus recintos, realizó la que hasta hoy sea tal vez su obra más ambiciosa; y demoledora: una grieta de 167 metros que cruzaba la Sala de las Turbinas (Turbine Hall) del museo, cual si fuera la enorme resquebrajadura dejada por un terremoto. Salcedo tituló este trabajo Shibboleth (2007-2008), nombre que tomó del Libro de los Jueces de la Biblia, del capítulo 12 que narra la guerra entre dos tribus hebreas que termina en el genocidio de 42.000 miembros de la de Efraím que cruzaban el río Jordán para llegar a la región de Galaad. Los efraimitas eran identificados por sus enemigos porque no podían pronunciar el sonido “sh”, inexistente en su dialecto, y decían Sibboleth.  La colombiana quería hacer de la palabra y la leyenda bíblica una metáfora de las exclusiones a que hemos sido sometidos los habitantes del así nombrado Tercer Mundo por los países, culturas y sociedades de un autocalificado Primer Mundo. Esas exclusiones, esas grietas de todo orden, también se presentan, desde luego, al interior de las sociedades de ambos mundos: los centros y las periferias de los países, de las ciudades; los primeros como lugares de privilegio, los segundos como segmentos de marginalidad, opresión, abandono y carencia. Aquellos ideales de libertad, igualdad y fraternidad de la revolución francesa siguen siendo una falacia. ¿Libertad, igualdad y fraternidad de quiénes o para quiénes?

Representamos muchas cosas, esa modernidad que ellos construyen sobre muchas vidas y sobre el saqueo. Somos parte integral de la modernidad pero la parte negativa, no reconocida. La cicatriz siempre estuvo pero yo la evidencio y es imborrable. [...] Construimos el espacio negativo que ocupamos los seres del tercer mundo, logramos además que la cicatriz de esa grieta permanezca en ese espacio y ellos lo sabían y lo aceptaron.[1]


Shibboleth
Shibboleth
2007 - 2008
http://culturacolectiva.com/doris-salcedo-la-artista-del-tercer-mundo/

Con la grieta en la Tate Modern, Salcedo lograba suscitar en el visitante toda suerte de fragmentaciones que se pudieran divisar: históricas, territoriales, ideológicas, sociales, educativas, inter-generacionales, estéticas, sexuales, geopolíticas, culturales, comunicativas… En una palabra: humanas. Baste pensar en lo que se han vuelto las fronteras entre muchos estados, por ejemplo cuando se toma la decisión de construir muros (que se creían abolidos después de la caída del Muro de Berlín) con el argumento de la defensa nacional y el más estricto control migratorio (Israel, Estados Unidos).

Shibboleth es también el título de un poema del poeta judío rumano, nacionalizado francés, Paul Celan (1920-1970), uno de los autores referenciales en la vida y obra de la escultora bogotana. Celan -Paul Antchel su nombre de pila- sufrió la persecución nazi, perdió a sus padres en un campo de concentración y sobrevivió en un campo de trabajo del cual fue liberado por los aliados. Acabó sus días arrojándose al río Sena.

Antes de llegar a ese shibboleth babélico Doris Salcedo indagaba, y aun lo sigue haciendo, el dolor de las víctimas anónimas y más débiles del conflicto armado en Colombia, la manifestación más violenta del shibboleth local, investigando casos concretos que  luego son procesados en su taller a través de objetos determinados que selecciona para darles un tratamiento y ensamblaje estético y poder transmitir con ellos las atroces experiencias de pérdida que caracterizan conflictos como éste. “Es una obra que ha estado basada absolutamente en el mismo tema: la experiencia de las víctimas de la violencia, invisibles, sin nombres, desaparecidas. Una obra hecha con materiales muy humildes”,[2] dice la escultora. Durante el proceso es fundamental el diálogo con familiares de las víctimas, sus testimonios; esa es, sin duda, la parte más dolorosa. Y necesaria en una labor como la que Salcedo asume con todo el rigor de una artista investigadora. Ella misma subraya que “lo importante no es lo que la gente diga afuera sino mantenerse fiel aquí a la experiencia de las víctimas. Mantener ese sentido de responsabilidad social”.[3]

En 1987, cuand0 la violencia política en Colombia ya alcanzaba unos niveles de degradación oprobiosos, Salcedo presentó la instalación Sin título conformada por piezas de camas de hospital ensamblabas en un andamio, usando también otros materiales como fibra animal y plástico. Con esta obra obtuvo el primer premio en el XXXI Salón Nacional de Artistas. Esa articulación de materiales artificiales y naturales, ligados a la construcción, la curación y la vida, y al mismo tiempo a sus contrarios, ya expresaban que no todo es derrotismo en una obra como la suya, que en esa convivencia colombiana con el terror siempre hay espacios para el vitalismo y la construcción. No obstante, se podría hablar también de una visión de esta realidad colombiana como anómala y disfuncional.  

Es imposible señalar todos los eventos violentos que ocurren en Colombia. La mirada es selectiva. Trato de tomar ciertos elementos que creo son los que tienen la capacidad de narrar lo que nos está ocurriendo. No sólo en blanco y negro, porque esta no es sólo la sociedad del horror, hay otras cosas, movimientos muy saludables, mucha gente trabajando y pensando. En nuestro caso, el horror en la obra muestra la capacidad de pensamiento que tenemos. El arte le hace contrapeso a la barbarie y a una realidad muy compleja.[4]


            Sin título o Señales de duelo. Instalación    
          Camisas de algodón, yeso y acero
       1989-1990
http://www.unalmed.edu.co/mediateca/artenaturaleza/espanol/arte_tierra/artetierra_col_tv.htm

La barbarie de finales de los ochenta es una de las peores que se recuerden en la historia reciente de Colombia: atentados terroristas, masacres paramilitares, asesinato de tres candidatos presidenciales (Luis Carlos Galán, Carlos Pizarro y Bernardo Jaramillo Ossa) o los numerosos de miembros del partido izquierdista Unión Patriótica, que sería prácticamente exterminado, sin contar los cientos de crímenes de colombianos indemnes y anónimos que caían en el marco de una violencia irracional. Salcedo presentó en 1990 una lacerante obra, Sin título o Señales de duelo: montículos de camisas cuidadosamente dobladas, rellenadas con yeso, atravesadas por barras de metal; seis catres dispuestos en la sala de exhibición, dos de ellos en posición vertical, parcialmente cubiertos por fibra animal. Son estas las huellas de obreros víctimas de los paramilitares en las fincas bananeras “Honduras” y “La Negra”, al noroccidente de Colombia.[5] Estos objetos fueron reunidos por la artista mientras investigaba los hechos y conversaba con familiares de las víctimas. Las camisas pertenecían a los obreros y habían sido conservadas por sus esposas que las lavaban y planchaban reiteradamente, como si esperaran que los hombres regresaran algún día. Según Jaime Cerón las mujeres habían presenciado el asesinato de sus esposos.[6] Ese ritual de limpieza y espera está atravesado por la inminencia de una muerte ignominiosa (las barras metálicas) y el entierro simbólico (el yeso como relleno de un objeto usado por la víctima). Los catres muestran el lugar y momento de la masacre: los hombres descansaban cuando fueron sacados de sus campamentos de trabajo para ser ejecutados. Cerón aclara que la obra en realidad fue presentada bajo el título de Señales de duelo en la que fuera la primera exposición individual de Salcedo.[7] “En esta obra, su atención aun se centra en el hecho violento, pero comienza a tomar relevancia esa segunda víctima que es testigo y sobrevive. Comienza a vislumbrarse más claramente que el protagonista de la obra no es la artista, sino los seres cuya experiencia ella ha escogido y aprehendido para orientar la realización del signo artístico”.[8]    

Atrabiliarios. Instalación (detalle)
Zapatos, fibra de animal
1992
http://nodisparenalartista.wordpress.com/2012/09/08/doris-salcedo/#jp-carousel-501

El valor afectivo de los objetos que pertenecían a las víctimas, esa especie de fetichismo en el que muchos de sus familiares se refugian con la esperanza de que un secuestrado o un desaparecido regrese o sus restos sean al fin hallados y entregados; o, lo que quizás es aun más doloroso, la imposibilidad de deshacerse de unos objetos que son los únicos reductos de memoria de alguien que ya no está, que desapareció en circunstancias violentas, es lo que la intuición y sensibilidad de una artista como Doris Salcedo consigue transmitir a través de estas punzantes experiencias estéticas. En su obra Atrabiliarios (1992) escogió zapatos usados por desaparecidos que depositó en veinte nichos abiertos en las paredes de una galería bogotana, cubiertos por una fibra animal que opacaba los objetos y estaba cosida a la pared a manera de sutura clínica. Estos nichos semejaban de algún modo lápidas. “Es el país de la muerte no enterrada, de la tumba no marcada, si ya hubiéramos llegado al ritual funerario sería un avance”,[9] dijo Salcedo en Colombia en 2010, después de recibir en España el Premio Velásquez de las Artes, la máxima distinción que se entrega a los artistas plásticos iberoamericanos. Para Atrabiliarios la escultora efectuó un trabajo de campo de casi tres años conversando con familiares de desaparecidos.


doris salcedo
La Casa Viuda. Instalación (detalle)
Madera, cemento, hierro
1992-1994
http://www.cromacultura.com/doris-salcedo/

Entre 1992 y 1994 Salcedo realizó la serie La Casa Viuda, dividida en cuatro partes, uno de sus más inquietantes trabajos. Los objetos que emplea son restos de mobiliario y puertas desvencijadas. Hay un interés obsesivo por los armarios, las sillas, las camas  y las puertas, objetos que marcan nuestra cotidianidad  e intimidad. Pero la escultora cubre de cemento lo que alguna vez estuvo lleno de ropa, zapatos y otras prendas, lo que era usado diariamente, las extensiones de los cuerpos; las camas y sillas están incompletas, las puertas carecen de marcos; restos de sillas y camas aparecen toscamente unidos a armarios y puertas como si fueran prótesis. La visión es la de una casa maltrecha, violada, abandonada… Esta desolación, en el contexto de la violencia política colombiana, puede sugerir al espectador el horror de la tortura, la destrucción bélica, la desaparición forzada, el desplazamiento, la sevicia de los violentos. Y, por supuesto, el inenarrable dolor de desplazados, huérfanos, viudas, familias. Las vidas cercenadas. El hogar brutalmente desmembrado.   

Cada vez es más difícil encontrar el difuso límite entre lo íntimo y lo político. La pena de los familiares de los desaparecidos –como toda pena– es de naturaleza íntima, pero cuando la esencia de estos eventos es política, creo que la sociedad lo tiene que reconocer. Me interesa enseñar esa lesión social, su carácter colectivo. El testigo directo de una desaparición forzosa no está aquí, no puede contarnos su experiencia. Mi obra trata de la imposibilidad de ver, de saber y de comunicarse.[10]

Salcedo había conocido en un orfanato a una niña de seis años que presenció el asesinato de su madre. En todas las visitas que realizó al lugar observó que la niña siempre lucía el mismo vestido; supo luego que era el mismo que llevaba puesto el día del parricidio y que su propia madre había confeccionado días antes. Según parece, el trauma había hecho que la niña “perdiera” la memoria de todo hecho anterior al horrendo crimen.[11] Esa fue la génesis de La túnica del huérfano (1997), otro ejercicio de una intimidad rota brutalmente por la violencia. Esta obra hacía parte de la serie Unland (palabra acuñada por la misma artista), conformada por las esculturas Testigo irreversible y Audible en la boca. La artista tomó dos mesas desiguales a las que les faltaban dos patas y las unió en una sola, una mesa de comedor, usando un material tan frágil como es el pelo humano. Éste se cuela por miles de diminutos agujeros abiertos deliberadamente en ambas mesas y sirve como punto de unión. “Si la mesa representa la comunidad, la familia, la vida en su extensión temporal”, dice Andreas Huyssen, “entonces el hecho de coser pelos, restos inorgánicos de un cuerpo humano, de la víctima de la violencia, a través de la superficie de la mesa, es como enhebrar el dolor y sus recuerdos a través de la superficie de la historia”.[12] Esta forma de unir lo desigual, lo incompleto, lo mutilado, lo inorgánico de dos materiales que tuvieron vida -madera y pelo- termina siendo una metáfora de los frágiles hilos de una memoria en el seno de una sociedad como la colombiana: dispersa, desfigurada, negada, oculta, maniatada; de su inexorable violencia política, cuya salida tantas veces se ha ensayado, como ocurre ahora con los diálogos que se adelantan en La Habana con uno de los actores armados, las Farc, constantemente a punto de romperse; de sus comunidades y grupos sociales vulnerables y marginales (o marginalizados).

Si la túnica es como una piel [...] entonces la mesa alcanza una presencia metafórica como cuerpo, no de un huérfano individual, sino de una comunidad huérfana, una comunidad privada de una vida normal. Expuesta como escultura de la memoria lejos de su tierra en un mundo del arte internacional, la propia obra parece huérfana y sin hogar en los espacios que ahora ocupa.[13]


Unland. La túnica del huérfano
Madera, pelo humano, seda
1997
http://www.agenciadenoticias.unal.edu.co/ndetalle/article/el-cuerpo-visto-al-trasluz-de-la-obra-de-artistas-colombianos-contemporaneos.html

Su carácter metafórico y conceptual hace del trabajo de Salcedo un evento dialógico en tanto busca que esos seres vulnerados por la violencia instituida compartan sus historias de dolor inconmensurable con el espectador. “Salcedo es la conexión entre las víctimas, con su experiencia invisible y marginal, y el público que se acerca a su obra”.[14] Pero, por otro lado, está el componente intertextual de su obra, las referencias de poetas y filósofos. “La túnica del huérfano” es un verso de un poema de Paul Celan. Estos son los versos aludidos: “Lo cabalgó la noche, él había vuelto en sí, / la túnica del huérfano fue oriflama, / no más extravíos, / lo cabalgó en derechura­ / Como si, como si, colgasen de la alheña las naranjas, / como si no vistiese más ropaje / que su / primera / piel / alunarada / salpicada de misterio”.[15] La mesa de madera, con sus uniones de pelo inorgánico y su seda blanca y su desproporción dimensional, se trueca en un cuerpo que es tanto el de la huérfana aferrada puerilmente a la vida, a su primera piel, por el vestidito, como los cuerpos de todas las víctimas de la violencia política cuyas vidas quedaron así fracturadas. 
             
Otros versos de Celan perfilan también esa relación que la víctima sobreviviente establece con su objeto indisociable de sí y resistente ante la realidad, como en el caso del vestido de la pequeña, su conexión con el ser querido que le fuera atrozmente arrancado: “Lo que tejiste de liviano / yo lo llevo en honor de la piedra. /Cuando en lo oscuro despierto / los gritos, los orea. / A menudo, cuando debo tartamudear / hace pliegues olvidados / y el que soy disculpa / al que fui. /Pero el dios de las escorias / toca su tambor más sordo / y al caer el pliegue / frunce el ceño el tenebroso”.[16] Los últimos versos expresan, en cierto modo, ese sentimiento de impotencia tanto de la víctima como de la artista, que sólo puede intentar visibilizar la experiencia de dolor de aquella, su indescriptible vacío.

Desde los noventa el trabajo de Salcedo empieza a internacionalizarse. Su última exposición en Colombia se lleva a cabo en 1993 y, desde entonces, empieza un largo peregrinaje por el mundo que le permite a un arte eminentemente político, basado en la violencia política colombiana, ser en el exterior una de las referencias de análisis de la tragedia que vive el país desde hace décadas. Ese año, precisamente, participa en la Bienal de Venecia. En 1998 la escultora lo hace en la Bienal de São Paulo y en una exhibición individual en The New Museum of Contemporary Art de Nueva York. Aunque su obra fuera incluida en la histórica muestra que presentó el Museo de Arte Moderno de Bogotá en 1999 titulada “Arte y violencia en Colombia desde 1948”, su trabajo ya tenía para entonces una mayor resonancia fuera de Colombia. A finales de la década la escultora comenzó a realizar sus instalaciones públicas, como la que presentó en homenaje al periodista y humorista Jaime Garzón, asesinado en agosto de 1999, consistente en cubrir el muro que estaba frente a su casa completamente de rosas rojas. En 2002 participa en la más importante muestra de arte contemporáneo del mundo, la Documenta, en Kassel, Alemania, que ese año llegó a su undécima edición. Allí presentó un trabajo relacionado con la masacre del Palacio de Justicia, como antesala de lo que sería la instalación de las sillas que mostraría en los muros del nuevo palacio en noviembre de ese año, con la que inicié este artículo. El mismo objeto, las sillas, fue el material que llevó a la 8ª Bienal de Estambul en 2003 para montar la instalación Topografía de la guerra: un impresionante montículo de 1600 sillas apiladas cubría el espacio entre dos edificios de una calle corriente de Estambul, Turquía, cual si fuera una gigantesca fosa común. Esa imagen sugiere otras que ya conocemos: las de los cadáveres amontonados del holocausto judío y otros genocidios del siglo XX, uno de ellos el del pueblo armenio, consumado por el agonizante Imperio Turco Otomano durante la primera guerra mundial y la postguerra. “De 2.100.000 almas en el Imperio Otomano, en 1912, de acuerdo con las estadísticas del Patriarcado Armenio de Constantinopla, se pasó a 77.435 en 1927, concentradas especialmente en Estambul, y aproximadamente 50.00 en 1993.”[17]


Topografía de la guerra. Instalación.
2003
http://nodisparenalartista.wordpress.com/2012/09/08/doris-salcedo/#jp-carousel-495

En abril de 2002 guerrilleros de las Farc secuestraron a doce diputados de la Asamblea del Valle del Cauca, reunidos en la sede de ese órgano gubernamental en la ciudad de Cali. Cinco años después once de ellos fueron asesinados en cautiverio por la guardia que los custodiaba cuando ésta creyó estar bajo un ataque del Ejército, lo que resultó ser falso. La guerrilla no admitió su responsabilidad en la masacre y, por el contrario, culpó al Ejército del fatídico desenlace y dijo en un comunicado público del 28 de junio de 2007 que los diputados murieron bajo el fuego cruzado de un combate contra el Ejército (como se sabe el único sobreviviente de ese grupo de secuestrados fue Sigifredo López, que había sido separado del mismo por sanción de la guerrilla, y que en 2009 sería liberado por ésta). A pocos días de conocerse la noticia de la ejecución de los diputados Doris Salcedo realizó una gran convocatoria para rendirles tributo iluminando la Plaza de Bolívar de Bogotá con miles de velas que serían colocadas en hileras sobre el suelo. En efecto, la noche del 4 de julio de 2007 veinticinco mil velas fueron encendidas por artistas, académicos, figuras públicas y miles de ciudadanos más en un acto de memoria y repudio por la infamia cometida y de solidaridad con sus familiares y con los de todos los secuestrados del país. Nuevamente y como es habitual en su trabajo, Salcedo eludió todo protagonismo.

Homenaje a los diputados del Valle. Instalación
25.000 velas
2007
http://nodisparenalartista.wordpress.com/2012/09/08/doris-salcedo/#jp-carousel-484

Si la noción de escultura ya había sido redefinida en el siglo XX como un medio que emplea los más diversos materiales, incluyendo el cuerpo humano como tal, para su realización, así como diversos lugares de representación además del museo y la galería, no es de extrañar que escultores como Doris Salcedo utilicen el propio material de que está hecho un museo -como en el caso del suelo de la Turbine Hall en la Tate  Modern- para desarrollar su trabajo. Por consiguiente, cientos de sillas deslizadas por una fachada o cuidadosamente amontonadas entre dos edificios, o veinticinco mil velas encendidas por una multitud son otras formas de esculpir sobre el espacio y el tiempo. En el acto memorial y efímero de las velas estamos ante una escultura comunitaria, o social como la llamaría el artista alemán Joseph Beuys (1921-1986), una de las influencias reconocidas por la misma Salcedo en su obra. 

Es de conocimiento público que durante los dos gobiernos de Álvaro Uribe (2002-2010) la Fuerza Pública y otros organismos del Estado como el disuelto Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) incurrieron en toda clase de excesos, como también que en el marco de su política de seguridad democrática se puso en marcha un programa de estímulos y promociones a los militares que reportaran mayor número de guerrilleros dados de baja. Fue en ese contexto que se produjo uno de los más execrables episodios de terrorismo de estado cometido en nombre de la lucha antisubversiva y de la seguridad democrática: el de los “falsos positivos”. Si bien es cierto que esta práctica no se inició con el régimen de Álvaro Uribe, este tipo de crímenes de estado sí se elevó notoriamente durante sus dos mandatos. “Así, entre julio de 2002 y diciembre de 2007, se han registrado por lo menos 1.122 casos de ejecuciones extrajudiciales atribuibles directamente a la Fuerza Pública, frente a 669 casos registrados entre enero de 1997 y junio de 2002”. [18]

“Falsos positivos” es, por tanto, un eufemismo que encubre y elude el nombre legal que deben recibir estos hechos: desapariciones forzadas seguidas de ejecuciones extrajudiciales.[19] En los primeros meses de 2008 dieciséis jóvenes del municipio de Soacha, aledaño a Bogotá, fueron desaparecidos y asesinados por militares, presentados como guerrilleros, otros como integrantes de las llamadas Bacrim (bandas criminales) y otros más como delincuentes comunes, y todos como si hubieran sido muertos en enfrentamientos con la Fuerza Pública;[20] sus restos fueron enterrados en fosas comunes. Los medios de comunicación reseñaron ampliamente el hecho; y pese a las investigaciones y denuncias adelantadas por organismos de derechos humanos nacionales e internacionales, en el último año del segundo gobierno de Uribe el número de víctimas registradas había aumentado de un modo aterrador: “Más de 3 mil ejecuciones extrajudiciales, sumarias y arbitrarias perpetradas en Colombia entre 2002 y 2009 son crímenes de carácter internacional. Lo sucedido a 16 jóvenes de Soacha mostró la extrema crueldad con la que se puede actuar para lograr efectividad en supuestos combates a variados enemigos”.[21]

Un informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en 2008 describe el modus operandi de estos hechos:

Las ejecuciones extrajudiciales aparecen en el marco de operativos militares anti-insurgentes, aunque los testigos declaran que no hubo combate; en un número elevado de casos la víctima es capturada ilegalmente en su domicilio o lugar de trabajo, y conducida al lugar de la ejecución; las personas ejecutadas o desaparecidas son por lo general campesinos, indígenas, trabajadores, jóvenes, personas marginadas o líderes comunitarios [...] las víctimas aparecen muchas veces uniformadas y con diferentes tipos de armas y equipos militares mientras que, según los testimonios, habían desaparecido con su ropa habitual y desarmadas; en ocasiones las víctimas son previamente señaladas por informantes anónimos, encapuchados o reinsertados, y en otras ocasiones son seleccionadas al azar; muchas veces los mismos miembros de la Fuerza Pública que previamente han dado “de baja en combate” a la víctima están a cargo de preservar la escena del crimen y las pruebas existentes; frecuentemente aparecen en los cuerpos signos de tortura; los cuerpos son despojados de objetos personales y se hace desaparecer sus documentos de identidad; los cuerpos son trasladados a municipios lejanos del lugar donde se los retuvo originalmente y se constatan serios impedimentos tanto para el acceso de los familiares a los cuerpos como para su reconocimiento; los cuerpos son inhumados como N.N. a pesar de ser identificados por familiares o terceras personas.[22]

Desde mediados de la década anterior Doris Salcedo empezó a trabajar en una obra que recogía, por un lado, sus observaciones de 2004 en guetos de Los Ángeles, Estados Unidos, donde alrededor de diez mil jóvenes de pandillas habían muerto de manera violenta en un lapso de veinte años; y, por otro lado, el incremento de las ejecuciones extrajudiciales de jóvenes en Colombia bajo el marco del conflicto armado. “La muerte social o muerte en vida que percibí en Los Ángeles me hizo comprender que a pesar de los entornos diferentes, esta no era muy disímil a lo que vivían los jóvenes en las áreas marginales de las ciudades colombianas”.[23] A raíz de estas observaciones y reflexiones, entre 2008 y 2010 Salcedo investigó y elaboró una obra sobre la muerte insepulta que tituló Plegaria muda, la cual desde 2011 recorrió importantes centros de arte del mundo y fue presentada parcialmente en Colombia entre febrero y marzo de 2014 en la galería Flora ars+natura de Bogotá. Plegaria muda consta de 166 mesas de madera cuyas superficies se contraponen por parejas y están unidas por bloques de tierra en los que se ha sembrado pasto. En cada mesa invertida se puede apreciar cómo el pasto atraviesa la madera y crece. Las mesas se asemejan a ataúdes por sus dimensiones. Pudiera hablarse de madera que no pudo ser trocada en ataúd. Pero, en sus pliegues no sólo aflora la hierba como señal de abandono y soledad, también lo hace como signo de vida. A pesar del horror y el dolor que la habitan, la vida pugna por renacer. En relación con esta obra, la prestigiosa teórica cultural neerlandesa Mieke Bal comentó: “La tierna hierba de su grande instalación Plegaria muda parece la expresión más fuerte de ella; dicha hierba que cubre las fosas comunes, haciendo invisibles las víctimas de la violencia, pero que también es vida nueva”.[24]


Plegaria muda
Plegaria muda. Instalación
Madera, componente mineral, cemento y pasto. Dimensiones variables
2008-2010
http://culturacolectiva.com/doris-salcedo-la-artista-del-tercer-mundo/

En las notas de presentación de su obra la artista escribió, entre otros apartes, lo siguiente:

En Plegaria Muda intento articular diferentes experiencias e imágenes que forman parte de la naturaleza violenta del conflicto colombiano. También deseo conjugar una serie de eventos violentos que determinan la imparable espiral de la violencia mimética y fratricida que distingue los conflictos internos y guerras civiles en todo el mundo. Plegaria Muda busca enfrentarnos al duelo represado y no elaborado, a la muerte violenta cuando es reducida a su total insignificancia y que forma parte de una realidad silenciada como estrategia de guerra. [...] Durante meses entrevisté a un grupo de madres acerca de la búsqueda de sus hijos desaparecidos, y del terrible proceso de reconocerlos en las fosas donde habían sido enterrados por los asesinos. Posteriormente, estuve con ellas en el doloroso y arduo proceso de elaboración del duelo y vano intento de lograr justicia, ante la barbarie cometida por el Estado. La muerte de cada joven genera una ausencia y cada ausencia demanda una responsabilidad con respecto a los ausentes, ya que su única posibilidad de existir es dentro de nosotros, en el proceso mismo de la elaboración del duelo. [...] Al individualizar la experiencia traumática, por medio de la repetición, espero que esta obra en alguna medida logre evocar y restituirle a cada muerte su verdadera dimensión y así permitir el reingreso a la esfera de lo humano, de estas vidas desacralizadas. Espero que a pesar de todo, incluso en condiciones difíciles la vida prevalezca… como sucede en Plegaria Muda.

El más reciente trabajo de Doris Salcedo es A flor de piel (2012). Vista de lejos la obra parece ser un manto de vastas dimensiones y tonalidades rojizas y amarillentas. Sin embargo, está hecho de cientos de pétalos de rosa laboriosamente cosidos con hilo. Es una obra efímera que se va descomponiendo durante su exhibición, como se marchita una rosa. Como siempre, hay una historia profundamente dolorosa a la que en principio se quiere referir la artista con cada obra, que la mueve a realizarla, en este caso la de una enfermera colombiana que fue torturada, asesinada y desmembrada. Después de investigar el caso Salcedo quiso realizar una ofrenda floral a la infortunada víctima. Además de intentar restituir su memoria y dignidad, Salcedo quería, en cierto modo, recomponer simbólicamente aquel cuerpo vejado y despedazado, construyendo una segunda piel a partir de pétalos de rosas suturados que le devolvieran a la memoria de la víctima, de una manera efímera pero vivificante, su naturaleza y su condición. No en vano la sutura remite también al trabajo que la mujer desempeñaba. “Cuando algo o alguien se aproxima a la piel, puede disfrutarse si el acercamiento es deseado, o se puede sentir horror si se trata de un acto de intrusión”,[25] dice Mieke Bal. “Las sobras de las flores forman una piel, pero la textura no está cubriendo un objeto o una escultura; no hay nada debajo de ella. Es solamente una piel, hecha de esos delicados pétalos de flores, y todo lo que es, es esa vulnerabilidad extrema”.[26]


A flor de piel
Pétalos de rosas e hilo
2012

Es en esa fragilidad de los seres victimizados, en esa materialidad natural, humilde y cotidiana de la obra, en la carga política que siempre la acompaña, en su mirada hacia las víctimas, los sin nombre, los que son despojados y excluidos de todo, hasta de un entierro digno; es, pues, en esa articulación de la memoria de las víctimas y sus sobrevivientes con la poesía, el pensamiento, el trabajo en equipo y el compromiso inapelable con la dignidad humana que radica la grandeza del trabajo de Doris Salcedo. O como ella misma dijo en una de las raras ocasiones en que habló con la prensa colombiana:

Primero, partir de una experiencia vital que sea válida para todos, para el primer mundo como para nosotros; segundo, articular el pensamiento de muchos filósofos, poetas y escritores; tercero, construir una imagen capaz de concretar los dos primeros aspectos. Mi obra es una colaboración, un terreno en el cual está la experiencia de la víctima, el pensamiento, la ayuda de mi equipo y mis ideas.[27]

En julio de 2014 Doris Salcedo obtuvo el Premio de Arte de Hiroshima, que honra la memoria de las víctimas de la bomba atómica y de la violencia humana en general distinguiendo el trabajo de un artista cuya obra esté encaminada a la “búsqueda de la paz permanente”.[28] El premio se entrega desde 1989 cada tres años. La escultora colombiana es la novena persona en recibirlo.         


NOTAS


[1] Doris Salcedo, “El arte es el contrapeso de la barbarie”, en entrevista con Nelson Fredy Padilla, El Espectador, Bogotá, 8 de mayo, 2010.
[2] Ibíd.
[3] Ibíd.
[4] Ibíd.
[5] Jaime Cerón, “Localización y especificidad en las prácticas artísticas”, en Cátedra Manuel Ancízar, II-2006, Arte y localidad: modelos para desarmar, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, p. 133.
[6] Ibíd., p. 133.
[7] Ibíd., p. 132.
[8] Ibíd., p. 133.
[9] Doris Salcedo, op. cit.
[10] Doris Salcedo, citada por Inés Cabello, “El Arte y lo Doméstico: Doris Salcedo”, Croma. Comisarios Culturales, en http://www.cromacultura.com/doris-salcedo/.
[11] Jaime Cerón, op. cit., p. 136.
[12] Andreas Huyssen, “Modernismo después de la posmodernidad”, Lecturas Dominicales, El Tiempo, en http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-11715901.
[13] Ibíd.
[14] Semana, “El enigma de Doris Salcedo”, 13 de octubre, 2002.
[15] Trad. Augenloss (seud.) y Alejandro Wills Fonseca, Unland: The Orphan’s Tuic. La escultura como lugar del testimonio y trazo de la memoria, en http://fundacionespacioperiferico.com/wp-content/uploads/ensayo-doris-salcedo.pdf.   
[16] Paul Celan, “Mortaja”, Las 2001 noches. No. 129, Madrid, Noviembre, 2011, p. 5.
[17] “El genocidio en dos palabras”, en GenocidioArmenio.org, http://www.genocidioarmenio.org/genocidio-en-dos-palabras/.
[18] “El debate reciente sobre las ejecuciones extrajudiciales”, en Soacha: la punta del iceberg. Falsos positivos e impunidad, Bogotá, Fundación para la Educación y el Desarrollo (FEDES), p. 28.
[19] Ibíd., p. 12.
[20] Ibíd., p. 11.
[21] Liliana María Uribe Tirado, ibíd., p. 5.
[22] Ibíd., p. 30-31.
[23] Doris Salcedo, “Doris Salcedo: Plegaria Muda. 22/02 – 29/03 2014”, en sitio web de Flora ars+natura, http://arteflora.org/2014/02/doris-salcedo-plegaria-muda/.
[24] Mieke Bal, “La universalidad del arte de la colombiana Doris Salcedo”, El Tiempo, 24 de julio, 2014, en http://www.eltiempo.com/entretenimiento/arte-y-teatro/la-universalidad-del-arte-de-la-colombiana-doris-salcedo/14293635.
[25] Ibíd.
[26] Ibíd.
[27] Doris Salcedo, “El arte es el contrapeso…”, op. cit.
[28] El Espectador, “Escultora colombiana Doris Salcedo gana Premio Hiroshima de Arte”, 18 de julio, 2014, http://www.elespectador.com/noticias/cultura/escultora-colombiana-doris-salcedo-gana-premio-hiroshim-articulo-505107.