Fuente: Esquina Latina
Por JAIME FLÓREZ MEZA
Mi primer acercamiento al mundo del radiodrama, o del
género dramático en radio, se produjo en los viajes del bus escolar que me llevaba,
junto a muchos otros pequeños colegiales, desde mi barrio hasta la escuela
primaria. El conductor siempre tenía a bien sintonizar el serial Juan Centella, que transmitía emisora
Nuevo Mundo de Caracol de lunes a viernes hacia la una de la tarde en cadena
nacional. Debo decir que mi colegio nunca se adhirió a la jornada continua que
por aquél tiempo (mediados de los setenta) se implementó en Colombia, motivo
por el cual a esa hora siempre coincidíamos con la transmisión de ese
dramatizado, que era una adaptación de un viejo comic mexicano.
Lo que más recuerdo es la impresionante voz del actor
Carlos de la Fuente que daba vida al héroe y cómo todos en el bus escuchábamos fascinados
y en silencio sus aventuras, que solo eran interrumpidas cuando llegábamos al
plantel. Entonces, a fuerza de escuchar al “gran detective hispanoamericano”, título
que se le daba al personaje, le fui tomando cariño a ese mundo sonoro
dramatizado y a la radio en general.
Otro drama radiofónico que empecé a escuchar por la
misma época era El código del terror,
que la misma cadena radial transmitía presentando cada noche una historia que
efectivamente resultaba aterrorizante para un niño de diez años. Era mucho más
emocionante escucharlo acostado en la cama con las luces apagadas. Una producción
que por supuesto también recuerdo, como tantos oyentes colombianos y latinoamericanos,
es Kalimán, el hombre increíble, creada
por el mexicano Modesto Ramón Vásquez y el cubano Rafael Cutberto Navarro,
lanzada en 1963 y luego convertida en historieta impresa. En Colombia se empezó
a producir en 1965 a través del Circuito Radial Todelar, a partir de los
libretos mexicanos. La serie radial —que narraba las vicisitudes de un príncipe
indio, séptimo descendiente de la dinastía de la diosa Kali, acompañado de un
muchacho de nombre Solín— estuvo al aire treinta años, marcando un hito en la
radiodifusión colombiana como el radiodrama de más larga permanencia, lo que
explicaría que hasta el día de hoy Kalimán
sea en Colombia sinónimo y paradigma de radiodrama. toda persona mayor de 40 años lo recuerda.
Fuente: Good Radio
Un caso similar era el de Arandú, el príncipe de la selva que el actor Carlos de la Fuente no
solo protagonizaba, sino que además adaptaba sus libretos y dirigía. Esta serie
radial fue creada por el escritor cubano Armando Couto y adaptada por él mismo
como historieta impresa desde 1970. Narraba las aventuras de un exótico
príncipe sudamericano desterrado que, al igual que Kalimán y su fiel acompañante
Solín, era secundado por su amigo Taholamba. Nuevo Mundo de Caracol la emitió
durante quince años. La historieta llegó al país en 1977 y se distribuyó hasta
mediados de los ochenta.
En unas vacaciones en casa de mis abuelos paternos en
Cali descubrí al humorista uruguayo Hebert Castro, que vivía en Colombia y
realizaba un programa radiofónico denominado El show de Hebert Castro, haciendo él solo decenas de voces y
personajes que nunca he podido olvidar: Don Prudencio, Contardo, Peraloca, el Profesor
Heriberto, el zoólogo Sebastián, el Matrimonio García, el Zoológico de
Cosquillas… Sus sketches se alternaban con intervenciones musicales a cargo de
una orquesta permanente y un cantante invitado.
En esos años anteriores a la aparición de la televisión
por cable y la Internet, las opciones de entretenimiento masivo eran los dos
canales de televisión nacionales que operaban en Colombia —la televisión,
además, era pública— el cine, la radio y las historietas: desde muy chico fui
aficionado a estas y las que más recuerdo consumir y atesorar eran El Doctor Mortis, Daniel el travieso, El
llanero solitario, Batman, Santo el Enmascarado de Plata y Condorito. Me parecían deslumbrantes. En
ese sentido, el radiodrama era su equivalente sonoro: El código del terror era para mí como El doctor Mortis, el humor de Hebert Castro era como el del también
sudamericano Condorito (de hecho,
Castro había hecho parte de su trayectoria radiofónica en Chile), Kalimán tenía su propia historieta, Juan Centella era como un justiciero sin
máscara… Creo que eso fue lo que me cautivó del radiodrama, que sin imágenes
lograba recrear esos mundos de terror, aventura, suspenso y humor. Sin embargo,
las historietas me parecían insuperables: ni siquiera el cine o la televisión
les hacían justicia.
Un caso especial de dramatizado en radio era el de los
consultorios de pareja o familiares, esto es, programas en los que se
dramatizaba un problema de alguna pareja de novios, esposos o padres, a partir
de presuntas cartas que ciertos oyentes enviaban a las grandes radios. La parte
dramatizada empezaba con la lectura que un actor o una actriz hacía del párrafo
inicial; luego venían los diálogos y, una vez finalizada la dramatización, la
voz del especialista aconsejando al corresponsal qué hacer frente al problema
expuesto. Uno de esos programas se llamaba, si mal no recuerdo, Buenas tardes, doctor. Nunca supe si el
doctor era un experto en psicología familiar o un actor que seguía las líneas
de algún libretista, ni tampoco si los libretos se basaban en cartas escritas y
enviadas por oyentes o en creaciones del mismo libretista.
Cierto día mi hermana me pidió ayuda con una tarea de
lengua castellana que consistía en hacer una escenificación sonora de un cuento
colombiano. Ella había elegido Guayabo
negro, de Efe Gómez. El cuento yo lo conocía porque había visto una
adaptación realizada por El Teatro Popular
Caracol, que era un programa de televisión dirigido por Jaime Botero Gómez.
En nuestro caso no recuerdo si había algún libreto, lo cierto es que solo
disponíamos del cuento impreso y de una radio-casetera y grabadora para hacer
el ejercicio. Por supuesto, todas las voces las hicimos los dos y los efectos
sonoros, si los había, eran muy caseros. No recuerdo el resultado del audio ni
cuál pudo haber sido la reacción que tuvo en clase, pero el ejercicio me
pareció lúdico y me mostró por primera vez la posibilidad de hacer teatro
radiofónico, de una manera muy rudimentaria, claro.
Un rasgo interesante de aquellos personajes de la
cultura popular latinoamericana de masas como Kalimán, El Santo y Arandú es que fueron pioneros de lo que
hoy conocemos como multiplataforma. Además de ser una exitosa radionovela en
México y Colombia, Kalimán fue un
comic que se editó durante veintiséis años (de 1965 a 1991) y tuvo su versión
cinematográfica en dos películas de los años setenta; eso hizo que el héroe
pudiera ser apreciado en tres formatos distintos. El Santo, ese icónico luchador mexicano de máscara plateada, empezó
como una historieta impresa en 1952, combinando fotografía en color sepia y
dibujos, o fotomontaje y fondos dibujados, técnica que se fue puliendo con el
tiempo. Mientras la historieta seguía publicándose el personaje incursionaba en
el cine realizando nada menos que 52 películas. Y Arandú, como ya he dicho, tenía su versión radiofónica e impresa. No
obstante, insisto, historietas como la del Enmascarado
de Plata me resultaban inmejorables.
Otro interesante caso era el de La tremenda corte, recordada especialmente por el personaje de José
Candelario “Tres Patines”, una comedia radiofónica que nació en Cuba en 1941,
escrita por el inmigrante gallego Cástor Vispo y producida en la radio de este
país hasta 1960. Tras el triunfo de la revolución cubana en 1959 el programa se
adaptó al teatro y años después, con la dispersión de su emigrado elenco, pasó a
ser una comedia televisiva que se produciría en México entre 1966 y 1969, con sus
dos actores protagónicos originales: Leopoldo Fernández Salgado (Tres Patines)
y Aníbal de Mar (el juez). Fue ésta la versión que yo conocí de niño cuando fue
difundida por la televisión colombiana en la primera mitad de los setenta. Hoy
tanto la serie radial como la televisiva, además de la transcripción de muchos
de sus libretos, circulan en Internet y muchas estaciones radiales
latinoamericanas aun difunden la serie. Existe, por cierto, un excelente sitio
web llamado Tres Patines y La Tremenda
Corte, que reúne abundante información sobre esta legendaria comedia, tales
como sus orígenes, personajes, actores, numerosos episodios originales en audio
y video, libretos transcritos y artículos de interés.
Aníbal de Mar (el juez)
y Leopoldo Fernández (Tres Patines), protagonistas de La tremenda corte Fuente: docplayer.es
El melodrama es sin lugar a duda el caso más notable
de multiplataforma: empezó como cierto tipo de teatro popular a fines del siglo
XVIII, continuó en el XIX como folletín, se volvió radionovela en el XX, luego
fotonovela y finalmente telenovela, también conocida en el mundo hispano como
culebrón. En los años sesenta y setenta los cinco formatos coexistían, cada uno
con sus públicos, mayormente femeninos en el caso de la novela sentimental (cuyo
prototipo es la prolífica escritora española Corín Tellado, que ostenta el
récord mundial en ventas de ejemplares de sus novelas en castellano) y la
fotonovela; hasta que los culebrones mexicanos, venezolanos y colombianos se
convirtieron en el mayor artefacto melodramático de fascinación masiva.
Por otra parte, pienso que Colombia siempre ha sido un
país radiofónico (además de “telenovelero”): la radio es omnipresente y ocupa,
por lo general, un importante lugar en la vida de las personas. Creo que para
muchos, como yo, resultaría inconcebible la vida sin la radio. Esa profunda
cercanía que ella, en cualquiera de sus formas, logra establecer con la
audiencia es un rasgo privilegiado frente a los otros medios. Se pudo pensar en
un momento que la televisión acabaría con la radio, pero quizás lo que sí hizo
fue potenciarla. Y lo mismo podría decirse en cuanto a la supuesta amenaza que
pudo representar Internet. Yo diría que en ese sentido la radio es el medio que
más ha tenido que reinventarse para mantenerse vigente. En lo que se ha dado en
llamar convergencia de medios hoy tenemos una radio que también se puede ver: a
través de las redes sociales los oyentes pueden seguir las transmisiones de determinados
programas radiofónicos con imágenes de periodistas, locutores e invitados.
Pertenezco a una generación que tuvo que hacer una
transición de la tecnología análoga a la digital, lo que también se conoce como
migrante digital: de la máquina de escribir al computador, de la película
fotográfica a la micro SD, del teléfono, el tocadiscos, la grabadora y la
cámara al todo en uno de los smartphones;
de los impresos, la radio y el audiovisual a la Internet; del estudio de radio
con su cabina de locución y su consola de audio a la aplicación de audio que
permite hacer un proceso complejo, en casa, en tu escritorio, mezclando voces y
todos los sonidos que se requiera para una producción; incluso, sin necesidad
de realizar los efectos sonoros de un modo rudimentario (lo que era, por
cierto, un ejercicio exploratorio y creativo) o teniendo que conseguir un disco
de efectos, toda vez que hoy contamos con sitios web que nos los proporcionan
gratuitamente, lo mismo que música liberada de derechos.
Es cierto que todo lo anterior ha permitido una
democratización de la producción de medios. Cualquier aficionado está en
posibilidad de ser hoy en día un productor de radio, audiovisuales o textos
periodísticos. La pregunta que cabría hacerse es si también se está dando una
democratización de la formación, la creatividad, la calidad, la ética y el
rigor de la producción comunicativa.
En cuanto a la producción radial, y concretamente dentro
del teatro radiofónico, he tenido la oportunidad de hacer todos los roles
(guionista, actor, director, musicalizador, editor, difusor), a menudo todos
paralelamente, incluido el hecho, para mí notable, de haber ejercido el de
profesor de radio a nivel universitario. Como quien dice, he sido oyente,
productor y docente de radio. Pero debo decir que el más apasionante de todos
me parece el de oyente, porque es finalmente éste la razón de ser de este
oficio de crear relatos. Es él o ella quien verdaderamente recrea la historia,
quien le da ese sentido que a uno tanto preocupa e interesa. Si algo he sido, soy
y no quiero dejar de ser es un radio-oyente consumado, así como un lector y
espectador emancipado, para decirlo con Jacques Rancière.
Como género radial, el dramatizado (bien sea
radionovela, serial, unitario) tuvo un declive, al menos en Colombia, a partir
de los años ochenta. En esa década el mencionado Circuito Radial Todelar era en
cierto modo el reducto del radiodrama en el país en la radio comercial, concretamente
con Kalimán y La ley contra el hampa, que era un serial de casos policíacos que
se mantuvo, creo, hasta el final de la década. El radiodrama se volvió, pues,
una rareza. Una práctica marginal que parecía reservada a esporádicos talleres
universitarios, a un ejercicio en una facultad de comunicación, a certámenes
internacionales de radio, a radios comunitarias y ocasionalmente a las
públicas.
Basada
en la novela homónima del escritor colombiano Eugenio Díaz Castro, Manuela fue una radionovela producida
por el grupo escénico de Acción Cultural Popular (ACPO) en 1970 y transmitida
por Radio Sutatenza, pionera de la radio educativa en el mundo. Fuente:
periódico El Campesino
Un capítulo aparte es el de los contenidos
radiofónicos con carácter educativo, en la que medida en que estos suelen
emplear el dramatizado como una estrategia de formación. Grandes
educomunicadores latinoamericanos como el argentino Mario Kaplún y el cubano
José Ignacio López Vigil, por mencionar solo a dos, lo hicieron de un modo
ejemplar. López Vigil, de hecho, continúa haciéndolo a través de la plataforma
digital Radialistas Apasionadas y
Apasionados (que él creó y dirige en Quito, donde reside desde hace muchos
años), la más completa de América Latina en lo que tiene que ver con la
educación radiofónica. Desde que la conocí en la segunda mitad de la década de
2000 la he empleado tanto como productor independiente para subir, compartir e
intercambiar mis audios como para aprender y enseñar a hacer radio gracias a
sus magníficos materiales teórico-prácticos y a sus producciones propias y de
otros realizadores, en todos los formatos.
Radialistas cuenta con el portal radioteca.net, un extraordinario
banco de más de 73 mil audios producidos por centros, emisoras, redes y
productores independientes de América Latina y otras regiones del mundo. En
ella se encuentran miles de dramatizados entre radionovelas, radioteatros y
series, aunque no de carácter comercial, justamente por esa naturaleza
independiente, educativa, ciudadana y crítica que caracteriza a sus productores.
No conozco un pedagogo de la radio más íntegro,
elocuente, democrático, creativo y coherente que López Vigil, a quien leo y
sigo desde mis años de estudiante de comunicación y no dudo en considerar una
autoridad mundial en materia de radio. Defensor del potencial educativo de la
radio, López Vigil siempre ha tenido una particular estima por el género
dramático, entre otras cosas por su manejo tan sugerente del tiempo:
“El género dramático evoca ese pasado, adelanta ese
futuro y pone ambos en el presente. Los representa. Tal vez por eso nos resulta
un género tan próximo, tan familiar, porque imita la vida, recrea situaciones
que hemos vivido o que quisiéramos vivir. (...) Repetimos lo que vemos. Lo
reinventamos. Nos desdoblamos. Nos disfrazamos. A todos nos encanta actuar y
ver actuar”.[1]
José
Ignacio López Vigil, tercero de izq. a der. Lo acompañan Tachi Arriola Iglesias
y Clara Robayo, del
equipo de Radialistas, y el autor de
este artículo. Quito, 2016. Foto: Mónica Maldonado
El centro de producción de Radialistas ha realizado veinte series y radionovelas en ámbitos
como derechos humanos, mujeres, ecología e historia, siempre con la mirada
puesta en Latinoamérica, la región más desigual del mundo, aunque también una
de las más ricas en cuanto a biodiversidad y culturas.
Los contenidos comunicacionales educativos, bien sean
de radio o de cualquier otro medio, no tienen por qué ser aburridos. López
Vigil lo ha dejado en claro cuando manifiesta que “la clave es entretener
educando y viceversa”.[2] En ese sentido, son
infinitas las posibilidades de educar a través del género dramático. En mi
limitada experiencia como radialista lo que más he hecho es adaptaciones de
textos creados por diversos autores, desde grupos comunitarios, autores
anónimos o de mi propio cuño hasta dramaturgos y escritores. A veces ha sido
como parte de investigaciones o de mi labor como docente de radio o por mi
propia iniciativa. Sea como fuere, es uno de los géneros que más me gusta
emplear por sus valores artísticos, por su relación con el arte dramático y sus
posibilidades educativas, porque disfruto y aprendo haciendo y a lo mejor, como
dice mi maestro López Vigil, puedo entretener educando.
NOTAS
[1] José Ignacio López Vigil, Manual urgente para radialistas apasionados,
Quito, p. 89.
[2] Marcelo Cotton,“Devolverle la
palabra al pueblo desde la radio: José Ignacio López Vigil en Bs.As.”, Narrativa
radial, http://www.narrativaradial.com/sitio/devolverle-la-palabra-al-pueblo-desde-la-radio-jose-ignacio-lopez-vigil-en-bs-as/.
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